Martín se había separado un poco de sus amigos. Estaban todos pasando una bonita mañana en la naturaleza. Cerca de las tiendas donde habían pasado la noche había un pequeño lago con rincones abrigados muy propios para pasar desapercibido.
Se sentó rodeado de vegetación, verde por doquier. El azul del agua en su frente. Unas pequeñas distorsiones generadas por las piedras que lanzaba. Una continuada vibración concéntrica se iba separando del centro donde había caído la piedra.
Era una mañana tranquila. La brisa acariciaba su rostro. Expandía sus pulmones. Gozaba del oxígeno, de la belleza del entorno. Ojos centrados en un punto del agua. Se iba poco a poco yéndose hacia dentro. El silencio iba subiendo en su interior.
Comenzaba a descender a los recovecos de su alma. Allí donde los pensamientos se hacen claridad. Sin darse cuenta, se estaba desconectando de su runrún diario, cotidiano, familiar, conocido y siempre circular.
Sintió algo nuevo. Algo acababa de pararse. Su mente, vacía, sin contenido, aportaba paz, tranquilidad y sosiego. Se encontraba entre dos luces: dos mundos distintos se mostraban. Uno era el de paz, con el silencio. Otro era el continuo martilleo de las mismas ideas.
Martín bajó la mirada, al borde del agua. Miró su rostro. Y dos voces distintas se lanzaron a interpretar el rostro dibujado en las aguas. El silencio lo definía como persona grandiosa, serena, profunda, generosa, sensible, con ansias de entrar en esa paz maravillosa.
El martilleo lo veía como era realmente él. El de siempre. El que hacía las mismas cosas. El que reaccionaba de modo que sus amigos podían predecir su respuesta ante las diversas situaciones de la vida. Una persona petrificada. Duramente curtida en la dureza de la vida.
Martín se quedó perplejo. De su interior salían dos interpretaciones muy distintas. Desde esa paz tranquila, se preguntaba quién era él. Una claridad grandiosa lo llenó de una mirada especial. Y una voz tranquila le devolvía la respuesta que hacía.
“Tú eres los dos significados. Todo significado sale de ti. Uno sale de tu inconsciencia. Te dirige. Te conforma. Te define. Te limita. Te condiciona sin darte tú cuenta. El otro sale de tu paz. Detiene el inconsciente. Tu piloto automático deja de trabajar. La verdad de tu ser asoma por los resquicios de tu paz”.
Martín notaba la diferencia entre ambos significados. Lo que emergía del ser no se parecía mucho a lo que procedía del inconsciente. La visión de sí mismo del ser tenía la veta de la paz, de la seguridad y de la tranquilidad. La otra visión circular tenía la señal inequívoca de la intranquilidad y de la inseguridad.
Leía desde el reposo y desde la paz lo siguiente: “El mundo te puede dar únicamente lo que tú le diste, pues al no ser otra cosa que tu propia proyección, no tiene ningún significado aparte del que tú viste en él, y en el que depositaste tu fe”.
“Sé fiel a la oscuridad y no podrás ver porque tu fe será recompensada tal como la diste”.
“Aceptarás tu tesoro, y si depositas tu fe en el pasado, el futuro será igual”.
“Cualquier cosa que tienes en gran estima la consideras tuya”.
“El poder que le otorgas al atribuirle valor hace que sea así”.
Martín tenía el poder de otorgar significado en sus manos. Podía darle significado a su subconsciente y entonces vería en los demás lo mismo que veía en sí mismo. Una rueda continua de inquietud y temor.
Pero también tenía el poder de conceder significado a esos rayos de luz procedentes de su paz y de su tranquilidad. Y concluía que vería en los demás esa paz y esa serenidad que le embargaba su alma.
Miraba su cara reflejada en el agua. Ahora no lanzaba piedras. La paz del agua sobresalía. Con estas dos visiones, le preguntaba a la cara: “Quién eres tú realmente”. La cara le contestaba con una sonrisa:
“Lo que tú decidas. Soy el reflejo de tu piel, de tu forma, de tu decisión. Dime, Martín, tu elección y yo te daré la luz o la oscuridad de tu ser”.
Martín se adentraba en su paz, se dejaba ir con el silencio de su alrededor. Su alegría lo inundaba de serenidad. Con esas sensaciones, veía con claridad quién era realmente él. Todo un descubrimiento en esa mañana apacible de bella naturaleza viva.
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