lunes, febrero 29

LA CLARIDAD DE LA PROYECCIÓN

Siempre me ha encantado la claridad del cálculo matemático. Sus definiciones precisas y sus operaciones bien ajustadas y delimitadas. Para complementar mis libros de clase, solía tener un libro de ejercicios resueltos. Así tenía la posibilidad de practicar el concepto, las combinaciones de los números y de las operaciones.

Así iba adquiriendo una habilidad y una claridad de conceptos muy buena. Me daba seguridad. Cuando hacía los ejercicios del libro de apoyo que tenía, nunca miraba el resultado. Iba desarrollando paso por paso el problema, iba repasando los números, las operaciones, los resultados. Después de eso, concluía con el resultado final. Entonces lo cotejaba con el resultado del libro. 

Podían pasar dos casos. Si coincidía, no había problema. Si no coincidía, revisaba el planteamiento, los pasos intermedios y la conclusión final. Siempre daba con el error que se había aposentado en cualquier momento.

Una práctica que echaba de menos en los libros de Lengua. Todavía la Lingüística no se había desarrollado. Así que tenía que aceptar la opinión del maestro como la autoridad máxima para aceptar cuestiones que no llegaba a tener claras en mi mente. 

Agradezco a todos los autores que han tratado de poner conceptos claros y delimitados con las asignaturas humanísticas. La claridad es el punto clave para comprender muchas cosas. Por ello, vamos a adentrarnos un poco en esta claridad de la proyección, mecanismo utilizado por nuestra mente. 

“Repudias lo que proyectas, por lo tanto, no crees que forma parte de ti. Te excluyes a ti mismo al juzgar que eres diferente de aquel sobre el que proyectas. La proyección, sin embargo, siempre te hará daño. La proyección refuerza tu creencia de que tu propia mente está dividida, creencia ésta cuyo único propósito es mantener vigente la separación”. 

“La proyección no es más un mecanismo del ego para hacerte sentir diferente de tus hermanos y separado de ellos. El ego justifica esto basándose en el hecho de que ello te hace parecer “mejor” que tus hermanos, y de esta manera empaña tu igualdad con ellos todavía más”. 

“La proyección y el ataque están inevitablemente relacionados, ya que la proyección es siempre un medio para justificar el ataque. Sin proyección no puede haber ira. El ego utiliza la proyección con el sólo propósito de destruir la percepción que tienes de ti mismo y de tus hermanos. El proceso comienza excluyendo algo que existe en ti, pero que repudias, y conduce directamente a que te excluyas a ti mismo de tus hermanos”. 

Es bueno saber y ser consciente de los mecanismos de nuestra mente. Así podemos elegir con mayor libertad nuestro futuro y nuestras conclusiones. Y eso, como el libro de ejercicios resueltos, nos ayuda a saber, si no acertamos, en qué parte del proceso nos hemos atascado. 

La ilusión de saber, conocer y seguir el camino oportuno es superior a cualquier otro que se nos brinde. La idea de la universalidad se está haciendo notar. Y esa idea ha hecho avanzar mucho a la humanidad.

LA IRA FÍSICA Y LA IRA EMOCIONAL

¿De dónde sale la ira física y la ira emocional contra los demás? Son expresiones fuertes donde colaboran todos los músculos del cuerpo, todos los órganos del sistema y un conjunto de hormonas recorriendo todos los senderos energéticos.

La ira, de cualquier tipo que sea, sale del miedo. El miedo nos indica falta de confianza en nosotros mismos. Falta de confianza de nuestros pensamientos en nuestro Creador. Falta de confianza de nuestros sentimientos a ser rodeados por sus brazos amorosos. Falta de confianza en esos ojos celestiales que no pierden un ápice de nuestro resplandor. 

Al sentir la ira, nos sentimos atacados, nos sentimos a la disposición de otros que parecen que manejan los mimbres que mueven el teatro de las acciones de nuestra representaciones. Nos sentimos víctimas de ataques sin sentido por los otros. 

Caemos en otro pozo. Los hacemos culpables de todos nuestros sinsabores, de nuestros infortunios, de nuestros reveses y sufrimientos. Focalizamos la culpabilidad. Y así, como una diana, la establecemos sobre el otr@ para dirigir nuestras saetas, nuestras flechas envenenadas, nuestros dardos mortíferos más certeros. 

Así, proyectamos sobre el otr@, lo que solo está en nuestro interior. La proyección nos impide ver que todo está dentro de un@. No hay otr@. Solamente hay un yo que se empeña en sentirse separad@ de la voluntad divina y de su propia creación. 

En la proyección, nos volvemos ciegos para ver cómo realmente somos. Porque al proyectar en los demás nuestros miedos, nos evitamos la ocasión de reconocer nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras desconfianzas y nuestros propios errores.

Olvidamos que toda proyección nos habla de dos direcciones. Una dirigida al otr@. Otra dirigida a nuestro interior. Y nos quedamos sin luz para ver con claridad lo que realmente está ocurriendo. Soy dur@ con los demás. Por tanto, soy dur@ conmigo mism@. Soy mordaz con l@s demás. Por tanto, soy mordaz, conmigo mism@. Soy indiferente con los demás. Por tanto, soy indiferente conmigo mism@. Todo un juego de dos direcciones que no tenemos presente en nuestras diatribas interiores. 

Así, al ganar consciencia de nuestras actuaciones, sabemos la bondad de los pensamientos amorosos en todo momento, en todo lugar y en toda situación. Otra cosa es destrucción por destrucción. Y estamos llamados a edificar nuestro edificio y colaborar con la edificación de los edificios con los demás, con los cimientos más sólidos de amor que podamos entender, comprender y aceptar.

domingo, febrero 28

¿QUÉ APRENDEMOS REALMENTE?

Desde pequeño, siempre he tenido la tendencia a enseñar, a compartir con mis amig@s los conocimientos difíciles de clase. Las materias más costosas y así superar las dificultades de entendimiento.

Después de clase, solía irme a un parque, a una zona retirada, y allí ayudaba a mis compañer@s con las tareas que no se entendían con facilidad. En muchas ocasiones, al tratar de explicar un concepto, descubría que yo mismo no lo dominaba. 

Inicialmente me parecía que lo había entendido y no me ofrecía ninguna dificultad, pero la práctica de compartir el conocimiento con otro daba su veredicto de la claridad u oscuridad que tenía en mi mente. Al llegar a casa, merendaba y me ponía a entender y profundizar el concepto. Cuando ya lo tenía claro, el siguiente día, antes de entrar en clase, lo compartía con mis compañer@s. 

Siempre he notado que todo mi esfuerzo por compartir mis conocimientos con los demás era una prueba que me ayudaba a clarificar las ideas en mí. Así he descubierto muchas cosas. Terminé por concluir que no sabía si realmente estaba ayudando a mis compañeros o me estaban ellos ayudando a mí. 

Cuando más adelante en la vida, he tocado temas de envergadura, me ha sorprendido constatar esta ley: “Lo que enseñes es lo que aprenderás”. Aquí he aprendido, además de la claridad de mente, la claridad del concepto y la capacidad de adecuarlo al entorno comprensivo de mis amig@s, la carga emocional que ello conlleva. 

Así que he encontrado la suma de todos los aprendizajes unidos: la razón, la emoción, la experiencia, la consideración del otr@, la valoración del otr@, la paciencia, su aportación, su reacción, su agradecimiento, su seguridad, su mirada fija en los ojos llenos de abrazos sin fin. 

Y te das cuenta que no enseñas nada. Solamente compartes todo lo que eres tú con otra riqueza infinita que se comparte contigo en momentos de mutuos agradecimientos, de emoción, de claridad, de luz y de sosiego, sopesado por las manos del Creador. Y, en ese compartirse, se viven instantes eternos de amor.

sábado, febrero 27

OJOS NUEVOS, PENSAMIENTOS NUEVOS

Luis y Enrique habían quedado para ir juntos a la montaña y dar un paseo por sus alrededores, cruzar sus riachuelos, disfrutar de sus contornos, un poco estilizados, y de algún que otro pequeño desfiladero dificultoso.

Habían ido muchas veces. Conocían el camino y siempre les atraía, de vez en cuando, perderse los dos juntos por aquellos lugares, admirando el paisaje, descubriendo siempre algo nuevo y disfrutar caminando. 

Era domingo por la mañana y disponían de tiempo. Luis pasó por casa de Enrique. Se unieron los dos y enfilaron ruta hacia arriba, hacia la montaña orgullosa de su estampa, bella en su concepto y poderosa en sus cimientos. A lo largo de su falda se había trazado el camino que permitía su ascensión en forma de eses para superar los desniveles. 

La montaña les daba ese aire de naturalidad que en la ciudad faltaba. Podías caminar por sus calles. Solamente se saludaba a las personas conocidas. Pero, en la montaña, el saludo era natural, cordial y amistoso. Así que fueron saludando a todas las personas que se encontraban en su trayecto. Poco a poco el ascenso se hacía más vertical y se dirigía a la cumbre con una vista amplia de la ciudad. 

Pasaban una verde vegetación, pinos de poca altura les daban la bienvenida. Piedras y desniveles les ponían en juego sus equilibrios. Iban eligiendo su trayecto. Una mezcla de fuerza física y de posibilidades iba descubriendo, en cada momento, el camino más plausible. 

Luis y Enrique estaban contentos. Estaban felices. Los dos juntos. Los dos en la montaña. Los dos en las alturas. Los dos unidos en pensamiento. Comentaban las incidencias. Se avisaban de las posibles trampas del itinerario e iban construyendo, con confianza, su aventura de coronar la cumbre que tanto gozo les daba. 

Su decisión tomada. Su energía ofrecida. Sus esfuerzos unidos y sus palabras de ánimo y alegría les conducían a la cima. Por fin, la coronaron. Una panorámica amplia, espaciosa. Todos los extremos de la ciudad ante sus ojos. Las calles diminutas. El cielo amplio y espacioso y los barrancos bien delimitados que cortaban la ciudad en varias porciones por la abundancia de sus ríos. 

Una vez más, sus pulmones se expandían y se alegraban del esfuerzo, de la compañía y de los momentos felices de aquel balcón estupendo que la altura les brindaba. 

-Luis: Sabes que desde la altura me da por pensar en forma alta. 

-Enrique: Y ¿a quién no? Desde aquí, quizás por la cercanía a lo alto, parece que recibimos una invitación.

- Luis: Esta semana he tenido varios pensamientos que han surcado mi mente.

- Enrique: Eso es bueno. Ya sabes que esos pensamientos me gustan y me interesan. 

- Luis: Sí, ya te conozco. Por eso los puedo compartir contigo. 

- Enrique: Ya sabes que la confianza es mutua. 

- Luis: Lo sé. Pero, creo que esta vez no sé si tengo respuesta a mis planteamientos. 

- Enrique: Inténtalo al menos. Comparte lo que tienes dentro de ti. 

- Luis: Pues, no sé. Por una parte se habla de salvación, pero por otra parte veo que la gente está más preocupada por su condenación.

- Enrique: ¿Sabes que hay una palabra mal traducida del griego y que no refleja el pensamiento de Jesús?

- Luis: ¡Dime cuál! 

- Enrique: Mientras Jesús habla de cambio de mentalidad, se traduce esta palabra griega como arrepentimiento. Por eso entiendo tu inquietud. 

- Luis: Me dices que hay una palabra mal traducida. ¿Es eso cierto?

- Enrique: Sí, y es vital. Jesús abre su nuevo mensaje con un ofrecimiento de cambio de mentalidad. Y el cambio de mentalidad no es arrepentimiento. 

- Luis: Ya veo. Jesús pone el énfasis en la forma de pensar. En los pensamientos. En los juicios que hacemos y como vemos las situaciones y a las personas. 

- Enrique: En efecto. Jesús se centra en la esencia. Se centra en el lugar capaz de ser transformado. 

- Luis: ¿Tienes algún ejemplo para poder captar mejor ese pensamiento salvador que nos trae Jesús?

- Enrique: Sí, claro que sí. Ya sabes que se dice: “lo que el hombre sembrare, eso cosechará”. La conoces muy bien. 

- Luis: Sí, siempre con un poso de condenación en su exposición. 

- Enrique: La nueva visión de Jesús la interpreta así: “Lo que consideres digno de ser cultivado lo cultivarás en ti mismo. Considerar que algo es valioso es lo que lo hace valioso para ti”. 

- Luis: Tienes razón. Visto así ya no tiene ninguna carga de condenación. Es una gran libertad. Es tratar de cultivarte a ti mismo lo mejor. Me gusta esa interpretación. ¿Tienes algún otro ejemplo?

- Enrique: Sí, te comparto otro. “Los impíos perecerán” se convierte en una declaración de Expiación, si se entiende la palabra “perecerán” con el significado de “serán des-hechos”. Todos los pensamientos no amorosos tienen que ser des-hechos, palabra ésta que el ego ni siquiera puede entender. Para el ego, deshacer significa “destruir”. Para Jesús, con su “metanoia”, significa deshacer el error y cambiarlo por el pensamiento amoroso. 

- Luis: Tienes razón. Las personas que confían en uno, sacan las mejores cosas de uno mismo. Las personas que no confían en uno, te hacen sacar tu lado negativo: tus miedos y tus prevenciones. Entiendo lo que me quieres decir. Jesús quiere sacarnos nuestro lado positivo. No tiene otro objetivo. Y así el lado negativo va quedando pequeño, muy pequeño y va desapareciendo. 

- Enrique: Me dejas sin palabras, Luis. ¡Qué rápido lo has cogido! 

- Luis: Tus ejemplos me han ayudado. Voy a leer todo escrito con esa mente transformada y dejar de ver condenación en nada de lo que leo. 

- Enrique: Ese es el propósito de Jesús. 

Los dos amigos quedaron en silencio. El día se presentaba ante ellos con la magnificencia del sol subiendo hacia su cénit. Resguardados con la sombra de unos gruesos peñascos, disfrutaban de la panorámica, de los pequeños movimientos diminutos a la distancia y del flujo de las nubes algodonosas, blancas y preciosas dibujadas en el horizonte, en el cielo y en los ojos de su alma. 

Los dos sentían que, otra vez, se habían comunicado. El lugar, el cielo, la altura y la profundidad de su conversación se entrelazaban con el fresco del aire alpino que cruzaba la cima. Les curtía el rostro con su caricia hecha de frescura y presencia en esos riscos tan altos. 

Se miraron entre ellos, y sin mediar palabra, quedaron de acuerdo en bajar de la cima y dirigirse a una fuente de manantial en la espalda de la montaña. Luis y Enrique continuaban con su marcha de domingo, llenándose de ilusión, de compañía y de comida para sus almas.

viernes, febrero 26

¿QUIÉN SOY YO?

Esta pregunta siempre nos ha intrigado y nos ha acompañado en muchos momentos de nuestra vida. Estaba con mi esposa en una librería dando un vistazo a los diversos libros que se nos ofrecían en las estanterías. Los mirábamos. Les echábamos una mirada y seguíamos nuestra particular inspección.

De momento, uno se abrió paso entre todos. Era un conjunto de test para descubrir quiénes éramos nosotros. Los test han gozado de objetividad, de tabulación y de curiosidad en nuestra vida. En algunos momentos se han esgrimido como un conocimiento de valor. Lo compramos. Creíamos que podría ayudarnos a focalizar algunos puntos inconscientes de nosotros. Inicialmente nos sedujo y nos abrió el apetito de aplicárnoslo nada más llegáramos a casa. 

Pasamos la tarde paseando, merendando y tomando algún que otro refresco. Hablábamos de muchas incidencias pero, en el interior, había cierto gustillo por llegar a casa. Empezar a realizar test y pasar un momento especial. Responder, sumar las puntuaciones, ver las tabulaciones y sacar las conclusiones según nos indicaban las instrucciones. 

Ya habíamos visto un poco sus hojas y las instrucciones sugeridas. La hora se hizo. Decidimos volver y entramos en casa. Nos cambiamos de ropa y empezamos a hacer algunos de los primeros test. Cada pregunta era una reflexión, un pensamiento, una decisión nuestra, una marca en la hoja. Realizamos los tres primeros. 

Sin embargo, pronto descubrimos que no nos descubrían a nosotros. Ponían de relieve el concepto del autor sobre la personalidad. Nosotros discrepábamos de los planteamientos expresados. Así descubrimos que la única persona que se puede conocer a través de ellos es la mentalidad de la personalidad del autor. 

Así que concluimos que las preguntas sobre quiénes somos nosotros quedaba totalmente vigente en nuestra vida. Sin respuestas claras de fácil comprensión. Sin embargo, descubrimos la importancia de la mentalidad. Una de las palabras claves de un gran Maestro, como Jesús, es precisamente mentalidad: “Metanoia” en griego. La partícula “meta” indica transferencia, traslado o transformación. Denota algo “más allá”. “Noia” proviene del griego “nous” que significa mente. Así la palabra “metanoia” se relaciona con la transformación de la mente. 

Nos han dicho: “dime con quién vas y te diré quién eres”. Pero ahora se perfila algo más centrado: “Conoce tus pensamientos y sabrás quién eres”. “Cambia tus pensamientos y cambiarás tu forma de percibir el mundo y tu forma de relacionarte con él”. Por ejemplo, el código de conducta de una pandilla. Ese código de conducta es una mentalidad. Los actos reflejan esos pensamientos. 

Tenemos muchos pensamientos que forman nuestra mentalidad. Hay momentos que decimos: “Estoy que no aguanto más”. Es un pensamiento. Todo lo que aceptamos en nuestra mente se vuelve real para nosotros. Es nuestra aceptación lo que le confiere realidad. Aceptándolo, nos desfondamos. Con ese pensamiento hemos creado nuestra realidad. 

Podemos reaccionar de otra manera: “estoy que no aguanto más, pero siempre hay algo maravilloso en cada circunstancia. Lo quiero aprender”. Hemos cambiado el pensamiento. No nos desfondamos. Abrimos la vía, el camino para el aprendizaje y vamos construyendo nuestra mentalidad. 

Cuando decimos: “Es imposible de soportar”, creamos nosotros mismos la realidad. Cuando decimos: “Es imposible de soportar pero todo lo que venga a nuestra vida lo vamos a superar”. Creamos, con la misma energía, otra realidad bien distinta. 

Así observamos el poder creativo de la mente, el poder de diseñar nuestra realidad, con los pensamientos adecuados, en la línea del maestro, Jesús, con esa palabra origen de toda su enseñanza: “metanoia”.

jueves, febrero 25

LAS OFENSAS SE DISUELVEN

Es cuestión de mentalidad. Si elegimos la mentalidad del miedo, de la separación, del poder de los demás, de nuestra pequeñez, de nuestro poco merecimiento y de la falta de confianza en nosotros mismos, hemos preparado el camino para la ofensa. Ya le hemos abierto la puerta. En cualquier momento, alguien puede tocar alguno de nuestros planteamientos. Y, si toca el camino de duda en nosotros, la ofensa está servida.

Entonces buscamos reparar la brecha. Luchar contra el osado que ha traspasado nuestros linderos y se ha encontrado delante de nuestra puerta para decirnos lo que no deseábamos oír. La comentamos con nuestros amigos del alma sintiéndonos la víctima de tal atentado contra nuestra integridad. 

Como siempre, la causa está siempre en los demás. Eso piensa la mentalidad dividida y separada. Sufrimos. Nos comemos por dentro y guardamos la ocasión, para devolver, en forma de venganza, nuestro golpe final. 

Y vuelta a empezar. Seguimos sin reparar la brecha. Seguimos con el camino abierto. Seguimos con el acceso directo a nuestra casa, hasta otra ocasión que un osado toca a la puerta con la misma cantinela que nos destruye otra vez. 

Nos quejamos de nuestra mala suerte. Nos quejamos de nuestra adversidad. Nos quejamos de los momentos angustiosos. Nos quejamos de todos los demás que no tienen claro el respeto y la decencia de no traspasar los límites de nuestro interior. 

Nos olvidamos de que hay otra mentalidad. Una mentalidad de confianza, de colaboración, de seguridad, de dignidad, de mano tendida y clara por la fuerza interna de que soy un Hij@ de Dios y que nada ni nadie nos puede quitar nuestra altura, nuestra realidad, nuestra dignidad y todas las miradas que Jesús nos ha regalado con su bondad. 

No dejamos un camino abierto al interior. No hay dudas. No hay falta de amor ni de confianza. Las palabras de los demás no encuentran una entrada al carecer de debilidad. Y las palabras pronunciadas no tienen, en nosotros, ningún poder de verdad. 

Estamos llenos. Compartimos de nuestra plenitud. Estamos unidos. Y Sentimos dentro de nosotros la confianza de la luz. La seguridad de la verdad. La tranquilidad de la justicia divina que todo lo pone en su auténtica dimensión. La paz es nuestro estandarte ante palabras carentes de realidad. 

Y se cumplen, entonces, estas palabras: “Nada puede hacerte daño, y no debes mostrarle a tu hermano nada que no sea tu plenitud. Muéstrale que él no puede hacerte daño y que no le guardas rencor, pues, de lo contrario, te estarás guardando rencor a ti mismo. Ese es el significado de: - Ofrécele también la otra mejilla-”.

La mentalidad dividida no puede entenderla. Lo capta como elemento de debilidad. Sufre en su reacción. Sufre en sus pensamientos. Sufre y se ataca a sí misma: “te estarás guardando rencor a ti mismo”. 

La mentalidad de plenitud la disuelve con toda comprensión. Proporciona paz al otr@ y así mism@. Se preocupa por el/lq otr@ y no por él/ella. Nada nos puede hacer daño y, en lugar de ataque, damos la otra mejilla porque esas palabras no son verdad. 

Nada nos puede hacer daño. Nada nos puede enfrentar. Nada nos puede separar. La unión es una creación maravillosa. La gozamos, la vivimos y la disfrutamos con todas las fuerzas atractivas del corazón y con las manos unidas de todos los que nos rodean, nos conocemos y apreciamos.


miércoles, febrero 24

LA FORTALEZA DE LA PAZ

Sergio estaba esa mañana festiva a las orillas del lago. Se había ido para tener un poco de relajación, de tranquilidad y de ausencia de las inquietudes que cada día rondaban su cabeza.

La paz, la luz, el silencio natural de la vegetación y de sus pájaros llenaban sus oídos. Le hacían deslizar sus ojos por la superficie del agua y distraerse con las irisaciones de los rayos jugando con los claros, con las partes soleadas y con las sombras. 

Un complejo cromático unido al movimiento del agua, ocasionado por las lanchas con sus motores, iba captando su atención y lo iba concentrando en esa paz que se sabe apreciar tanto cuando se presenta casi sin pedirlo, y te sorprende, gratamente, con su presencia, en los primeros momentos del día. 

Sergio, de modo inconsciente, metió su mano en su bolsillo. Tenía una nota que había escrito antes de salir de casa. Le había gustado lo que había leído y quería volverlo a leer en un espacio más tranquilo. Había copiado tres frases. La primera decía: “la paz es más poderosa que la guerra porque sana”. 

Sergio empezó a hablar consigo mismo: 

- Nunca había asociado el poder con la paz. Siempre lo había hecho con la guerra, con la destrucción, con la imposición, con la ley del más fuerte, con el deseo innato de tener razón, con el poder de vencer.

- Esto es realmente nuevo. Hablar de poder en un contexto distinto. 

- Siempre se ha hablado de paz con los cobardes, con los débiles, con los miedosos. 

- Sin embargo, he visto caer y derrumbarse a personas muy valientes ante las dificultades de una enfermedad, de un enfrentamiento familiar, de una adversidad que no se esperaba que pudiera ocurrir en su vida. 

- Ya sabes que hay muchos valientes de boca y muchos no sabemos nuestras debilidades hasta que nos las hacen sacar. 

- La paz ha sido como esa forma de vergüenza mutua por falta de agallas. 

- En la victoria siempre nos hemos sentido potentes y hemos sacado pecho. 

- Tienes razón. Pero solo compete a los victoriosos. Los perdedores se sienten humillados. 

- Eso es lo malo. 

- Pero fíjate que subraya la idea de fortaleza de la paz porque sana. 

- Es una palabra que nos llega muy cerca. Todos, en alguna ocasión, hemos querido sanar. Y en la paz, todos ganamos. Todos sanamos. Todos somos victoriosos. 

- Tienes razón. Las guerras de palabras y de situaciones en mi mente, en ocasiones, me vuelve completamente loco. Y al final, termino deshecho con mis diatribas y mis luchas internas. 

- Una buena manera de llevar paz a nuestro interior. Una buena manera de no discutir tú y yo. 

- Podemos gozar de la paz del entorno y de la paz dentro de nosotros. Tengo que admitir que la paz es más poderosa que la guerra. No lo había visto hasta el momento de esa manera, pero ahora me doy cuenta de su implacable poder. 

Sergio volvió a leer su papel para repasar la segunda idea: “La guerra es división, no expansión”.

- Bueno, esta frase está más clara. No tiene ninguna objeción. La guerra naturalmente divide, no provoca ninguna expansión. 

- Cuando nos enfrentamos los dos, quedamos enfrentados. No logramos ir unidos y, a veces, nos creamos una confusión dentro de nosotros mismos que no nos aguantamos nosotros mismos. 

- Menos mal que el cuerpo no tiene este tipo de enfrentamientos. Te imaginas que cada órgano decidiera ir por su cuenta. 

- Ni me lo dejo pensar. 

- Pero, dejar de vencer, cuesta. 

- Pagamos más caro el daño que le hacemos a nuestro cuerpo con eso de la influencia de nuestras emociones en los diversos órganos. 

- Desde que sabemos cómo influye en nuestra salud, debemos aplicar un poco más de cordura y de sensatez. 

- Tenemos que abandonar la idea de vencer al otro. 

- Podemos reemplazarlo con la idea de vencer los dos. 

- Eso no estaría mal. Nada mal. 

- Los dos vencemos, los dos ganamos. Los dos somos fuertes. Los dos nos damos la paz como el acto más saludable y eterno de la vida. 

- Eso suena a fortaleza. 

Sergio abrió su papel y terminó con la última frase: “nadie gana en la batalla”.

- Las batallas son enfrentamientos de separación.

- Si ganas, tienes un enemigo declarado.

- ¿Qué has ganado?

- Tienes razón. En muchas ocasiones me he sentido tranquilo después de pedir disculpas y de comprender las razones del otro. 

- Entonces descubres que la victoria era una idea pasajera que te pasaba por la cabeza pero que te dejaba solo. 

- Es una idea absurda de poder. Así que me quedo con la idea de la paz donde realmente ganamos los dos y lo hacemos con la fuerza de enfrentarnos a nuestros resentimientos y a nuestros ojos vidriosos. 

- Así que será mejor que aprendamos la lección. 

- Siempre unidos, siempre juntos, siempre comprendiéndonos y la paz, nuestra unión. 

- Suena muy bien y te felicito. 

Sergio siguió dejando que sus dos voces fueran conversando entre ellas. Sus ojos entretenidos con el vuelo de unos pájaros, con el intenso verde de los montes opuestos y con el agua inmensa a sus pies se deleitaba en la gloriosa naturaleza. 

Observaba que su interior llegaba a poderosos acuerdos y se fortalecía en la idea superior de la bondad, de la fortaleza, de la paz, de la concordia y de su tranquilidad que le llenaba todos los lugares de su cuerpo, de su hogar. 




martes, febrero 23

MOMENTOS DE CREACIÓN

Momentos de agradables experiencias. Momentos de gozo. Momentos del corazón que vibra con las buenas noticias de l@s de alrededor. Momentos de unión entre tod@s para compartir la energía con l@s desanimad@s, con los frustrad@s y con todos los débiles en ese instante de transición.

Momentos de pensamientos provenientes del Espíritu, de la Universalidad, de la Conjunción de todas las personas con sensibilidad en su corazón. Momentos de miradas, de cercanías, momentos donde la paz y la alegría se unen por el aporte singular de cada un@ en la rueda de la vida ante los cielos azules que, con sus amplios brazos, nos acoge. 

Momentos de reflexión, de paciencia, de tranquilidad. Momentos de unión con la tierra, con el cielo, con las nubes, con el viento y con el arco iris que a tod@s nos convoca como paloma de paz ante la ilusión. 

Momentos soñados en nuestros corazones, muchas veces repetidos, anhelantes de la vibración conjunta de ojos, miradas y manos que se abren con total ingenuidad y sincera decisión. 

Momentos donde dejamos de estar solos, separados, aislados, refugiados en nuestro cascarón. Nos abrimos a compartir con la vida, con l@s otr@s. Una mirada similar, unos ojos parecidos, corazones iguales y el mismo anhelo del palpitar que mueve cada día, con sus rítmicos impulsos, la fuerza motriz de nuestro corazón. 

Momentos brillantes, llenos de entusiasmo. Momentos donde sentimos una feliz universalidad. Nos alzamos para compartir entre nosotr@s esos latidos que nos identifican l@s un@s con l@s otr@s abriendo una plenitud espectacular.

Creamos momentos comunicativos especiales en el trabajo. Creamos momentos dichosos en la familia. Creamos momentos de intercambio con l@s amig@s. Creamos la gloria del momento donde todo fluye con especial encanto. Vivimos momentos llenos de paz, de alegría y de especial unidad. 

Creamos sintiendo la igualdad entre todos nuestros miembros. Creamos admirando a los demás. Creamos sin aplicar distinciones. Creamos abriendo nuestros brazos. Creamos acogiendo a tod@s por igual. 

Creamos con la belleza del almendro que deja admirar la belleza de sus flores sin exigir nada. Creamos con la impronta de las flores que exhalan su perfume sin saber quien lo capta. Creamos con la profundidad del mar que deja surcar por sus aguas y sus colores a toda criatura para disfrutar. 

Creamos a cada instante momentos de vibración alcanzando a los ojos sorprendidos y gozosos de los presentes. 

¡SIGAMOS DANDO VIDA A ESOS MOMENTOS SUBLIMES DE CREACIÓN!


lunes, febrero 22

¿DE QUIÉN ES LA CULPA?

Una pareja, en su cuarentena, se disponían a salir de viaje de regreso a su hogar después de un fin de semana un poco intranquilo. Los dos tenían caracteres fuertes, incisivos, capaces de hurgar en las heridas del otro y en la partes vulnerables de su compañer@.

No tenían que hacer ningún esfuerzo. Se conocían muy bien. Habían compartido muchas horas y muchas intimidades entre los dos a lo largo de sus años. 

Sus momentos de responsabilidad parecían que se habían superado y solo se encontraban ellos, uno frente al otro, en otro momento de sus vidas. En otro momento de sus ilusiones y de sus molestas frustraciones. 

La vida les mostraba el reflejo en el espejo de su situación, un poco incómoda para los dos. Pero que cada uno, con una reflexión personal, siempre volcaba en la insatisfacción del otro como motivo de su malestar. 

Pusieron las maletas en el coche, los trastos utilizados y los detalles del fin de semana. Cerraron el maletero y se sentaron al frente. Arrancaron el coche y se inició la marcha de su regreso en una tarde soleada y con un cielo azul alrededor de ellos. 

No había mucho tráfico. Había ocasión de charlar e intercambiar algunas ideas sobre las conversaciones que habían surgido. Sin darse cuenta, se situaron en el terreno del ego. Una parte de cada uno de nosotros que es completamente contradictoria. La parte del Espíritu no era considerada. Así que los juicios del ego iban reduciéndose, en su conversación, a todo el cúmulo de elementos negativos en ellos. 

Un cúmulo de inconvenientes que, al focalizarlos, pareciera que solamente existiera esa parte en ellos. Les faltaba el concepto de espejo. Los inconvenientes que veo en el otr@, son mis inconvenientes reflejados. Esa falta de visión hace que esa oportunidad que nos brinda la vida de nuestro desencuentro se transforme en una forma de encontrarnos a nosotros mismos. 

El coche, en su interior y en el exterior, estaba limpio. Todo era un gozo estupendo verlo con toda su apariencia. En otros momentos, la suciedad se había cebado en él y no se podía descubrir su belleza, su porte y aquella cualidad que les había enamorado en su compra.

Esa falta de aceptación, de reconocimiento interior, nos impide que encontremos ese elemento interno que nos pueda transformar y acercarnos a la realidad interna de nuestra vida y la flor de la madurez se abra con la belleza de la autoconciencia y la potencia de su desarrollo en algo superior.

Nadie tiene la culpa de nuestros desencuentros. La culpa es una creación del ego. No es una creación del Espíritu. Lo que creemos que está en el otr@, está realmente en nosotr@s. Esta inconsciencia nos impide vernos a nosotr@s mism@s. 

En sus conversaciones solamente había, como en su coche sucio, muchos elementos de reproche, de desdicha, de molestia y de separación. Seguro que se necesitaba una limpieza. Pero el ego se fija fuertemente en la suciedad. La identifica, la expande, la hace más grande con sus movimientos y al final pierde la belleza que les hizo comprar tan bello y maravilloso ejemplar. 

En todo caso es una ceguera que en algún momento, desde nuestro deseo de ver la luz, irá desapareciendo para no reducir al otr@ a un conjunto de inconvenientes que es una visión totalmente falsa de la realidad. 

Como personas ciegas a nosotr@s tenemos necesidad de ser orientadas, guiadas por el Espíritu. 

Dejemos y permitamos que ese Espíritu se desarrolle en nuestro interior y veamos al otr@ con la plenitud maravillosa de hermosura, belleza y bondad que se acerca, sin ninguna duda, a una mejor y más amplia realidad.

Y eso requiere un cambio de mentalidad. Un cambio de mirada. Una limpieza de ojos llenos de nuevos pensamientos de paz y reconocimiento de la altura de la otra persona si ningún lugar a dudas de su valía y de su belleza hermosa sin par. 


domingo, febrero 21

¿QUÉ ES EL PERDÓN?

Aquella tarde cargada de nubarrones nos hacía la respiración un tanto dificultosa. La lluvia no acababa de caer y la quietud del ambiente dejaba que la temperatura imperara y no dejara al aire desplazarse en libertad por aquel recoveco de montaña.

Unos edificios sólidos, con pintura roja en sus tejados y marrón claro en sus exteriores, se erigían entre vegetación baja y los pinos que bajaban de la montaña cercana. Era un entrante en las colinas que rodeaban el lugar y lo protegía, en muchas ocasiones, de bufidos de aire incontenible. 

La clase, dirigida por el profesor, estaba pensando en la pregunta que les había sido lanzada. El asunto del perdón estaba sobre la mesa. Una reflexión de nuestras espontaneidades que se ofrecían a nuestra mente en forma de conciencia. Unos decían: “perdonar es olvidar”; otros, “perdonar es no tomar en cuenta”. Así cada grupo aportaba su idea, su reflexión para compartir todos juntos y ponernos de acuerdo con el razonamiento y con la presentación del profesor. 

Alguien dijo: “Sabéis que hay gente que dice que perdona pero no olvida”. Alguien le indicó: “¿Crees que eso es perdón? Creo que es algo que queda dentro como en diferido. No reacciona, no se venga, no ataca, pero lo deja en el congelador para sacarlo en alguna otra ocasión. Para mí, no es perdón”. 

Así íbamos, con un poco de esfuerzo, respirando y aportando ideas sobre algo que era desagradable. El perdón de algo que ha sido molesto. No tenía buena pinta la solución. No tenía buen talante el perdón tal cual se presentaba. Necesitábamos un poco de ayuda. Una idea nueva que pudiera darnos oxígeno natural y oxígeno emocional. 

Un compañero sacó el problema de la proyección. “Sabéis que proyectamos sobre los demás lo que realmente hacemos nosotros en nuestro interior”. Otro pidió una aclaración. “Explica, otra vez, el asunto de la proyección”. “Sabes que conocernos a nosotros mismos nos es difícil. Entonces debemos estar alerta de que cuando nosotros emitimos juicios sobre los demás, son los mismos juicios que emitimos contra nosotros mismos”. 

Y, entonces, “¿quieres decir que cuando nosotros no perdonamos a los demás, no nos perdonamos a nosotros mismos?”. En efecto. “Sabes que se dice: “no juzguéis y no seréis juzgados”. Esto implica que si no juzgas, no te juzgas a ti mismo. Y si juzgas a los demás, te juzgas a ti mismo”. 

“Ya lo veo un poco más claro. Es una forma de conocerse a uno mismo. Siempre creemos que estamos pensando en el otro y, en realidad, es lo que hacemos con nosotros mismos”. 

El profesor guardaba silencio. Estaba atento a todos los planteamientos y a todas las aportaciones. Nos felicitó por abordar el tema de la proyección y por la definición que se había hecho. 

Nos habló de dos caminos presentes en nuestras mentes. “Uno es el camino del Espíritu, el otro es el camino del ego. El camino del Espíritu acepta que nosotros no nos creamos a nosotros mismos. El mundo del ego acepta que nosotros nos creamos a nosotros mismos”.

“El camino del ego es siempre controvertido. Tiene siempre la comprensión y el rechazo. Por eso, “perdono, pero no olvido”. El camino del Espíritu es completo y no tiene contradicción”. 

¿Cuál sería entonces, para el Espíritu el perdón? Saltó la pregunta de casi toda la clase. 

“El Espíritu siempre es dichoso. Piensa en el gozo. Piensa en la comprensión. Así, el Espíritu perdona focalizando en las mejores experiencias que se han tenido con la persona motivo de perdón. No enjuicia, valora. No restringe, eleva. No reduce, amplifica. Ve en el otro una potencialidad infinita de superación”.

La clase se quedó pensando, reflexionando, digiriendo la respuesta, asimilando la propuesta. Las nubes empezaron a descargar el agua contenida. El oxígeno encontró los caminos para deslizarse. Todos pudimos respirar sin esfuerzo. Y nos vimos pensando en esa partición de nuestra mente en Espíritu y ego. Y realmente, el Espíritu nos ofrecía un camino lleno de color, de disfrute, de amplitud y de abrazo cordial por esas buenas experiencias vividas. El agua se había llevado la tensión del ambiente y de nuestro corazón.


sábado, febrero 20

ABUNDANCIA EN NUESTRA VIDA

El universo nos refleja, el universo nos contiene
Somos sus partes queridas, sus elementos vivientes
Una influencia mutua recorre nuestras interacciones
Una maravillosa unidad hecha de charlas y de emociones. 

El universo nos respeta. A nuestros pensamientos nos responde
Escasez en vida, en nuestros pensamientos, escasez nos devuelve
Riqueza y amplitud en nuestros ojos abiertos llenos de confianza
Abundancia de plenitud en todos sus extremos nos concede.

El universo se funde con el interior y desequilibrarlo no quiere
Tú tienes las llaves de la abundancia en tu mano
Díselo con naturalidad, autenticidad y sintiéndolo
Y él sabrá con tu vibración lo que estás dispuesto a contener.

Nunca te hará daño, siempre te protegerá
Nunca faltará a tu palabra sentida con veracidad
Sabe distinguir una idea de la pulsación sentida
En el interior de tu respiración. Y según sea tu petición
Te llenará de toda la abundancia que pueda contener tu corazón.


viernes, febrero 19

EL DESEO UNIVERSAL DEL CORAZÓN HUMANO

Un nuevo visitante había llegado a la ciudad. Mis amigos me lo habían dicho. Venía de tierras lejanas. Tenía 28 años. Un muchacho bien parecido. Anchos hombros y rostro juvenil. Brazos fuertes y manos que estrechaban con fuerza en el apretón de manos. Sus ojos claros llamaban la atención por su belleza y por la tristeza que traslucían.

Abdomen bien marcado y una ropa elegante lo mostraban de calidad y de una buena conversación. Era un placer charlar con él. Llenaba con su sonrisa y con su aprecio la grata bienvenida del grupo que lo acogía. Un lejano familiar de uno de mis amigos. Nos lo iba presentando a cada uno y nos íbamos abriendo de forma natural las sonrisas, los gestos amables y un halo de gratitud por su presencia. 

Estuvo departiendo con todos. Unos comían, otros bebían, otros charlaban y algunas parejas danzaban en el centro de la pista. Una fiesta preparada para darle una cariñosa bienvenida al lugar y al grupo de amigos. Estuve siguiéndole con el rabillo del ojo. Era amable, sencillo, de palabra fácil y de sentimiento sensible por los detalles que exponía en su conversación. 

Estábamos todos contentos disfrutando de la compañía de nuestros amigos, y, en esa ocasión, de este nuevo miembro que se unía a nuestro grupo. Por fin, tuve la oportunidad de charlar con él. Nos fuimos conociendo e intercambiamos algunas ideas de nuestro concepto de la vida. En un momento, le comenté que lo veía muy abierto y muy encantador; sin embargo, había algo en sus ojos que ofrecía un misterio interior. 

Se quedó callado. Un silencio se erigió entre nosotros. Me preguntaba si había estado acertado por haberle hecho esa pregunta. Sé que soy muy osado y muy curioso, empáticamente hablando, del ser humano. Dimos unos pasos y nos sumimos en la penumbra de la noche. En la oscuridad donde la luna lucía y el horizonte se confundía, vislumbré esos ojos llenos con unas lágrimas que salían deslizándose por su rostro. 

Traté de disculparme por mi ineptitud de haberle provocado esa emoción. Movió la cabeza hacia los lados negando. Respeté su silencio. Me callé. Seguí mirando el camino apenas dibujado en la oscura noche y en las lucecillas de estrellas que titilaban en el manto estrellado del cielo. Estábamos él, yo, la Luna, las estrellas y una sensación universal que se erigía entre los dos. 

Poco a poco se fue calmando. Fue tomando aliento. Se iba reponiendo. Oía sus profundas respiraciones como partes de su emoción que se había hecho presente en sus ojos y en su corazón. Nos movíamos y sentía que sus suspiros se iban calmando y la naturalidad iba tomando otra vez el mando de su voz. 

Una vez serenado, me dijo que hacía poco había fallecido su madre. Un dolor inmenso había traspasado su corazón. Un vacío difícil de llenar. La necesitaba como su amiga, como la mano que siempre le había dado la fuerza, el cariño y el apoyo en todos los momentos de su vida. Ahora el desvalimiento era profundo. No podía contenerse cada vez que la emoción se le repetía en su vida. 

Continuó hablando y me confesó que se sentía feliz porque había sido capaz de captarle su interior. “Ahora que me siento solo, descubro que hay gente con cierta sensibilidad que me conoce, como mi madre, y me recuerda que hay personas maravillosas que me ayudan a recorrer mi camino con más sustento. Empiezo a notar que no estoy tan solo como suponía”. 

Su confesión me dejó sin palabras. Me ayudó a entender su emoción y la reflexión que había compartido conmigo. Le puse la mano en el hombro y poco a poco nos fuimos acercando para abrazarnos y sentir la fuerza de dos cuerpos presionados sintiendo la fuerza del cariño, del afecto y del amor. Estuvimos compartiendo la emoción, la confesión, su estado y la alegría de nuestra unión.

Sentimos un tiempo de calidad vividos por los dos. Vibramos sabiendo que no estábamos solos. Le dije: "todos los seres humanos tienen un tesoro en su interior. Y, como tal, debemos acercarnos con todo nuestro respeto, con todo el afecto y con toda la honra para compartir ese tesoro nuestro".

Me preguntó por qué era tan difícil que los seres humanos sintieran eso en cada ocasión. Me traspasó el corazón. Entonces le dije que la familia tenía en la humanidad su realización. "Tu madre te ha faltado, pero la humanidad tiene padres, madres, hermanos, hermanas e hijos para mostrarnos los unos a los otros ese cariño que necesita nuestro interior". 

Nos quedamos en silencio. Mirábamos el cielo, las estrellas, las sombras de la luna y el camino perdido en la oscuridad. Una mano en mi hombro y otra en su rodilla seguían con la conversación de amor compartido, sentido, comprendido y manifestado. La unión se fue afianzando y nuestros corazones siguieron hablando con su lenguaje de apoyo, cariño y pleno de amor.




jueves, febrero 18

EL AMOR, BASE DE LA SANACIÓN

La diferencia entre curación y sanación establece la importancia de una parte o de la totalidad. Se habla de curación al referirse al cuerpo físico. Se habla de sanación cuando indica la curación del cuerpo físico y de las emociones interiores que influyen en el proceso.

La esencia del ser humano es el amor. Con amor nos podemos desarrollar. Con amor nacemos equilibrados. Con amor todo se desarrolla normal. Con amor el cuerpo funciona en grado óptimo. 

Una mano amiga, una ayuda de cariño, una mirada comprensiva y un gesto de colaboración hace funcionar al cuerpo de modo muy distinto. El amor, la ternura, la comprensión y el afecto hacen vibrar en el cuerpo sus mejores sustancias que reparan, protegen, dan energía y una sensación de plenitud. 

El símil de una hoja lo deja claro. La hoja tiene anverso y reverso. No se puede quitar de una hoja el reverso, ni se puede quitar el anverso. Son dos caras de una misma realidad. 

Nosotros somos un cuerpo físico y un cuerpo emocional. Son el anverso y el reverso de nuestra realidad. Y la influencia del cuerpo emocional sobre el cuerpo físico es muy importante y determinante. Tal es así que se ha descubierto que puede incidir en el código genético nuestro. 

La epigenética ha introducido la noción de que nuestras propias experiencias pueden marcar nuestro material genético de una forma hasta ahora desconocida. 

Así que, una vez más, descubrimos la trascendencia del amor en nuestra experiencia como el elemento que saca el mejor rendimiento y expresión al cuerpo físico y al cuerpo emocional. Por ello, tenemos en el amor genuino la más maravillosa experiencia que podamos imaginar. 

El siguiente vídeo nos aclara, nos matiza, nos amplía, nos comparte el maravilloso efecto del cuerpo emocional hermoso en el cuerpo físico. Así se alcanza la sanación, no sólo la curación


miércoles, febrero 17

LA EQUIVOCACIÓN, LA SUPERACIÓN

Nuestro director del centro se esforzaba en compartir los caminos de la superación en la enseñanza. Nos hacía ver la función y el lugar de la corrección en su momento. Nos indicaba que la corrección tenía un camino claro: enseñar el cambio por el cual se aplicaba.

“Si vosotros ofrecéis confianza, despertaréis confianza en los demás. Si ofrecéis desconfianza, recibiréis desconfianza. Si compartís nobleza, os devolverán nobleza. Si tratáis con hipocresía, aprenderán hipocresía. Si tratáis con distancia, no esperéis que se acerquen con sinceridad”. 

Nos repetía que esta era realmente la labor del profesor: motivar a la autenticidad y a la naturalidad. 

En una ocasión, un alumno, en la primera clase de la tarde, empezó a dar patadas en el suelo. Era algo extraño. El muchacho era un buen alumno. No había habido con anterioridad ninguna incidencia digna de mencionar. Me extrañé por su conducta. Le pedí, por favor, que no la repitiera.

Durante cinco minutos no interrumpió la clase. Pero volvió a dar patadas en el suelo. Nos atraía a todos la atención hacia él. Empecé a preocuparme. Le volví a pedir que se calmara. No sabía realmente lo que le pasaba. Sin embargo, algo punzante había en su interior para desafiar la disciplina de la clase. 

Se calmó por otros cinco minutos y lo volvió a repetir. Con firmeza, le pedí, por favor, que abandonara la clase. Le dije que me esperara en el pasillo hasta que la clase terminara. Deseaba hablar con él. Los cuchicheos de la clase se desarrollaban en la dureza del castigo que recibiría por interrumpir la clase. 

Mi corazón latía deprisa. No era normal que el muchacho siguiera ese comportamiento. Necesitaba averiguarlo. Tenía que terminar la clase. Me compuse todo lo que pude. Me centré en la materia y en los ejemplos oportunos. Se restableció la paz y atendía todas las preguntas del tema. El timbre nos indicó la finalización de la clase. 

Recogí mis apuntes, mis libros y mis cosas y salí al pasillo. Él estaba esperándome a mí. No nos molestó siquiera asomándose por el cristal de la puerta. Le invité a que me siguiera y que fuéramos a mi despacho. 

Me tranquilicé interiormente y le pedí, con la confianza que teníamos, que me dijera qué le había pasado. El silencio se instaló en él. Me hizo sentir muy incómodo. No era muchacho de ese carácter que sabe jugar con los demás. Después de esos minutos eternos, unas lágrimas densas llenaban sus ojos. 

Empecé a intranquilizarme todavía más. Tenía ante mí una emoción que desgarraba el interior de aquel excelente alumno, de aquel excelente muchacho. Bajaba la vista, se encogía dentro de él. Traté, de forma conciliatoria, tratar de calmarle. Y empezó a repetir: “no puede ser, no puede ser, mis padres me han dicho durante la comida que se van a divorciar”. Unas lágrimas abundantes salían de sus ojos y trataba de limpiarse con su pañuelo. 

Siempre había pensado respecto al divorcio que los padres llegan a esa conclusión después de transitar un camino lleno de trampas, de piedras en el camino y espinas sutiles lacerando sus almas. Y, en este caso, se lo habían ocultado al muchacho. No querían lastimarle y guardaban una fachada aceptable. 

Pero el choque era brutal. Sin esperarlo, sin intuirlo, sin olerlo, le había caído como una piedra que le había destrozado. En su dolor, me decía que sabía que se había comportado mal, que no debía haberlo hecho. Me ponía en su pellejo y lo entendía. Me preguntaba cómo había asistido a clases con esa bomba emocional en su interior. 

El muchacho no estaba en condiciones de seguir ningún tipo de aprendizaje con aquella emoción en su pecho, en su mente y en todos los músculos de su cuerpo. Los minutos pasaban. Las palabras comprensivas, suaves, tranquilizadoras fueron tomando su parte. Le dije: “tienes toda la razón. No sé si yo, en tu caso, hubiera podido portarme mejor. Ahora se trata de digerir esta terrible situación”. 

- Entiende que no he tenido tiempo para digerir esta realidad. Me han traído otra vez al colegio como si nada hubiera pasado. Y esto, profe, es demoledor”. 

- Te comprendo. Te entiendo. Te apoyo y no te preocupes por mi parte. Estoy contigo.

- ¿No me va a castigar?

- No. En absoluto. La vida te ha dado una muestra de dureza. Debemos ser comprensivos y apoyarnos con confianza.

- ¡Cómo usted decida!

- No hay problema. 

Me encantó la muestra de confianza y los momentos de comprensión que tuvimos. Nunca he podido olvidar esa tarde. La primera clase de la tarde a las 15:25. El abrazo que nos dimos y la posibilidad de ser el primero que extendía un poco de alivio de su emoción aplastante. 

La comprensión de una mano amiga llega más hondo que cualquier corrección que se hubiera aplicado. Y le di gracias a la vida, gracias a mi Director, gracias a mi mismo por haber, de alguna manera, apoyado a mi alumno en esa situación.



martes, febrero 16

EL MISTERIO DEL AMOR ES EL DESARROLLO DE LOS DOS

Es un proceso de interacción mutua donde florecen los apoyos amorosos. Se disfruta una confianza interior propiciada por el otr@. Se vislumbran nuevas capacidades nunca vistas por sus ojos. Desemboca en nuevos ríos, nuevos mares. Se surcan las hermosas posibilidades que se ponen a vibrar en nuestra mirada y en nuestro rostro.

Un misterio contradictorio. Se unen los dos cuerpos en una misma piel sin perder la libertad de crecer. Cada uno aporta, desde su visión, la complementación que todo lo llena. Momentos de fusión desconocidos toman el mando de la nave en una feliz y hermosa dirección. 

El amor se une con el respeto, con la admiración, con el aprecio profundo y con la libertad suprema que todo lo envuelve. Esta es la contradicción: dos libertades supremas deciden fundirse en unidad por propia decisión. 

Las almas se amplían con la visión del otr@. Se hacen más grandes, más completas y empiezan a jugar con estos pensamientos: 

No sé, amor, donde empiezas tú y donde termino yo. 

Me siento libre contigo y, a la vez, dormid@ en tu regazo

Describo mi vuelo por el cielo y, junto a mí, cantas la misma canción.

Las dos pieles, antes separadas, se han convertido en una unidad superior.

Y van saliendo, de dentro, nuevas propuestas, nuevas experiencias, nuevas sugerencias de la libertad y de la decisión personal de querer estar juntos los dos.

Libres vibrando de ilusión. Libres vibrando de emoción. Libres vibrando de los lances de la vida. Libres cantando la sutil melodía de dos alas superpuestas con los ojos de la aurora del amor. 

Misterio que se desgrana cada día. Misterio que se instala en la mirada repetida. Misterio que llena de dulzura cada acto. Misterio que sabe su profundidad y la de su amad@. 

La libertad hace bien su trabajo. La libertad sabe poner el altar en el sitio dignificado. La libertad engrandece cuanto toca. La libertad une la apariencia y el sentir. La libertad entrega, por propia decisión, el tesoro más potente de la unidad de los dos. 

No hay amor sin libertad. No hay amor sin autenticidad. No hay amor en el miedo. No hay amor en la imposición. No hay amor en amenazas que vulneran la libertad superior. No hay amor sin el misterio de la libertad de los dos. 

La libertad nos hace crecer. La libertad deja desarrollarse a la planta. No la coarta. No la ahoga. Y como dos árboles autónomos, se encuentran abrazándose con las ramas de la paz, de la ilusión y de unos roces que saben a gloria en los frutos de la nueva creación.

El amor es un misterio. Y el misterio se desarrolla en la libertad de dos palomas que, sabiendo su camino, establecen, con sus emociones, volar juntas las dos.


lunes, febrero 15

LA SUPERACIÓN DEL RECHAZO

Carlos estaba hablando con su teléfono móvil rodeado de árboles. Se había introducido bajo las ramas acogedoras de uno de ellos. Le permitía acercarse a su interior por uno de sus claros. La vista era magnífica. Una extensión de naranjos se extendía ante sus ojos, todos alineados y bien dibujados. Un cuadro de la naturaleza bajo los rayos luminosos de un sol suave, tranquilo y abrazador.

El teléfono en su oído, el pensamiento en la conversación y los ojos alternando la vista de los naranjos, con el interior del árbol y con la plataforma del edificio más cercano. Centrado en las palabras, en los sonidos que recibía y en la actitud reflexiva para comprender a su amigo al otro lado de la línea. 

Una conversación apreciada, querida, deseada. Estaba contento, alegre. Por fin, se había puesto en comunicación. Las palabras, los sentimientos y los movimientos alegres del corazón se entremezclaban con la razón y con las disquisiciones de su planteamiento. Se indicaban las razones de tan larga ausencia entre dos almas por la senda de la amistad. 

Carlos gozaba. Se sentía pleno y su interior iba llenándose del vacío de la ausencia de alguien muy apreciado. La conversación fue haciéndose densa con los contenidos y con las expresiones queridas de dos personas en libre y espontánea comunicación. 

En eso, Carlos levantó la vista hacia la plataforma del edificio y vio a una persona entrar en él y todo su cuerpo emocionalmente reaccionó. Una sensación de vacío y de rechazo apareció en los poros del cuerpo, a pesar de estar enzarzado en otra realidad con el teléfono. 

Carlos sintió el desagradable estremecimiento y lo guardó para sí. Seguía con el teléfono desgranando todos los incidentes de la conversación. Así se pudo olvidar momentáneamente de su momento de estupor. Los detalles siguieron apareciendo y concluyeron un encuentro con todo su esplendor entre dos amigos de corazón. 

Las diversas actividades fueron siguiendo con normal desarrollo y con mucho aprecio en cada detalle. El día fue deslizando su camino y llegó a su fin. La noche cubrió con su majestuosa presencia el descanso y, felizmente, Carlos se durmió.

El día siguiente hizo acto de presencia. La luz de la mañana, el descanso del cuerpo y las actividades del nuevo día aparecían como hermosos caminantes de las primeras horas. En un momento, Carlos sintió en su cuerpo el mismo estremecimiento de rechazo del día anterior. Se quedó pensativo. Ahondó en su causa. 

Sabía que su reacción, provocada por aquella persona, no estaba en ella sino en él. Había estudiado que los demás son espejos para nosotros. ¿Qué quería decirle el cuerpo con aquella reacción de rechazo? Sin lugar a dudas, el cuerpo indicaba una emoción negativa en sus adentros no superada. Una herida infectada que necesitaba ser limpiada y curada con un esmero especial. 

Abrió la herida, la observó, vio el rechazo de una noble amistad, de una auténtica mano tendida con toda bondad. La herida se hundía con la experiencia de que él no había actuado mal. Los bordes inflamados hablaban de insensibles comportamientos de la otra persona. Y así la herida se extendía infectada por estos pensamientos tóxicos que le impedían la curación.

Carlos se preguntaba por qué esa herida continuaba. Él era amplio de mente. En otros momentos había experimentado rechazo en otros órdenes de la vida y los había manejado muy bien. No le habían dejado huella. Los había comprendido y los había realmente olvidado. Y ahora volvía a preguntarse: “¿por qué me sigue doliendo este rechazo?”.

Buscó dentro de él. “¿A qué se refiere el rechazo? ¿Es algo genérico que no sé manejar bien? ¿Es resquicio de alguna experiencia en mi vida? ¿Es una experiencia mal digerida?”. Se esforzaba por encontrar la causa de aquella herida abierta con tantos elementos infecciosos. Descartó que fuera algo genérico. En muchos otros momentos los había superado. “¿Qué hay de específico en esta llaga?”.

Sabía que la solución estaba en él. No estaba fuera. Él había tenido una equivocación muy clara en el procesamiento de la negatividad de esa persona. ¿Cuál era la solución? ¿Dónde estaba el error? Le daba vueltas a la experiencia, a todas las ocasiones de encuentro entre ellos. En su interior pugnaban pensamientos y sentimientos un poco confusos. Por una parte, se destacaba el rechazo sentido el día anterior y ahora presente otra vez. 

Por otro lado, sabía de su comprensión y de la amplia visión que poseía. No había lugar para aquella actitud ni para aquel sentimiento negativo que se expresaba en los tejidos tensos de su cuerpo. 

Poco a poco, se abrió la luz. Poco a poco se hizo presente la causa de esa herida mal curada en su corazón. La insensibilidad mostrada por la persona ante los errores cometidos, Carlos los enjuició y los condenó. El error lo tenía la otra persona, no él. 

Ahora sí comprendió la causa de la herida y encontró el elemento purificador que previene toda infección: el perdón. Realmente fue insensible. Realmente dio una patada a una mano abierta llena de confianza. Carlos se perdonó a sí mismo por haber juzgado y por haber condenado dentro de sí. Por ello, su cuerpo le recordaba que no se puede condenar a nadie. La condenación se la hacía a sí mismo. Los demás solamente nos recuerdan lo que no hacemos bien.

Carlos notó la expansión de su pecho, la relajación de sus músculos y la alegría del vivir al dejar aquel peso, que sin quererlo, por sus pensamientos equivocados, había colgado como un lastre podrido en sus pasos, en sus sentimientos y en su vista torcida hacia aquella persona. 

Carlos, una vez más, hallaba, en el perdón, la salida maravillosa y el vuelo que toda águila, desde las alturas, despliega con majestad y profunda libertad. La vida se había llenado de color.