Marcos nunca se había planteado dos niveles en el tema de la corrección. Recordaba que Jesús sí que había utilizado esos dos niveles en ese proceso. En el caso de la acusación de la mujer sorprendida en adulterio, la solución estaba clara. Debía ser condenada. Y eso implicaba la muerte.
Marcos había pensado que nunca podría haber dado con la solución de Jesús. Su mente estaba situada en un solo nivel: el nivel de la condenación. Jesús no siguió ese tipo de mente porque la mente divina era la mente de salvación. La mente del ego, la del primer nivel, lo tenía claro. Lo has hecho, lo debes pagar.
La mente del Espíritu Santo, la del segundo nivel, lo tenía claro también. Te has equivocado, puedes aprender a hacerlo mejor. Como la mente divina no condenaba, ofreció a la mente del ego que sí que condenaba que aquel que se viera libre de condena, iniciara la condenación con el lanzamiento de la primera piedra.
“Si le señalas a tu hermano los errores de su ego, tienes forzosamente que estar viendo a través del tuyo porque el Espíritu Santo no percibe sus errores. Esto tiene que ser verdad toda vez que no existe comunicación entre el ego y el Espíritu Santo”.
“Lo que el ego está diciendo no tiene sentido, y el Espíritu Santo no intenta comprender nada que proceda de él. Puesto que no lo entiende, tampoco lo juzga, pues sabe que nada que el ego haga tiene sentido”.
Marcos empezaba a ver la idea de los dos niveles. Eran muy distintos. El primer nivel del ego seguía su lógica de condenación. El segundo nivel del Espíritu Santo seguía su camino de salvación. Eran dos caminos que no podían tener nada en común.
Estaba contento con estos atisbos de comprensión de los dos niveles en el tema de la corrección.
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