sábado, septiembre 30

POCAS COSAS "DEBEN" SER ASÍ

Pablo no podía explicar lo que le había sucedido. Durante mucho tiempo en su experiencia había buscado una explicación para poder ir mejorándose en la vida y poder ir transformándose de una forma paulatina, continua y constante. Se esforzaba en leer, pensar, reflexionar, conocer, comprender y buscar salidas a sus inconvenientes de la vida. 

Nunca estaba quieto. Siempre estaba en búsqueda de algo. Seguía su intuición y los impulsos interiores de sus energías gozosas y limpias. Y, ahora, sin casi darse cuenta tenía delante de sí la programación de su vida a la que él le daba sus variables y sus expectativas. 

Recordaba un incidente que tuvo con su esposa. En la programación de su vida, su esposa le daba una especial atención y una importancia desmedida al hecho de que debía cuidar de su madre en edad adulta. Se aumentaba la responsabilidad de forma muy intensa. Ese exceso de celo quería que su esposo también lo tuviera. 

Y eso provocó una serie de incomprensiones, de discusiones, de reflexiones un tanto exaltadas y ciertos momentos de tensión entre ambos. Toda la planificación de su esposa reposaba en las circunstancias que tenían entonces. Su esposo le decía que las circunstancias podrían cambiar. 

A pesar de esos razonamientos, su esposa seguía con su programación dándole una importancia muy significativa a ese hecho. Ahora, con la idea de la programación y de que a cada elemento o incidencia de la programación cada uno le daba su importancia subjetiva, Pablo entendía que sin nadie que nos obligara, la persona misma podía ponerse una argolla en el cuello que la ahogara. 

“¡Cuán felices serían tus sueños si no le adjudicases a cada una de las figuras que aparecen en ellos el papel que “debe” representar! Es únicamente la imagen que tienes de alguien lo que puede fracasar, y tener esa imagen es lo único que constituye una traición”

Pablo veía que nosotros éramos los causantes de nuestras planificaciones y nuestras actitudes. Se repetía la primera frase: “¡Cuán felices serían tus sueños si no le adjudicases a cada una de las figuras que aparecen en ellos el papel que “debe” representar!”

Ese “debe” representar se le clavaba en su corazón. Ese “debe” era el causante de todo el desorden que se daba a la programación. Ese “debe” trastornaba todo en la feliz marcha de la vida a pesar de cualquier tipo de circunstancias. Los “debe” deberían desaparecer. Ese era el primer paso para resolver la cuestión. 

La luz le llegaba a Pablo. La luz se le hacía fuerte e intensa. Alcanzar esa libertad para no seguir con esos “debe” y permitir que la luz le quitara esas cargas de encima que le ahogaban en ciertos momentos. Seguía con la lectura del párrafo con mucho cuidado. 

“La médula de los sueños que ofrece el Espíritu Santo no es nunca una médula de temor. Lo que los envuelve puede parecer lo mismo, pero su significado ha cambiado porque cubre otra cosa. Lo que determina toda percepción es su propósito”. 

“¿Para qué es tu hermano? No lo sabes porque tu función aún no resulta clara. No le asignes un papel que tú crees que te haría feliz a ti. Y no trates de herirle cuando él no cumpla el papel que le asignaste en el sueño que tienes de lo que “debería” ser tu vida”. 

Pablo tenía mucho para pensar y reflexionar. El camino de transformación en su vida empezaba a saber por dónde pasaba. Esos “debería” que le aplicaba a personas o circunstancias no tenían sentido. Si cambiaba su actitud, si ponía un cierto grado de confianza, si se abría a otras posibilidades, si no se cerraba a un solo camino, el proceso cambiaba sustancialmente. 

Y el proceso era la vida. Una vida que podría ir desde la felicidad - ¡Cuán felices serían tus sueños si no le adjudicases a cada una de las figuras que aparecen en ellos el papel que “debe” representar! – hasta los momentos de miedo, ataque personal y angustia inenarrable. 

La paz y la luz se unían y le daban una serenidad y una tranquilidad nunca sentida. La vida estaba en sus manos. La vida era creación suya. La vida era un planteamiento personal. Y eso lo iba liberando de angustias con la sabiduría que iba adquiriendo en los pasos que afirmaba.

viernes, septiembre 29

PROGRAMADORES NATOS

Juan estaba entusiasmado con sus estudios de programación. La aparición de la informática estaba abriendo unas puertas inmensas para reproducir procesos automáticos que se producían en nuestras vidas. Esos procesos, con los datos oportunos de cada momento, nos daban las soluciones y compartían unas ventajas inestimables con nosotros. 

Se programaban los nudos importantes, las variables, las diversas posibilidades, el rango de elección y todos los incidentes que podrían llevar. Al final, con unos datos nos orientaban en su mejor solución. Juan llevaba también ese asunto de programación a la vida, a los pensamientos y a las expectativas. 

Recordaba un incidente sencillo que pasó en su vida de pequeño. Estaba jugando a un juego de azar con unos huesos de melocotón. Los chicos, duchos en tirar esos huesos por unas oquedades del bordillo de la acera, trataban de tocar los huesos de los demás para eliminarlos. 

En el fragor del sencillo juego, se plantearon las consecuencias de la eliminación de cada uno y del premio del vencedor. Todos los eliminados debían pagar unos céntimos y el ganador los adquiría en su totalidad. Uno de ellos, que no tenía céntimos, se jugó su estuche de madera de lápices. Prometió entregarlo al vencedor sin ningún problema. 

Así la programación estaba hecha. Se debía eliminar a doce jugadores. Cada uno pagaría con sus céntimos. Uno ponía en prenda su estuche de lápices. La apuesta estaba en marcha. Juan sabía que si perdía sólo debía poner unos céntimos. Se decidió a jugar y ver lo que pasaba. 

La partida se sucedía con las exclamaciones de los amigos ante las diversas jugadas. Juan iba adelantando. No se lo creía. No lo esperaba. Pero ya sólo quedaban cuatro jugadores. Su mente se centró en el estuche de madera. Ese muchacho seguía jugando. Se ilusionó mucho con él. 

Iba diseñando en su mente sus estrategias. Fueron eliminándose y al final sólo quedaba el muchacho del estuche y él. En una bolsa todos los céntimos de los perdedores. En un puesto imaginario el estuche de madera del compañero que lo había empeñado. 

Nervios en el interior. Inquietud en la jugada. Ilusiones que se despertaban en sus gestos y en sus miradas. Los dedos diestros dejaban bajar con ligereza el hueso del melocotón. El premio del día le sonreía a Juan. No supo cómo, pero eliminó al muchacho. 

La cara del perdedor cambió repentinamente de semblante. Eso le dio mala espina a Juan. Toda su programación en su mente de ir eliminando y poder tener el estuche de madera apostado parecía que no se iba a cumplir. Los programas que no llegaban a su final, predicho de antemano, nos frustraban y nos sacaban lo peor de nosotros. 

“Cuando te invade la ira ¿no es acaso porque alguien no llevó a cabo la función que tú le habías asignado? ¿Y no se convierte esto en la razón que justifica tu ataque?”

“Los sueños que crees que te gustan son aquellos en los que las funciones que asignaste se cumplieron, y las necesidades que te adscribiste, fueron satisfechas. No importa si esas necesidades se satisfacen o si son simplemente algo que se desea”.

“Es la idea de que existen lo que produce miedo. Los sueños no se desean en mayor o menor medida. Simplemente se desean o no se desean. Y cada uno representa una función que tú le has asignado a algo: algún objetivo que un acontecimiento, un cuerpo o una cosa debe representar o alcanzar por ti”. 

“Si lo logra, crees que el sueño te gusta. Si fracasa, crees que es triste. Pero el que fracase o se logre no es lo que constituye su médula, sino simplemente su endeble envoltura”. 

Juan recordaba la tremenda desilusión al comprobar que el muchacho había lanzado un farol. Había sido doble. Había empeñado su estuche de madera para poder jugar, pero nunca para entregarlo. El fallo estaba en ese muchacho. Desde la distancia, Juan se percataba que su frustración se la había gestado él mismo. 

Hasta ese momento había realizado todas sus tareas escolares sin el estuche de madera. Era cierto que alguien no había sido sincero y noble. Había jugado con la buena fe de todos. Pero, al final, la frustración nos la producíamos nosotros mismos. En todo el proceso de programación no habíamos previsto las variables de los comportamientos de algunas palabras y compromisos de los demás. 

En la programación de la vida, Juan entendía que no podía concluir con esas dos posibilidades de alegría o frustración. Debía tener en cuenta que había muchas más posibilidades y que la falta de palabra en unos, los miedos en otros, las bravatas en unos cuantos y la falta de nobleza jugaban sus variables. 

Todo se trataba de una programación personal. Y en esa planificación, nadie, excepto nosotros, poníamos los puntos interesantes, débiles, difíciles e insuperables. Nadie hacía esa programación. Así que el resultado final no dependía de los demás. Dependía de nosotros mismos. 

La actitud madura de comprensión nos ayudaba mucho a la hora de tener programas adecuados en el diario convivir y en el esfuerzo cotidiano por parte nuestra.

FUERA DE LA LUZ, HAY MIEDO

jueves, septiembre 28

NOSOTROS MISMOS NOS PROVOCAMOS EL MIEDO

Lucas estaba hablando con su amigo. El tema que tenían entre manos era el miedo, la angustia, la inseguridad, la intranquilidad. Estaban animados con la conversación. Se abrían sus corazones y la sinceridad brotaba como un agua virgen del fondo de sus experiencias. 

Los dos confirmaban que eran sensaciones que formaban parte de sus vidas en algunas circunstancias. Estuvieron compartiendo aquellos elementos que a uno de ellos le provocaba miedo y al otro no. Después de varios intercambios fueron concluyendo que el miedo dependía de la persona. 

Ante un mismo hecho, uno de ellos lo catalogaba como miedo y el otro no. Frente a otros hechos, la posición cambiaba. Pero había un buen grupo de ellos donde los dos coincidían con sus reacciones de miedo y de intranquilidad. Actuaban como psicólogos el uno del otro. 

Se abrían, se comunicaban, reflexionaban y se sentían, al menos, comprendidos por su confianza mutua. Se dieron cuenta que ellos no se producían miedo. La confianza entre ellos se lo impedía. Se tenían como apoyo y como seguridad interior. Confiaban totalmente. Era el tesoro de su amistad. 

En esa amistad respetuosa, prudente, personal y no motivo de comentarios con otras personas, encontraban la paz que muchas veces les faltaba. Se daban cuenta del tremendo error que era compartir con otras personas palabras dichas en el secreto de la confianza. 

Habían escuchado comentarios sobre otras personas por parte de los llamados “falsos amigos”. Personas que en alguna ocasión daban su palabra de no compartirlos con nadie pero que no la cumplían. Muchos tipos de miedo salían de esas faltas de palabra. 

Era como romper un puente que les ayudaba mucho. Compartir experiencias era maravilloso en el secreto de la cercanía amigable y respetuosa. Pero veían que no se podía tener ese tipo de comunicación con muchas personas. En lugar de ser tesoros que recibían y guardaban en el fondo de sus corazones, sentían cierto morbo de faltar a la confianza ofrecida. 

Y así el miedo era multiplicado entre los humanos. Así los temores pululaban como parte de nuestra vida. Así la falta de consideración nos rompía los unos juntos a los otros con esa voracidad que destruía los mejores dones de nuestras almas. 

“¿Crees acaso que la verdad puede ser tan sólo meras ilusiones? Las ilusiones son sueños precisamente porque no son verdad. El hecho de que la verdad esté ausente de todas ellas por igual es la base del milagro, lo cual quiere decir que has entendido que los sueños, sueños son”. 

“Y que escaparte de ellos depende, no del sueño en sí, sino de que despiertes. ¿Cómo iba a ser posible conservar algunos sueños y despertar de otros? La elección no es entre qué sueños conservar, sino sólo si quieres vivir en sueños o despertar de ellos”. 

“Los sueños que te parecen gratos te retrasarán tanto como aquellos en los que el miedo es evidente. Pues todos los sueños son sueños de miedo, no importa en qué forma parezcan manifestarse”. 

“El miedo se ve adentro o afuera, o en ambos sitios. O puede estar oculto tras formas agradables. Pero nunca está ausente del sueño, pues el miedo es el elemento básico de todos los sueños”

Lucas y su amigo se quedaban mirando fijamente el uno al otro. Se quedaron boquiabiertos por las conclusiones de la lectura. El miedo que sentían ellos interiormente, en muchas ocasiones, era debido a sueños. Creían cosas que no debían creer, confiaban en ideas que no debían confiar. 

Por una parte, se quedaron encogidos; pero, por otra parte, se decían entre ellos que era una buena medida para saber que estaban viviendo sueños y que la realidad no les llegaba en su verdadera potencia. Si estaban pensando y sentían miedo, sus pensamientos eran sueños. 

Si cambiaban sus pensamientos, se despertaban. Pensaban como su interior les dictaba, con la sabiduría de sus reflexiones, entonces, el miedo desaparecía. La ausencia de miedo era la idea clara de que caminaban por el camino en sus reflexiones y en sus conclusiones. 

Los dos se decían que el miedo venía de sus pensamientos, de las consideraciones que hacían de las consecuencias y de lo que se imaginaban que podría suceder. Una buena forma de pensar. Una sensatez bien establecida. Unas reflexiones adecuadas, les devolvía la paz y la confianza. 

Con paz y confianza, el miedo desaparecía. En cada momento, paz, confianza, sensatez y claridad. Así el miedo iría desapareciendo como sueños imaginados y la verdad se restablecía en el centro de sus corazones.

NUESTRO PODER DE VALORAR

miércoles, septiembre 27

SIN DESHUMANIZAR NO SE PUEDE DESTRUIR

Marcos estaba viendo una película que le había captado totalmente la atención. Se trataba de un secuestro en una oficina bancaria. Había cogido como rehén a la directora y le había pedido medio millón de euros. La directora le dijo que sí, y que iba a la cámara acorazada a retirarlos. 

En ese camino uno de los empleados captó que algo no iba bien y pulsó la alarma. La directora tuvo que volver a su despacho. Con la activación de la alarma la cámara acorazada se cerró automáticamente. La situación se torció y el secuestrador se vio frustrado. 

Todo el resto de la película se centró en la personalidad del atracador. La policía pronto descubrió que no era un ladrón profesional. Con los datos que le iba llegando, pudo identificarlo a través de las cámaras de vigilancia. Se trataba del antiguo jefe de seguridad del banco. 

Durante veinte años había realizado su trabajo. Una crisis le obligó a la directora a prescindir de algunos trabajadores. Fue reemplazado por una persona joven que le pagaban la mitad de lo que le pagaban a él. Una vida rota, víctima de las decisiones del dinero. 

La mujer del atracador tenía alzheimer y estaba ingresada en una clínica. Iba a ser despedida de la clínica por no poder pagar la estancia. Esta circunstancia había motivado el secuestro. La película proporcionaba muchas reflexines. Pero hubo un detalle que se grabó en la retina y en el corazón de Marcos. 

En el momento final, el atracador totalmente desahuciado, empezó a esposar a la directora. Le puso un fuerte precinto de cinta americana en la boca. El jefe de policía que estaba en contacto con el atracador lo vio por la cámara. Le dijo a su segundo: “La está deshumanizando para poder matarla”. 

Esa frase quería decir mucho. El ser humano no podía matar a nadie. Matar a una persona era enfrentarse a él mismo. Para poder hacerlo, debía deshumanizar, despreciar la humanidad y pisotearla. Ese era el mecanismo que permitía matar a un semejante. 

“¡Cuán santo debes ser tú para que el Hijo de Dios pueda ser tu salvador en medio de sueños de desolación y de desastres! Observa cuán deseoso llega, apartando las densas sombras que lo mantenían oculto, para poder brillar sobre ti lleno de gratitud y amor”.

“Él es el mismo, pero no es el mismo solo. Y de la misma manera que su Padre no perdió parte de él al crearte a ti, así la luz en él es aún más brillante por tú haberle dado tu luz para salvarlo de las tinieblas”. 

“Ésta es la chispa que brilla en el sueño: que tú puedes ayudarle a despertar, y estar seguro de que sus ojos despiertos se posarán sobre ti. Y con su feliz salvación, te salvas tú”. 

Marcos veía luz en esas palabras. Comprendía esas palabras del policía. Podíamos deshumanizar a las personas, podíamos humanizarlas y, si se permitía, divinizar a las personas referido a su valoración. La elección estaba en nuestras manos. No se podía hablar mal de nadie sin quitarle su humanidad. 

Le quedaba claro en su mente, en sus ojos, en sus reflexiones y en sus decisiones. Deshumanizar a las personas le permitía hacerles daño. Pero, al deshumanizarlas, también él se deshumanizaba. Y para despertar del sueño, la acción era clara: había que humanizarlas y, si se permitía, divinizarlas.

VIDA NUEVA, PENSAMIENTOS NUEVOS

martes, septiembre 26

SENDAS DE ARCO IRIS EN NUESTRO CAMINAR

Mateo se encontraba caminando en un terreno desconocido. La palabra utilizada por el Maestro era algo así como transfórmate, ve más allá de lo que tu mente está considerando. Ese nuevo terreno, diseñado por el Maestro, estaba apareciendo ante sus ojos. 

Su corazón asentía con sus pensamientos. Se dejaba llevar por esas ideas que tenían tanta coherencia en su interior. Era una nueva luz que se acercaba y una nueva relación nacía entre él y su Creador. No podía ser posible que unos padres humanos superaran en bondad y en atender a sus hijos al Hacedor de todas las cosas. 

La relación debía seguir la senda de la liberación, del apoyo, de la inteligencia y de la sabiduría. Tenía vestigios de la actuación del Padre en la parábola del Hijo Pródigo. Le encantaba recordarla en muchos momentos de su vida. La libertad que exhalaba le atraía. El amor del recibimiento le llenaba de fuerza y de cariño. 

Era un auténtico Padre que se preocupaba por Sus Hijos con toda su Potencia y Bondad. Eso le hacía respirar lleno de paz y lleno de confianza en su relación. Seguía leyendo: “En el sueño de cuerpos y muerte aún puede vislumbrarse un atisbo de verdad que tal vez no es más que una pequeña chispa”. 

“Un espacio de luz creado en la oscuridad donde Dios Padre refulge todavía. Tú no puedes despertarte a ti mismo. No obstante, puedes permitir que se te despierte. Puedes pasar por alto los sueños de tu hermano. Puedes perdonarle sus ilusiones tan perfectamente, que él se convierte en el que te salva de tus sueños”. 

“Y al verlo brillar en el espacio de luz donde Dios Padre mora dentro de la oscuridad, verás que Dios Mismo se encuentra allí donde está su cuerpo. Ante esta luz el cuerpo desaparece, de la misma manera que las sombras densas ceden ante la luz”. 

“La oscuridad no puede decidir que el cuerpo siga presente. La llegada de luz supone su desaparición. Verás entonces a tu hermano en la gloria, y entenderás que es lo que realmente llena la brecha que, por tanto tiempo, pensaste que os mantenía separados”. 

“Ahí, en lugar de ella, el testigo de Dios ha trazado el dulce camino de la bondad para que el Hijo de Dios lo recorra. A todo aquel que perdonas se le concede el poder de perdonarte a ti tus ilusiones. Mediante tu regalo de libertad te liberas tú”. 

Mateo entendía que, según esas sabías palabras, no había ningún elemento material que fuera sustancial para identificarnos. La presencia del cuerpo, la parte material nuestra, quedaba relegada. Lo sustancial era el Ser. Y no había miles y millones de Seres. Sólo había un “Ser”. Uno, compartido y expandido por Dios. 

Él era el “Ser” y en Su Creación lo expandió en cada uno de nosotros. “Su Hijo tiene que ver al otro no como un cuerpo, sino como uno con él, sin la muralla que el mundo ha construido para mantener separadas todas las cosas vivientes que no saben que viven”. 

La unidad se abría en el horizonte. La unidad se hacía eco en las playas de bendición de unión. La separación tocaba a su fin porque lo que destacaba en la persona era su corazón. Y una frase afirmaba en pocas palabras esa sensación: “No me importa cómo es tu cara. Me importa cómo es tu Corazón”. 

Mateo daba gracias por sentirse comprendido en ese camino desconocido que le llegaba hasta él con esas fibras encendidas de amor.

ENTRAR EN NUESTRO TESORO PERSONAL

lunes, septiembre 25

COMPARTIR ES EL MEDIO DE CONOCER

Guille estaba sorprendido. La afirmación era clara y contundente. Sólo había aspectos y cualidades de cada uno que se confirmaban cuando se compartían. Si no se compartían, no se sabía si las teníamos o no. La única manera de entender esas cualidades era ofreciéndolas generosamente a los demás. En ese acto aprendíamos que las teníamos. 

Guille hacía un repaso de cualidades que había descubierto que las tenía. En sus momentos de estudio, los idiomas extranjeros se estudiaban en castellano. El profesor hablaba castellano y trataba de hacernos aprender signos ingleses o franceses para aprender. 

En un ambiente castellano, el profesor nos entendía, nos entendíamos y practicábamos los signos extranjeros. No era diferente de estudiar cualquier otra materia. Lo mágico resultaba cuando en el contacto con alguna persona inglesa o francesa descubríamos que esos signos estudiados nos servían para comunicarnos. 

Lo maravilloso era esa comunicación. Lo estupendo era saber que el otro no sabía español y la comunicación debía ser en inglés o francés. Entonces dejaba de ser una tarea escolar para darse cuenta de que uno era capaz de expresar esos signos y de que el otro los entendía. 

La enseñanza, desde ese punto de vista, ha cambiado mucho. Ya en las aulas se utiliza la lengua de aprendizaje para explicar. El entorno ya se construye en la lengua extranjera. Los diálogos tienen el aroma de una naturalidad en la lengua de estudio. 

Recordaba el entusiasmo que tenía una persona que estaba estudiando inglés cuyo profesor le había invitado a un pub irlandés donde se hablaba solamente inglés. La ilusión le rebosaba. Quería saber, por comunicación, si era capaz de poder entender y expresar con los signos estudiados. La práctica hacía maestros. Y la comunicación sellaba si se iba por el buen camino. 

“No condenes a tu salvador porque él crea ser un cuerpo. Pues más allá de sus sueños se encuentra su realidad. Pero antes de que él pueda recordar lo que es, tiene que aprender que es un salvador”. 

“Y tiene que salvar a todo aquel que quiera ser salvado. Su felicidad depende de que te salve a ti. Pues ¿quién puede ser un salvador sino aquel que brinda salvación?”

“De este modo aprende que la salvación es algo que él tiene que ofrecer. Pues a menos que se la conceda a otro no sabrá de que dispone de ella, ya que dar es la prueba de que se tiene”. 

“Esto no lo pueden entender aquellos que creen que con su fuerza pueden menoscabar a Dios. Pues ¿quién podría dar lo que no tiene? ¿Y quién podría perder al dar aquello que, por el hecho de darlo, no puede sino aumentar?”

Guille pensaba en el relato de la multiplicación de los panes y los peces. Siempre le había dado vueltas a ese relato. Comieron todos y todavía sobraron enormes cestas de comida. ¿Qué tipo de comida era esa que se saciaban y todavía sobraba?

Guille recordaba también las palabras del Maestro: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Si la comida física no era lo oportuno, ¿qué cualidad de vida era la que representaba el pan?

La respuesta la había buscado muchas veces. En aquellos momentos de compartir, veía que aquello que se multiplicaba, saciaba y sobraban muchos cestos, una vez llenos, era el amor. 

El amor si no se compartía no se desarrollaba. Si no se ofrecía, no se sabía que se tenía. Si no se compartía, no comprendía lo que realmente era. Guille se quedaba en paz, en serenidad. Eran verdades que nadaban en las lagunas de aguas vivas de sus pensamientos. 

Eran aguas que daban vida al poder compartirlas con aquellos que nos rodeaban y tratábamos de descubrir, a través de esos intercambios, la cualidad de nuestro ser. El otro era necesario e indispensable para conocernos.

UN CAMBIO DE VISIÓN

domingo, septiembre 24

CAMBIO DE IMAGEN EN NUESTRO CAMINAR

Benito estaba ajustando sus ideas para comprenderlas de una forma más precisa. El cuerpo de la persona cambiaba al pasar por las etapas de la niñez a la pubertad y a la juventud. Los cambios eran muy significativos. Esos cambios corporales se reflejaban en la mente y en la forma de pensar. 

Una vez que se pasaba por esos cambios tan evidentes en la presencia y en los planteamientos de la persona, una mentalidad serena, fuerte, y sencilla empezaba a tomar el timón de la persona. Esas etapas de maduración eran diferentes en cada persona. 

La idea era desembocar en una llanura de estabilidad ante los reclamos de la vida y los objetivos que esperábamos de ella. Había principios que nunca podrían cambiar. Los cuerpos ya no cambiaban. Los principios estables se iban aposentando en la experiencia. 

La idea de que el espíritu era “Uno” y estaba en todas las personas por tener la misma procedencia no podría cambiar nunca. Una vida que comprendía el amplio alcance del ser humano. Una vida que sabía que cada uno estaba en su etapa de descubrimiento y nos apoyábamos los unos a los otros. 

Eso tampoco podría cambiar en ningún momento. Benito no se había planteado esa estabilidad en su vida. Creía que su ascensión era continua, constante, diaria y sin descanso. Tenía en su mente grabada la idea de que, en la escalera de la ascensión, si se perdía un peldaño la caída era total. 

Esa idea le provocaba, en muchas ocasiones, tensiones internas. Le hacía sentirse mal si cada día no alcanzaba su propósito. Todo dependía de él y no podía confiarse. Sin embargo, entendía, comprendía, la función de esos principios que una vez alcanzados, siempre estaban dispuestos en su ayuda en su interior. 

Su idea de la paz cambiaba. Ya no era un nivel más alto que el que tenía el día anterior. La comprensión alcanzada ya estaba en su plenitud. No era una ascensión hacia arriba, era una expansión en su meseta del corazón, de la mente y de su visión interna. 

En lugar de un esfuerzo continuo de fuerza, era una comprensión de poner cada pieza del puzle en su lugar adecuado. Así la imagen de serenidad, de paz, de tranquilidad y de alegría se reflejaba en el puzle con toda la fuerza de la ilusión, del entusiasmo. El logro tranquilo y sereno de ese entendimiento recorría todo su ser. 

Benito realmente se estaba ajustando. “El cuerpo no cambia. Representa el sueño más amplio de que el cambio es posible. Cambiar es alcanzar un estado distinto de aquel en el que antes te encontrabas”. 

“En la inmortalidad no hay cambios, y en el Cielo se desconocen. Aquí en la tierra, no obstante, los cambios tienen un doble propósito, pues se pueden utilizar para enseñar cosas contradictorias”. 

“Y esas cosas son un reflejo del maestro que las enseña. El cuerpo puede parecer cambiar con el tiempo, debido a las enfermedades o al estado de salud, o a eventos que parecen alterarlo”. 

“Mas esto sólo significa que la mente aún no ha cambiado de parecer con respecto a cuál es el propósito del cuerpo”. 

Benito se dejaba llevar por la bondad de esas palabras. Por la brisa que soplaba apacible. Una ilusión nueva emergía de sus entrañas. Ya no debía pensar que si algún día no cumplía su misión todo su logro se desmontaría. El cambio de la imagen, en su mente, era muy notoria. 

Ya no se trataba de subir una escalera vertical. Se componía una superficie horizontal donde todo se quedaba y se asentaba con seguridad y sin problemas. La comprensión y no el esfuerzo de tensión continuo se iba aposentando en el horizonte de Benito. Y eso le quitaba un fardo pesado de su vida. 

Podía sentirse orgulloso de la parte del puzle conseguido. Y seguía con esa ilusión de poder completarlo con su sabiduría que iba adquiriendo. La paz le invadía y el descubrimiento lo llenaba por doquier. Toda una idea cambiada en su mente desde su temprana niñez.

LA CONFUSIÓN NOS EQUIVOCA

sábado, septiembre 23

CONFUNDIR LO QUE ES VIDA CON LO QUE ES MUERTE

Samuel estaba delante de la clase. Tenía en sus manos las notas de sus alumnos. Todos los resultados del primer trimestre estaban anotados en aquellas plantillas que sostenía. Los alumnos estaban pendientes de sus notas, de sus resultados. 

Les indicaba que ya tenía una idea de su trabajo, de su actitud, de su esfuerzo y de su comprensión de todo lo que habían estudiado. Ahora, con todos esos indicadores de su comportamiento, ya estaba en condiciones de darles no solamente la calificación del primer trimestre sino la del último. 

La curiosidad de los alumnos creció por momentos. Sus rostros le pedían que les dijera además de la nota del primer trimestre, la del último trimestre. Estaban utilizando una mezcla de curiosidad y de descreimiento, de sorpresa y de inquietud interna. Todos ellos apreciaban mucho a su profesor. 

Todos ellos confiaban en sus palabras. En ciertos momentos del curso, de una forma personal e individual habían trabajado juntos y estaban agradecidos a las orientaciones que el profe les había compartido. Por ello, sabían que no hablaba por hablar ni por adivinar. 

Les dijo las notas del primer trimestre. Caras sorprendidas, caras tristes, caras pensativas, caras de resignación. Cada uno fue pasando su momento particular. Cada uno sometía a reflexión el esfuerzo llevado a cabo. Unos estaban contentos. Otros se decían para sí mismos que no valía la pena. 

El profesor dejó que fueran digiriendo sus notas y quedó abierto a sus preguntas y a sus aclaraciones. Pasado ese momento, el curso entero se centró en las notas del último trimestre. Querían saberlas. Le preguntaron si estaba tan seguro que se las dijera. 

La presión de los alumnos subía de intensidad. Samuel lo escuchaba. Era como si no tuvieran confianza en ellos mismos. Necesitaban que otra persona les dijera algo tan obvio. La respuesta del profe no se hizo esperar. Les compartió que esperaba que algunas notas que tenía en mente no se confirmaran. 

Eso reforzaría la idea de que no se iba a trabajar, no se iba a esforzarse, no se iba a superarse. La nota alta de algunos alumnos dependía directamente de su interés y dedicación. Y esperaba el mismo interés y dedicación en los próximos dos trimestres. 

Y, en algunas conversaciones personales, deseaba, con todo su corazón, cambiar y motivar la actitud de algunos de ellos. En el camino había dificultades, pero él no estaba allí para ser el juez de las dificultades. Estaba allí para ser el ayudador de esas dificultades. 

Terminaba ese período con las siguientes palabras: “Espero que nos entendamos, que hablemos, que nos sinceremos y veamos las puertas de salida para crear la realidad del tercer trimestre. Vosotros y yo nos esforzaremos por alcanzarlo”. 

En esa línea de superación leía aquellas líneas: “Ésta es la promesa del Dios viviente: que Su Hijo viva, que toda criatura viviente forme parte de él y que nada más viva”. 

“Aquello a lo que tú has dado “vida” no está vivo, y sólo simboliza tu deseo de vivir separado de la vida, de estar vivo en la muerte, y de percibir a ésta como si fuese la vida, y al vivir, como la muerte”. 

“Aquí las confusiones se suceden una tras otra, pues este mundo se basa en la confusión y en nada más. Su base es inmutable, si bien parece estar cambiando continuamente”. 

“Mas ¿qué podría ser eso, sino lo que realmente significa el estado de confusión? Para los que están confundidos la estabilidad no tiene sentido, y la variación y el cambio se convierten en la ley por la que rigen sus vidas”.

Samuel gozaba con esas ideas. Encontrar la vida, y la vida auténtica en el esfuerzo sentido, contenido, sensato y estable a lo largo del tiempo. El esfuerzo de cada día era todo lo que la vida nos pedía. Y, muchos de nosotros, preferíamos la muerte. 

Una muerte que era más tranquila, menos agobiante. Eso de estudiar todos los días, de esforzarse todos los días, hacer nuestra parte todos los días, eso era una vida no deseada por muchos. Hacia el final, cuando el tiempo apremiaba se quería aprender todo de una tacada. 

Y eso era realmente una confusión. Se confundía la muerte con la vida y se prefería la muerte. Y eso, como profesor, no lo quería para sus alumnos. Su trabajo personal y sus charlas individuales se ponían en marcha. La búsqueda de la estabilidad, de los esfuerzos diarios y continuos se buscaban en cada charla. 

Al final, la nota revelaría ese trabajo estable y duradero en el tiempo con su nota conseguida. Además de unos conocimientos específicos, se adquirían bases de comportamientos y bases de esencia en el interior de la conciencia de cada uno.

viernes, septiembre 22

EXPERIENCIAS TESTIGOS DE LO ETERNO

Daniel estaba repasando el conjunto de personas que había pasado por su vida. Muchos de ellos habían sido sus amigos. Unos pocos habían llegado a ese umbral de ser llamados amigos en mayúscula, con todo el poder, con toda la potencia de la vida. 

Esos pocos no eran amigos que le daban más que los demás. Eran amigos porque en su presencia le despertaban unas vetas desconocidas en su vida. Su charla, su presencia era inspiradora. Le sacaban nuevas energías de su ser. Era una maravilla contar su presencia. 

En cada ocasión que coincidían nuevas visiones salían de su mente. Eran personas productivas en su vida. No estaba seguro si debía utilizar esa palabra: “productivas”. Pero, le hacían sacar cosas nuevas de su interior. Creía que se conocía. 

Sin embargo, cuando compartía y escuchaba en las conversaciones que tenían, siempre había algo nuevo en esas entrevistas que le hacía vibrar una parte desconocida por él mismo en su interior. Se quedaba estupefacto. Era como si le hicieran vivir. Era como si una nueva creación se produjera. 

Era como si un nuevo ser naciera por esa conjunción de almas gemelas. Daniel recordaba con mucho cariño todas las buenas y maravillosas visiones que le habían hecho vibrar. En esa línea comprendía el párrafo que estaba leyendo y que le hacía sentir muy bien. 

“No te das cuenta de cuánto puedes dar ahora como resultado de todo lo que has recibido. No obstante, Aquel que vino sólo está a la espera de que vayas allí donde le invitaste”. 

“No hay ningún otro lugar donde Él pueda encontrarse con Su anfitrión o Su anfitrión con Él. Ni tampoco hay ningún otro lugar donde se puedan obtener Sus dones de paz y dicha, así como toda la felicidad que brinda Su presencia”. 

“Pues Sus dones se hallan donde se encuentra Aquel que los trajo consigo para dártelos. No puedes ver a tu Invitado, pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él debe estar ahí”. 

“Pues lo que ahora puedes hacer no podrías haberlo hecho sin el amor y la gracia que emanan de Su Presencia”. 

Daniel sentía que esa experiencia le había pasado muchas veces. La influencia de algunos de sus amigos había sido vital para arrancarle maravillas de su ser. Se había, gracias a ellos, autodescubierto. Y esa energía nueva que le recorría todos los huesos salían de entendimientos y comprensiones estupendas. 

En esa línea de sus amigos se encontraba ahora con su misterio interior. Repetía esas palabras que le llegaban muy hondo. “No puedes ver a tu Invitado, pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él debe estar ahí”. 

Daniel aceptaba en su experiencia que no era un Invitado extraño ni imaginado. Tenía la experiencia para darle cumplida cuenta de lo bueno de su elección, de lo bueno de su dedicación, de lo maravilloso de la entrega a ese Invitado que no se podía ver. Pero sus efectos se podían sentir. 

Y la experiencia llenaba el corazón de Daniel. Lo abrazaba y lo trataba con mucho cariño tal como él lo hacía con los demás. Los efectos eran caminos poderosos para mostrar la profundidad de la vida y la gloria de lo eterno en nuestro caminar.

DESCUBRIMIENTO VITAL

jueves, septiembre 21

MISTERIOS DESCUBIERTOS

David estaba leyendo aquel párrafo. Deseaba entenderlo. Sabía que hablaba de lo que realmente pasaba en su interior. Y eso era una necesidad acuciante que lo atraía con fuerza a la comprensión del mismo. Verse reflejado en esas ideas y ver esas ideas reflejadas en su interior era todo un desafío. 

Decidió leerlo despacio. Iba de sentencia en sentencia. De punto a punto. No pasaba a la siguiente afirmación sin entender la previa. Lo hacía después de haberlo leído entero muchas veces. La idea global la iba pergeñando. Las ideas particulares debía identificarlas e identificarse. 

Así funcionaba su comprensión, su mente, su proceso de entendimiento. Una cosa entendida era una cosa adquirida e incorporada a su experiencia. Y esa experiencia se volvía vida, vida auténtica porque su cuerpo y su mente la asimilaba y entonces dejaba de ser unas ideas escrita en un libro. 

Pasaban a ser frases escritas en el libro de su vida: “Tu invitado ha llegado. Tú lo invitaste y Él vino. No lo oíste entrar porque la bienvenida que le diste no fue total. Sus dones, no obstante, llegaron con Él. Él los ha depositado a tus pies, y ahora te pide que los contemples y que los consideres tuyos”. 

“Él necesita tu ayuda para dárselos a todos los que caminan por su cuenta creyendo estar solos y separados. Ellos sanarán cuando tú aceptes tus dones”. 

“Tu invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas y donde Él ha puesto Sus dones a su disposición”. 

David trataba de poner cada pieza en su sitio. Un invitado ha llegado. Un Invitado ha venido por haberlo invitado. David reconocía que su confianza iba en aumento. Tenía claro que su mente era la base de partida de toda decisión en su vida. La confianza en la función de su mente era grande y maravillosa. 

Su confianza en el poder de la mente y en sus decisiones serenas, adecuadas, universales, sin menospreciar a nadie, y sabias, se iba desarrollando. Esa confianza era la causante de la invitación. Al llegar a cierto punto de confianza, la invitación se había cursado automáticamente.

Algo en su interior así se lo decía. Su seguridad en su caminar se iba fortaleciendo. Voces le llegaban de que sus planteamientos daban paz, tranquilidad, libertad y claridad. Así el encuentro se había hecho posible. Le llamaba la atención de que la bienvenida no era total. 

Admitía que siempre en el interior del ser humano se debatía y, en ocasiones, se dudaba. Era una experiencia que debía ir expandiéndose. La prudencia, en momentos, también impedía la entrega total. Por ello, iba comprendiendo el texto en su proceso. 

Se regocijaba de que los dones habían llegado. No era necesario dejar de dudar, dejar de plantearse disyuntivas. Y eso le tranquilizaba mucho. Un cierto grado de confianza era vital. Pero no se exigía la totalidad. Y ese descubrimiento le hacía sentir totalmente humano y comprensivo consigo mismo. 

Éramos seres comunicativos. La fuerza de la confianza se compartía, se experimentaba con muchas personas. Se hablaba en las conversaciones personales donde el corazón se abría sin barreras. Y esa misma confianza iba extendiéndose y abarcando a todos los que comentaban y deseaban desarrollar esa forma de pensar, esa forma de enfrentar su existencia. 

Caminar por el camino de la confianza mutua y la confianza en el Todopoderoso abría posibilidades inmensas: “Tu Invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas”. David entendía que esa tierra santa se establecía en la confianza mutua. 

Hermoso párrafo que abría los misterios de nuestra vida. Nos entregaba uno de los mayores tesoros de nuestro caminar por las diversas veredas pisadas por nuestros hermanos en su jornada de cada día.

LA AUTÉNTICA FUERZA ES LA DEL CORAZÓN

miércoles, septiembre 20

ACCIONES DE FUERZA Y AMOR

Abel recordaba aquella conversación que mantuvo con un señor en el hospital. Los dos coincidieron en una habitación donde sus respectivas esposas estaban aquejadas de una contrariedad de salud. La cercanía de las camas, la misma habitación, la necesidad de comunicarse y de sentirse comprendido hizo que la relación fluyera con toda naturalidad. 

Su aspecto era de una persona con la cabeza siempre erguida, miraba de arriba abajo, le compartía la experiencia que había tenido con su esposa. Se había sentido indispuesta mientras estaban veraneando en la costa. 

Tomaba “sintrom - acenocumarol” un medicamento para que la sangre no coagule. Evita la formación de trombos en parches, prótesis y conductos implantados y evita que se obstruyan. 

Llevaba mucho cuidado. Fue abriendo su corazón y los inconvenientes hallados los fue expresando uno detrás de otro. En el hospital de la costa le dijeron que el tratamiento de su esposa sería largo. Le sugerían que cogiera su coche y la llevara a su ciudad de procedencia en el interior. 

Ante esa idea, el señor se puso enervado, hiriente, exigente, hablando con palabras adecuadas pero muy alterado. Les dijo que su esposa debía ser llevada de hospital a hospital en una ambulancia que debían poner a su disposición. Después de muchas discusiones logró su propósito. 

Al llegar al hospital de su ciudad, le dijeron que no había cama. Se puso otra vez frenético, alterado, chillando, gritando, exigiendo una atención oportuna ante el delicado estado de su esposa. Por fin, le pudieron ofrecer una cama que resultó ser la contigua a la esposa de Abel. 

Por una parte, Abel vio que había podido resolver todos los inconvenientes que tenía y que le habían surgido en el camino. Esa idea de la exigencia y de no aceptar sus propuestas parecía que funcionaba. Todo lo logró así. Sintió que era un camino que le daba buenos resultados. 

Sin embargo, cuando le preguntó cómo se sentía se quedó sorprendido. La respuesta de aquel señor lo dejó helado: “Toda mi vida he sido un prepotente y lo continúo siendo. Sé que es una actitud que algún día lo pagaré muy caro”. 

Esa respuesta hizo pensar a Abel. En lugar de sentirse satisfecho, le expresaba que se sentía mal, molesto, incómodo consigo mismo. Su grito interior clamaba que podrían conseguir cosas similares desde la paz, desde la tranquilidad, desde la comprensión. 

“Todo esfuerzo de encontrar esperanzas de paz en un campo de batalla ha sido en vano. Ha sido inútil pedirle a lo que se concibió precisamente para que perpetuase el pecado y el dolor que te ayude a escapar de ellos”. 

“Pues el pecado y el dolor son la misma falacia, el mismo engaño, tal como el odio y el miedo, el ataque y la culpabilidad son uno. Allí donde no tienen causa, sus efectos desaparecen, y el amor llega dondequiera que ellos no estén”. 

“¿Por qué no estás contento? Te has librado del dolor y de la enfermedad, de la aflicción y de la pérdida, así como de todos los efectos del odio y del ataque. El dolor ya no es tu amigo ni la culpabilidad tu dios. Por lo tanto, dale la bienvenida a los efectos del amor”. 

Abel se reconfortaba con esas palabras. Quedaron impresas en su alma la insatisfacción de aquel señor con su sentido equivocado de prepotencia. Lo maravilloso de la vida no era lograrlo todo. Lo más estupendo de la vida era cómo lograrlo. 

Veía caminos para alcanzarlo: “Pues el pecado y el dolor son la misma falacia, el mismo engaño, tal como el odio y el miedo, el ataque y la culpabilidad son uno. Allí donde no tienen causa, sus efectos desaparecen, y el amor llega dondequiera que ellos no estén”.

La última frase quedaba prendida de sus labios que se movían para pronunciarlos quedamente: “Allí donde no tienen causa, sus efectos desaparecen, y el amor llega dondequiera que ellos no estén”. 

Así olvidándose de ellos, dejaba en su interior el lugar para que el amor llenara sus espacios y le diera así, al alma, esa satisfacción interna que nadie podía reemplazar con sus propuestas.

EL FOCO DE LA CUESTIÓN

martes, septiembre 19

UNIDADES MARAVILLOSAS

Josué estaba mirando al horizonte con mucha tranquilidad. La paz que le rodeaba le invitaba a entrar dentro de sí. La serenidad lo abrazaba y se sentía por momentos vibrar y elevarse por encima de los árboles. Su vista se hacía más extensa y su cuerpo parecía que se deshacía. 

Momentos de tranquilidad y momentos donde todo se ponía en armonía en su interior. Su mente empezó a centrarse en la influencia que tenía su mente en el funcionamiento de su cuerpo. Había leído que en un porcentaje elevado de 70% a 90% las enfermedades del cuerpo dependían de problemas en la mente. 

Se daba cuenta de que era más importante su mente que su cuerpo. Más importante por su papel director sobre el cuerpo. La alegría le despertaban ciertas sustancias en su corriente sanguínea. La tristeza le despertaba otras. Su cuerpo cambiaba según su estado interior. 

La ilusión desplegaba hormonas de alegría. La depresión las inhibía y no dejaba que el cuerpo se moviera de forma normal como todos los días. Todo estaba en la cabeza. Nada se refería al cuerpo. Durante mucho tiempo la medicina se había centrado en la solución inmediata de los efectos en el cuerpo. 

La misión de la medicina era quitar esos efectos. Pero no se dedicaba, por lo general, a buscar la causa que los había provocado. Esa actitud de la medicina nos había hecho despreocuparnos de la influencia de la mente en el cuerpo. Le gustaba mucho una frase que había leído: “si sana tu mente, sana tu cuerpo”. 

Josué, en esos momentos de quietud, veía que tener una mente clara, tranquila, serena y sabia era una influencia maravillosa para el cuerpo. Además del cuerpo, esa visión de la mente daba paz y salida a su vida interior. Todo estaba relacionado, pero la mente dirigía en cada momento. 

Le encantaba leer aquellas líneas. Eran sabiduría que su cuerpo interior le confirmaba. Quería seguir aquellas pisadas, quería continuar en ese camino de luz y de bien: “Has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber sanado”. 

“Y al haber sanado, debes ahora también poseer el poder de sanar. El milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratase de un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa”. 

“Pero allí donde está su causa, tiene que estar el milagro. Ahora se ha producido la causa, aunque aún no se perciba. Y sus efectos se encuentran ahí, aunque aún no se vean”. 

“Mira dentro de ti ahora, y no verás motivo alguno para estar arrepentido, sino razones para sentir un gran regocijo y para abrigar esperanzas de paz”. 

Josué sentía que sus pulmones se ensanchaban. Adquirían aire con un potencial de oxígeno mayor. Su mente dejaba que las hormonas positivas se vertieran en el riego sanguíneo y desde ese camino tan estupendo le mandaba un mensaje de bienestar al cuerpo. 

Durante años había ido cambiando sus actitudes, sus procesos y sus formas de enfrentar las contrariedades. Estaba seguro que su forma aprendida desde pequeño no era la única, la vital, la verdadera ni la suya. Había otra forma de superar escollos con actitudes más sabias, más apropiadas y adecuadas a la sabiduría que iba ganando. 

Esos momentos de superación repercutían en el cuerpo. Los tiempos de tensión arterial disminuían por su paz continua y constante. Los vertidos de hormonas negativas en la sangre para marcar miedo, temores, angustias y ansiedades, iban disminuyendo. 

La confianza que iba desarrollando iban cambiando la química de su cuerpo. Y por ello, entendía esa afirmación: “has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber sanado”. Su mente había cambiado. La producción de hormonas tanto positivas como negativas había cambiado. 

Su forma de reaccionar había cambiado. La forma de actuar de su cuerpo había cambiado. Por ello se repetía: “El milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratase de un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa. Pero allí donde está su causa, allí tiene que estar el milagro”. 

Josué cerraba los ojos y veía esa visión maravillosa del horizonte en su interior. Dejaba que la luz de los cielos se desarrollara en su corazón, en su pecho, en su corriente sanguínea y en sus respiraciones armónicas. Toda una unidad abrazada por la brisa que soplaba y por la alegría de la unión con el Todopoderoso.

LA DIGNIDAD MARAVILLOSA DE LAS PERSONAS

lunes, septiembre 18

EXPERIENCIAS DE DIGNIDAD

Benjamín estaba sentado en una de las mesas del comedor con su esposa tomando la comida. Estaban en una institución educativa. Él quería introducirse en estudios superiores y su esposa le ayudaba y lo apoyaba. Un proyecto que realizaron al año de haberse casado y estaban los dos entusiasmados. 

Los estudios eran su vida y no podía dejar pasar aquella ocasión. No lo dudaron ni un instante. Dejaron su casa en la ciudad. Lo prepararon todo y se fueron a vivir en aquella residencia de estudiantes en la planta de casados. Después de todo era la realización de un sueño que siempre había estado en sus mentes. 

Todos los participantes en los estudios debían colaborar con una de las necesidades diarias de la residencia. Era parte de la educación. No solo se cultivaban las facultades intelectuales sino las experienciales y de servicio. Una forma de abrirse a la comunidad en todos sus servicios. 

Colaboraba en la limpieza de los utensilios de la comida ciertos días de la semana. Además de eso estaba esperando otro cometido. En esos momentos mientras comía en aquella mesa, veía al responsable de los servicios dar vueltas alrededor de ellos. Al principio no le dio ninguna importancia. Siempre era una persona ocupada y su cabeza tenía muchos temas al mismo tiempo. 

Siguieron comiendo. Pero, la mirada del responsable se posaba en su mesa y, en ocasiones, se cruzaban los ojos. Se volvía a ir y volvía a venir. Era un comportamiento un tanto errático. Cuando terminaron de comer, llevaron los platos a su lugar y limpiaron la mesa. 

Al estar por abandonar el local, se atrevió a acercarse a Benjamín. Le dijo que deseaba consultarle algo. Benjamín accedió y le dijo que estupendo. Con cierto titubeo el responsable de servicios le dijo que había pensado en una tarea para proponerle, pero no se atrevía del todo a decírselo. 

Se quedó perplejo un tanto Benjamín ante esa actitud. No creía que fuera una persona delicada ni difícil. Al final le compartió que necesitaba que se hiciera cargo todos los días, a eso de la media tarde, de llevar en la furgoneta la basura de la cocina del día hasta la zona de vertidos. 

Benjamín no lo dudó ni un instante. Le contestó que sí. El responsable de servicios le pidió disculpas por haber dudado de su disponibilidad. Le indicó que le hacía un gran favor y que una persona de sus características era la oportuna para realizar esa tarea. Le aseguró que le había quitado un peso fuerte de su responsabilidad. 

“¿Cómo no ibas a percibir como liberación del sufrimiento el darte cuenta de que eres libre? ¿Por qué no habrías de aclamar a la verdad en vez de considerarla un enemigo?”

“¿Por qué razón te parece arduo, escabroso y demasiado difícil de seguir una senda que es fácil y que está tan claramente marcada que es imposible perderse?”

“¿No será acaso porque consideras que es el camino a la perdición en vez de una manera sencilla de encontrarte en el Cielo y en Dios que no exige ni sacrificios ni pérdidas?”

“Mientras no te des cuenta de que no renuncias a nada y de que es imposible perder, habrá veces de que te arrepentirás de haber elegido este camino. Y no verás los muchos beneficios que tu decisión te ha aportado”. 

“No obstante, aunque tú no los veas, están ahí. Su causa ya los produjo, y los efectos tienen que estar allí donde su causa ha hecho acto de presencia”.

Benjamín se confirmaba en sus decisiones. Lo tuvo claro desde el principio. Cada tarde se dedicaba a la recogida de todos los cubos de desperdicios y los vertía en el lugar adecuado unos cuantos kilómetros apartado. Después volvía y con agua abundante los limpiaba, los dejaba relucientes y los ponía en su lugar. 

La tarea fue una bendición en su vida. Estaba dispuesto a encarar cualquier situación. Descubrió la dignidad del servicio. La dignidad de todas las tareas. La altura de las personas que se dedicaban a hacer que la vida de los demás fuera tranquila, sencilla y agradable. El camino hacia el Cielo pasaba por aquellas acciones de vertido y limpieza. 

Así cuando estudiaba, comprendía, investigaba y descubría, sabía poner en su lugar adecuado esa sabiduría en un ambiente de servicio, de comprensión, de valoración de cada detalle por sencillo que pareciera. Le puso claro en su mente esa seguridad de que la libertad había entrado en su vida.

LA VERDAD DEL SER

domingo, septiembre 17

LAS APARIENCIAS NO SON SEGURIDADES

Marce recordaba un incidente que ocurrió durante su periodo de formación militar en su servicio militar obligatorio. Jóvenes de 21 años se reunían para aclimatarse a la disciplina militar y al uso de las armas como parte del ejército obligatorio. Unos años después, esa obligación dejó de existir. 

Muchos jóvenes de diferentes ciudades se reunían en un centro de instrucción de toda la provincia para ir pasando por ese proceso. Marce estaba en una compañía de 200 jóvenes como él. Tuvo ocasión de entrar en contacto con muchas personas. 

Con Los jóvenes que dormían en literas cercanas la amistad era más oportuna. La amplitud de la nave era muy grande y sólo la cercanía circunscribía el conjunto de personas que se podían normalmente comunicar. Una de ellas, con una cara especial tuvo una conversación muy interesante. 

Las primeras impresiones de las personas nos llegaban de su aspecto físico. La apariencia era lo primero que entraba por los ojos. Los ojos y la experiencia que habíamos tenido previamente nos orientaban. Marce pudo describir el rostro de ese joven como muy especial. 

Tenía los ojos vivos, las cejas juntas, una mirada inquietante que era capaz de dejarte helado por la fuerza que lanzaban por sus pupilas y un color rojizo que enmarcaba la cara de un sinvergüenza en toda regla. Una persona con la que había que tener cuidado, mucho cuidado. 

La conversación giró sobre la apariencia de esa cara de mirada tan descarada. El muchacho exponía que sufría por la impresión que daba. Admitía que su rostro era el vivo retrato de un sinvergüenza, de un gánster, de un buscalíos, de un matón con todas sus armas afiladas para dar el golpe en el momento adecuado. 

Se definía, y todos sentíamos esa sensación al verlo, al mirarlo y al sentirlo. Pero, se esforzaba por decir que ese rostro le había dado multitud de problemas. Siempre que había habido un algún altercado cerca de su vecindario, la policía lo detenía y lo interrogaba. 

Marce veía que había una distancia entre la apariencia física y el auténtico ser de la persona. En sus charlas era comprensivo, sensible, compañero, ayudador y nos repetía que se podía confiar en él. Su rostro, su apariencia lo desmentía. Una lucha entre la apariencia y el ser que no salía fuera sino era por el físico, eso se pensaba. 

Después de tres meses de convivencia, el muchacho tenía razón en sus planteamientos. Su conducta y su apoyo en todo momento desmentían a su cara, a su rostro, a su apariencia. Se comportaba de forma excelente. Marce veía que al cuerpo le dábamos una importancia tan grande como al ser. 

“El cuerpo, que de por sí no tiene ningún objetivo, es la excusa que tienes para los diversos objetivos que tienes y que le obligas a perseguir. No es su debilidad lo que te asusta, sino su falta de fuerza”. 

“¿No te gustaría saber que nada se interpone entre tú y él? Los que descubren que su salvador ya no es su enemigo experimentan un sobresalto. Cuando se descubre que el cuerpo no es real se suscita una cierta aprensión y se experimentan matices de aparente temor en torno al feliz mensaje de que – Dios es amor - ”. 

“Cuando la brecha desaparece, no obstante, lo único que se experimenta es paz eterna. No más de eso, pero tampoco menos. Si no tuvieses miedo de Dios, ¿qué podría inducirte a que lo abandonases? ¿Permitirías que el cuerpo dijese “no” a la llamada del Cielo, si no tuvieras miedo de perder tu ser al encontrar a Dios?”

Marce se afirmaba que el cuerpo era una interpretación nuestra. Nuestro ser no era el cuerpo. Así lo había descubierto en el rostro de aquel muchacho de 21 años que se debatía contra la apariencia de su cara. Él no era lo que dejaba traslucir su rostro. Su ser era algo totalmente distinto. 

Entendía, por primera vez, la definición de Dios: “Dios es amor”. Una cualidad que no tenía nada que ver con su apariencia. Una cualidad que estaba relacionada con el intercambio y con la actuación. Aquel compañero del servicio militar luchaba por sacar su ser y dejar de lado su cuerpo.