Federico no creía lo que estaba leyendo. Era todo un regalo del cielo lo que en esas líneas estaba expuesto. Federico estaba acostumbrado a los regalos de sus padres, a los regalos de su familia, de sus hijos, de su esposa y de sus allegados.
No estaba acostumbrado a los regalos de Dios. El mismo Jesús le hablaba en unos términos insospechados. Unos términos de cariño, de apoyo y de un camino de solución. Por primera vez, en su vida, se abría ante un regalo que comprendía de una forma personal.
Siempre le habían hablado de los regalos de Dios de una forma general, intangible, filosófica y, en cierto sentido, enigmática. Ahora escuchaba la voz de Jesús de una forma audible, comprensible y fácil de llevar a cabo. Todo un descubrimiento en su vida.
“Ahora se te concede poder sanar y enseñar, para dar lugar a lo que algún día será ahora, pero que de momento no lo es”.
“El Hijo de Dios cree estar perdido en la culpabilidad, solo en un mundo tenebroso donde el dolor le acosa por todas partes desde el exterior”.
“Cuando haya mirado en su interior y haya visto la radiante luz que allí se encuentra, recordará cuánto lo ama su Padre”.
“Y le parecerá increíble que jamás hubiese podido pensar que su Padre no le amaba y que lo condenaba”.
“En el momento en que te des cuenta de que la culpabilidad es una locura totalmente injustificada y sin ninguna razón de ser, no tendrás miedo de contemplar la Expiación y de aceptarla totalmente”.
Federico no acababa de creérselo. El mismo Jesús estaba expresando el amor inmenso del Padre: “Cuando haya mirado en su interior y haya visto la radiante luz que allí se encuentra, recordará cuánto lo ama su Padre”.
Buscar en su interior, encontrar en él ese recuerdo del Padre. Reconocer el amor inmenso que tenía por él. Federico descubría que era algo personal, único en su vida. El amor del Padre brotaba del mismo lugar que brotaba su amor en su alma.
Reconocía que su corazón de padre se fundía con el corazón de su Padre celestial. No había diferencia. Se sentía tratado como Hijo desde su interior. Se sentía atendido como Hijo desde su alma. Experimentaba al Padre en su auténtica realidad.
Federico se sorprendía del infinito regalo que esto representaba. Había una fuente común dentro de él donde se fundía con el amor de su Padre. Federico reconocía que sería una crueldad que su hijo, al que le había dedicado lo mejor de su vida, lo considerara como un tirano.
Por ello, comprendía esas expresiones: “Y le parecerá increíble que jamás hubiese podido pensar que su Padre no le amaba y que lo condenaba”. Era algo impensable en su experiencia de padre. Era impensable también en sus pensamientos aplicar esa afirmación a su Padre.
Federico se planteaba a sí mismo, desde una óptica real de padre, la crueldad de la afirmación de la condenación. Un padre nunca condena a su hijo. Un padre se entrega totalmente por su hijo. Se preguntaba cómo había dejado que esa idea se implantara en su mente. La idea de la condenación había resonado durante mucho tiempo en sus oídos, en sus sienes, en las vibraciones de su mente, en los pensamientos cuando se equivocaba.
Sentía que un peso inconsciente se quitaba de su pecho. Una angustia imperceptible se relajaba y aflojaba los músculos de su cuello. Una alegría nueva se apropiaba de su alma. Algo dentro de él explotaba lleno de júbilo por entender ese amor en sus adentros.
Comprendía esas afirmaciones: “en el momento en que te des cuenta de que la culpabilidad es una locura totalmente injustificada y sin ninguna razón de ser, no tendrás miedo de contemplar la Expiación y de aceptarla totalmente”.
Federico notaba que el miedo se iba disipando y desapareciendo como una neblina en la mañana con la aparición del sol. El cambio de pensamiento se estaba produciendo. Una nueva criatura con nuevos enfoques iba surgiendo.
Federico, una vez más, agradecía al infinito el regalo de su liberación.
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