jueves, agosto 25

APRENDIZAJE, AFLICCIÓN, ALEGRÍA

José Manuel estaba sorprendido por lo que estaba leyendo. Siempre había considerado que el proceso de aprendizaje tenía dos etapas: una dura y difícil y otra, una vez alcanzado el saber, de felicidad y de satisfacción personal.

Sin embargo, aquel autor le indicaba que lo importante era el gozo, la dicha y el placer, como el elemento que orientaba todos los aprendizajes. A José Manuel le sorprendía mucho porque siempre le habían repetido: “quien algo quiere algo le cuesta”. 

Siempre se asociaba una etapa de sufrimiento con una etapa de felicidad. Él mismo no había sido consciente de la felicidad que sentía cuando estaba aprendiendo. No se había percatado de su gozo cuando muchos domingos se había quedado en casa preparando algún tema. Nunca lo consideró un sacrificio. 

Pero, sin darse cuenta, su madre, siempre que conversaba con sus vecinas acerca de esa costumbre, destacaba el sacrificio, la abnegación y una enorme voluntad de renuncia. José Manuel no le hacía mucho caso. Era la mentalidad del momento. 

Así que siempre en sus planteamientos, salía esa etapa de sacrificio inicial y después la etapa de la dicha y el placer. Al darse cuenta de lo que exponía ese autor, se le abrieron muchas ideas en la mente. La más inminente era que si el placer, la dicha y el gozo, no estaban en el inicio del aprendizaje el resultado del mismo sería más lento, más difícil y dificultoso. 

La siguiente era que la dicha y el gozo no podían reducirse al resultado final. La dicha y el gozo son los motores de la vida, los generadores de energía, los facilitadores de la comprensión. La ilusión dependía de ellos. No se podía reducir el gozo a experimentarlo al final del proceso. Sería una pérdida de vida lamentable. 

Con estas ideas, José Manuel estaba más preparado para comprender estas líneas que le atraían la atención: “El Espíritu Santo necesita un alumno feliz en quien Su misión pueda llevarse a cabo felizmente”. 

“Tú que eres tan partidario de la aflicción, debes reconocer en primer lugar que eres infeliz y desdichado”. 

“El Espíritu Santo no puede enseñar sin este contraste, pues tú crees que la aflicción es felicidad”. 

“Esto te ha confundido tanto que te has empeñado en aprender a hacer lo que nunca podrás hacer, creyendo que si no aprendes a hacerlo no serás feliz”. 

“No te das cuenta de que los cimientos sobre los que se basa este objetivo de aprendizaje tan extraño no tienen ningún sentido”. 

José Manuel comprendía estos planteamientos mucho mejor ahora. Se había topado con un amigo que iba a rehabilitación. Lo vio serio y desanimado. Su amigo le dijo que esperaba volver de la rehabilitación más animado. Esperaba conseguir los siguientes logros. 

José Manuel le indicó que estaba totalmente equivocado. Si quería conseguir los siguientes logros en la rehabilitación, debería ir abierto, contento, feliz, confiado en que lo conseguiría con su alegría. Un cuerpo feliz funcionaba con mayor fluidez y con mayor naturalidad. El cuerpo mismo, si no se le oponía ningún pensamiento negativo, sabía curarse y superarse. 

La misma biología del cuerpo lo afirmaba. La negatividad producía glutamato y cortisol en el cerebro. Ambas sustancias se oponían al buen funcionamiento del cuerpo. La alegría, por el contrario, producía dopamina y serotonina. Estas sustancias dinamizaban y facilitaban las funciones corporales y las funciones de memoria y de aprendizaje. 

José Manuel concluía que no debía esperar para ser feliz. La felicidad debía estar en el inicio de cualquier proceso. Esta felicidad facilitaría los logros. Era una ecuación totalmente al revés: 

Una era: esfuérzate y, al final, con tus logros, serás feliz. 

Otra era: Sé feliz en tu esfuerzo, desde el inicio. Los logros seguirán con naturalidad. 

Ahora sí, al repasar José Manuel todos los procesos de aprendizaje en su vida, se dio cuenta de que todos sus procesos de aprendizaje fueron muy felices. La felicidad no le había abandonado en ningún momento. No se había focalizado en el logro como algo indispensable. Llegó sin forzar nada. 

José Manuel estaba contento, feliz, lleno de entusiasmo. Era la mejor manera de funcionar el cuerpo. Con esa actitud, la felicidad se instalaba en su mente y en su cuerpo. Así seguían todos sus logros. Una maravilla de propuesta del Espíritu Santo.

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