sábado, diciembre 31

PLENITUD DE ALEGRÍA Y DE SENTIR

Santiago se dejaba llevar por recuerdos, por reflexiones, por pensamientos de ese año que estaba por acabar, de ese año que tocaba sus últimos compases. Una partitura que había aprendido a tocar y a apreciar. Había tenido sus melodías, sus pausas, sus contrapuntos, sus momentos bajos. Notas largas de algunos compases, puntillos graciosos en otros momentos. 

Gracia inaudita en sus adornos. Movimientos rápidos en algunos compases. Meses de melodías rítmicas y radiantes. Tranquilidad de los momentos sosegados donde el alma crecía en sus momentos de meditación. Alegretos rápidos y estresantes de las emociones y de los acontecimientos. 

Poesía romántica en sus expresiones: 

Del salón en el ángulo oscuro
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

El arpa del año que pasaba. El arpa que resonaba en su alma. El arpa con esas notas que vibraban, por la mano de nieve que sabe arrancarlas. El arpa de ese genio que despertaba en el fondo del alma. Y Santiago, en sus pensamientos, le gritaba: “Levántate y anda”.

El año, como agua que bajaba la pendiente, llegaba a su final. Su sonido de alegría, de burbujas, de claridad y de blancura llenaba sus oídos. La belleza llenaba su alma. Y las notas del arpa de todos los descubrimientos, le decían al pasar: “Por fin, nos hemos conocido. Ya estamos juntos. Ya estamos fundidos. Desde ahora en adelante, seguiremos unidos el camino. 

Santiago pensaba en el último descubrimiento: 

Tres adjetivos alegran el alma
Tres adjetivos ofrecen la paz
Tres palabras, ¡qué poder!
Perfecto, completo y bello
Adornan nuestro saber. 

Perfecto desde el querer,
Completo, desde el amor
Bello, desde la admiración.
Todas viven en nosotros
Dando energía e ilusión. 

Tres ideas para regalar
Tres ideas para compartir
Tres ideas para vivir
Tres ideas para sentirlas
Siempre, siempre, junto a ti.

Tú eres esos tres adjetivos
Desde mi nítida mirada
Desde mi franco amor
Desde mi feliz corazón
Desde nuestra feliz unión. 

Hermoso año pasado
Hermoso año por venir
Seguiremos danzando y
jugando nuestros juegos
De admirar y descubrir. 

Y su último descubrimiento de las palabras clave (perfecto, completo, bello) que caracterizaban su hemisferio derecho, quedaban resonando en ese contexto de universalidad, donde se sentía en los aires, donde siempre, siempre, quería vivir y compartir.

viernes, diciembre 30

EL HEMISFERIO DE LA VIDA GLOBAL

Pablo se reía de sí mismo en un ejercicio tranquilo de desagravio. En muchas ocasiones, se había tildado de “tonto”. En ciertas circunstancias había empeñado su palabra y, pasado cierto tiempo, se dio cuenta de que estaba completamente equivocado. Se contrariaba y se preguntaba en qué estaría pensando para hacer dichas decisiones desafortunadas. 

Con aquellas lecturas que estaba realizando se daba cuenta de que disponía de un cerebro literalmente separado en dos: El hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho. Los unía el cuerpo calloso. Pero, ambos hemisferios eran completamente distintos y se dedicaban a funciones diferentes. Era cierto que se complementaban. Sin embargo, tenían una personalidad distinta. 

La parte derecha tenía una percepción global. Veía todo lo que le llegaba en su conjunto, en su unidad, en su relación sintética. Le daba la significación a cada parte desde el conjunto. Lo captaba como una imagen. Y todas las percepciones, a través de todos los sentidos, lo hacía de una forma global y sincrónica. Y esa percepción se desarrollaba en el presente. 

En sus relaciones con los demás lo captaba como un flujo de energía que se comunicaba con todo el mundo. Sentía a todas las personas como hermanos y hermanas. Era una energía global donde se fundían los unos con los otros. La sensación en ese ambiente era de perfección, unidad y belleza.

La parte izquierda tenía una percepción lineal. Captaba el detalle, muchos detalles. Trataba de organizar esos detalles. Los organizaba según sus experiencias del pasado y sus proyecciones de futuro. Disponía del lenguaje para comunicar su interior con el mundo exterior. 

Establecía que era un ser diferente a los demás. La idea de diferencia hacía aparición en él. Cuando decía: “Yo soy”, se sentía único entre todos, solo entre todos, competidor con todos y la relación era de ajustes continuos y constantes para compensar todas esas necesidades de ser reconocido. 

Ante esa realidad, Pablo empezaba a entenderse un poco más a sí mismo. La colaboración entre los dos cerebros se rompía en los estados de amenaza, de estrés, de ansiedad, de intensa preocupación. Por ello, en estados de relajación, de naturalidad, donde la colaboración de los dos hemisferios se realizaba, entendía mucho mejor los errores de sus decisiones anteriores. 

Pablo comprendía mucho mejor los enfrentamientos entre sus dos hemisferios. El derecho le proponía la “universalidad”. El izquierdo le recordaba siempre la idea de separación, de “Yo soy diferente a los demás”. La discusión era difícil de zanjar. El derecho tenía una fuerza de atracción total. Ante esa fuerza, el izquierdo quería conocer, saber, el por qué. 

No podía contrarrestar la fuerza maravillosa de atracción. Pero, no la podía apoyar porque no la entendía. Ahora con la comprensión de la diversa forma de funcionar, Pablo podía darle razones a su parte izquierda para que apoyara la idea de “universalidad” de la parte derecha. 

Pablo disfrutaba de la fuerza y la maravilla de los planteamientos de la parte derecha. Era un cielo en su planteamiento. Tres palabras se le habían quedado grabadas en su mente: perfección, sentirse completo (nada faltaba), belleza. La parte izquierda, con tanto detalle atomizado, no podía captar la perfección, ni mucho menos la plenitud (nada faltaba), ni la belleza global. 

Pablo notaba que la paz, la serenidad, la generosidad, la meditación, la reflexión y el deseo de comprensión, desarrollaban la parte derecha de su cerebro. Le dijo, a su parte izquierda, que hiciera todos los planes para organizar todo con ese objetivo. No habría nunca más una discusión interior. Ante la duda, el derecho siempre tendría razón. 

El flujo de energía, donde todos nos sentíamos uno con todos, era la auténtica realidad que le pedía, con insistencia, su corazón.



jueves, diciembre 29

TESOROS PERSONALES DE TU CORAZÓN

Juan estaba cada día más interesado en todos los avances de la medicina relativos al cerebro. La posibilidad de obtener fotografías del cerebro y descubrir las zonas afectadas tanto por lesiones físicas como emocionales era todo un logro. Por fin veía la incidencia de las emociones registradas, de una forma objetiva, en dicha fotografía. 

Recordaba el día que descubrió que las lesiones emocionales dejaban un rastro similar en el cerebro como las lesiones físicas. Las mismas zonas afectadas, los mismos daños, las mismas alteraciones. Juan tomaba en cuenta la importancia del componente emocional de la enfermedad. Nunca había entendido la importancia que le dio el gran maestro Jesús. 

En su afirmación, Jesús colocó el nivel de las emociones al nivel físico. “oísteis que fue dicho: “no matarás” pero, yo os digo que cualquiera que menospreciare a su prójimo, también es digno de censura”. Jesús añadió al elemento físico, el elemento emocional. Una frase poco comprendida en su tiempo y en muchos contextos. 

Juan recordaba las sonrisitas y ciertas burlas a esta frase al expresar que era una exageración de la sensibilidad de las personas. Escuchaba que decían que las personas no debían ser tan sensibles. Debían espabilarse y no ser tan débiles en el aspecto emocional. 

Solía callarse ante tales manifestaciones. No tenía ningún argumento en contra de ese ataque contra la emoción. Ahora, con esas fotografías científicas, ya estaba seguro de la importancia de ese cuerpo emocional en todas y cada una de las personas. La claridad había tocado a la puerta de los humanos. Una mayor comprensión se abría. 

Pascal, filósofo francés, expresó algo singular en esa línea: “toda la infelicidad del ser humano deriva de una sola causa: no poder estar en quietud en su habitación”. Era algo de lo que mucha gente de su época se mofó. La dureza de la época no entendía esa afirmación. 

Sin embargo, siglos después, en los estudios actuales, Pascal se revela como un hombre que supo ver, con mucha antelación, la incidencia de la emoción en las personas. La mente del ser humano se sentía totalmente separada de la mente universal. 

En esa separación, para sentirse bien, tenía que luchar por conseguir un estatus, un control, una posición. Así alcanzaría importancia y reconocimiento. Sentía que, si se tranquilizaba, no experimentaría la plenitud. No estaría completa. No podría conseguir la paz. Veía que para conseguir esa paz debía conseguirla fuera de ella misma. 

Concluía que para conseguirla debía tenerla en el ruido del mundo, en la lucha con los demás, en la rivalidad. Debía quitársela a los demás. Un poder depredador que eliminaba las relaciones de buena voluntad y veía a los demás como rivales y competidores. 

Juan había reparado en esa actitud en muchos momentos de su vida. En muchas ocasiones que había vivido. En muchas películas que había visto. Se preguntaba cómo podría vivir en paz una persona que trataba con tanta desconsideración a los demás, con tanto menosprecio y con tanta falta de respeto. 

La falta de paz era su retribución. Por mucho que creyera que había convencido, derrotado y humillado, su interior no le devolvía esa paz que tanto ansiaba. La mente seguía con ese ruido interior que todo lo trastornaba, lo alteraba. Ofrecía recompensas inútiles en el terreno emocional. Esas recompensas nunca se alcanzaban. 

Juan subió a un coche al que le había hecho autostop. El hombre, amable, lo recibió en su coche. En el trayecto, la conversación giró sobre el tema social. Era un empresario. Juan notó el rostro congestionado de aquella persona. Sus afirmaciones dejaban a Juan sorprendido. Le dijo que había jurado enemistad eterna con sus trabajadores. 

Definía al trabajador como persona falsa, con intereses personales, siempre presto al robo, al engaño y a sacar tajada. Juan, en sus estudios de psicología, descubría que no estaba definiendo a los trabajadores. Se estaba definiendo a sí mismo. La desconfianza era su esencia. Y obtener el mayor beneficio por métodos, no del todo, legales, su objetivo. 

Al bajar del coche, después de agradecerle su amabilidad de llevarlo, Juan empezó a respirar de una forma diferente. Sin darse cuenta, se le había ido acelerando el pulso. La asfixia que iba sintiendo se acentuaba. La incomodidad era evidente. Agradeció que su parada no estuviera lejos. Aquel señor vivía con una falta total de paz en su cuerpo y en su mente. Y esa inquietud la transmitía.

Juan descubría que esa paz y esa quietud estaba en su mente. No debía buscar, fuera de él, esos dones que vivían en su interior. Era el engaño peor del hombre: creer que los demás podían darle lo que no tenía él.

miércoles, diciembre 28

APRENDER APARENTES OBVIEDADES

Lucas se quedaba totalmente sorprendido. Sabía que era un ser que tenía una capacidad de aprender ilimitada como todos los seres humanos. Lo peculiar de la situación era que debía aprender cosas que él ya creía que dominaba muy bien y no había que pensar en ellas. Así, cuando su profesor le dijo que debía aprender a escuchar, no se lo creía. 

Había estado escuchando desde su niñez a todas las personas. Las personas mayores le daban lecciones. Recibía también sus correcciones cuando disentía de ellas. La frase típica siempre se repetía. No se debe discutir con los mayores. Se les debe respeto. Ellos siempre tienen razón. 

Lucas disentía de esa frase tópica cuando se aplicaba de forma indiscriminada a todo ser mayor. Había escuchado a algunos de ellos y los había descubierto totalmente equivocados. La edad no podía dar esa pátina de verdad que realmente no poseían. No quería contribuir a esa apariencia de respetar a los mayores a pesar de sus equivocaciones. 

Su mente se revolvía y no lo admitía. Vio que la edad solamente no daba esa sabiduría que le atribuían a todos los mayores. Había que escucharlos de forma aparente, pero no estaba de acuerdo con algunas de sus manifestaciones. Así que, desde muy joven, Lucas aprendió el truco de dejar el rostro, la cara, la apariencia, y pensar en su interior otras cosas más adecuadas, según él. 

Lucas veía, en ese sentido, la idea de "que debía aprender a escuchar". Una forma de romper la dualidad de la apariencia y de la realidad interior de la mente. Una dualidad que se reproducía cuando alguien te hablaba de algún tema y la mente de uno se hallaba lejos de ese tema que le estaban manifestando. 

Lucas entendía que era solamente una escucha “aparentemente educada”. Pero, en realidad, no había encuentro. No había escucha. No había atención e importancia al tema ni a la persona. En algunos momentos había sentido ese tipo de escucha por parte de alguien a quién él consideraba importante. Los resultados anímicos eran desastrosos. 

Esa falta de escucha provocaba en él una desvalorización muy fuerte. No se sentía importante. Veía que no le importaba para nada al otro. Lo consideraba en su camino más bien como un obstáculo que una ayuda en su quehacer diario. Lucas veía el daño que ese tipo de escucha ocasionaba en su mente, en su corazón, en su ánimo y en sus ideas. 

Tomaba el reto de aprender a escuchar. No podía hacerlo dividido. No podía llevarlo a cabo con descuido. Era menester prestar toda la atención a la persona que deseaba comunicarse con la otra persona. Lucas reconocía que, en ocasiones, presa de la prisa, había dejado a algunas personas con la palabra en la boca. 

Revisaba sus actitudes, sus experiencias, las ideas que estaban allí escritas. Escuchar a un ser humano era el acto más generoso que podíamos ofrecer a una persona. Veía que el otro se sentía bien, muy bien. Observaba que, sin haber podido solucionar del todo el problema, la persona se marchaba muy contenta, muy agradecida por haberse sentido escuchada. 

Lucas entendió que debía aprender a escuchar. Una compañera de trabajo se lo enseñó. Un día estaba en su despacho de dirección. Una de las profesoras fue a visitarlo. Lucas trató de ser amable y correcto con ella. La invitó a sentarse. La profesora le pidió que guardara silencio. Le sugirió que no la interrumpiera. Quería compartirle algo. 

Durante veinte minutos estuvo expresándose, compartiendo, entrelazando ideas y argumentos. Dejando alguna lágrima salir. Sollozos de vez en cuando. Pero, la cadena de sonidos ininterrumpidos seguía saliendo de aquella boca, de aquella alma, de aquella persona aplastada por su visión personal. 

Lucas oía con mucha atención sin perder ni un ápice de aquella valiosa información. La persona terminó. Lucas se dispuso a compartir. La profesora, con afecto y con suavidad, le indicó que solamente necesitaba que alguien la escuchara. Lucas lo entendió. Captó la paz cómo había bajado sobre aquella alma. Sintió la liberación de una trampa abierta y solucionada. 

Nunca pudo olvidar ese aprendizaje que es tan fácil de llevar a cabo. Escuchar a una persona con toda nuestra atención es el mayor regalo humano que podemos compartir con nuestros familiares, con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con todas aquellas personas que nos cruzamos en nuestro tránsito diario. 

Lucas pensó que era muy bueno aprender a escuchar. Y escuchar sin pensar en otra cosa. Eso les devolvía la paz a las personas. Era la medicina ideal para el alma.

martes, diciembre 27

VERDADES SENCILLAS Y FULGURANTES

Mateo estaba feliz. Los días navideños le habían llenado de muchos momentos de afecto y de cariño. Lo compartía con todos los amigos, los familiares y todos los conocidos. Era una forma de afirmarse que la esencia básica del ser humano era el amor, y el amor en la pura libertad. En uno de esos momentos de tanta alegría, un incidente menor le hizo saltar y mostrar su enojo. 

Mateo se daba cuenta de que sus planteamientos estaban equivocados. Le había hecho caso a una voz interior que le decía que debía enfadarse, hacerse valer, imponerse y decir claramente la equivocación de las otras personas. La fuerza de la otra voz, que le orientaba en la otra dirección, era débil en su conciencia y no lograba hacerse oír con claridad. 

Mateo se consideraba a sí mismo bien. Pero, esa pequeña incidencia le hablaba de su imperfección y de sus fallos personales. La libertad jugaba sus bazas. Los pensamientos pasaban rápido y la tendencia al enfado se hacía notar. Esa noche decidió no incidir en sus errores y en sus personales mortificaciones que, de vez en cuando, ocurrían. 

Se enfrentó a su error con espíritu constructivo. Vio que no podía justificarlo de ninguna manera. Se había exaltado por una idea errónea en su mente. Sin darse cuenta, esa idea le había vuelto a jugar una mala pasada. Con tranquilidad decidió que era ya hora de dejar de lado esa idea y de no escucharla nunca más. 

En esa ocasión, Mateo se consideraba fuerte y lleno de convicción personal. Lo había hecho ya con varias ideas que le habían producido muchos pesares. Esa idea que debía olvidar ahora, era una idea más. La comprensión de la situación le allanaba el camino, le facilitaba la comprensión. Tenía mucha confianza en ese autor que le dijo que, si comprendía bien lo que pasaba, estaba superado. 

En esa línea de pensamiento repasaba, en su mente, aquellas palabras: “En cuanto que verdad, el pecado es inviolable, y todo se lleva ante él para juzgarlo”. 

“Mas si el pecado es un error, es él el que tiene que ser llevado ante la verdad”. 

“Es imposible tener fe (unión) en el pecado, pues el pecado (separación) es falta de fe (unión). 

“Mas es posible tener fe (unión) en el hecho de que cualquier error puede ser corregido (y se restablece la unión)”. 

Mateo se repetía a sí mismo que esa incidencia, que le había sucedido, era un sencillo y simple error. No era nada más. No había por qué mortificarse. No había por qué sentirse culpable. No había por qué sentirse contrariado. Los errores se corregían y no tenían más importancia.

Le encantaba encontrar en los libros afirmaciones que le daban respuesta a las ideas de su mente y de su corazón. Así tenía la sensación de formar parte de una sabiduría universal. Una sabiduría que emanaba desde el fondo del corazón y orientaba, en el camino, a todas las personas interesadas en comprenderse a sí mismas. 

Mateo se relajaba, se tranquilizaba, descansaba. Tenía la visión de que el alma humana era muy hermosa. Vibraba en muchas mentes. Le llegaba hasta su interior con esa convicción interna de que formaba parte de esa alma universal que nos unía sobre todas las cosas, sobre todas las diferencias, sobre todos los inconvenientes. 

La sensación de unidad se agudizaba en sus latidos fervientes, llenos de alegrías inmensas en esos días navideños: manos amantes, amigables y cariñosas.

lunes, diciembre 26

UNA ELECCIÓN DE UNIÓN O SEPARACIÓN

Mateo estaba pensado en las palabras que le había dicho su amigo. Se encontraba un tanto falto de esperanza. Recogía ejemplos del mundo para indicarle la falta de solidaridad, la falta de respeto, la falta de consideración, la maldad de las personas. Lo escuchaba con atención. Sentía una desazón en el interior del alma de su amigo y sentía también esa desazón dentro de sí. 

Mateo veía que la mente se enfocaba en ciertos aspectos, y, sin darse cuenta, hacía una visión general. El mundo también ofrecía gestos de cariño, de aprecio, de ayuda, de colaboración. Se daba cuenta que, en los periódicos, en las televisiones, se preferían los aspectos negativos a los aspectos positivos. Los aspectos negativos vendían mucho más. 

Eso le despertó a Mateo una pregunta. “¿También él repetía el mismo patrón y elegía lo negativo y hacía causa general como su amigo?”. Estuvo pensando durante tiempo. Veía lo que el pensamiento le influía en el alma. Sabía lo que el elemento positivo le despertaba. Dos tipos de pensamientos, totalmente opuestos entre sí, luchaban en su interior. 

“No hay conexión alguna entre la verdad y las ilusiones (lo negativo, la separación). Esto será eternamente así, por mucho que intentes que haya conexión entre ellas”. 

“Pero las ilusiones (lo negativo, la separación) están siempre conectadas entre sí, tal como lo está la verdad”. 

“Tanto las ilusiones (lo negativo, la separación) como la verdad gozan de cohesión interna y constituyen un sistema de pensamiento completo en sí mismo, aunque totalmente desconectado del otro”. 

“Percibir esto es reconocer dónde se encuentra la separación, y dónde debe subsanarse. El resultado de una idea no está nunca separado de la fuente”. 

Mateo analizaba esos dos sistemas de pensamientos por la influencia que ejercían sobre sus sentimientos, sobre su estado interior. El sistema de las ilusiones (lo negativo, la separación) estaba basado en la separación, en el enfrentamiento, en la división, en la exclusión. Era un sistema de pensamiento cruel y autodestructivo. 

Así entendía un poco mejor el nombre de “ilusiones” que se le daba a ese sistema. Creía que con la separación se vivía más tranquilo, más feliz y más pleno. Mateo veía y comprobaba que eso era nada más que una “ilusión”. El sistema que ofrecía esa tranquilidad, esa felicidad y esa plenitud era el otro tipo de pensamiento: tener la visión positiva de unión y llevarla a efecto. 

Mateo soñaba en su interior con la unión de todas sus tías. No podía elegir entre ellas. Había tenido experiencias geniales con todas ellas. Sin embargo, algunas de ellas no se hablaban. Luchaba y trataba de que ellas se aceptaran y se comportaran como hermanas bien avenidas y amadas. 

Soñaba también en la unión de la familia de su padre y la familia de su madre. El buen entendimiento daría mucha felicidad a toda la familia. Mateo se sentía partícipe de las dos. Soñar y tratar de avenirse era una ilusión que anidaba en su alma. Cuando se conseguía en esas relaciones algún avance, era una alegría tremenda. 

Mateo también descubría que, desde su interior, salía una fuerza de afecto fuerte y poderosa. Y esa fuerza la unía con todos los espíritus deseosos de la unión y de la visión positiva. Mateo, en la conversación con su amigo, se dio cuenta que él había elegido el sistema de la separación. Le había impactado esa decisión de su amigo. 

Pensaba, reflexionaba, meditaba, hundía su pensamiento en aquellas palabras. Cada vez se daba cuenta de todas las razones que podrían aportarse para mantenerlo. Era totalmente coherente. Sin embargo, optaba por el sistema de la unión y de la colaboración. Ese sistema de pensamiento también era coherente, bien conectado, bien argumentado. Los resultados eran totalmente distintos. 

La colaboración y la unión llenaban totalmente su alma. Expandían su corazón. Le relajaban todas las células del cuerpo. Ponían felicidad en cada acto que salía en esa dirección de abrazo total eterno.

domingo, diciembre 25

LA FE TRANSFORMADORA

Guille estaba pensando en esa palabra que tanto le atraía. Era algo que nacía de sus entrañas. Su corazón latía de una forma especial cada vez que resonaba en su garganta, cada vez que se deslizaba a través de su pensamiento. La palabra tenía su poder: “transformación”. Podía tener sinónimos como “superación”, “desafío”, “reto”, etc. Pero, esa palabra conectaba con las células internas de su corazón. 

Desde sus doce años, iba esa palabra con él. Le acompañaba en sus lecturas. Buscaba, afanoso, obras que le abrieran caminos. Deseaba vivirla de un modo práctico en su vida. No quería tenerla como conocimiento reflexivo allá en su almacén de palabras conocidas pero no vividas. Valía la pena experimentarla y sentirla en su desarrollo personal. 

Cierto día leyó que la vida era como un puente entre dos orillas. En una orilla estaba la naturaleza instintiva humana que nos asemejaba al reino animal. En la otra orilla estaba la invitación a ser ángel, eterno, grandioso, amoroso y fabuloso. Esas dos fuerzas nos atraían y en cada momento, el ser humano decidía. 

Guille pensaba en la transformación del gusano de seda en mariposa. Era una imagen real de transformación. El gusano había desaparecido. Una mariposa se había creado en su interior y también en su exterior. Una sorpresa a la que se sentía llamado. Así conectaba la mariposa con esa atracción de la orilla del puente a ser ángel y ángel eterno. 

“Tener fe es sanar. Mediante la fe, ofreces el regalo de liberación del pasado que recibiste. No te vales de nada que tu hermano haya hecho antes para condenarlo ahora. Eliges libremente pasar por alto sus errores, al mirar más allá de todas las barreras que hay entre tú y él y veros a los dos como uno solo”. 

Guille recordaba ese acto de fe como la mejor forma de producir la transformación. Recordaba a su madre cómo confiaba en él. Le decía, en muchas ocasiones, que debía sacar ese enorme potencial que tenía dentro de él. Guille pensaba en esas palabras y se animaba mucho. Veía el cariño de su madre y las posibilidades que tenía. 

Guille veía también esa fe en su novia. También confiaba en él. Le decía que estaría siempre a su lado para emprender todas las aventuras que la vida les deparara. Estuvo a su lado en sus decisiones difíciles. Le siguió y siempre fue un hálito de fuerza en todos y cada uno de los momentos intensos que se presentaron. 

Recordaba a su director, en sus primeros años de profesor. Siempre le abría nuevos horizontes y le espoleaba a seguir sacando las hermosas potencialidades que veía. Ahora, a la distancia, Guille estaba en deuda con todas esas personas que tuvieron fe en él. Se fue desarrollando de una forma inesperada. 

Sabía que había llegado gracias a su esfuerzo, a su dedicación, a sus sabias decisiones. Pero, sobre todo, entretenía en su corazón la mirada especial de todos aquellos que vieron algo especial en él y se lo hicieron notar de muchas maneras. La transformación le había alcanzado por esa fe que brotaba de un corazón bondadoso lleno de amor. 

Guille repetía la misma acción que recibió con todos aquellos que se cruzaban en su camino. Trataba de espolear, con esa misma fe, las grandes cualidades que tenían y anidaban en el interior. Un proceso de transformación que se realizaba en un intercambio de comprensión, apoyo, entusiasmo y amor. 

Sólo unos ojos llenos de fe veían lo que los ojos sin fe no captaban ni observaban. Guille miraba al cielo con sus ojos y se quedaba pensando lleno de agradecimiento. ¡Bendita fe que había llegado! ¡Bendita fe que había compartido y compartía!

sábado, diciembre 24

LA CURACIÓN DEL CUERPO ESTÁ EN LA MENTE

Benito estaba realmente preocupado. A un amigo suyo le habían diagnosticado una enfermedad muy grave. Todos los años, en que habían estado juntos, pasaban por su mente como momentos inolvidables llenos de significado y de gozo. Repetía su nombre dentro de sí y se abría a aceptar esa nueva realidad que le había sobrevenido. La vida tenía esas sorpresas en el camino. 

No acertaba a comprender esa realidad en un hombre aparentemente apacible, tranquilo y amigable. Siempre la paz lo envolvía y sabía apreciar, con sus palabras, las aportaciones que le hacían y que compartía. Sin embargo, Benito descubría, detrás de esa apariencia, un carácter preocupado y muy sentido. Como hombre lo disimulaba. 

Esa fina sensibilidad interna lo hacía sufrir. Nadie lo sabía. Se lo callaba. Y ese silencio le explotaba en las manos con esa enfermedad. Benito había leído mucho sobre la influencia de la mente en el cuerpo. Las circunstancias de la vida iban pasando factura ante un carácter sensible y profundo. 

Al repasar todos los inconvenientes que había tenido que enfrentar su amigo, Benito veía posibles elementos que le habían afectado sentimentalmente. Ciertos reveses le habían dejado huella. No lo había podido soportar. Parecía que sí. Pero, el azote de la enfermedad revelaba ese suplicio interior que había padecido. 

Benito sentía que, además del tratamiento médico, su amigo necesitaba un buen consejero, un buen psicólogo amigo, una buena alma en quien pudiera desahogarse y sacar todo lo que su corazón tenía dentro. No era fácil compartirlo con la familia. No quería ofrecer una carga más al peso ya soportado de la enfermedad. 

Sin embargo, vibraba, en sus manos, la idea de que la solución estaba en la mente, en la forma de enfrentar la vida, en el manejo de ciertos problemas internos que había callado para él solo. La medicina había emprendido su camino totalmente centrada en el cuerpo. No tenía presente las actitudes, las sensibilidades, los planteamientos ni las visiones de vida. 

Realmente los médicos no estaban preparados para esa disciplina. Cuando los síntomas de una enfermedad, por tratamiento de la mente, habían desaparecido, la única explicación que la medicina tenía era una palabra. Los síntomas “han remitido”. La “remisión” era toda su explicación. Palabra que utilizaban para no explicar los motivos por qué había remitido. No lo sabían. 

Benito se aferraba a esa idea con aquellas afirmaciones que encontraba: “La transigencia que inevitablemente se hace es creer que el cuerpo, y no la mente, es el que tiene que ser curado”. 

“Pues este objetivo dividido ha otorgado la misma realidad a ambos, lo cual sería posible sólo si la mente estuviese limitada al cuerpo y dividida en pequeñas partes que aparentan ser íntegras, pero que no están conectadas entre sí”. 

“Esto no le hará daño al cuerpo, pero mantendrá intacto en la mente el sistema de pensamiento falso”. 

“La mente, pues, es la que tiene necesidad de curación. Y en ella es donde se encuentra”. 

Benito reforzaba esa idea con los casos de curación de enfermedades que tenían un porcentaje alto de reincidencias o recidivas, es decir, volvía a aparecer la enfermedad. La enfermedad se repetía porque la había causado la mente. Si la mente seguía con la misma línea de planteamientos y actitudes, la enfermedad volvía a aparecer. 

Benito cuidaba su mente, cuidaba sus pensamientos, cuidaba sus actitudes. Se repetía que “la fe era lo opuesto al miedo, y formaba parte del amor tal como el miedo formaba parte del ataque. La fe era el reconocimiento de la unión. Era el benévolo reconocimiento de que cada hermano era un Hijo de tu amorosísimo Padre, amado por Él como lo eras tú, y por lo tanto, amado por ti como si fueses tú mismo”. 

Benito quedaba en silencio. Se aplicaba esas afirmaciones. Si las circunstancias se lo permitían, lo compartiría con la familia de su amigo para alcanzar la curación donde estaba: en la mente.

viernes, diciembre 23

LA LLAVE SECRETA DE LA CONFIANZA

Samuel estaba jugando en su cabeza con la palabra “fe”. La había escuchado en ámbitos religiosos. Notaba que no se utilizaba en la vida diaria. Las conversaciones de las personas, normalmente no la utilizaban en los asuntos domésticos y familiares. En cambio, sí observaba que salía una parecida “confianza”.

Así jugaba en su mente y buscaba la relación entre “fe” y “confianza”. Buscó en los libros y en los diccionarios. Al fin descubrió la relación entre las dos. La palabra “confianza” procedía de la palabra “fe”. De la palabra “fe” derivaba la palabra “fiar”, “fiarse”. Eso de “fiarse” ya era más normal, más coloquial, mejor entendido. 

De la palabra “fiar” derivaba la palabra “confiar”. Confiar en los mayores, confiar en el maestro, confiar en las personas de palabra, confiar en los padres, era asunto cotidiano. Así se concluía que “confianza” derivaba de “confiar” y tener "confianza" era esencial en nuestro interior para estar tranquilos y seguros. Había escuchado expresiones de seguridad: “tengo la firme confianza de que esa persona no nos va a defraudar”. 

Había vivido en muchas ocasiones el papel tranquilizador de la palabra “confianza” vivida en diversos contextos. Tener “confianza” era tener “fe”. Así que, muchas veces, utilizaba una palabra por otra. La palabra “confianza” le ayudaba mucho a comprender. Daba paz, tranquilidad, sosiego. Eliminaba inquietudes, ansiedades, miedos internos. 

Era muy diferente “tener confianza” o “no tener confianza”. Era todo un mundo para la mente. Era todo un mundo para el cuerpo. Eran dos experiencias opuestas. Era la paz o la guerra. Era la tranquilidad o la inquietud. Era un mundo sólido o un mundo que se rompía dentro de nosotros. Con esa visión leía los planteamientos que se hacían sobre la presencia o falta de “fe”, es decir, de “confianza”. 

El tema sobre el que se aplicaba la “fe” radicaba en la consideración de la diferencia o unidad de las personas. ¿Eran diferentes al tener cuerpos distintos o bien tenían una conciencia, un espíritu, un amor común, a pesar de tener cuerpos distintos? Las diferencias de esa consideración eran las siguientes: 

“La falta de fe siempre limita y ataca”. “La fe desvanece toda limitación y brinda plenitud”. 

“La falta de fe siempre destruye y separa”. “La fe siempre une, sana”. 

“La falta de fe interpone falsedades entre el Hijo de Dios y Su Creador”. “La fe elimina todos los obstáculos que parecen interponerse entre ellos”. 

“La falta de fe está dedicada a las falsedades”. “La fe, totalmente a la verdad”. 

Samuel veía que una confianza serena, tranquila, responsable, reflexiva y comprensiva siempre conllevaba la unión, la sanidad, la plenitud, la verdad interna y la visión de unidad entre todos. Una aspiración de su alma interna. En su pensamiento concluía que los efectos de la “confianza” vibraban con sus anhelos de unión de su alma. 

Estaba en él optar por la “confianza”. Sus resultados eran evidentes. Tranquilo, sereno, meditando, se entregaba a ese campo de unión donde todas las personas, a pesar de sus diferentes apariencias corporales, vibraban, sentían, vivían la misma unidad, el mismo ser, la misma conciencia de existir. Una maravilla de unión global.

jueves, diciembre 22

EL CUERPO SIGUE LOS DICTADOS DE LA MENTE

Daniel había estudiado la constitución del cuerpo en sus estudios. En un libro que leyó, hacía tiempo, se quedó impresionado con los primeros intentos de la medicina de conocer el interior del cuerpo. En la Edad Media, un grupo de médicos solían extraer, de las personas fallecidas, los órganos para conocer su peso, su configuración, su aspecto, sus características. 

Le llamaba la atención. Esos médicos se jugaban la vida. Lo hacían de forma secreta. No podían exponerlo al público. Si alguien los delataba, serían ejecutados. Eso de las autopsias, tan normales en nuestros días, no se permitían bajo ningún concepto en esos tiempos medievales. 

Así, al pasar los tiempos, podíamos tener dibujos, imágenes, muy precisas del exterior y del interior de nuestro cuerpo. Cada detalle, cada órgano, cada vena de nuestro organismo estaba bien diseñada y expuesta en los libros para su total conocimiento. El cuerpo, de esa manera, había revelado sus secretos. 

Daniel, sin embargo, echaba de menos el conocimiento de la interacción de la mente con el cuerpo. Eso no salía en los dibujos. El pensamiento era lo fundamental de nuestra vida. Era lo que realmente nos distinguía de otras especies. Y siempre, en su mente, rondaba esa idea. Quería conocerla. 

“El cuerpo no puede curarse porque no puede causarse enfermedades a sí mismo”. 

“No tiene necesidad de que se le cure”. 

“El que goce de buena salud o esté enfermo depende enteramente de la forma en que la mente lo percibe y del propósito para el que quiera usarlo”. 

Daniel recordaba su experiencia cuando tuvo cierto malestar con su estómago. Fue a ver al médico. Le explicó sus síntomas. Le dijo lo que le pasaba. El médico le hizo una pregunta que nunca pudo olvidar: “¿Has tenido algún disgusto estos días?”. Daniel pensó. De inmediato, le vino a la mente el terrible disgusto y revés que había tenido dos días antes. Se lo dijo al médico. 

El doctor le dijo: “ya está todo claro”. Le dio la receta con el producto adecuado. Daniel salió de esa visita con una idea clara. El cuerpo no enfermaba, sino lo enfermaba la mente. Entendía mucho mejor esas líneas: “El que goce de buena salud o esté enfermo depende enteramente de la forma en que la mente lo percibe y del propósito para el que quiera usarlo”. 

Daniel entendió que su mente quiso utilizar el cuerpo para expresar sus emociones negativas y sus fuertes expresiones de oposición. Rompió su equilibrio e influyó en su proceso de digestión. Al leer aquellas frases se quedó pensativo, reflexivo. Se daba cuenta de que debía cuidar su pensamiento. Al hacerlo, cuidaba también su cuerpo. 

En aquellos momentos serenos, de tranquilidad y de paz, tomaba decisiones en su interior. Era estupendo ejercitar las mejores ideas positivas en su vida. Era fabuloso adquirir sabiduría. Viendo la influencia de su pensamiento en su cuerpo, era también su objetivo, cuidarlo desde su mente, con toda la atención y amor del mundo.

miércoles, diciembre 21

LA VERDAD DEL PERDÓN

David hacía tiempo que había descubierto que lo mejor de la vida estaba en los detalles de la vida diaria. No se trataba de hacer grandes planes para conseguir grandes felicidades. Sencillamente, se trataba de encontrar, en las incidencias de cada día, ese rayo de sol que cambiaba la mirada y alegraba el alma. 

Por ello, agradecía cualquier descubrimiento, cualquier cosa nueva que llegaba a su vida desde el campo de la naturalidad, de la normalidad, de los saludos que compartía su corazón pleno. Una frase sencilla era capaz de despertarle nuevas emociones en su interior. Lo agradecía sobremanera. 

“El perdón deshace únicamente lo que no es verdad, despejando las sombras del mundo y conduciéndolo – sano y salvo dentro de su dulzura – al mundo luminoso de la nueva y diáfana percepción”. 

David veía el perdón en una nueva luz, en una nueva dimensión. Era algo nuevo y maravilloso. El perdón deshacía únicamente lo que no era verdad. Así, en el perdón, no había una parte que ofrecía no sé qué y otra parte que recibía no sé qué. El perdón abandonaba el nivel del error, de la no-verdad, de las sombras, de la equivocación. 

El perdón deshacía el error y ofrecía el nivel de verdad perdido. La relación se había restablecido en su auténtica realidad, en su auténtica verdad, en su auténtica naturalidad. El agradecimiento salía de las dos partes. El agradecimiento era la ofrenda que daban tanto el que lo daba como el que lo recibía. 

Nadie había hecho una cosa extraordinaria, ni nadie había recibido una cosa extraordinaria. La verdad se había restablecido. La relación había reemprendido su camino. Ese era su enorme tesoro escondido. David veía que, con ese nuevo planteamiento, se superaban muchos escollos del perdón. Descubrir otra vez la verdad, vivir la verdad, era su recompensa total. 

Con esa idea de verdad en la mente, tanto el que ofrecía perdón, como el que aceptaba el perdón, se sentían atraídos por la verdad. La verdad los volvía a envolver en su manto de luz y nueva mirada. Las percepciones cambiaban. La relación se restablecía en una nueva luz, desconocida anteriormente. 

El que perdonaba sentía que no podía vivir la verdad en sí mismo. La verdad era superior a él mismo. La verdad era su corazón compartido. Ofrecía esa verdad a la otra persona desde la unión, desde la comprensión, desde la mirada unida de dos libertades encontradas. 

El que recibía el perdón sentía la verdad de la dicha preciosa de la relación restablecida. Sabía que, más allá del error, de las sombras, de la equivocación, había rayos de esperanza en el fondo de su corazón. Sentía que su interior latía por una verdad superior que existía en su horizonte. Elegía, desde su libertad, esa verdad que le llamaba con cariño, con ternura, con amor. 

Las dos libertades unidas en un mismo propósito: la verdad. Las dos libertades fundidas en una misma idea: la comprensión. Las dos libertades conjuntadas en un mismo sentir: el amor. Libertades liberadas en el nivel de la verdad. Libertades elevadas a una comprensión mucho más aguda. Los dos seres resultaban igualmente bendecidos. Nadie daba ni recibía. Los dos daban. Los dos recibían. Los dos descubrían. 

Los dos, el que daba perdón, y el que recibía perdón, se centraban en salir de la equivocación. Los dos se necesitaban. Sin su unión, el amor no podía darse en toda su expresión. La nueva verdad bendecía a los dos. 

Así David veía la verdad del perdón: “El perdón deshace únicamente lo que no es verdad, despejando las sombras del mundo y conduciéndolo – sano y salvo dentro de su dulzura – al mundo luminoso de la nueva y diáfana percepción”.

martes, diciembre 20

MEJORES DE LO QUE CREEMOS

Abel buscaba, en su interior, comprensiones para poder entender aquella afirmación. Inicialmente le había dejado pensando. El ser humano es un ser que puede aprender. Esa es su capacidad intrínseca de ser humano. Pero, ahora, chocaba con una realidad que no acertaba a entender. Había algo vital en la vida que no debía aprender. Era una cualidad intrínseca. 

A pesar de la vulnerabilidad que el bebé humano manifiestaba, Abel se maravillaba de las cualidades que ese bebé humano traía a la vida. Una de esas cualidades era la capacidad de succión. Nunca pudo olvidar esa capacidad en el nacimiento de sus dos hijas. Nada más nacer, pasados unos momentos oportunos, se ponía el bebé al pecho y empezaba la succión. 

La vida tenía sus caminos que sorprendían mucho a Abel. Ese era uno de ellos. El cordón umbilical se cortaba. Pero, la capacidad de succión aparecía y continuaba comiendo de la madre. Ahora, con su propia colaboración. Eran momentos donde la vida brillaba en todo su esplendor. 

“El amor no era algo que se podía aprender”. 

“Su significado residía en sí mismo”.

“Y el aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que no es amor”.

“Eso es la interferencia; eso es lo que hay que eliminar”. 

“El amor no es algo que se pueda aprender porque jamás ha habido un solo instante en que no lo conocieses”. 

Abel pensaba y pensaba. Su reflexión se expandía. Su mente calculadora se ponía en funcionamiento. Debía admitir el amor como una componente esencial de su vida. Era reconocer ese elemento vital y consustancial al ser. Y, sin embargo, por desconocer esa verdad, en muchas ocasiones, se había ahogado en dilemas interiores. 

En momentos se debatía cuando le indicaban que era demasiado bueno y permitía muchas cosas. Debía exigir, imponer respeto, dejar clara su línea. Dar a entender quién mandaba. En otros, sabía que no había fuerza para restablecer el equilibrio como una palabra bien dicha, una caricia respetuosa, una palabra de amor bien dirigida y una mirada de compresión sentida. 

Terrenos, en ocasiones, dispares, enfrentados, con planteamientos opuestos. Y, ahora, descubría que el amor no se aprendía porque estaba entretejido en todas sus células, sus poros, sus dedos y sus manos siempre activas. Su mente sola iba en pos de quimeras. Su cuerpo, sabio, contenía el amor que todo lo hacía funcionar de maravilla. 

Abel empezaba a ver claridad en su mente. Agradecía, en su alma, ese descubrimiento que le llevaba por los caminos de la sabiduría. Era como dejar que ese amor que recibió de niño y le sirvió para crecer y superar los inconvenientes de salud de pequeño, siguiera floreciendo en sus pensamientos, en sus proyectos y en las ideas de cada día. 

Sólo le quedaba encontrar esos detalles donde no había auténtico amor. Sólo había amor en apariencia. “Y el aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que no es amor”. Un buen punto en su vida. Nadie le quitaba el amor. Él mismo lo confundía y lo impedía. “Esa es la interferencia; eso es lo que hay que eliminar”. 

Abel reconocía, una vez más, una constante en su aprendizaje. Todo estaba en nuestras manos. Nadie nos podía dar lo que nosotros ya teníamos en nuestro interior. Jugaba con esa metáfora en su mente: al igual que el bebé tenía la capacidad de succión, el adulto tenía la capacidad de reconocer su error y succionar del pensamiento del Creador. 

En esa succión del pensamiento del Creador estaba la vida. Se reconocía el amor que era nuestra parte esencial. Se llenaba así nuestro corazón. Florecíamos con toda nuestra energía y bondad. Podíamos compartir, entonces, todo el amor de nuestro ser interior.

lunes, diciembre 19

EL LABORATORIO DEL CORAZÓN

Josué continuaba con su planteamiento de considerar su interior de una manera diferente a como lo había hecho durante todos sus años. Ya no era una sala de juicio condenatorio. Ya no era una sala de miedos, inquietudes, sorpresas, acusaciones, defensas, argumentos, enfados y diatribas internas. La había reemplazado por otro lugar mucho más acertado. 

Había instalado en su interior un hermoso laboratorio. Un laboratorio de búsquedas, investigación, probabilidades, experimentación y de enormes deseos de encontrar nuevos caminos. Ese laboratorio le funcionaba. Allí le gustaba encontrarse con sus resultados y con sus experimentos. 

Había dejado los ataques, los fracasos, los reveses, las heridas y los sufrimientos. Ahora solo eran probabilidades, posibilidades, caminos que no funcionaban, comprensiones del comportamiento de los diversos metales de la vida que se ponían ante el fuego de la prueba de experimentación. Los resultados siempre eran positivos para indicar el auténtico camino. 

Recordaba la anécdota de Edison. En una sala de juicio condenatorio se le había dicho que era un fracaso total. Había fallado 999 veces en su camino para descubrir la luz eléctrica. La respuesta de Edison fue dada desde el laboratorio de su corazón y de su investigación. “Ninguna condenación, ningún fallo, ningún fracaso, solamente he descubierto 999 caminos que no debo volver a transitar. Ellos me han enseñado mucho para poder encontrar el auténtico”. 

La luz de nuestras casas nos da testimonio del laboratorio de Edison. No dan testimonio de la sala de juicio condenatorio. Si hubiera sido real el juicio condenatorio y Edison lo hubiera aceptado, la luz no brillaría en nuestras habitaciones. La vida estaba en el laboratorio de las pruebas diarias de la vida. 

Josué se situaba en el laboratorio para enfrentar el segundo error que le había mantenido muchos años. El primero lo expuso el día anterior. El cuerpo de los demás siempre había atraído las miradas de todos nosotros. Los cuerpos eran diferentes. Les habíamos dado una personalidad al cuerpo total. Siempre asociábamos la persona al cuerpo que tenía. 

Debido a eso, siempre mirábamos a los demás como diferentes a nosotros mismos. Era real, los cuerpos diferían. Pero, el error que Josué descubría en su laboratorio, le dejaba, en aquellos momentos, sorprendido. La conciencia, la fuerza del espíritu y el amor no eran diferentes porque los cuerpos fueran diferentes. 

A pesar de la diferencia de los cuerpos, era una fuerza común la que impulsaba a todos los cuerpos. Era el mismo amor que anidaba en cada interior. Era el mismo patrón que daba vida a aquellas personas. Recordaba un momento de su vida cuando se dio cuenta de esa unidad de amor en dos cuerpos diferentes. 

Josué, al pedirle un favor a una amiga del club en favor de un amigo, estuvo pensando en el corazón, en el espíritu, de cada joven. No podía pedirle ese favor para su amigo de que bailara con él a cualquier persona. Debía afinar a qué persona podía pedírselo. No todas reaccionarían bien. Cuando encontró con su mirada a la persona que podría entender aquella petición se sintió contento. 

No se fijó en absoluto en el cuerpo, en el exterior, en la forma de ir vestida. Se fijó en su carácter, en su corazón, en su espíritu, en su forma de comunicarse. Ello le tranquilizó. Se dirigió a ella. Cuando le pidió el favor, ella reaccionó muy bien. Expuso que a ella no le había pedido, su amigo, bailar. Eso estaba hecho. 

Josué se puso contento. Le dijo a su amigo que estaba solucionado. Le dijo la chica que era. El siguiente baile su amigo estaba bailando con ella. Josué se quedó prendado por aquella contestación. Le pareció fabulosa. Ese espíritu conectó con su espíritu. La misma idea de ayudar a su amigo surgió en él y en ella. Una misma actitud se ponía en evidencia. 

Esa misma actitud los unió. Eso hizo que Josué se interesara por esa amiga. Un mes más tarde eran novios. Pasados tres meses, un amigo del Club, que había faltado cierto tiempo, se enteró de esa relación. Cuando vio a Josué le felicitó. Le hizo un comentario que dejó a Josué totalmente fuera de lugar. “Has sido un pillo, has escogido a la chica más guapa”. 

En su laboratorio Josué repasaba aquellas palabras. Los que no sentían ni vivían el amor se fijaban en lo externo, en el cuerpo, en la apariencia. En cambio, Josué, en todo ese tiempo, no se había fijado en esa apariencia. Lo que realmente le había enamorado era ese interior maravilloso que dibujó en su mente ante la petición de ayuda a uno de sus amigos. 

Esa unidad de actitud le hizo dar el paso y trataron de descubrir si existía esa unidad de actitud en todas las parcelas de sus vidas. Así, Josué concluía que la conciencia, la fuerza del espíritu y el amor era una unidad mucho más profunda que la apariencia del cuerpo como elemento exterior. En el laboratorio de sus pensamientos y de su corazón, Josué encontraba la componente real de la maravillosa autenticidad.

domingo, diciembre 18

LOS ERRORES SÓLO INDICAN EL CAMINO EQUIVOCADO

Josué estaba entrando en el fondo de su ser, en su alma, en su forma de ser. Entraba con la actitud de un científico. Había dejado, tiempo atrás, la idea de entrar con la actitud de tacharse de bueno, malo, culpable, molesto, incómodo, condenado, etc. En ocasiones, se había censurado por algún que otro error. En otras, se había castigado personalmente. 

Había crecido con esa idea y la había aplicado. Pero, al comprender que éramos personas de aprendizaje, es decir, lo aprendíamos todo, que íbamos conociendo a través del error, que era necesario experimentar, cambió enteramente su actitud. Dejó la censura, la culpa, el autocastigo, la incomodidad, el sufrir internamente por alguna metedura de pata. 

Puso en marcha la actitud del científico. Todo error no se convertía en censura y pena de sufrimiento. Todo error se convertía en un medio de aprendizaje. Lo estudiaba, lo reflexionaba. Sacaba la información y si, era oportuna, no volvía a repetir ese error. La información le había dado la idea de camino no propicio para su pensamiento. 

Ese cambio de actitud le había dado mucha paz, mucha tranquilidad. Ya no tenía miedo de entrar en su interior, de descubrir sus hallazgos, de valorar sus errores en la debida manera, de sacar las conclusiones lógicas. Era un deleite entrar en sus aposentos internos. Salía siempre más contento, más feliz, más afortunado, más sabio, más orientado en su camino por la vida. 

Sin lugar a dudas, era el mejor camino para ir formándose en la vida, para ir creciendo en sabiduría, para ir cambiando de rumbo, para fijar las direcciones y comprender mejor a los demás y a sí mismo. Esa tarde descubría dos errores en los que había vivido muchos años. 

Uno de ellos era creer que los demás pensaban como él lo hacía, reaccionaban como él reaccionaba, sentían como el sentía y así, juzgaba a los demás como si realmente fuera él mismo. De ese modo, solía sacar conclusiones erróneas de los demás en sus manifestaciones. 

Recordaba una anécdota de dos amigos que habían tenido un malentendido. El que lo había provocado quería disculparse. Pero nunca encontró el momento. Al cabo de los años le confesó a su amigo que había vivido interiormente con un peso dentro por haberle causado tanto enojo, fastidio y malestar. 

El amigo se quedó extrañado. Ya no recordaba el incidente. Entendió a su amigo. Lo perdonó. Y lo olvidó totalmente. No entendía la preocupación de su amigo. En eso, Josué veía la diferencia de las actitudes de las mentes frente a los vaivenes de las relaciones. 

Así reconocía que no todos concluían de la misma manera que él pensaba. Cada persona tenía sus cualidades y sus especificidades. Así algunas personas les daban importancia a detalles a los que él no se las daba. Y viceversa, él les daba importancia a cualidades que los demás no se las daban. 

Reconocía que ese conocimiento le aliviaba de muchos errores y malentendidos: momentos de confusión, y, en algunas ocasiones, de fuertes disgustos. Vivir en el aprendizaje una delicia. El segundo error lo dejaría para su meditación del día siguiente. Ese día se sentía pleno con sus descubrimientos.

sábado, diciembre 17

MARAVILLOSO MUNDO DE ILUSIÓN SIN PAR

Benjamín le daba vueltas a aquellas palabras que le habían dicho. Se las repetía. “Eres una persona que siempre estás buscando algo más, algo más alto, algo más profundo. Parece que no estás satisfecho con lo que sabes, con lo que has logrado. Eres insaciable. Siempre estás buscando un punto más”. 

Era su espejo delante de él. Tenían razón en esos planteamientos. Nunca paraba de descubrir y sorprenderse de tanta información que podía adquirir. Tenía una inmensa curiosidad, un gran anhelo de comprenderse y comprender a los otros un poco más. Era un fuego que le devoraba las entrañas. No podía pararlo. En ese fuego encontraba la plenitud de la existencia. 

Benjamín sentía, en ese camino, que sus límites se ampliaban, sus capacidades crecían y su comprensión disfrutaba. Rompía con muchas afirmaciones inciertas y no demostradas. Abría su mente a la sabiduría. Ejercía esa acción con amor, prudencia, respeto, valoración y mucho tacto para no herir a nadie. 

Muchos se habían acercado para sugerirle paciencia, tranquilidad, satisfacción personal y dejar de indagar en tantos y tantos sentidos. Le repetían que la vida era sencilla y que no debía complicarse en entenderla. Para Benjamín, esas propuestas eran tanto como renunciar a su vida, a sus anhelos y a su razón de vivir y existir. No los comprendía. 

En algunos pensamientos encontraba la base de su intensidad en la vida. Escuchaba a aquel profesor con sus aportaciones sobre el funcionamiento del cerebro. Decía que según la actitud que tengamos tendríamos un mayor o menor riego sanguíneo en ciertas partes del cerebro. 

Cuando se percibían amenazas, miedos, el sistema nervioso central enviaba menores cantidades de sangre al cerebro. Se elevaba la producción de ciertas hormonas negativas para el organismo como el cortisol y el glutamato. Esas hormonas destruían neuronas. Debilitaban el funcionamiento del cerebro. Era una situación equivocada. 

En cambio, cuando había una actitud de reto, de desafío, de entusiasmo y de pasión, se producían hormonas como la dopamina y la serotonina que facilitaban la regeneración de neuronas. Se elevaba el riego cerebral. Así el cuerpo se preparaba para buscar nuevas respuestas a esa pasión encendida en el corazón. 

Benjamín, sin darse cuenta, ponía en movimiento ese proceso de búsqueda basada en la pasión. Las hormonas estimulantes hacían su trabajo. Su alegría se elevaba. Sus descubrimientos le proporcionaban un gozo poco común. Era un disfrute continuo. Por ello, no podía dejar de seguir ese instinto innato de búsqueda de retos y desafíos. Era su vida. Era su alegría. 

Esos fenómenos de la regeneración de neuronas y de la neuroplasticidad (creación de nuevas conexiones) duraban toda la vida. No decrecían en su actividad. Benjamín comprendía un poco, con esa explicación, la naturaleza de su búsqueda continua. 

Veía que, según el funcionamiento del cerebro, lo natural era descubrir. Y en ese descubrimiento estaba la vida, la alegría del cuerpo, del corazón y de todo el bien que se hacía a sí mismo y a los demás con la comprensión. 

Benjamín seguía pensando, ahora más relajado, esas ideas que le decían. Una sonrisa se dibujaba en su rostro. Una alegría le subía por el cuerpo. Una mirada lejana y emotiva, le cubría de paz: una sensación indescriptible de quieta serenidad y fuerza singular. La dopamina y la serotonina cumplían bien su cometido.

viernes, diciembre 16

LA PRIMACÍA DEL CORAZÓN

Marce entretenía su mente con dos afirmaciones hechas hace mucho tiempo por dos filósofos que, de alguna manera, habían puesto de relieve las dos cualidades maravillosas del ser humano. Uno dijo: “pienso, luego existo”. Una afirmación tan sencilla, pero tan trascendente en todas las consecuencias que eso provocó. 

Ponía el foco en el pensamiento, en la inteligencia. Se podía clasificar a las personas por su inteligencia. Se puso de manifiesto el valor de la capacidad creativa y el poder de pensar. Se medía el coeficiente de inteligencia. Todo un reto para sentirse más o menos persona, más o menos importante, más o menos aceptable por el grupo. 

Se focalizó mucho en ese aspecto de las personas. El sentimiento, el corazón, la sensibilidad, el tacto, la emoción, la motivación eran cosas secundarias y elementos muy finos para pensadores sensibles. Sin embargo, otro filósofo estableció otro pensamiento que ha ido calando poco a poco: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. 

También sirvió para dividir. Unos eran mayormente racionales, otros eran mayormente emocionales. Pero, lo importante no era oponer, competir, luchar con esos dos conceptos. Lo más sobresaliente era admitir que las dos cualidades formaban parte del ser humano. Había mente, inteligencia. Y, además, corazón que la mente no podía captar. 

El paso del tiempo nos ha ido dando una visión equilibrada de estas dos formulaciones. Marce recordaba la frase segunda de la boca de su director: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Poco a poco iba haciendo hueco en su corazón. El ser humano era una realidad amorosa. Todo su desarrollo se había ido fundamentando en el amor. 

Marce recordaba la experiencia en ciertos orfelinatos. Los niños, faltos de cariño, de amor, de mimos, de habla y de una cara amorosa, no crecían de forma normal. Tenían serios retrasos motores en su cuerpo. Sin embargo, no les faltaba comida, ninguna vitamina, ningún mineral, ningún tipo de proteínas. La carencia de unos brazos amorosos era toda su enfermedad. 

Cierto día, Marce leyó en cierto libro que la madre no sólo le daba a su hijo comida física. Le daba energía amorosa, sonrisas, caricias, conversaciones adaptadas a su edad. Ojos que se lo comían. Los niños empezaban a interactuar con la madre con sus gorjeos, con sus expresiones balbuceantes con su garganta, con sus gritos de respuesta. 

El amor era un nutriente natural del ser humano. Era esencial en su desarrollo. Era vital en su salud. La relación era una delicia cuando el amor se desarrollaba. No había intercambio de amores: “yo te doy esto, tú me das lo otro”. Era un amor que se llenaba solamente con ver a la otra persona feliz. 

Marce sacaba de sus recuerdos otra frase que ponía en relación a la mente y al corazón: “Si la visión os inspira y os mueve, la razón se abrirá”. La razón, la mente, la inteligencia era vital en la vida. Pero, no era una cualidad independiente. La mente se abría porque había una visión, una idealidad que movía los hilos. 

Esa idealidad, esa visión, la ponía el corazón con sus proyectos. Así lo que el corazón quería sentir, la mente se lo demostraba. Marce admitía que esa esencia de amor era la fuente de la vida en toda su dimensión. “Ya estaba bien”, se decía para sí. Lo característico de ser humano es el amor. Amar nos hace grandes. Amar nos da la auténtica visión de la vida. Amar nos comparte la verdad eterna. 

Amar, y amar en libertad, era el mejor tesoro que podíamos valorar. Marce se quedaba sorprendido al ver la trascendencia de dos simples frases que conformaban completamente nuestras vidas. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.