miércoles, agosto 31

MIEDO, ATAQUE, BENDICIÓN

Benjamín tenía miedo de ciertas personas. Se sentía incómodo ante ellas y las evitaba todo lo que podía en su vida. Buscaba la causa de esa incidencia pero no podía llegar a una clara conclusión. Solamente lo sentía y su cuerpo reaccionaba como un acto reflejo.

Si tenía que hablar con ellas, perdía su naturalidad. Una conversación escueta, con monosílabos cortantes, definía la relación. No encontraba el camino para un intercambio natural. Un tema de conversación común para sentirse cómodo con ellas. Le gustaba hablar. Pensaba muchas cosas. Pero se quedaba paralizado ante ellas. 

Reconocía que no tomaba ninguna iniciativa. Sólo la presencia le cortaba su manera de ser cordial y afable. No se lo podía creer. Algo había en el ambiente, en el detalle, en las personas que no le motivaban a compartir su natural esencia interior. 

Reflexionaba y pensaba en las cualidades de esas personas. En las experiencias vividas con ellas. En los varios incidentes vividos. Era verlas y acelerar el paso para pasar pronto el incordio de saludarlas. Esto se contraponía mucho con su amabilidad y su deseo de comunicarse. 

Benjamín era cordial, amable, agradable, hablador, comunicador y muy ayudador. Sus características sobresalían. En algunos temas brillaba, en otros destacaba. Pero, respecto a esas personas, todo se anulaba. Todo desaparecía. 

Benjamín se preguntaba si la causa estaba en él o en las otras personas. Para él, estaba en las otras personas. Se sentía paralizado con ellas. Se adentraba con estos pensamientos en las líneas que tenía delante de los ojos: “El milagro no es causa sino efecto”. 

“Es el resultado natural de haber elegido acertadamente, y da testimonio de tu felicidad, la cual procede de haber elegido estar libre de toda culpa”. 

“Todo aquel a quien ofreces curación te la devuelve”. 

“Todo aquel a quien le ofreces ataque lo conserva y lo atesora guardándote rencor por ello”. 

“El que te guarde rencor o no es irrelevante: tú creerás que lo hace”. 

“Es imposible ofrecerle a otro lo que no deseas sin recibir esta sanción”. 

“El costo de dar es recibir”. 

“Recibirás o bien una sanción que te harás sufrir, o bien la feliz adquisición de un preciado tesoro”. 

“Nadie le impone sanción alguna al ser humano, salvo la que él se impone a sí mismo”. 

Benjamín se miraba en su interior. Descartó de inmediato que la causa de sentirse incómodo con esas personas fuera de ellas. Era suya. Estaba en su interior. Él proyectaba disgusto sobre ellas y recibía el disgusto que proyectaba. Fue una luz en su camino. Se dio cuenta de que no las aceptaba tal cual. Era él el inicio del rechazo. 

Gracias a la comprensión dejó de sentir incomodidad a esas personas. La luz volvía a salir de su interior con fuerza y con amabilidad. Ahora no distinguía a nadie. Todos eran fabulosos para entablar con ellos una feliz relación dentro del respeto debido y oportuno. 

Sin darse cuenta, el miedo que albergaba en su interior se fue diluyendo. Todo ello sin hablar, sin pedir disculpas, ni tener una conversación al efecto. Su interior lo había resuelto. Respetaba la forma de ser de esas personas y su admiración también le abrió la luz de su mirada.

martes, agosto 30

DECISIÓN, PODER, LIBERACIÓN

Antonio estaba sorprendido de lo que estaba leyendo. Los habitantes de Alemania del este, acostumbrados a tener ciertas seguridades de trabajo y de atención por parte del Estado, habían perdido su capacidad de decidir. La idea de perder esa cómoda situación de no decisión les angustiaba. 

Antonio no se lo podía creer. Una liberación de la capacidad de decidir, de la capacidad de elegir, de la capacidad de colaborar en el bien común, se convertía así en la oscuridad más temible de su futuro. 

Muchos alemanes del este, en busca de la libertad, se dejaron la vida en la muralla. Querían pasar al otro lado. Querían vivir su propia realidad. Sin embargo, una vez que esa libertad llegó, angustió a muchísimas familias. 

Antonio se dio cuenta, por primera vez, de la angustia de ejercer una capacidad dormida, aniquilada, despreciada. Nunca se lo hubiera imaginado. Pero, la vida siempre tenía sus experiencias que nos hacían abrir los ojos. Antonio entendía que la libertad era su vida, que sus elecciones eran suyas, que sus equivocaciones eran motivo de aprendizaje, que sus aciertos eran frutos de la sabiduría adquirida. 

Se daba cuenta de que el Eterno trataba con seres libres. Los quería libres, totalmente libres para hacer sus elecciones. Era la cualidad que más definía al Padre según Antonio iba descubriendo. Una libertad que el Padre les concedía y que cada uno debía permitir esa libertad con el mismo amor y con la misma libertad. 

Por ello, le daba vuelta en su cabeza a los siguientes comentarios: “Cada día, cada hora, cada minuto, e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección; entre el Ego y el Espíritu Santo”. 

“El ego es la elección a favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección a favor de la inocencia”. 

“De lo único que dispones es del poder de decisión”. 

“Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque, aparte de la verdad y de la ilusión, no hay ninguna otra alternativa”. 

“Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad”. 

“Eres culpable o inocente, prisionero o libre, infeliz o feliz”. 

Antonio lo tenía claro en su mente. Quería seguir ejerciendo su libertad, su libertad de decisión. Agradecía que se fijara con delimitación el poder de la libertad. Sabía que tenía poder de decisión. 

Ese poder de decisión lo había ejercido, en ocasiones, totalmente erróneo. Había decidido por la frustración, por la infelicidad, por el dolor y por el aislamiento. Se preguntaba cómo el ser humano era tan poco sabio. Imbuido por una rabia incontenible, en varias ocasiones de su vida, había decidido la infelicidad. 

Ahora, con una visión más amplia, comprensiva y certera, sabiendo que ese poder estaba en él y no en el Padre, aplicaría su poder de decisión en la segunda parte de la tríada: inocente, libre, feliz. No quería repetir algunas sensaciones de la primera parte de la tríada: culpable, prisionero, infeliz. 

La sonrisa se abría en su alma. El latido volvía a su corazón. La libertad iba dejando sus huellas y Antonio se repetía la tríada liberadora: inocente, libre, feliz. Y se las seguía repitiendo para no caer en el error: inocente, libre, feliz. Una vez comprendido, no le permitiría a sus pensamientos decidir en otro sentido por pura coherencia con su mundo interior.


lunes, agosto 29

APATÍA, SABIDURÍA, VOLUNTAD

Andrés estaba pendiente. Su mente se concentraba en las definiciones y en las aportaciones del Dr. Mario Alonso Puig. Sabía, en su mente, la definición de apatía. Un estado de dejadez, desidia, falta de entusiasmo y de energía. Una indolencia que arrastraba al individuo hacia la nada. Una falta de movimiento interior y exterior hacia la vida.

Cerrar los ojos ante esa invitación energética de la vida, llena de movimiento y pasión por la multitud de experiencias que se abrían como una bella flor. Encogerse en ese capullo de la flor. Renunciar a florecer y mostrar y mostrarse la apertura del cáliz ofreciendo sus pétalos y sus colores. Un proceso de belleza interrumpido por alguna razón. 

Andrés se fijaba y vibraba en esos cinco niveles de los que participaba cada ser, cada individuo, cada alma que se cruzaba en su camino: el físico, el psicológico, el emocional, el social y, por último, el espiritual. Andrés pensaba en esa frase inglesa: last but not least. El último pero no el menos importante. Cinco niveles que no podían faltar en el conjunto total. 

Andrés fue señalando en su mente, en su corazón y en sus fibras emocionales cada detalle que sobresalía de la exposición. En el físico se quedó asombrado de que el movimiento generara nuevas neuronas en el hipocampo que controlaban las neuronas del miedo en las amígdalas del cerebro. Entendía lo saludable de salir a pasear, caminar, hacer ejercicio y practicar ciertas disciplinas. 

En el psicológico se destacaba la neuroplasticidad. Si lees, reflexionas, compartes, el cerebro se comporta como un músculo. Si lo utilizas, se expande. Si se deja, se encoge y se limita. Por ello, Andrés concluía que nunca le faltaría un libro en las manos y una buena conversación con personas sanas, abiertas y amables. 

Por fin, veía con claridad, en el nivel emocional, una aceptación de la naturalidad de la vida. Había escuchado de ciertas personas que no querían amar porque no deseaban sufrir. El amor, decían, era abrirse a la vulnerabilidad. Pero el Dr. Alonso Puig aclaraba las funciones de la tristeza, del entusiasmo y de la pasión. 

El intelecto es incapaz de entrar en los campos del amor. Entra cuando la pasión se hace presente. Entonces, lo que el corazón quiere sentir, se lo muestra la mente. Así conocerán la creatividad que es hija de la pasión. La creatividad muestra experiencias que el intelecto jamás puede vivir y sentir. 

La vida, definitivamente, descansaba sobre el amor. Sin amor, se amputaba la vida en su maravillosa manifestación. Andrés se relajaba, se tranquilizaba, se reconocía y se veía totalmente comprendido en esas manifestaciones. Veía que no podía limitarse por miedo. Y le daba fuerza conocer que lo opuesto al miedo era el amor. ¡Cuánto más amor, menos miedo!

Se quitaba una barrera más al nivel social. Todas las diferencias se ponían aparte. Todas las incomprensiones desaparecían. Una nueva magia surgía cuando almas distintas y diferentes se unían en la colaboración. Reconocían su unicidad y admitían su universalidad. 

Andrés vibraba con todos los niveles y también con el último. Todos eran realmente importantes, fundamentales en la vida del ser humano. Le encantó escuchar que la definición de espiritualidad no era una religión. La espiritualidad era ese nivel donde se reconocía y se reflexionaba sobre el sentido de la vida. 

Se apartaba la importancia de uno mismo basada en la soberbia. Sin esta actitud, se podía mirar al mundo con claridad y con los ojos del sol que compartía sus rayos con todos. Quitaba, de esta manera, la oscuridad. 

Andrés se repetía a sí mismo: “esta es mi palanca emocional, está en mí, yo puedo, vaya que sí puedo”. La apatía abandonaba a su presa. La dejaba vivir y florecer con toda su fuerza y con toda su tranquilidad.

domingo, agosto 28

DECISIÓN, COMUNICACIÓN, LUZ, ILUSIÓN

Juan Carlos iba caminado. Se dirigía a la casa de su chica, de su amiga, de la ilusión de sus pensamientos y de los momentos disfrutados juntos. Las últimas semanas habían sido deliciosas, felices, agradables, maravillosas. Su corazón había latido en muchos momentos.

Esa noche tenía que estar tocando con su charanga en un compromiso. No pudo atender esta responsabilidad. Su corazón necesitaba hacer otro cometido. Su cabeza estaba envuelta en una atmósfera distinta, diferente, alada y llena de castillos de colores. 

Sabía que era una decisión con dos salidas muy distintas: una era la felicidad, la otra la frustración total. Se la tenía que jugar. Juan Carlos había decidido proponerle a su amiga iniciar un camino juntos, quería que fuera su novia, deseaba que sus caminos rodearan otros jardines. Necesitaba mucho más que la amistad. Quería un compromiso. 

Por su parte estaba dispuesto. Su corazón le decía que su chica estaba receptiva, abierta, ilusionada y comprensiva. Se deleitaba en sus pensamientos en las idealidades que sentía cuando caminaba con ella, cuando jugaban, cuando asistían a reuniones, excursiones y, en ocasiones, se quedaban solos charlando y dialogando. 

Sus temas de conversación le embriagaban. Se podía hablar con ella de tantos buenos pensamientos. Su mirada siempre alegre, su ternura compartida, su brillo refulgía. Juan Carlos se repetía: “Dios mío, es mi chica”. Nunca antes había logrado sentir esos alfileres en su estómago, esos burbujeos en sus manos. 

Nunca se le había pasado por la cabeza dejar de ser responsable en ninguna de sus actividades. Pero, esa noche, no podía dejar de intentarlo. Sus múltiples tareas de trabajo, de estudio, de músico, no le dejaban opción si quería, al menos, compartir con su chica las idealidades de su alma. 

Su caminar se veía acompasado con su alegría y con la posibilidad de que ella, en su libertad, no aceptara su propuesta. Relajación, tensión, expectación, ansiedad, ilusión, esperanza, confianza, frustración, todo se unía en un cóctel de incertidumbre dirigido por su firme decisión de compartir con ella los dictados de su corazón. 

Recordaba los pensamientos que había leído esa mañana: “El alumno feliz satisface las condiciones de aprendizaje en este mundo, de la misma forma en que satisface las condiciones del conocimiento en el Reino”. 

“Todo ello se basa en el plan del Espíritu Santo para liberarte del pasado y revelarte el camino hacia la libertad”. 

“Pues la verdad es verdad”. 

“En esta simple lección se encuentra la llave de la lóbrega puerta que crees está cerrada para siempre”. 

“La llave no es más que la luz que con su resplandor desvanece las siluetas, formas y temores de lo que no es nada”. 

“Acepta de las manos de Cristo esta llave que abre la puerta de la libertad para que puedas unirte a Él en la santa misión de difundir la luz”. 

Juan Carlos se encontraba en su vida en ese preciso instante de encontrar la llave para abrir la luz de su vida. Con su chica, todos los ideales preciosos de la vida funcionaban. Con ella sentía la liberación. Eran felices los dos. Subían los mismos escalones de la vida. Vibraban los dos con particular emoción. 

Le decía a Cristo en su interior que aceptaba esa llave para abrir la puerta de la libertad y compartirlo con su chica. Juntos, su chica, Cristo y él podían empezar un camino de una libertad total. 

La ilusión subía en su mente, en su pecho, en sus latidos y en sus pasos que se aceleraban. Una rosa se interpuso entre su cara y su chica. La mano de Juan Carlos la sostenía. Una mirada preciosa. Una comunicación dulce, abierta y sincera salía de sus labios. 

Su chica, toda emocionada, con sus ojos asentía, en su rostro se ampliaba su sonrisa, el corazón de Juan Carlos estallaba de alegría. “Acepta de las manos de Cristo esta llave que abre la puerta de la libertad para que puedas unirte a Él en la santa misión de difundir la luz”.

sábado, agosto 27

PRÁCTICA, ENSEÑANZA, APRENDIZAJE

Felipe se había quedado un tanto preocupado. Su amiga le acababa de decir que tenía problemas de relación con los chicos en general. Él no entendía el motivo. Su amiga iba exponiendo la reacción adversa que tenía cuando se interesaban por ella. Dudaba de sus buenas intenciones. Dudaba de sus afectos naturales. Analizaba que eran construcciones mentales que ellos hacían.

Después estas ideas construidas en la nada de sus mentes no se correspondían con la realidad, es decir, con la verdad. Mostraba una mente dividida. Una parte la prevenía contra males imaginados y otra le decía que debía ser comprensiva. 

Felipe no acababa de digerir tal situación. Se repetía que éramos seres de amor, seres de relación, seres que necesitaban esa hermosa conversación. Sin embargo, ante las relaciones parecía que nos encerráramos en una coraza y decidiéramos que nuestros afectos más nobles quedaran enterrados. 

Siempre nos repetían y lo aprendimos muy temprano. Para saber sumar había que hacer sumas. Es decir, había que practicar. Haciendo sumas aprendemos a sumar. La práctica nos convertía en maestros y en artífices de elementos maravillosos. 

Felipe deducía que para desarrollar una habilidad había que desarrollarla, es decir, practicarla. Para amar, como su amiga le indicaba, se debía practicar el hábito y el ejercicio de amar. La amistad es el primer paso. Si no se aprendía a amar en el nivel de amistad, el amor no podía subir otros peldaños. 

Parecía que estábamos acostumbrados al desarrollo de la mente, a vivir en la mente. A Felipe siempre le chocaba que los teólogos, que se preocupaban por Dios, desde la mente, no fueran las personas que hablaran con Dios cada día. Por mucho pensar no se descubría el amor. Por mucho pensar tampoco se encontraba a Dios. 

Felipe descubría que a su amiga le pasaba algo parecido. Vivía en su mente. Construía sus ilusiones en su mente. Pero no aplicaba la regla fundamental de la suma. Para aprender a sumar, había que hacer sumas. Había que practicar. 

Felipe leía con interés los siguientes pensamientos: “Cuando le enseñas a alguien que la verdad es verdad, lo aprendes con él”. 

“Y así aprendes que lo que parecía ser lo más difícil de entender es lo más fácil”. 

“Aprende a ser un alumno feliz, pues jamás aprenderás cómo hacer que lo que no es nada sea todo”. 

“Pero date cuenta de que esa ha sido tu meta, y reconoce cuán descabellada ha sido”. 

“No te conformes con lo que no es nada, pues has creído que lo que no es nada podía hacerte feliz”. 

“Mas eso no es verdad”. 

Felipe lo veía más claro todavía. Le resultaba significativo la idea de compartirlo con los demás: “Cuando le enseñas a alguien que la verdad es verdad, lo aprendes con él”. Así que aprendíamos compartiendo. Aprendíamos enseñando. 

Al compartir nos afirmamos, al compartir nos reconocemos como sintiendo en nuestros propios nervios y células aquellos conocimientos, aquellas ideas, aquellos pensamientos. Parecía, concluía Felipe, que éramos maestros dobles. Se lo explicamos a los demás y nos lo explicamos a nosotros mismos. 

Así que toda idea que llega a nosotros y se queda en la mente, es estéril. No produce fruto. Se torna rama fructífera cuando la enseñamos a los demás. Esta es la práctica de la vida. Sin práctica no hay aprendizaje. Entonces se daba la siguiente afirmación: “Y así aprendes que lo que parecía ser lo más difícil de entender es lo más fácil”. 

Toda una buena idea para compartir con su amiga, en esas disquisiciones internas carentes de realidad, de práctica y de amistad. Felipe estaba contento de reflexionar sobre los caminos de aprendizaje de la vida. “Cuando le enseñas a alguien que la verdad es verdad, lo aprendes con él”.

viernes, agosto 26

SENCILLEZ, VERDAD, COMPLEJIDAD

Esteban estaba asombrado de lo que le estaba diciendo su esposa. Acababan de bajar del tren de cercanías en la estación central. Desde allí debían tomar el metro para llegar a su lugar de trabajo. Los dos trabajaban como profesores en el mismo colegio.

Al llegar al piso siguiente de la estación, llevados por la escalera automática, su esposa empezó a informarle que la decisión que había tomado debía habérsela dicho mucho antes. Le repetía que había sido un tanto desconsiderado por esa actitud. Le afirmaba que él le habría estado dando muchas vueltas y claro, al final, se lo comunicaba a ella. 

Esteban se dio cuenta, de inmediato, de que no le estaba analizando a él. Su esposa se estaba mostrando tal como era ella. Una persona prudente, precavida, muy cuidada en sus decisiones y reflexiva. Le daba mil vueltas a los pensamientos. Al final encontraba la solución y el acomodo a muchas cosas. Y, sin darse cuenta, le aplicaba sus características a su esposo. 

Esteban era completamente opuesto. Era franco, espontáneo, natural y muy comunicativo. Siempre compartía con ella lo que había en su pensamiento. Y así sucedió en aquella ocasión. Estaba en el tren esperando que abriera sus puertas para bajar. 

Una ráfaga de intuición cruzó por su mente. Unos minutos después lo estaba compartiendo con su esposa. Se encontraban en el mes de enero. Esteban le dijo a su esposa que al final de año cambiarían de colegio y volverían a su lugar de origen. 

Su esposa se quedó parada. Proyectó en Esteban toda su forma de ser. Esteban le repetía que la intuición acababa de ser en el tren. Unos cinco minutos antes. Pero ella, repetía y repetía que era una decisión que estaba rumiando mucho tiempo. 

Le costó a su esposa aceptarlo. Esteban aprendió dos cosas de esta incidencia. La primera era que no tratamos con la verdad. Tratamos con nuestra interpretación de la verdad. Y esa interpretación es nuestra forma de ser. Escuchando a su esposa aplicarle a él sus características le parecía inverosímil. 

Se aplicó la misma lección a sí mismo. Muchos de sus pensamientos y de sus planteamientos acerca de los demás eran un planteamiento de su forma de ser. Y aplicaba a los demás los adjetivos de aceptable o desconsiderado no según la verdad sino según su forma de ser. Toda una complejidad que costaba aceptar inicialmente. 

Le vino a Esteban muy bien leer los siguientes pensamientos: “El Espíritu Santo, que ve donde te encuentras, pero sabe que realmente te encuentras en otra parte, comienza Su lección de simplicidad con la enseñanza fundamental de que la verdad es verdad”. 

“Esta es la lección más difícil que jamás tendrás que aprender y, al fin y al cabo, la única”. 

“La simplicidad es algo muy difícil para las mentes retorcidas”. 

“Observa todas las distorsiones que has hecho de lo que no es nada; todas las extrañas manifestaciones, sentimientos, acciones y reacciones que has urdido de ello”. 

“Nada te es tan ajeno como la simple verdad, ni hay nada que estés menos inclinado a escuchar”. 

“El contraste entre lo que es verdad y lo que no lo es, es perfectamente evidente; sin embargo, tú no lo ves”. 

Esteban estaba sufriendo en sus carnes, en las censuras de su esposa, en las inquietudes de su pareja, toda esa no verdad que estaba vertiendo sobre su persona. Esteban veía con claridad la confusión de su esposa. Se estaba proyectando ella. Él no era así. 

Pero quería ser objetivo también. Fue un toque de llamada sobre la puerta de su conciencia. En muchas ocasiones, se había fabricado todo un castillo de naipes en su cabeza con pensamientos que él interpretaba. En muchas ocasiones, vio como todo aquel montaje, con un simple detalle de verdad, se desmoronaba totalmente.

De todos modos, asentía con la afirmación: “Esta es la lección más difícil que jamás tendrás que aprender y, al fin y al cabo, la única”.

jueves, agosto 25

APRENDIZAJE, AFLICCIÓN, ALEGRÍA

José Manuel estaba sorprendido por lo que estaba leyendo. Siempre había considerado que el proceso de aprendizaje tenía dos etapas: una dura y difícil y otra, una vez alcanzado el saber, de felicidad y de satisfacción personal.

Sin embargo, aquel autor le indicaba que lo importante era el gozo, la dicha y el placer, como el elemento que orientaba todos los aprendizajes. A José Manuel le sorprendía mucho porque siempre le habían repetido: “quien algo quiere algo le cuesta”. 

Siempre se asociaba una etapa de sufrimiento con una etapa de felicidad. Él mismo no había sido consciente de la felicidad que sentía cuando estaba aprendiendo. No se había percatado de su gozo cuando muchos domingos se había quedado en casa preparando algún tema. Nunca lo consideró un sacrificio. 

Pero, sin darse cuenta, su madre, siempre que conversaba con sus vecinas acerca de esa costumbre, destacaba el sacrificio, la abnegación y una enorme voluntad de renuncia. José Manuel no le hacía mucho caso. Era la mentalidad del momento. 

Así que siempre en sus planteamientos, salía esa etapa de sacrificio inicial y después la etapa de la dicha y el placer. Al darse cuenta de lo que exponía ese autor, se le abrieron muchas ideas en la mente. La más inminente era que si el placer, la dicha y el gozo, no estaban en el inicio del aprendizaje el resultado del mismo sería más lento, más difícil y dificultoso. 

La siguiente era que la dicha y el gozo no podían reducirse al resultado final. La dicha y el gozo son los motores de la vida, los generadores de energía, los facilitadores de la comprensión. La ilusión dependía de ellos. No se podía reducir el gozo a experimentarlo al final del proceso. Sería una pérdida de vida lamentable. 

Con estas ideas, José Manuel estaba más preparado para comprender estas líneas que le atraían la atención: “El Espíritu Santo necesita un alumno feliz en quien Su misión pueda llevarse a cabo felizmente”. 

“Tú que eres tan partidario de la aflicción, debes reconocer en primer lugar que eres infeliz y desdichado”. 

“El Espíritu Santo no puede enseñar sin este contraste, pues tú crees que la aflicción es felicidad”. 

“Esto te ha confundido tanto que te has empeñado en aprender a hacer lo que nunca podrás hacer, creyendo que si no aprendes a hacerlo no serás feliz”. 

“No te das cuenta de que los cimientos sobre los que se basa este objetivo de aprendizaje tan extraño no tienen ningún sentido”. 

José Manuel comprendía estos planteamientos mucho mejor ahora. Se había topado con un amigo que iba a rehabilitación. Lo vio serio y desanimado. Su amigo le dijo que esperaba volver de la rehabilitación más animado. Esperaba conseguir los siguientes logros. 

José Manuel le indicó que estaba totalmente equivocado. Si quería conseguir los siguientes logros en la rehabilitación, debería ir abierto, contento, feliz, confiado en que lo conseguiría con su alegría. Un cuerpo feliz funcionaba con mayor fluidez y con mayor naturalidad. El cuerpo mismo, si no se le oponía ningún pensamiento negativo, sabía curarse y superarse. 

La misma biología del cuerpo lo afirmaba. La negatividad producía glutamato y cortisol en el cerebro. Ambas sustancias se oponían al buen funcionamiento del cuerpo. La alegría, por el contrario, producía dopamina y serotonina. Estas sustancias dinamizaban y facilitaban las funciones corporales y las funciones de memoria y de aprendizaje. 

José Manuel concluía que no debía esperar para ser feliz. La felicidad debía estar en el inicio de cualquier proceso. Esta felicidad facilitaría los logros. Era una ecuación totalmente al revés: 

Una era: esfuérzate y, al final, con tus logros, serás feliz. 

Otra era: Sé feliz en tu esfuerzo, desde el inicio. Los logros seguirán con naturalidad. 

Ahora sí, al repasar José Manuel todos los procesos de aprendizaje en su vida, se dio cuenta de que todos sus procesos de aprendizaje fueron muy felices. La felicidad no le había abandonado en ningún momento. No se había focalizado en el logro como algo indispensable. Llegó sin forzar nada. 

José Manuel estaba contento, feliz, lleno de entusiasmo. Era la mejor manera de funcionar el cuerpo. Con esa actitud, la felicidad se instalaba en su mente y en su cuerpo. Así seguían todos sus logros. Una maravilla de propuesta del Espíritu Santo.

miércoles, agosto 24

DEMENCIA, OSCURIDAD, DECISIÓN, ESPÍRITU

Javier trataba de ir desbrozando el significado de aquellas líneas que tenía delante de sí. Le parecían muy importantes. Tocaban temas de trascendencia. No quería dejar una línea sin comprender. Decidió ir interpretándolas una a una. Así podría tener una visión de conjunto mucho mejor. 

“En un mundo nacido de la negación y carente de dirección se necesitaban pruebas indirectas de la verdad”. 

Javier entendía que el mundo era la expresión de la negación del amor. Era la negación de la esencia personal de cada ser. Y lo que destacaba era la desorientación que había a la hora de dirigirse a un objetivo para encontrar esa paz interior que no encontraba la mayoría (dureza, inseguridad, revancha, venganza, impaciencia, etc). 

“Percibirás la necesitad de esto si te das cuenta de que la negación es la decisión de no querer saber”. 

Javier todavía se tenía que repetir que el fondo de su alma era amor. Todavía tenía que pensar que toda alteración del amor se resolvía en problemas mentales y biológicos. Alguien citó que, en un porcentaje del 60% al 80%, los trastornos corporales de las personas eran de tipo emocional. Posturas contrarias al amor. 

A pesar de ello, se reconocía como natural esas disfunciones sin poner el acento en esa falta de amor que lo confundía todo. Javier se quedaba sorprendido por esa verdad: “decisión de no querer saber”. Era una actitud que su mente profunda y buscadora de verdades no podía asimilar. Nadie en su sano juicio podía decidir no querer saber. 

Javier visitó a su hermano en el hospital. Había sido operado. Hablaron de todos los pormenores de la intervención. Pero, algo quedó en su mente. Le decía que lo más maravilloso eran los ánimos que recibía de una enfermera al entrar cada mañana. Dirigía con rapidez su mirada sobre su rostro y le decía una frase que revelaba cómo realmente se sentía. Le afirmó que era la mejor medicina de su postoperatorio que tenía. 

“La lógica del mundo, por lo tanto, no puede sino conducir a la nada, pues su meta es la nada”. 

Una frase que le hacía temblar por lo rotunda, pero con mucha verdad: “la meta de la lógica del mundo es la nada”. La meta de la lógica del mundo no se correspondía con la lógica de su alma, de sus sentimientos, de su corazón, de su vida y de la energía que le hacía palpitar su corazón cada día. 

“Pero si lo eres todo y eso es lo que tienes y lo que das, y aun así lo niegas, es porque tu sistema de pensamiento se ha desconectado totalmente de la verdad y se ha separado de ella”.

Se encontraba atrapado entre la lógica del mundo y su lógica personal como ser. Le clarificaba esa separación de la verdad. Le daba fuerzas para ir decidiendo en una dirección opuesta a la lógica del mundo. Encontrarse con él mismo era superior a cualquier otra experiencia. Además estaba en la dirección de la verdad. 

“Este es un mundo demente y no debes subestimar la magnitud de su demencia. No hay ninguna área de tu percepción que no se haya visto afectada, y tu sueño es sagrado para ti”. 

Por fin, se decía a sí mismo que había encontrado una forma de pensar afín a la suya. Eso era todo un descubrimiento. Reconocía que partes de su forma de mirar el mundo estaban afectadas (egoísmo, competencia, envidia, rabia, etc). Admitía que su experiencia era muy importante en su vida. Le impactaba la fuerza que tenía: “tu sueño es sagrado para ti”. Por ello, cada un@ cree que su verdad es la auténtica. 

Daba gracias al infinito por el hermoso regalo que ponía luz en esa inmensa locura: “Por eso es por lo que el Padre puso al Espíritu Santo en ti, allí donde tú pusiste tu sueño”. 

Javier se daba cuenta de la trascendencia de su sueño y de la gran labor del Espíritu Santo para ir clarificando sus pensamientos de amor. No era una labor superficial. Era una labor de ayuda para que comprendamos por donde discurre esa paz que ansía el corazón: “perfecta sanidad de pensamiento, perfecta paz, perfecto amor”.

martes, agosto 23

INFORMACIÓN, CAPTACIÓN, CONOCIMIENTO

Vicente era un muchacho muy despierto. Su inteligencia era notable. Captaba la información de una manera rápida y precisa. Le gustaba, sin decirlo a nadie, manejar muy bien las circunstancias para jugar con ellas y organizarlas para su propio beneficio.

Una actitud un tanto juguetona con la información que en momentos alcanzaba tintes de manipulación. Vicente concluía que era su tendencia. No podía evitar sentirse superior a los demás. Era astuto. Jamás se jactaba ante los otros. Tenía la seguridad interna de que lo era. 

No necesitaba el aplauso directo de los demás por su manipulación. Necesitaba el reconocimiento de ser querido y apreciado. Por ello, sus estrategias estaban muy disimuladas. Sin embargo, las personas perspicaces captaban sus esencias y su proceso incisivo. 

Con el tiempo, Vicente fue distinguiendo entre la información y el conocimiento. La información llegaba a sus células cerebrales. El conocimiento emanaba de la digestión en su vida diaria de esa información. Así que surgían dos mentes en su vida. 

Una era la información que le llegaba, captaba y se transformaba en su saber intelectual. Otra, el conocimiento adquirido por aplicarse en él mismo, con todas sus consecuencias, esas informaciones procesadas. Recordaba la reflexión que tuvo con cierta persona de confianza. 

Vicente le exponía que todas las personas mentían. La otra persona le indicó que eso era una expresión personal y una decisión individual. La generalización estaba fuera de lugar. Le aseguraba que en su familia la mentira, la falsedad, nunca había sido una naturalidad. 

Vicente le refería que alguna mentira que otra le había sacado de algún atolladero. No eran tan malas. Pero, la respuesta que recibía Vicente era clara y precisa. “En el momento en que se te declare como persona que mientes, tus juicios dejarán de contar con la confianza oportuna. Y cuando se pierde la confianza ya no se te tiene en cuenta de la debida manera”. 

Vicente encajó la respuesta con esa mezcla de contrariedad y verdad que las palabras tenían. Leía las siguientes líneas y se sentía identificado con el tema de la información y el conocimiento: “Si eres bendito y no lo sabes, necesitas aprender que ciertamente lo eres”. 

“El conocimiento no es algo que se pueda enseñar, pero sus condiciones se tienen que adquirir, pues eso es lo que desechaste”. 

“Puedes aprender a bendecir, pero no puedes dar lo que no tienes”. 

“Por lo tanto, si ofreces una bendición, primero te tiene que haber llegado a ti”. 

“Y tienes también que haberla aceptado como tuya, pues de lo contrario, ¿cómo podrías darla?”

“Si perdonas completamente es porque has abandonado la culpabilidad, al haber aceptado la Expiación y haberte dado cuenta de que eres inocente”. 

Vicente aceptaba esta enorme diferencia entre la información y el conocimiento. Debía dejar a un lado tanta información y tratar de digerir, a través de las experiencias, los datos para cambiarlos en conocimiento. 

Eso le cambió la visión de la manipulación. Ahora se dedicaría a la comprensión de los grandes temas internos del ser humano: la culpabilidad, la inseguridad, sus exigencias personales, la perfección, etc. 

Para ello, iría experimentado en su interior como indicaba esa línea: “Por lo tanto, si ofreces una bendición, primero te tiene que haber llegado a ti. Y tienes también que haberla aceptado como tuya, pues de lo contrario, ¿cómo podrías darla?"

Todo un hermoso desafío en la mente de Vicente se abría en su horizonte. Daba gracias por su inteligencia. Ahora daba gracias también por haber entendido el conocimiento que se abría en su vida.

lunes, agosto 22

COMPRENSIÓN, PRECISIÓN, SALIDAS

Santi estaba boquiabierto escuchando al Dr. Mario Alonso Puig. Todas sus intuiciones tomaban forma de saberes, de delimitaciones y de constataciones claras y precisas.

Hacía tiempo que había aprendido que lo opuesto al amor no era el odio. Lo opuesto al amor era el miedo. Así que no podía buscar en la experiencia el odio, el enojo, la ira, la frustración, etc. Había dos grandes campos en los que se ejercitaba con claridad. 

Uno era el campo del amor. El otro, el campo del miedo. Estaba claro que donde estaba el amor, el temor no tenía presencia. Donde faltaba el amor, el temor tenía su reino y su poder. 

El Dr. Alonso Puig le guiaba por la estructura del ser humano. Se quedaba maravillado por tanta claridad. De las tres partes, destacaba la esencia. Ese núcleo que nos identificaba a todos. Una esencia hecha de pura consciencia, de puro amor incondicional, de dar su totalidad sin nada a cambio. 

Santi se quedaba sorprendido por el segundo nivel. Un segundo nivel anclado en la inseguridad, en la carencia, en la debilidad, en la duda: Tememos reconocer lo que somos, aceptarnos y afirmar sin tapujos nuestra verdadera naturaleza. De ahí, que este nivel esté anclado en el miedo. Así que se está en una situación de continua supervivencia. 

Pero el tercer nivel también dejaba impactado a Santi. Era el nivel de lo que pretendemos ser. Santi reconocía que era un estado de idealidad mental pero que no se correspondía con la realidad, con la naturalidad, y con las fuerzas de la naturaleza. 

Se creaba una concepción ilusoria. Se pretendía la perfección, la eliminación de fisuras, el control. Así se abría la puerta a la arrogancia, la vanidad y la autosuficiencia. Un nivel devastador. Rompía con todas las leyes de comprensión y empatía. Lo que sobresalía era la posición de la pretensión. Una completa falsedad. 

Santi se regocijaba con la aportación de Einstein en la búsqueda de la solución. Indicaba que si un problema se producía en un nivel, la solución debía venir de un nivel superior. Si la mente, en su competición, creaba un problema, la misma mente no podía solucionarlo. Debía solucionarlo otro nivel. En este caso, el espíritu. 

Le quedaron muy claras las dos soluciones finales. La desaparición del ego se realizaba cuando se integraban las partes de lo que somos y de lo que hemos rechazado de nuestra realidad. En la integración, el ego desaparecía. 

La aportación, finalmente, de Francisco de Asís, ponía una idea de claridad en toda la confusión: “Busqué a Dios con todos mis medios, con todo mi tiempo, con todos los procesos, pero no lo hallé. Me busqué a mí mismo con muchas horas de meditación y de pensamiento, pero no me hallé. Finalmente, busqué a mi hermano y encontré a los tres. 

Santi se sentía contento, feliz, con claridad, con pensamientos centrados y aquilatados. Una buena forma de comprenderse y comprender a los demás.

domingo, agosto 21

PALABRAS, SEPARACIÓN, CERTEZA

Rafa estaba en casa junto con su familia viendo la televisión. Era un programa de reflexión juvenil. Un consejero aparecía para poner en claro algunos términos que se utilizaban en ocasiones entre las personas. Dicho consejero quería poner en claro que había dos niveles, dos mundos que se relacionaban pero que no eran lo mismo.

En un tono de charla tranquila, relajada, hablaban sobre el término “divino”. En algunos momentos se utilizaba la palabra "divino" para indicar lo maravilloso de una persona o de un acontecimiento. En el diccionario está recogida esta acepción. Pero, aquel consejero indicaba que era una mala utilización de la palabra. 

La palabra “divino” debía utilizarse solamente en aquello circunscrito a lo divino y a los personajes divinos. Se quería remarcar la diferencia entre lo divino y lo humano. Rafa se quedó pensativo ante aquella propuesta. Un nivel perfecto y un nivel imperfecto. Un nivel del Padre y otro nivel de los hijos. Un contraste evidente entre el cielo y la tierra. 

Rafa sentía en su interior que aquello no era auténtico. Era una imposición de la sociedad, una enseñanza de aquellos maestros religiosos, pero la realidad del ser humano no era tal cual la pintaban y la describían. Una cosa era el respeto, otra, el miedo. Una cosa era el aprecio, otra, la imposición. Y Rafa concluía que el amor no puede ser impuesto. 

Por ello, cuando leía estos pensamientos, se reafirmaba dentro de sí aquellos sentimientos que tuvo ante la palabra “divino”. “¿Cómo iba el Hijo de Dios perderse en sueños, cuando Dios ha puesto dentro de él la jubilosa llamada a despertar y a ser feliz?”

“Él no se puede separar de lo que está en él”. 

“Su sueño no podrá resistir la llamada a despertar”. 

“Es tan seguro que la misión de la redención se cumplirá como que la creación permanecerá inmutable por toda la eternidad”. 

“No tienes que saber que el Cielo es tuyo para que lo sea”. 

“Lo es”. 

“Mas para saberlo, tienes que aceptar que la Voluntad del Padre es tu voluntad”. 

Rafa se quedaba perplejo ante estas afirmaciones: “tienes que aceptar que la Voluntad del Padre es tu voluntad”. Si la Voluntad del Padre es divina, también la voluntad nuestra es divina. Es cierto que tenemos la opción de la libertad para aceptarlo o no. Pero, cuando nos alejamos, en nuestra libertad, de esa voluntad, lo pagamos muy caro. 

Cometemos las mayores equivocaciones y herimos innecesariamente a tod@s y a nosotr@s mism@s. Por ello, se reafirma que nuestra voluntad es divina. Rafa veía que las palabras de aquel consejero iban en otra dirección. Esa separación entre el Padre y sus Hij@s no era tal. La misma Voluntad divina estaba en ambos. 

La equivocación de las personas estaba en no aceptarse como tal. La distancia entre las personas nunca ha solucionado nada en la vida. La cercanía, el amor, la confianza, el apoyo y la valoración siempre han sido elementos transformadores de la realidad de cada un@. 

Toda distancia separa. Toda cercanía ilusiona. La palabra “divino” tenía una nueva visión para Rafa. Se consideraba a sí mismo totalmente distinto.

sábado, agosto 20

COMPRENSIÓN, CONCILIACIÓN, SOLUCIÓN

Julián había quedado con el director de su institución. El año anterior había acabado sus estudios universitarios. Se sentía feliz. A pesar del esfuerzo que representó, Julián recordaba con cariño todos los esfuerzos realizados para conseguir el grado universitario oportuno para impartir clases.

Tenía toda la fuerza e ilusión del mundo. Se comía todo lo que caía en sus dominios. Todo lo abarcaba. Con todo se comprometía. Nada le detenía en su forma de ver la vida. Apoyaba a sus compañeros a todos los niveles. Se sentía partícipe de un excelente grupo de docentes. 

Estaba realizando la ilusión de su vida. Todas sus energías se estaban desarrollando. Una paz, una ilusión nueva iba apareciendo. Se sentía nuevo y, casi sin darse cuenta, lo transmitía. Era una persona clara, amigable, comprensiva y daba su apoyo a toda causa noble y justa. 

El director le puso el brazo por el hombro. Notó en él cierta cercanía. Un tono de confidencia se notaba en el ambiente. Julián recibía con aprecio todo lo que venía de su director. Le tenía en gran estima. Lo respetaba muchísimo. Hubiera querido ser psicólogo como él, pero el mismo director, le sugirió que estudiara filología. 

La ligazón entre ambos era de admiración mutua. Julián se sentía bien en los momentos donde podía departir con él. El director se dirigió a él con el diminutivo de su nombre que no utilizaba jamás en público. El cariño se hacía evidente. Julián se sentía especialmente bien. 

Estaba preparado para las palabras siguientes. El director sabía que Julián había apoyado un grupo de protesta en contra del administrador de la institución. Ante las primeras palabras, Julián adivinó que se trataba de ese asunto. 

El director le citó que tenía mucho en cuenta la influencia que su opinión y sus apoyos tenían. Pero, en esa ocasión, no quería que se dirigiera contra una persona. Se la podía herir innecesariamente. Le propuso indagar otros medios y otros caminos para evitar el enfrentamiento personal con el administrador. 

Julián se dio cuenta de que esa no era su intención. Estaba en contra de una directiva del administrador, pero no contra su persona. Julián tomó la palabra y le aclaró el asunto al director. Le propuso otra alternativa. El director, contento con la respuesta de Julián, le felicitó. Le subrayó su sabiduría. 

Subieron juntos un trecho del camino. El brazo del director encima de los hombros de Julián. Concluida la conversación. Llegados a un buen entendimiento. Se despidieron con la sensación de que dos almas generosas se habían encontrado. 

Julián daba saltos de alegría en su corazón interno. Una manera magnífica de abordar un tema delicado sin herir la enorme amistad que los unía. Una forma de sacar a flote aspectos secundarios que hubieran sido mal interpretados. Por fin, todo arreglado. 

“¡Qué hermoso tener una persona a tu lado!”, pensaba Julián. Así que comprendía mucho mejor estas líneas que leía: “Aprenderás lo que es la salvación porque aprenderás a salvar”.

“Es imposible que te puedas excluir de lo que el Espíritu Santo quiere enseñarte”. 

“La salvación es tan segura como el Padre”. 

“La certeza del Padre es suficiente”. 

“Date cuenta de que incluso la más tenebrosa pesadilla que perturba la mente del Hij@ durmiente del Padre no tiene poder sobre él”. 

“Él aprenderá la lección del despertar”. 

“El Padre vela por él y la luz le rodea”. 

Julián sentía al Padre como había sentido al director. Esa mano sobre sus hombros. Esas palabras sabias, cercanas y cariñosas. Ese deseo de compartir la nobleza, la verdad sin buscar herir a nadie. Esa ausencia de crítica ni de enojo. Esa propuesta de solucionar el asunto de otro modo. Todos los personajes de la cuestión unidos. 

Julián se sentía totalmente agradecido al director. Y, ahora, Julián se sentía totalmente agradecido al Padre. Le enseñaba la salvación salvando. El director le había dado una lección similar. Le enseño la lección de salvar al administrador y en ese proceso, le enseñó su propia salvación. 

Julián reunía todas sus energías. Todos sus pensamientos radiaban de alegría. Se había conseguido la unión y la ausencia de enfrentamiento porque un director había cambiado la visión del asunto. Así, El Padre, concluía Julián, trataba con sus Hij@s sin hacerles sentir incómodos y solucionando el problema de otro modo.

viernes, agosto 19

CITA, CHARLA, ENCUENTRO

Emilio estaba jugando en el patio del colegio. A ratos montaba en bicicleta, a ratos jugaba al fútbol, a ratos patinaba. Se lo estaba pasando estupendamente. Una sensación maravillosa invadía su cuerpo. Hacía pocos días que había aprendido a montar en bicicleta. Era tal su alegría que se había pasado horas montando en bicicleta.

Al final de las jornadas anteriores, sus nalgas le decían que su apoyo en el sillín no era toda la comodidad que necesitaban. Le dolían. Pero, Emilio gozaba. No le prestaba mucha atención a su molestia por haber pasado excesivas horas montando. 

Aquella tarde había sido más equilibrado. Repartía su tiempo en diversas actividades para no cargar ninguna parte de su cuerpo. En uno de los cambios de actividad notó un cierto impulso en su interior. Su corazón le pedía un rato de charla con el Creador. 

Aprovechó que la iglesia estaba sola. Se sentía como en una visita especial. No había nadie en la iglesia. En el altar, una persona limpiaba la zona. Emilio se dirigía desde su mente infantil al Creador de la vida, al Creador de su vida. Se sentía contento con Él.

Con toda naturalidad le abría su corazón. En pocos instantes tenían una conversación muy amena. Le gustaban a Emilio estos momentos exentos de toda liturgia, de todo formalismo, de todo tipo de oraciones y de todo tipo de repeticiones. Era como hablar con un consejero. 

La alegría le invadía el corazón. Un encuentro espontáneo se había presentado en unos instantes. No había planificado nada. Pero, esa inquietud en su alma le había tirado como unas lianas invisibles para los últimos bancos, vacíos y llenos de una intimidad disfrutada. 

Emilio, desprovisto de gente, de oficios, gozaba de la presencia del Altísimo. Reconocía que esos encuentros en el corazón eran especiales en su vida. No le daba al Creador ese papel distante y grandioso. Sentía que era como un padre amable y comprensivo. 

Le abría su corazón y charlaban animados como si estuvieran delante el uno del otro. A veces, Emilio se preguntaba si no era un caso raro, poco comprensible para los demás. Dejaba pronto estos razonamientos y seguía conversando a su manera. El encuentro le llenaba de paz. 

Pasado el tiempo, leía los siguientes pensamientos y los comprendía mucho mejor: “El nexo de comunicación que el Padre Mismo colocó dentro de ti y que une tu mente con la Suya, no puede ser destruido”. 

“Tal vez creas que ése es tu deseo, y esa creencia interfiere en la profunda paz en la que se conoce la dulce y constante comunicación que el Padre desea mantener contigo”. 

“Sus canales de extensión, no obstante, no pueden cerrarse del todo o separarse de Él”. 

“Gozarás de paz porque Su paz fluye todavía hacia ti desde Aquel Cuya Voluntad es la paz”. 

“Dispones de ella en ese mismo instante”. 

“El Padre dispuso que el Cielo fuese tuyo, y nunca dispondrá nada más para ti”. 

Emilio se repetía para sus adentros: “El nexo de comunicación que el Padre Mismo colocó dentro de ti y que une tu mente con la Suya, no puede ser destruido”. 

Entendía mucho mejor esa comunicación interna que había sentido en muchos momentos de su vida, en especial, aquella tarde. Lo sacó de los juegos. Lo atrajo hacia Él. Charlaron como dos amigos. Se sintieron totalmente unidos. 

Emilio sentía que aquella era su primera invitación por el Padre. En su desarrollo aprendió a encontrarse con el Creador en la naturaleza, en su cuarto, en su clase de estudio, en su trabajo. Todos los sitios eran adecuados porque lo importante estaba en su interior. 

Se maravillaba al haber descubierto ese anhelo que había vivido: “la dulce y constante comunicación que el Padre desea mantener contigo”. Por ello, entendía un poco mejor su primera experiencia. No era él quien había decidido bajar, era el Padre el que tomaba la iniciativa para que nosotros nos abramos a Él. 

Emilio gozaba con estos descubrimientos. Un Creador maravilloso que también había creado esa conversación interna entre nosotros y Él. Esas conversaciones eran la base de esa profunda amistad que nos abría la posibilidad de hablar y conocernos.

jueves, agosto 18

LEYES, CLARIDAD, PRÁCTICA, RESULTADO

Jorge disfrutaba realizando sus ejercicios de matemáticas, de álgebra, de integrales y derivadas. Cada domingo por la mañana, se sentaba en su mesa camilla, cerca de la ventana. La claridad incidía sobre la mesa y así se concentraba en la realización de los ejercicios pedidos.

Todo a su alrededor bien dispuesto. Su material en la mano. Sus libros, el problema y la aplicación de todas las reglas para resolverlo. Seguía el proceso. Le gustaba ser minucioso, reflexivo, exacto. Realizaba paso a paso. Sabía que si el resultado final no era el esperado, debía volver a plantearse toda la ejecución entera. 

Todo ello le redoblaba su concentración y sus pensamientos. Aplicaba los números, planteaba las incógnitas, repasaba las operaciones. Cuidaba los signos para no confundirse. Repasaba los números y los resultados dos veces. Así iba poniendo seguridad en el avance del problema. 

Al final conseguía la solución. Contento, buscaba la solución del libro de ejercicios. Veía con gozo que su resultado coincidía con el resultado propuesto. Se decía para sí mismo: “problema superado”. 

A Jorge le gustaría tener una claridad de procedimiento en otras áreas del conocimiento como la tenía en las matemáticas. Las leyes, las delimitaciones, los procedimientos. Todo ello le daría paz. Así que se ilusionó con las propuestas de aquel párrafo y su introducción:

“Ten confianza únicamente en lo que sigue a continuación, y ello será suficiente: la Voluntad del Padre es que estés en el Cielo, y no hay nada que te pueda privar del Cielo o que pueda privar al Cielo de tu presencia”. 

“Ni tus percepciones falsas más absurdas, ni tus imaginaciones más extrañas ni tus pesadillas más aterradoras significan nada”. 

“No prevalecerán contra la paz que la Voluntad del Padre ha dispuesto para ti”. 

“El Espíritu Santo restaurará tu sanidad de mente y tu sensatez porque la demencia no es la Voluntad del Padre”.

“Si eso es suficiente para el Espíritu Santo, también es suficiente para ti”. 

“No conservarás lo que el Padre desea que se elimine porque eso interrumpe Su comunicación contigo, que es con quien Él quiere comunicarse”. 

Su Voz se oirá”. 

Jorge estaba perplejo. Nunca había leído tanta claridad de pensamiento. Un camino seguro se dibujaba. Todo estaba claro. Las dudas se habían disipado. La contundencia le daba una paz nueva: “ello será suficiente”. 

Con esta introducción, la mente de Jorge se abría, comía, leía, digería, se alegraba y se entusiasmaba: “la Voluntad del Padre es que estés en el Cielo, y no hay nada que te pueda privar del Cielo o que pueda privar al Cielo de tu presencia”. 

Con esta claridad absoluta, ahora ya podía realizar todos los ejercicios. Aprendería todos los procedimientos. Indagaría todos los caminos. No dudaría en sus atrevimientos. Sabía que al final, siguiendo las maravillosas leyes de las operaciones, en este caso del amor, llegaría a la solución verdadera. 

No tenía palabra para calificar esta afirmación tan clara. Además, la función del Padre era vital: “No conservarás lo que el Padre desea que se elimine porque eso interrumpe Su comunicación contigo, que es con quien Él quiere comunicarse”. 

Por primera vez, Jorge se sentía seguro, orientado, sereno, lleno de energía para sentarse en la mesa camilla de su vida y resolver todos los problemas porque, ahora sí, tenía un referente supremo y una seguridad totalmente clara y definida. 

En su corazón resonaba: “Su Voz se oirá”.