El asunto de la dualidad (yo y los demás) es un tema siempre desafiante para nuestra mente. Está claro que yo me muevo en ciertos parámetros de mi vida. Está también claro que los demás no me entienden totalmente y son distintos a mis realidades.
Así, desde nuestro interior, se va creando la sensación de que hay una dualidad: yo y los demás. Se crean nuestros miedos, nuestros temores, nuestras fobias, nuestros reductos, nuestras defensas y nuestros ataques para defender nuestras posiciones.
Se crean nuestras líneas agradables, nuestros amigos, nuestro marco de referencia donde nos encontramos bien. Diseñamos nuestro entorno donde podemos desarrollarnos de alguna manera aceptable y no muy contraria a nuestras experiencias.
Sin embargo, este juego de tuyo y mío enfrentados desde esa zona interior, se basa en la falsa percepción de la dualidad. Muchas veces hemos descubierto que muchas personas no eran tan inconvenientes como habíamos pensado. Y, en ocasiones, hemos encontrado personas maravillosas después de un primer contacto sincero.
En esta línea se van afinando nuestras antenas y empezamos a percibir que si somos nobles, somos capaces de captar la nobleza en los demás. Si somos generosos, lo captamos. Si somos negligentes, recibimos estos impactos de los demás. Y un día concluimos que sólo podemos ver en los demás lo que somos nosotros y lo que nos dice nuestro pensamiento.
Un pensamiento limpio, claro y humano, percibe limpieza, claridad y humanidad. Encuentra en los demás su propia proyección. Percibe en los demás su propio pensamiento. Si no tiene en su interior cualidades estéticas, no las percibirá en los demás. No las valorará en los demás. Las considerará superfluas, estilizaciones desmesuradas, rarezas insoportables. Es decir, las juzga y las rechaza.
El juicio negativo nos separa. El juicio negativo nos distancia y nos da la falsa concepción de que nosotros estamos en la verdad. El otro, en la equivocación. Son fenómenos extraños, concluimos. Nosotros nos basamos en nuestras propias experiencias y en lo que sentimos en nuestro interior.
Nunca nos planteamos que estamos equivocados porque lo sentimos y lo vivimos así. Así que la dualidad se asienta en nuestra vida (yo y los demás). Sin embargo, la unicidad nos dice algo insólito e inesperado. Nosotros no podemos ver a los demás. Siempre nos estamos hablando, juzgando a nosotros mismos.
Los demás no son diferentes a nosotros. Los demás son los espejos en los que nosotros nos reflejamos y nos vemos a nosotros mismos. Cuando los demás nos transmiten rechazo, nos indica que hay parte de nosotros que rechazamos en nosotros mismos.
Cuando los demás nos devuelven pedantería, la unicidad subraya que en nosotros hay pedantería. Siempre nos estamos viendo a nosotros mismos. La ilusión de la dualidad nos aprisiona. Somos capaces de criticar con dureza a los demás. No obstante, estamos criticándonos a nosotros mismos.
Abrir nuestros ojos para vernos a nosotros mismos es la invitación de la unicidad. Es la invitación de los sabios griegos inscrita en el templo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. No debemos seguir cayendo en el tema de la dualidad. "Yo soy bastante aceptable. Los demás, algunos son aceptables; otros, no". Esta afirmación indica que partes tuyas son aceptables y que otras partes tuyas no son aceptables.
Nunca podemos hablar de los demás. Siempre estamos hablando de nosotros mismos. Si somos conscientes de esta realidad, nuestra vida empezará a cambiar en actitudes y en planteamientos. Una línea iniciada por los sabios griegos, por los sabios de todos los tiempos y recogida por muchos humanistas y pensadores en nuestros tiempos.
Por ello, nunca podremos cambiar a los demás. No los conocemos. No podemos llegar a ellos. Siempre lo hacemos a través de nosotros. Así, por tanto, puedo cambiarme a mí mismo y crear un nuevo hombre, una nueva persona, una nueva realidad. Y si cambio yo, cambia el mundo.
Dejemos que la energía vaya saliendo de nosotros, vaya formándose en nuestro interior y la sabiduría nos conceda el premio de conocernos a nosotros mismos en el reflejo de los espejos de los demás.
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