jueves, febrero 4

EL PERDÓN: LA PUERTA DE LA TRANSFORMACIÓN

Carlos se encontraba en su habitación. Eran las doce menos cuarto de la noche. Estaba preocupado, angustiado, absorto. Un incidente había ocurrido durante el día que le había afectado sobremanera. Una calumnia sobre él se había deslizado en una reunión de trabajo y se había expandido como el agua que cubre todas las oquedades.

“Luchar contra el error es duro. Luchar contra la calumnia es más duro todavía” pensaba Carlos en su interior. Era la primera vez, en la vida, que se veía envuelto en un asunto de tal calibre. Estaba en juego su honestidad y su credibilidad. Es duro confrontarse con unas manifestaciones vertidas en la reunión de unas veintidós personas y no poder aclararlas por falta de tiempo. 

Se había pospuesto tratar el asunto que le concernía al día siguiente. Carlos estaba tranquilo en lo que a él respectaba. No había cometido, por su parte, ninguna deshonestidad ni falta a la verdad. Pero la mancha de la calumnia estaba vertida. Salpicaba y emborronaba todo lo que encontraba en el camino. 

Miles de pensamientos opuestos cruzaron su mente, sus imágenes y sus razonamientos. Un peso se hacía presente en la rudeza de la acusación y en la falta de sensibilidad en la exposición. Siempre entendía que primero se dicen las cosas personalmente, tal como la honestidad orientaba, y después, si era necesario, se recurría al grupo para dirimir las divergencias.

Nunca le habían comentado nada. Nunca le habían expresado discrepancias. Por ello, se sorprendió que salieran en público, sin tener anteriormente una conversación sobre el tema. Carlos se repetía que él nunca haría así las cosas: “Se hiere de forma gratuita y no se busca la solución sino la confrontación”. 

Por la tarde recibió algunas llamadas. Personas presentes en la reunión que captaron cierto hálito de malicia al ver que no se había informado personalmente y habían sido testigos de la breve confrontación que se produjo. Quisieron expresarle su apoyo a Carlos. Le indicaron que las formas eran inadecuadas y que el tema no se debería nunca haber dirimido públicamente. 

Carlos les agradeció su opinión, su apoyo y los principios que esgrimían. “Siempre hay confusiones en las personas y debemos clarificarles”, les decía. Las voces, al otro lado del teléfono, querían resaltar la malicia que dibujaba tal acusación. Pero Carlos trató de comprender el malentendido y al siguiente día se resolvería la cuestión. 

Carlos dio la impresión, a las personas interesadas en él, de tranquilidad y cautela. Sin embargo, su interior estaba incomodado grandemente. Una tormenta rugía en su interior. No tenía paz. No tenía tranquilidad. Y sabía que en ese estado no podría descansar. Una noche en vela se presentaba ante él. 

Daba vueltas en la cama. Se revolvía. No estaba quieto. En un momento se dispuso a hablar con el Espíritu, con esa Conciencia cósmica universal, con esa Justicia amplia de verdad que está por encima de cualquier intención particular y de cualquier actitud equivocada personal. 

- Ya sabes que esta noche no voy a dormir. El dolor interior me corroe con toda fortaleza y con toda su punta afilada ahondando donde duele de verdad. La noche en vela me espera. Mañana estaré agotado y no podré hilvanar bien mis ideas en la exposición del tema. 

Carlos calló un momento. Se quedó en silencio. Su mente pensando en lo que acababa de expresar y su inquietud reforzada por su razonamiento. Se sumió en sus pensamientos de confrontación. Y entre todos los argumentos que manejaba, se destacó algo, como una voz interna, que le decía: “perdónalo tú”.

La reacción de Carlos fue vital, fuerte y espontánea. ¿Cómo me pides esto a mí? Yo no he cometido ningún daño a nadie. Me lo han hecho a mí. ¿Es inaudito que me lo pidas a mí? ¿Yo tengo que perdonar a quién me ha ofendido públicamente, ha puesto en tela de juicio mi honestidad y me ha emborronado las páginas de mi credibilidad? Es un contrasentido. 

A pesar de los argumentos que luchaban por salir, dando tropezones los unos con los otros, y la estupefacción de Carlos, la voz interna volvió a repetir: “perdónalo tú”. La segunda vez no encontró tanta resistencia en Carlos. 

Empezó a vislumbrar que el problema no estaba centrado en él. Estaba centrado en la persona que compartió la calumnia con todos y en su desequilibrio interior. El sabía que todos estos asuntos salían de personas confundidas, desequilibradas en su paz y mordidas por el error. 

Carlos empezó a ceder en sus planteamientos. Carlos dejó de pensar en él. Dejó de centrarse en sus heridas, en sus llagas y en la reacción apasionada contra esta calumnia públicamente vertida.

En estos momentos de indecisión ante la nueva propuesta que había vislumbrado, la voz interior volvió a repetir: “perdónalo tú”. Ahora sí, Carlos se serenó totalmente. Se tranquilizó. Comprendió y cambio su pensamiento. No era él el ofendido. Era la otra persona que necesitaba comprensión, equilibrio y paz que no tenía. 

Carlos decidió devolverle la paz a esa persona. Aceptó que todo ataque viene de un foco equivocado. Si no hay confusión ni tormento interior, las acusaciones no salen para hacer daño al otro. Carlos decidió perdonarlo, perdonarse a sí mismo por su brusca reacción. Su corazón quedó tranquilo. Su conciencia se aquietó. Cinco minutos más tarde dormía plácidamente. 

Al día siguiente, se encontró en el pasillo, camino de la sala de reunión con su acusador. Carlos le ofreció su mano tendida, noble y de corazón. La otra persona, con un gesto automático ofreció su mano. Pero al darse cuenta, echó su mano atrás. La mano de Carlos avanzó para encontrarla y en su apretón, el perdón quedó sellado entre los dos. 

Se trató el asunto. Se aclararon todos los detalles. La luz iluminó todas las sombras vertidas y el incidente pasó a mejor vida, sin ninguna sustanciación. Sin embargo, aquella noche quedó grabada en el corazón de Carlos. El perdón ofrecido a la otra persona y a sí mismo, bajo los principios de la comprensión, había resuelto en él el problema totalmente. 

Aquella noche, por la comprensión, hubo transformación. Aquella noche, por el perdón al otro, hubo transformación. Aquella noche, por el perdón a sí mismo, hubo realmente transformación.

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