viernes, marzo 31

LAS LÍNEAS MAESTRAS DE LA VIDA

Marce estaba absorto pensando en las buenas capacidades que tenía el ser humano para su superación. También veía las confusiones que podrían acontecerle en su devenir por la vida. Sus pensamientos iban clarificándose con aquellas propuestas. Esa composición grabada en una piedra de mármol blanco en el Monte de los Olivos le había abierto muchas puertas en su inteligencia. 

Padre-Madre, Respiración de la Vida ¡Fuente del sonido, Acción sin palabras, Creador del Cosmos!

Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil.

Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de Ti.

Nuestro Yo, en el mismo paso, pueda estar con el Tuyo, para que caminemos como Reyes y Reinas con todas las otras criaturas.

Que tu deseo y el nuestro, sean uno sólo, en toda la Luz, así como en todas las formas, en toda existencia individual, así como en todas las comunidades.

Haznos sentir el alma de la Tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la Sabiduría que existe en todo.

No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen, y nos libere de todo aquello que impide nuestro crecimiento.

No nos dejes caer en el olvido de que Tú eres el Poder y la Gloria del mundo, la Canción que se renueva de tiempo en tiempo y que todo lo embellece.

Marce se centraba en todas las posibilidades que iba desplegando ante el ser humano. La idea de Padre-Madre y la idea de la luz ya habían sido tratadas el día anterior. Ahora el ser humano se veía con la capacidad de aprender. Abríamos los ojos al mundo y todo lo íbamos aprendiendo y, en especial, el sentimiento: “Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de Ti”. 

El sentimiento se vivía en casa, con nuestros amigos, con nuestras personas queridas. Era ese ambiente que se respiraba en las relaciones y que ponía un fondo precioso donde se podían producir las mejores interacciones. Saber que podíamos reproducir el sentimiento eterno, maravilloso, universal y comprensivo era un tesoro. 

"Nuestro Yo, en el mismo paso, pueda estar con el Tuyo. Que tu deseo y el nuestro, sean uno sólo. Haznos sentir el alma de la Tierra dentro de nosotros". Marce se daba cuenta de que la posibilidad de imitar era grande en el ser humano. Era nuestra libertad seguir los ejemplos, elegir los maestros, decidir nuestras referencias. 

La libertad se encontraba en la elección. Una vez elegidas seguíamos los pasos de esas referencias. Así se aclaraba nuestro camino. "No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen, y libéranos de todo aquello que impide nuestro crecimiento". Marce no podía negar que el crecimiento y la superación eran constantes en el ser humano. Era la ilusión de la vida. 

Ese pensamiento de un crecimiento oportuno era la mejor palabra que nos definía en nuestro paso por la existencia. Crecíamos en nuestro cuerpo físico. Crecíamos en nuestros pensamientos, Crecíamos en nuestra comprensión del mundo. Crecíamos en el conocimiento de nosotros mismos. Crecíamos en nuestras actitudes. El paso de los años iba dejando su poso de sabiduría en nuestro continuo crecimiento. 

Nada debía estorbarlo.

jueves, marzo 30

PADRE-MADRE, UNA UNIDAD INDISOLUBLE

Gonzalo se había quedado interesado en aquella afirmación personal que le había hecho su compañero. Era una conversación privada. Su amigo le indicaba que tenía ideas que no podía compartir con prácticamente nadie. Eran muy osadas para la enseñanza que se nos había dado durante mucho tiempo. Pero las tenía dentro de él y sentía que tenía su parte de verdad. 

La curiosidad le picaba y le animó a compartir esa idea tan osada. Su amigo no le hizo esperar y abriéndole su corazón le dijo que para él la figura de Dios la representaba mucho mejor una mujer. Gonzalo entendía la postura de su amigo. Era cáncer. Era un signo de agua. Y la universalidad y comprensión de todas las personas radicaba en su forma de ser. 

Era capaz de contactar con todo tipo de personas. Su apertura era abierta. Se identificaba, en esas cualidades, mucho más con el mundo de la mujer que con el mundo del hombre. La mujer educaba, organizaba, creaba un hogar, orientaba, daba fuerza, apoyaba y estaba entregada a toda la familia. Cada persona era motivo de su interés y de su dedicación. 

Veía en esa entrega mucho mejor la función del Dios Creador. Gonzalo sentía que tenía mucha razón. Pero no encontraba apoyo para darle a Dios esa parte llevada a cabo por la mujer. Sin embargo, cayó en sus manos la oración que dio lugar a la conocida como “padrenuestro”. Estaba escrita en arameo. Se encontraba sobre una piedra de mármol blanco, en el Monte de los Olivos, en Jerusalén. 

Al leerla, se quedó asombrado. Por primera vez veía escrito en un texto las dos partes de Dios: Hombre-Mujer. 

Padre-Madre, Respiración de la Vida ¡Fuente del sonido, Acción sin palabras, Creador del Cosmos!

Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil.

Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de Ti.

Gonzalo se quedaba asombrado por una parte y totalmente de acuerdo por otra. La función de Padre-Madre era una unidad. No se podía separar. Se alegraba que la sensibilidad actual estuviera ya en aquella expresión en arameo. El valor de la Madre estaba al mismo nivel que el del Padre. No se podían enfrentar, jerarquizar, ni valorar de forma diferente. 

Daba razón a esa intuición y realidad que vivía en el interior de su amigo. Le alegró mucho cuando la compartió con él. Era maravilloso ver que dentro de nosotros existían impulsos que iban en la misma dirección que la verdad. Y esa expresión así lo confirmaba. 

El planteamiento era más amplio que el del “padrenuestro”. El lugar de la presencia del Padre-Madre Celestial no estaba confinado un punto lejano. La presencia del Eterno era evidente en nuestras vidas, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes: “Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil”.

Si la luz del Padre-Madre Celestial no estaba en nosotros no tenía sentido. Por ello, la petición era clara por su comprensión: “dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros”. De otro modo no sería útil. Estaba en la línea de los sabios que decían que el cielo no era un lugar, sino una forma de pensar. También subrayaba que la luz estaba en nuestro interior. No estaba fuera de nosotros. 

La dinámica era clara: “Luz en nosotros, Luz entre nosotros”. Lo básico era la relación. En esa relación encontrábamos todos nosotros nuestra utilidad de la luz. De ahí el objetivo: “para que podamos hacerla útil”. Sin relación de luces interiores no hay desarrollo. No hay utilidad. 

Gonzalo se iba quedando asombrado. Un texto en arameo sobre una piedra de mármol blanco, le devolvía la luz que había encontrado en muchos sitios, pero seguía allí hacía muchos años, en arameo, y en las palabras de Jesús.

miércoles, marzo 29

DATOS DE TRANSFORMACIÓN

José dejaba que aquellas palabras entraran en su interior y le fueran abriendo nuevas ideas que le explicaran el funcionamiento de su ser, de su cuerpo, de su mente y de su vida. La idea y la práctica del silencio, de la paz, de la tranquilidad venía ahora del campo de la ciencia. No eran ideas de grandes maestros de antaño que resonaban en nuestros oídos. 

La ciencia armada con un potencial maravilloso de instrumentos ha tenido acceso a los cambios en el cerebro y los diferentes órganos del cuerpo. Y con ese estudio ha llegado a unos conocimientos que sencillamente hacían estremecer a José. Los datos así lo confirmaban. 

La Universidad de Harvard ha publicado que un porcentaje de pacientes de entre el 60% y el 90% tiene que ver con disfunciones emocionales, tóxicas. La ira, el resentimiento, la frustración, la desesperanza, la impotencia, creaban el desequilibrio que impelían a las personas a buscar soluciones, y conversaciones con su médico de atención general. 

Era un dato para tener cuenta. Ese dato nos revelaba lo importante que era el silencio en nuestra vida para ir poniendo en orden nuestro estado interior. Así el silencio facilitaba la entrada en uno mismo. Disminuía el ruido mental continuo al que estaba entregado nuestra mente. Y esa situación lograba la disminución del dolor en la persona. Mejoraba la enfermedad. Facilitaba el encuentro con los demás.

José recordaba los momentos en su vida en los que, tras un período de tranquilidad, reflexión, silencio de su ruido mental, se centraba en el presente. Olvidaba su pasado. Y leía algunos textos que le llenaban de unas ideas agradables, amorosas y comprensivas. Sin darse cuenta se abstraía en lo que leía y olvidaba donde se encontraba. 

Al salir de esos momentos, una nueva ilusión, una nueva energía renacía en su vida. Tenía una actitud distinta. Todo lo que le llegaba a su vida lo procesaba con mucha quietud, con mucha tranquilidad y con mucha precisión. “Era fenomenal”, se repetía para sí, “pasar estos momentos de tranquilidad y de serenidad”. Después de esos momentos, todo lo que ocurría se solucionaba de inmediato y con buenas actitudes y buenos acuerdos. 

José reconocía que, en esos momentos, paraba su mente de su infatigable runrún y la centraba en esos pensamientos. La mente le obedecía y al centrarse en ideas maravillosas, el runrún se paraba y entonces toda una energía en forma de neurotransmisores recorrían sus venas y llegaban al cerebro. Le daban así momentos de placidez y de actitud estupenda. 

José así comprendía un poco más los senderos de la vida y las prácticas que debía desarrollar para sacar, de dentro de sí, su mejor energía.

martes, marzo 28

ESBOZOS DE VIBRACIÓN INTERIOR

Darío sentía una suave luz deslizarse por su mente, por su intuición, por su interna comprensión. El horizonte le ofrecía una nueva posibilidad que le había dejado suspenso. Una niebla blanca y matutina le había traído un mensaje que se depositaba en su frente: “Estás creándote tú mismo y estás formándote con la elección de pensamientos y sabiduría la grandeza de tu propia figura”. 

Notaba, desde la paz y desde el silencio, la marcha de algunos pensamientos que ya no formaban más parte de su vida. Venían otras ideas que orientaban su camino. Ese cambio de mobiliario en su cabeza creaba una nueva casa, una forma de estar distinta, una diferente mirada. En definitiva, todo adquiría una sensación de mayor luz que alumbraba rincones siempre sumidos en las sombras. 

Sus lecturas le ayudaban. Su vuelo por ese espacio renovado de su mente le dibujaba nuevas propuestas. Una nueva ilusión todo lo envolvía y recorría como una energía distinta y entusiasmada. La paz hacía su poso. La tranquilidad le abría una nueva ventana. Todo ocurría en un camino nuevo que ante él se extendía. 

Las almas aladas de las bellezas de la naturaleza se ofrecían con toda su calma. Se daba cuenta de su poder creador por la elección de las ideas que ante él se desplegaban. Dos luces radiantes se ofrecían a sus ojos. Una luz le invitaba a que fuera especial. Un ser especial mejor que los demás. Un ser brillante con el poder de ser tenido en la cúspide de la importancia. 

Otra luz radiante se ofrecía ante su mirada. Le motivaba a ser grande, maravilloso, universal, unido con todas las energías del mundo. Formarían la mayor luz de la naturaleza. Todos sintiendo como uno. Ante tamaño ofrecimiento se dejaba llevar por las líneas de esa hermosa reflexión que le llegaba para considerar su decisión: 

El deseo de ser especial es el gran dictador de las decisiones erróneas. He aquí la gran falacia o espejismo de lo que tú eres y de lo que tu hermano es. Y he aquí lo que hace que se ame al cuerpo y se le considere algo que vale la pena conservar”. 

Ser especial es una postura que requiere defensa. Aquello en lo que tu hermano se tiene que convertir para que tú puedas seguir siendo especial es una falacia o espejismo. Hay que atacar a aquel que es “peor” que tú, de forma que lo especial en ti pueda perpetuarse a costa de su derrota”. 

Pues ser especial supone un triunfo, y esa victoria constituye la derrota y humillación de tu hermano. ¿Cómo puede vivir tu hermano con el fardo de todas tus condenaciones sobre él? ¿Y quién sino tu es su conquistador?”

Darío se quedaba confundido con ese tipo de materiales que le ofrecía la opción de ser especial. Era un enfrentamiento. Era un ataque. Era un menosprecio. Su alma le decía desde su hondura: “Nadie puede ser grande que no sea noble, generoso, amable, ayudador y comprensivo con su hermano. Nadie podía alcanzar su amplitud sin incluir, a su mismo nivel, a todo ser humano”. 

Darío quería ir formando su casa con todas las melodías que le dieran descanso y solaz. Veía que el tema de la canción “ser especial” no tenía los acordes oportunos, la letra adecuada y el ritmo vibrante para alcanzar en su formación esa idea suprema de la paz.

lunes, marzo 27

LA ESENCIA NO ES DIFERENTE

Mario agradecía aquella reflexión que leía. Por fin, había encontrado un elemento de sensatez en ese tema. La superioridad de unos seres humanos frente a otros. Se sonreía interiormente cuando una región se jactaba de su especificidad por la característica de su Rh. Era una baza para demostrar que eran distintos a los demás. 

Pero no solamente eran distintos. Eran mejores que los demás. Los argumentos científicos eran tan endebles que finalmente han dejado de citarlos. Otras regiones proclamaban su superioridad por su lengua. Uno estaría tentado de pensar que hay lenguas de primer grado, de segundo grado, de tercer grado y así sucesivamente. 

Tampoco hay tal cosa. La mente humana buscaba la diferencia. Y una diferencia de superioridad. Nadie buscaba la diferencia de inferioridad. Lo inferior era despreciable, desechable y aborrecible. Tampoco había tal cosa. En todas las sociedades había clases sociales. No había una sociedad que no tuviera clases sociales. 

Así todas las sociedades eran iguales. Dentro de la sociedad, había gente buena en todas las clases y había gente torcida en todos los estamentos. Y, en eso, todas las sociedades también eran iguales. Lo mismo se podía encontrar en las diferentes religiones. Había devotos sinceros, amables y humildes en todas. Había fanáticos, exagerados y vengativos en todas. Había terroristas en todas. ¿Dónde radicaba la diferencia? En ningún sitio. Todas eran iguales. 

Mario veía que la diferencia estaba en la mente, en la creencia, en ese espíritu consciente que habitaba en cada persona que se creía superior a los demás cuando no era realmente cierto: "La única creencia que se mantiene celosamente oculta y que se defiende, aunque no se reconoce, es la fe en ser especial". 

“Esto se manifiesta de muchas formas, pero siempre choca con la realidad de la creación del Padre Celestial y con la grandeza que el dotó a Su Hijo. ¿Qué otra cosa podría justificar el ataque? ¿Quién podría odiar a alguien cuyo Ser es el suyo propio y a Quien conoce?”. 

“Sólo los que se creen especiales pueden tener enemigos, pues creen ser diferentes y no iguales. Y cualquier clase de diferencia impone diferentes órdenes de realidad y una ineludible necesidad de juzgar”. 

Mario dejaba que esa verdad universal y de creación entrara por sus poros. Le invadiera su cerebro, sus vasos sanguíneos y los alveolos pulmonares. La maravillosa realidad de cada ser humano estaba fijada de antemano. Todos iguales por nacimiento, por proceso de crecimiento y por capacidad de aprendizaje. Otra cosa era separar donde nadie había puesto un límite entre las personas naturales. 

Mario se gozaba de tanta claridad. Se ponía en guardia para no caer en ninguna forma en tal absurda irrealidad. Todos hermanos unidos en la danza de la amistad y de la unión universal.

domingo, marzo 26

ALCANZA CON COMPRENSIÓN TU LUZ INTERIOR

Luis se encontraba en un punto de equilibrio en su vida donde debía decidir el camino que debía tomar. Por un lado, se le ofrecía el pensamiento de que era una totalidad plena, que todo ya estaba en él, que debía amarse, valorarse y apreciarse. Por otro, la otra voz le decía que debía conocer todavía muchas cosas y que una de estas le llenaría como nada le había llenado en la vida. 

La segunda voz le atraía mucho. Ese valor desconocido era un atractivo que le llamaba mucho la atención. Conocer experiencias nuevas era un estimulante de todas las mejores sensaciones de la vida. Siempre había una puerta abierta para que una de las mejores experiencias le dibujara ese cielo soñado en sus imaginaciones. 

Pero, dudaba algo de esa segunda voz. Había leído, en una ocasión, que esa segunda voz tenía una ley muy peculiar. “busca el amor, pero no lo halles”. Desde que lo leyó ya nunca más olvidó esa ley. Todo lo nuevo tenía su capital de curiosidad y de novedad, pero, en su esencia, repetía todos los mismos errores que había cometido anteriormente. 

La primera voz tenía unos visos diferentes. Pocas personas le hablaban de ella. Era algo difícil de entender que todo estaba ya en nuestro interior. No era necesario buscar nada en el exterior para sentirnos completos. Luis reconocía que, si él se sentía incompleto, cualquier otra persona también se sentiría incompleta como él. 

La única posibilidad teórica que podría darse era coincidir con otra persona incompleta que su vacío coincidiera con su parte plena. Y eso era realmente difícil. En cambio, cuando una persona se amaba a sí misma, se valoraba, se atendía, era cuidadosa con ella, no se perdía en las relaciones, y daba de comer a su alma, esa persona, al relacionarse con otra, no ofrecía su vacío sino su plenitud. 

Y una persona plena podía llenar cualquier vacío de la existencia. Todo podría darse con alguien lleno de amor, lleno de valor y lleno de seguridad interior. Las relaciones cambiarían totalmente. Nada sería igual mirado desde esa perspectiva. Una plenitud insospechada saldría desde el interior. Y Luis entreveía que desde ese camino podría aparecer el amor como una construcción de comprensión y apoyo. 

“Los que son conscientes de la fortaleza del Padre Celestial jamás podrían pensar en batallas. ¿Qué sacarían con ello, sino la pérdida de su perfección? Pues todo aquello por lo que se lucha en el campo de batalla tiene que ver con el cuerpo: con algo que este parece ofrecer o poseer”. 

“Nadie que sepa que lo tiene todo podría buscarse limitaciones ni valorar las ofrendas del cuerpo. La insensatez de la conquista resulta evidente desde la serena esfera que se encuentra por encima del campo de batalla”. 

“¿Qué puede estar en conflicto con lo que es todo? ¿Y qué hay que, ofreciendo menos, pudiese ser más deseable? ¿A quién que esté respaldado por el amor del Padre Celestial podría resultarle elegir entre la plenitud y la carencia?”. 

Luis veía abrirse el camino delante de él. La primera opción se elevaba en su razón, en su corazón, en sus pensamientos, en su alegría y en su objetivo. Aceptar su perfección, su plenitud, su proceso de amarse, admirarse, buscarse continuamente en su conocimiento. Llenarse de tranquilidad, de seguridad, de respeto y de una confianza en su maravilloso Creador era una experiencia que lo hacía vibrar en su interior. 

El punto de equilibrio de su vida iba tomando con claridad el camino. Así que decidía llenarse él mismo y como consecuencia completar con su amor a todos los que encontrara en su sendero. Ese era el punto de luz que emergía potente del interior de sus pensamientos.

sábado, marzo 25

APOYAR EL BIENESTAR DEL OTRO

Enrique estaba ahondando en dos palabras que le habían descubierto todo un mundo nuevo, toda una actitud distinta, todo un cambio de pensamiento en su vida. Era una experiencia en la que veía que sus presupuestos adquirían una nueva senda. Parecía que un Enrique distinto renacía de esos conceptos nuevos que llegaban a su vida. 

Las dos palabras eran “relación” y “jerarquización”. La segunda palabra donde todo estaba clasificado en orden a la importancia, la conocía muy bien. Los mayores tenían importancia, los padres tenían importancia y los mandos en las instituciones tenían su poder y su importancia. Recordaba una incidencia del terreno de la “jerarquización”. 

Estaba haciendo el servicio militar obligatorio. Una tarde se sentaron todos en el suelo alrededor de un sargento joven que procedía de la universidad. Le escucharon con atención y fueron aprendiendo ciertos conceptos nuevos. Una charla amena. Todo fue bien. Se indicó con un silbato que habían terminado y se dispusieron a levantarse y marcharse del lugar a realizar otras actividades. 

Normalmente para incorporarse desde el suelo, solían coger el brazo del compañero más próximo que ya estaba en pie y se levantaban. Todos se ayudaban con sumo agrado. Un muchacho, sin darse cuenta, cogió el brazo del sargento. El grito que dio fue terrible. Entendió que le había faltado el respeto porque él era un mando. Era un sargento. Era una especia distinta. Empezó a imprecarle al muchacho. 

Le dijo que era un recluta. Y fue deslizando por su boca toda una serie de palabras llenas de menosprecio. El muchacho no tenía la dignidad de hacer lo que había hecho. Enrique se quedó perplejo. Un simple descuido y la que le había caído encima al muchacho por la dichosa idea de la “jerarquización”. 

Se dio cuenta de que había personas que si no estaban jerarquizadas no se sentían que eran algo en la vida. Una lástima. Con aquella reacción, su valía, ante los ojos de los demás, cayó al pozo de un “pobre hombre”. No era el poder ni la distancia lo que nos otorgaba la importancia. Era el saber comportarse de forma humana y comprensiva lo que nos daba nuestra natural dignidad. 

Enrique veía que la “jerarquización” no abundaba en la idea de relación entre las personas. Más bien, se oponía a ella. Y con ese enfrentamiento, ante el silencio de todos porque el asunto de la “jerarquización” se hacía presente, la disconformidad del corazón de todos los reclutas era evidente. 

Cuando la relación era lo importante en la vida, se hacían todas las comprensiones humanas, todos los esfuerzos y todos los posibles pensamientos para tratar de poner en marcha sus leyes básicas. En la relación, cada uno se preocupaba e interesaba por el bien del otro. No se centraban en sus propios intereses. Eso destruía la relación. Una comunicación era un interés por el otro sin dudar. 

Enrique veía que la relación era lo oportuno en la vida. No quería cometer asesinatos emocionales como había descubierto el día anterior. Hasta entonces había roto relaciones de lo más tranquilo y sencillo. Pero, ahora, veía que su interés, su desarrollo, su ampliación y su nuevo horizonte en el terreno de la comprensión y de su continua superación, era fomentar y vivir el término “relación”. 

Sus leyes las grababa en su vida. Nos centrábamos y apoyábamos el bienestar del otro. Ese era el camino de la felicidad, de la plenitud y de la fortaleza que todo lo vencía en la vida. ¡Bendita relación donde cada uno sabía claramente su función!


viernes, marzo 24

DOS ALDABONAZOS EN EL CORAZÓN

Carlos se había quedado un tanto dudoso con aquella afirmación. Era entenderlo totalmente al revés de cómo había que comprenderlo. Una absurdidad. Sin embargo, debía reconocer que tenía los conceptos equivocados y bien confundidos. Siempre era un placer poner sus pensamientos en orden. Y, si era para aclarar un concepto, mucho más. 

Le encantaba leer, pero lo que más le gustaba era comprender y comprenderse, Por ello, siempre andaba con libros de pensadores en busca de sabiduría. Era su objetivo supremo en la vida. Había venido a vivir y quería desenmascarar, en lo posible, todos los significados que orientaban su existencia, la conducían y la dirigían. 

“No sigas estando en conflicto, pues sin ataque no puede haber guerra. Tenerle miedo al Padre Celestial es tenerle miedo a la vida, no a la muerte. Sin embargo, El Padre Celestial es el único refugio. En Él no hay ataques, ni el Cielo se ve acechado por ninguna clase de falacia o espejismo”. 

“En Él las diferencias no tienen cabida, y lo que es lo mismo no puede estar en conflicto. No se te pide que luches contra tu deseo de asesinar. Pero sí se te pide que te des cuenta de que las formas que dicho deseo adopta encubren la intención del mismo. Y es esa intención lo que te asusta, no la forma que adopta. Lo que no es amor es asesinato”.

Lo que no es amoroso no puede ser sino un ataque. Toda falacia o espejismo es un asalto contra la verdad y cada una de ellas es una agresión contra la idea del amor porque éste parece ser tan verdadero como ellas”. 

Carlos veía que las palabras eran fuertes. “Lo que no es amor es asesinato”. Recordaba las afirmaciones del sabio que expresaba el menosprecio en el mismo nivel del asesinato: “oísteis que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente, pero yo os digo que lo mismo es para el que desprecia a su hermano”. Romper una relación era como matar algo en el hermano y en nosotros mismos. 

Se quedaba impactado, parado, en suspenso. Era muy fuerte. Nunca en la mente de Carlos había aparecido la idea del asesinato físico. En cambio, el asesinato emocional en las relaciones eran cosas de todos los días. Había sufrido mucho en su familia con los problemas emocionales que había llevado a su separación. Recordaba sus dolores y sus desilusiones. Le supo muy mal. Era como romper algo sagrado dentro de él. 

La otra frase que sonaba en su interior le atraía su atención. Debía digerirla: “Tenerle miedo al Padre Celestial era tenerle miedo a la vida, no a la muerte”. Carlos se veía amputado en sus relaciones, en sus pensamientos. Era como dejar de gozar la bondad del Padre Celestial. No podía tener miedo a la vida. No podía tener miedo al Padre Celestial cuando le planteaba maravillas en el amor. 

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”. Un Padre Celestial de este tipo estaba siempre con nosotros y deseaba que viviéramos intensamente la vida sin ningún obstáculo. 

Carlos tomaba nota de esos dos aldabonazos que había recibido su corazón. Con el amor la vida adquiría toda su maravilla, toda su bondad, y toda su libertad. Y con la suma consideración a los demás, veíamos a nuestro Padre Celestial no en el Cielo, sino en el aprecio, en el cariño, en las palabras amables que les dirigíamos a nuestros hermanos.

jueves, marzo 23

LA LUZ NO EXISTE SIN RELACIÓN

Sebas estaba entretenido e interesado leyendo aquellas palabras que contenían aquellas ideas. Empezaba a entender algunas cosas que las palabras, en ocasiones, se guardaban. Se daba cuenta de que, a pesar de haberlas repetido muchas veces, no las había entendido en su pleno significado. Era el misterio de la vida. 

Las palabras siempre estaban dispuestas a dar su tesoro. La persona que las leía podía repetir las sílabas, el significado, palabra por palabra, pero era incapaz de deducir ese tesoro oculto que contenían. Su mente no estaba preparada para conectar con esa luz. Un día, su mente cambiaba y la luz se hacía evidente como el amanecer glorioso del día. 

Así se expresaba aquel conjunto armonioso de palabras. “Mackenzie, "mal" es una palabra que usamos para describir la ausencia de bien, así como usamos la palabra "oscuridad" para describir la ausencia de luz, o "muerte" para describir la ausencia de vida. Tanto el mal como la oscuridad sólo pueden comprenderse en relación con la luz y el bien; no tienen existencia real”. 

“Yo soy la luz y soy el bien. Soy amor, y no hay oscuridad en mí. Luz y Bien sí existen. Así, separarte de mí te sumirá en la oscuridad. Declarar tu independencia resultará en mal, porque, separado de mí, sólo puedes valerte de ti. Eso es la muerte, porque te has separado de mí: de la Vida”. 

Las ideas de unión, separación y ausencia, se hacían evidentes en la mente de Sebas. En los interruptores de la luz se hacía claro. Cuando se unían las conexiones la electricidad podía pasar y la luz aparecía. Cuando se separaban las conexiones, se interrumpía el paso de la energía y la oscuridad era su consecuencia. 

La oscuridad, de ese modo, era ausencia de conexión. La oscuridad en la mente humana era, por tanto, ausencia de conexión en las relaciones con los demás. La conexión era la relación. Sebas se asombraba de las veces que había decidido dejar de conectar en una relación. Era decidir vivir en la oscuridad. Ese desconocimiento total en su mente le había acarreado vivir en esa oscuridad en muchísimas ocasiones. 

Había escuchado en boca de uno de sus maestros el dicho siguiente: “nadie vive para sí, nadie muere para sí”. La relación es lo vital de la vida en todas sus manifestaciones. Sebas quedaba impactado. Se rompían las relaciones de una forma natural. Era lo normal en la vida. Nadie captaba esa oscuridad en la que todos nos sumíamos por puro desconocimiento. 

Era mucho más fácil apagar el interruptor, terminar una relación que plantearse enfocarla de la debida manera para que la relación brillase, se desarrollase y prosperase. No se tenía en cuenta la luz que eso conllevaba. Sin darnos cuenta, amábamos mucho más la oscuridad que la luz. Y después, nos quejábamos del “mal del mundo” cuando nosotros colaborábamos a ese mal. 

Sebas decidía poner mucho cuidado en todas sus relaciones. Todas ellas eran portadoras de luz. En todas ellas se establecían los circuitos adecuados. La energía pasaba y la luz alumbraba. Todo un descubrimiento en esas palabras que nunca había visto con anterioridad. El misterio de la vida se había hecho presente, una vez más.

miércoles, marzo 22

CAMBIOS DE PENSAMIENTOS REVELADORES

Adolfo pensaba en ciertas palabras que dibujaban el logro máximo del ser humano: Cielo, Salvación, Nirvana, Redención, Felicidad, Plenitud. Eran palabras que apuntaban a un horizonte de luz en el alma humana. Cada persona tenía su personal camino para alcanzar sus mejores estadios, sus mejores momentos, sus impensables experiencias. 

Era un motivo que nos impulsaba cada día y que dirigía en cierta dirección nuestras decisiones y nuestros juicios. Era ese final, que, a falta de instinto, cada ser humano se construía. La vida en plenitud, con una felicidad suprema, era un acicate que vivía en el interior de cada persona. Tratar de conseguirlo de mil maneras era la aportación diaria de cada uno de nosotros. 

Adolfo había tenido multitud de experiencias. Unos ya habían declinado toda esperanza. Habían descubierto que era imposible alcanzar una cima exenta de dolor y de revés en el alma. Aceptaban las incidencias sin oponerse para nada. Era la aceptación pasiva de todo lo que sucedía y no se preocupaban por ninguna otra alternativa. 

Otro grupo se proponía cumplir con los requisitos que les decían y esperaban que, si ellos cumplían con su parte, la otra parte cumpliera y los llevara, como en una cinta transportadora, hasta el lugar donde todo realmente se calmaba. Adolfo no llegaba a entender esas posturas. Lo básico del ser humano era la comprensión, esa presencia consciente que se daba cuenta de todo lo que hacíamos. 

Se daba cuenta de todo y lo valoraba. Unas valoraciones, en ocasiones positivas; otras, negativas. Así iba eligiendo caminos por donde debía caminar en sus pensamientos. Los pensamientos eran los referentes que nos guiaban. Adolfo era consciente de los cambios que sus pensamientos iban realizando. No podía olvidar un cambio que descubrió en cierta ocasión. 

Al ser increpado por una persona, Adolfo se sintió herido en su interior. El pensamiento de su importancia de inmediato hizo presencia. “Tienes que defenderte. No puedes permitir que te falten al respeto”. Pero, había aprendido que cuando una persona increpaba mostraba el desequilibrio que tenía en su interior. Así otro pensamiento se hacía presente: “No te está atacando a ti, está mostrando su angustia interior”. 

Ante la angustia de la otra persona, se interesó por el asunto que le había hecho ponerse nerviosa. Otro pensamiento le vino: “Céntrate en la persona, trata de descubrir su angustia. Compréndela”. Se olvidó de sí mismo. Se centró en la otra persona. Le salieron sus mejores bondades y sus mejores palabras amables. Otro pensamiento le vino: “La otra persona necesita paz de ti, necesita tranquilidad de ti, necesita amor de ti”. 

Adolfo relajado en la medida de lo posible iba adentrándose en el interior de la otra persona. No había confrontación. Había comprensión, consideración, compasión y como si fuera alguien herido, lo atendía con sumo cuidado con sus palabras. Otro pensamiento vino: “Solamente necesita un acto de bondad por tu parte. La persona te ama, pero no sabe cómo decírtelo. Te lo exige de una forma inadecuada”. 

Adolfo trataba de comunicarse, de intercambiar sus mejores palabras. Las miradas llenas de comprensión y de cariño. Todo estaba cambiando. La persona, sintiéndose atendida, considerada, respetada y admirada, se disculpó de la mejor manera que pudo ante Adolfo. El siguiente pensamiento vino: “No la hagas sentir mal. Dile que tú también has pasado por esos momentos de confusión. Que son normales en nuestra vida”. 

Una afirmación comprensiva con los ojos, un apretón de manos que se hablaban de forma inaudible, pero con increíble energía. Unos gestos de auténtica gentileza devolvían la paz a aquella persona que había empezado la imprecación desde su vacío y desde su confusión. La relación se había restaurado por el cambio de pensamiento en Adolfo. 

Así Adolfo iba viendo que una cierta plenitud iba entrando en sus pensamientos y en su forma de resolver las distintas situaciones. A medida que los pensamientos van cambiando, los pasos hacia la plenitud van avanzando. Por ello, no entendía a los que se habían sentido vencidos en ese trayecto. No entendía a los que creían que la cinta transportadora haría la función de llevarlos a la plenitud sin cambiar sus pensamientos. 

Los cambios de pensamientos eran la herramienta que cada uno disponía para ir labrando, con su comprensión, la marcha hacia la plenitud cada día.


martes, marzo 21

CUATRO OBSTÁCULOS EN FORMA DE LEYES

Rafa se adentraba en la significación de cuatro leyes que habían pasado, alguna vez, durante su vida, por su experiencia. Unas leyes que lo habían hecho llenarse de temor, de terror, de pesadillas por las noches y de grutas malignas que debía evitar. Un camino erizado de trampas se erigía a cada instante en su deambular por la existencia. 

Quería conocerlas para identificar donde estaban los escollos que debía bordear. Así iría ganando sabiduría y conocimiento. Su interior se fortalecía porque cada ley la iría contrarrestando con su visión, con su razonar y con su meditación. La libertad, estaba seguro, siempre anidaba en su interior. La libertad no se podía tocar porque era la esencia de su ser. 

Reconocía la libertad en él, reconocía la libertad en cada persona, sabía que la libertad conformaba cada ser. Y esa era la fuerza que le empujaba a reflexionar en esas cuatro leyes para saber por dónde iban los senderos de la confusión y del engaño. Admitía que debía elegir, escoger, producto de la libertad. Y para escoger, había que conocer. 

La primera ley confusa era que la verdad era diferente para cada persona. Rafa veía la imposibilidad de esta ley. El cariño, el amor, la comprensión, llegaba a cualquier rincón de cada alma. El amor era universal. No podía fraccionarse en trocitos como un pastel y decir que cada fracción del pastel era totalmente diferente. 

El respeto era universal. Y ese respeto daba admiración a cada persona. A todas por igual. No había personas de primera, de segunda o de tercera. Todas las personas eran iguales ante la naturaleza que nos contenía. Esa ley quería hacernos diferentes y con distintos derechos y con escalafones de importancia. Eso no era cierto. Su alma se lo decía. 

La segunda ley era la extensión de la idea del ataque a todas las personas. Todas las personas atacaban y condenaban. Esa idea le había entrado en algunas ocasiones en su pensamiento. Le producía miedo y desconfianza. Sin embargo, en sus viajes a diferentes lugares del planeta, le había enseñado que miles de personas eran amables, ayudadoras, comprensivas y abrían su mano para compartir. 

Gracias a esa generosidad innata en muchas de ellas, se habían salvado vidas en situaciones de carencia y de necesidad. Rafa recordaba a su madre amamantando a su hermana y al bebé de una vecina. En aquellos días no había leches maternizadas. El médico le dijo a aquella madre que buscara a una nodriza. La naturaleza proveía. La mamá de Rafa tenía leche para los dos bebés porque la naturaleza se la producía. 

La tercera ley citaba la idea de que nada se podía cambiar y que debía perdurar en el tiempo. Rafa se sonreía para sí mismo. Una cosa que definía al ser humano era el cambio. Muchas personas humanistas han dado golpes de timón a la historia. Personas que descubrían los errores de su vida y los cambiaban. Reconocían sus maldades y las superaban. 

La cuarta ley indicaba la creencia de que posees aquello de lo que te apropias. En palabras más sencillas, era como robarles a los demás aquello que ansiabas. Rafa recordaba que no se podía quitar nada a nadie excepto los bienes materiales. Su mente se llenaba con la historia de conseguir la felicidad. Un sabio le dijo a un buscador de la felicidad que le pidiera la camisa al primer hombre feliz que viera. 

Recorrió el mundo. Visitó muchos lugares. Y cuando descubrió a aquel hombre feliz, le pidió, por favor, la camisa. Quería ser feliz como él. Aquel hombre abrió su abrigo que lo cubría y le mostró que no tenía camisa. La conclusión era clara. Los verdaderos tesoros internos del ser humano no podían ser robados. Eran frutos de nuestros conocimientos, de la sabiduría, de la reflexión y de nuestros cambios internos. 

Cada uno recorría su propio camino. El respeto a los demás era la puerta de entrada de aquella búsqueda maravillosa. Así iba siguiendo la verdad universal para todos. La generosidad natural de la gente sencilla. La superación del dolor y de la confusión. La cuarta idea quedaba muy clara. El ser humano no podía robar a nadie nada excepto a sí mismo. Se robaba la paz, la tranquilidad, la felicidad, la generosidad y la hermosa confianza en los demás. 

Rafa daba gracias que durante su proceso de vida había superado esas cuatro leyes con las bondades en los corazones de la gente sencilla.

lunes, marzo 20

EL FUEGO DE TU VALÍA

Esteban recordaba con un sentimiento de impotencia la evolución de algunos de sus alumnos. Sentía que eran personas con grandes dotes intelectuales. Estaban preparados para alcanzar las mejores cimas de la vida. Podían aspirar a grandes cosas. Sin embargo, había algo que los paraba, los rompía y los destrozaba en el camino. Era sencillamente la opinión que tenían de sí mismos. 

Al principio, en su juventud, creía que esa opinión cambiaría. Se harían más fuertes. No se valoraban. No se sentían capaces de nada. A pesar de sus buenas notas, se decían a sí mismos que no valían. Esteban sufría porque no era verdad. Eran personas dotadas de muchos dones intelectuales. Pensaban bien, reflexionaban mejor. Se podía contar con ellos. 

Ninguno ganó la batalla. Descubrió que ya les podían decir toda la gente lo bueno que eran. Todas esas opiniones se estrellaban contra el muro de su personal desconfianza. Esas vidas dejaron huecos en el alma de Esteban. Parecían grandes buques de navegación sin hélice que los dirigiera. Concluía que lo más nefasto en la vida no era más que dejar de confiar en las propias grandezas. 

Esteban daba gracias a todos los sabios que encontró en su camino de formación. Todos repetían los tesoros que él tenía, los tesoros que el ser humano poseía. Nadie los podía quitar. Nadie los podía robar. Nadie podía negarlos excepto uno mismo. Una cruel realidad que había constatado en su experiencia. 

Por ello, se alegraba sobremanera con aquellas líneas que leía: “Tú, Su Hijo bien amado, no eres una falacia, puesto que eres tan real y tan santo como Él. La quietud de tu certeza acerca de Él y de ti mismo es el hogar de Ambos, donde moráis como uno solo y no como entes separados”. Esteban gozaba con esa magnitud maravillosa de cada ser humano. 

Era una unión, una fusión, una unidad total: “donde moráis como uno solo y no como entes separados”. Tomaba aire. Ensanchaba sus pulmones. Su cuerpo gozaba ese pensamiento que lo hacía vibrar: ser uno con el infinito. ¡¿Quién podría haberlo imaginado?! Dejaba escapar el aire y se volvía a llenar con el oxígeno de la libertad, de la plenitud y de la unidad. 

Un poco más reconfortado ante tamaño descubrimiento seguía leyendo: “Abre la puerta de su Santísimo hogar y deja que el perdón elimine todo vestigio de la creencia en la condenación, la cual priva al Padre Celestial de Su hogar y a Su Hijo con Él”. Esteban veía que no debía condenar a nadie en sus pensamientos. No debía dejar que ningún pensamiento nocivo habitara en su mente. 

Ese pensamiento hiriente era el causante de la condenación, de la separación y de no habitar con Su Padre Celestial. El camino iba apareciendo ante su mirada: “Dale la bienvenida a tu hermano al hogar donde el Padre Celestial Mismo lo ubicó en serenidad y en paz, y donde mora con él”. 

“Las falacias no tienen cabida allí donde mora el amor, pues este te protege de lo que no es verdad”. Un sentimiento amoroso nos protegía de lo que no era verdad. Nadie en su amor podía dejar de considerar a los demás como tesoros de gran valor. Nadie en su amor podía decirse a sí mismo que no era una joya creada por la naturaleza. Nadie en su amor podría dejar de brillar ante los rayos del sol. 

El amor era mucho más que un sentimiento. Era la brújula y la hélice del pensamiento. Tenía un rumbo claro: LA VERDAD. Esteban recordaba con pena esos pensamientos que se tenían en aras de humildad. Incidían en que no éramos nada. Repetían que no valíamos nada. Al fin y al cabo, éramos insignificantes. Y no era cierto. Éramos uno con el Creador: “donde moráis como uno solo y no como entes separados”. 

Esteban se reafirmaba una vez más. El sentimiento amoroso faltó en aquellos alumnos que tenían bajo concepto de ellos mismos. Además de las reflexiones, Esteban decidió hacer una incursión mucho mayor en el terreno del amor, de la atención, del apoyo, donde podía crecer en ese jardín amoroso la auténtica verdad. “Las falacias no tienen cabida allí donde mora el amor, pues este te protege de todo lo que no es verdad”.

domingo, marzo 19

AUTÉNTICOS CENTROS DEL UNIVERSO

Santiago por fin veía con claridad esos dos componentes que, en ocasiones, luchaban en su mente. Lo malo del asunto es que no era consciente de que esos componentes suyos se desdoblaban. Uno se quedaba en su mente. El otro se identificaba con otra persona. Así atacaba, criticaba, menospreciaba e injuriaba a la otra persona porque se trataba, según su idea, de algo diferente a él. 

Con la idea de la proyección, tenía la perspicacia suficiente de que éramos incapaces de ver a la otra persona. Veíamos en la otra persona una proyección de quienes éramos nosotros. El truco estaba bien montado. Poníamos en otro cuerpo distinto esa idea que teníamos y ya podíamos atacarlo creyendo que era posesión de la otra persona. Una falacia que no existía para nada en la realidad. 

Las leyes estaban claras. Sólo podíamos ver en el otro lo que éramos nosotros. Si había amor en nosotros, podíamos ver el amor en los demás. Si había doblez en nosotros, identificábamos la doblez en los otros. Si había temor en nosotros, observábamos el temor con claridad en las personas. Si no había amor en nosotros, el amor no existía para nuestra mirada. No lo conocíamos ni lo conteníamos en nuestro interior. 

Santiago se quedaba sorprendido. Tanto tiempo creyendo que éramos insignificantes y, repasando esas ideas, reconocía que era el centro de su universo. Su mirada era importante, básica, especial, única y creadora de su mundo personal. Todo se disponía alrededor de sus visiones, de sus opiniones, de sus ideas, de sus creencias, de sus sentimientos. Él se sentía, por primera vez, creador de su propio mundo. 

Con esa idea en la mente, podía comprender ese párrafo que se deslizaba ante sus ojos: “Los conflictos sólo pueden tener lugar entre dos fuerzas. No pueden existir entre lo que es un poder y lo que no es nada. No hay nada que puedas atacar que no forme parte de ti. Y, al atacarlo, das lugar a dos falacias de ti mismo en conflicto entre sí”. 

Ahora la luz se iba intensificando. Si no había nada fuera de nosotros mismos, todo lo que veíamos en los demás era nuestra propia proyección. Lo malo era que nadie nos lo había explicado. Habíamos vivido en un mundo falaz, en un mundo de engaño. El párrafo seguía: “Y esto ocurre siempre que contemplas alguna creación del Padre Celestial de cualquier manera que no sea con amor”. 

La falta de amor nos dividía a nosotros mismos. Por ello, no nos entendíamos en muchas ocasiones, ni en muchos de nuestros comportamientos. La falta de amor nos creaba división y temor. “El conflicto es temible, pues es la cuna del temor. Mas lo que ha nacido de la nada no puede cobrar realidad mediante la lucha”. 

Nuestra división personal no tenía sentido. Eran dos ideas contrapuestas en la misma mente. Nuestro pensar apoyaba las dos ideas. Pero nuestro pensar también sabía que había que armonizarlas y comprenderlas. No podían atacarse de ninguna manera a menos que la locura se instalara en nosotros. Y la locura ya sabemos que es creerse dos personas distintas viviendo en lucha continua. De ahí la falta de paz. 

“¿Por qué llenar tu mundo de conflictos contigo mismo? Deja que toda esa locura quede deshecha y vuélvete en paz al recuerdo del Padre Celestial, el cual brilla aún en tu mente serena”. 

Santiago aceptaba ser creador de su mundo. Él era el que organizaba todo en su mundo interior. Él era el que distinguía en el exterior gracias a sus proyecciones. Nadie era en realidad como lo veía. Los demás eran portadores de nuestras propias proyecciones. Así toda opinión salía de la mente que opinaba sobre ella misma. 

La luz iba creciendo y la tranquilidad iba dominando su mente. Sin lugar a dudas, era creador de sí mismo y creador de su propio mundo.

sábado, marzo 18

NO HAY NADIE A QUIEN VENCER

Pablo sentía en su corazón la fuerza de la paz. Poco a poco descubría los hermosos frutos que esa paz le iba produciendo. Era el camino para ver todo con una claridad impensable. Era el medio para sentir que la vida era un regalo para vivirla cada día. Era la situación donde nada se distorsionaba y se veía en su auténtica perspectiva. 

La paz era la gema de gran precio. El tesoro ansiado por la gran sabiduría. El anhelo de todas las almas inquietas del vivir. El estado donde todo se solidificaba en una sensación de bienestar, de buen juicio, de una vista acertada y de una situación equilibrada. La paz interna se asociaba a ese cielo dibujado por muchas mentes serenas. 

Pablo reflexionaba, pensaba, discurría. Si había lucha en la mente era porque había una creencia que apoyaba la guerra y la inestabilidad. Nada podía existir sin tener un fuerte apoyo por parte nuestra. Si la guerra no tuviera sentido, no existiría. Pero, parecía que había algo que ganar. Y, por eso, la guerra se sostenía y vivía. 

“El recuerdo del Padre Celestial aflora en la mente serena. No puede venir allí donde hay conflicto, pues una mente en lucha consigo misma no puede recordar la serenidad eterna. Los medios de la guerra no son los medios de la paz, y lo que recuerda el belicoso no es amor”. 

“Si no se atribuyese valor a la creencia en la victoria, la guerra sería imposible. Si estás en conflicto, eso quiere decir que crees que el ego tiene el poder de salir triunfante. ¿Por qué otra razón sino te ibas a identificar con él?”

“Seguramente te has percatado de que el ego está en lucha con el Padre Celestial. Que el ego no tiene enemigo alguno, es cierto. Mas es igualmente cierto que cree firmemente tener un enemigo al que necesita vencer, y que lo logrará”. 

Pablo empezaba a considerar esos momentos donde perdía la paz. Parecía que tenía que luchar contra alguien. Pero, ahora, se daba cuenta de que no había nadie a quien vencer. Y esa nueva visión le derribaba todos los muros del pensamiento que sostenían su enfado, su lucha y su enfrentamiento. Se repetía a sí mismo: “no hay lucha porque no hay nadie a quien vencer”.

Así Pablo iba quitando esas creencias que mantenían la lucha y el enemigo. Sin lucha y sin enemigo, la paz florecía. Pablo se gozaba de esa realidad que embargaba su alma, rodeaba su corazón, compartía con todos los que se cruzaban en su camino. La paz campaba en su cuerpo y en todo su alrededor. ¡Hermosa paz del Padre Celestial!

viernes, marzo 17

UN CAMINO GLORIOSO DELANTE DE TI

Juan se encontraba en un momento especial de su existencia. Tenía en su mano la posibilidad de construir su modo de ver la vida, su forma de considerarla, y su actitud frente a ella. El horizonte delante de él se iba ampliando. Varias posibilidades se hacían presente. Podía elegir entre ellas. Además, la sabiduría le acompañaba para ir reflexionando sus propuestas. 

A su mente acudían frases que se habían hecho famosas por la reiteración de las mismas. La primera de ellas era: “piensa mal y acertarás”. Juan conocía esa parcela de la esclavitud humana. Decirle a la mente que piense mal era como invitarla a su propia destrucción. No solamente pensaba mal de los demás, pensaba mal de sí mismo. 

Parecía que el asunto de la maldad se extendía sin darse cuenta de esa idea que mermaba las energías de las personas. Era cierto que la esclavitud vivía en la gente y en muchas mentes. Recordaba una conversación con una persona muy apreciada por él. 

Una historia de desencuentro entre un hombre y una mujer. La frase que concluía la frustración de esa historia era lapidaria: “una mujer despechada te puede destrozar la vida”. Realmente Juan iba tomando nota de que no se podía jugar con los sentimientos nobles, de amor, de cariño y de afecto entre las personas. La autenticidad debía ser la verdad de cada momento. 

También venían frases positivas a su mente: “trata con mucha consideración a todo el que se acerque a ti”. Las almas agradecidas, respetadas, dignificadas y bien atendidas eran un gozo en la vida. Un gozo en ambas direcciones. Era un gozo para el que daba la dignidad y era un gozo para quien la recibía. Y alguna más lírica cruzaba por su cabeza: “nunca una delicadeza oportuna y bien compartida, quedaba sin respuesta”. 

Juan se gozaba en esta segunda vía del comportamiento humano. “Camina gloriosamente con la cabeza en alto, y no temas ningún mal. Los inocentes se encuentran a salvo porque comparten su inocencia. No ven nada que sea nocivo, pues su conciencia de la verdad libera a todas las cosas de su falacia de la nocividad”. 

Veía que la verdad de la vida se encontraba en esa senda que se abría delante de él. “Y lo que parecía nocivo resplandece ahora en la inocencia de ellos, liberado de la condenación y del miedo, y felizmente de vuelta en los brazos del amor”. 

Sentía una claridad y una fuerza especial, diferente, encantadora y universal. Era toda una invitación de maravillosa y sana ingenuidad. “Los inocentes comparten la fortaleza del amor porque vieron la inocencia. Y todo error desapareció porque no lo vieron. Quien busca la gloria la halla donde ésta se encuentra. ¿Y dónde podría encontrarse sino en los que son inocentes?

Iba vibrando con tanta felicidad que era muchísimo mejor que esa pretendida superioridad de “piensa mal y acertarás”. Ver lo bueno en los demás, porque también lo eliges en tu interior, es el secreto sencillo que decidía desarrollar en esas alternativas que tenía para escoger y gozar.

jueves, marzo 16

ERES TU PROPIO ENEMIGO

Lucas leyó aquella línea y algo sucedió en su mente. Comprendió, como un rayo, la realidad de su vida, de su pensamiento, de sus ideas y del camino que estaba siguiendo. Era toda una paradoja. No tenía miedo de la gente. No tenía miedo de las circunstancias. Tenía miedo de sí mismo. Y cuando la gente o las circunstancias tocaban esas partes en él, Lucas confundía su miedo con el ataque que, según él, había recibido. 

Había catalogado, de forma inconsciente, a los grupos de personas en amigos y enemigos, en agradables y desagradables, en comprensivos y en duros e insensibles. Como siempre, los demás eran los culpables de lo que le hacía sufrir. Era ciego a lo que realmente estaba haciendo. Se estaba proyectando a sí mismo en los demás. 

Creía que había dos bandos. Una parte la ocupaba él. La otra, los demás. Se sentía solo en muchos momentos. Se sentía apoyado en otros. Iba cambiando de bando según sus sentimientos le dictaban. Y, sin darse cuenta, los demás no existían. Los demás eran creados por sus fantasmas internos. No había bandos. Era el reflejo de la división que vivía dentro de él y no se daba cuenta. 

Había leído en algunos autores la idea de que había que hacerse uno. Éramos la reunión de varios personajes que vivían dentro de nosotros. En la unificación había que dejar todas las caretas que teníamos y dejar solamente una: la nuestra, nuestra propia realidad. Todo un logro para superar esa división interna que vivía a sus anchas en nuestra mente. 

“¡Qué extraña se vuelve en verdad esa guerra contra ti mismo! No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines de la condenación puede herirte y convertirse en tu enemigo”. 

“Y lucharás contra ello y tratarás de debilitarlo por esta razón, y creyéndolo haberlo logrado, atacarás de nuevo. Es tan seguro que tendrás miedo de lo que atacas como que amarás lo que percibes libre de condenación”. 

“Todo aquel que recorre con inocencia el camino que el amor le muestra, camina en paz. Pues el amor camina a su lado, resguardándolo del miedo. Y lo único que ve son seres inocentes, incapaces de atacar”. 

Lucas reconocía que ciertos insultos de los demás le resbalaban. No le llegaban a su interior. Comprendía el dicho: “No ofende quien quiere sino quien puede”. Pero, había ciertos insultos, ciertas afirmaciones despectivas que le llegaban muy hondo. Reflexionando sobre dicho tema, llegó a la conclusión que le hacían daño aquellos insultos que él lanzaba contra los demás. 

Se daba cuenta de esa afirmación: “No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines de la condenación puede herirte y convertirse en tu enemigo”. Al herir a los demás, construía en su interior la debilidad para ser herido. Él era el creador de sus debilidades y de sus miedos. Una guerra personal de la que nunca había sido consciente. 

Esa primera línea le había dejado marcado: “¡Qué extraña se vuelve en verdad esta guerra contra ti mismo! Lucas se recogía en meditación. La luz se hacía clara en su mente. Sabía dónde había que resolver el asunto. Tenía en su mano las herramientas y el conocimiento. Estaba claro. Dejaría de luchar contra él. Nadie podía herirle salvo él mismo.

miércoles, marzo 15

EL AUTÉNTICO ORIGEN DE LA FUERZA

Marcos recordaba algunos episodios de su niñez relacionados con gente adulta. En una ocasión, un señor mayor se puso serio, muy enfadado, lanzaba imprecaciones contra los presentes. Sus ojos cargados de furia iban mirando fijamente a cada una de las personas. Los insultaba. Los atacaba. Los ridiculizaba. 

Todos estaban silenciosos. Nadie osaba levantarle la voz. El miedo se sentía. Marcos palpaba el temor en aquellos momentos de gritos y de gestos impotentes frente a aquella voz. Le parecía que era como un niño pequeño gritando. Estaba enfadado por una adversidad que había sucedido. Nadie tenía la culpa. Pero el señor se afanaba en condenarlos. 

A Marcos le llegaba la idea de que el señor mostraba su poder amilanando a los presentes, faltándoles al respeto, descargando su furia descontrolada. Era la forma que había vivido en varios contextos. En la familia, cuando se quería ejercer la autoridad, se gritaba y se hería con insultos. Así había crecido Marcos. Así había aprendido a tener el poder. Había que elevar la voz y gritar de forma desconsiderada. 

Ese era el modo de hacerse respetar. Marcos arrastraba desde su infancia esas ideas que, en momentos puntuales, se disparaban en su interior y le hacían gritar a la persona que le había quitado la tranquilidad. Era normal defenderse cuando se era atacado, o cuando se creía que lo estaban atacando. 

Leyendo aquellas líneas algo distinto emanaba de ellas. “¿No te das cuenta de que lo opuesto a la flaqueza y a la debilidad es la ausencia de condenación? La inocencia es fuerza y nada más lo es. Los que están libres de condenación no pueden temer, pues la condenación implica debilidad. Nadie que tenga un enemigo es fuerte, y nadie puede atacar a menos que crea que tiene un enemigo”. 

Marcos entendió que dar miedo a los demás, desacreditarlos, herirles y despreciarlos era el medio de clarificar dudas y sospechas. Era el medio de defenderse de no sé qué no comprendía y no se sentía respetado. Pero, a lo largo de su vida, algo en su interior le decía que ese camino era un sendero donde dejaba a muchas personas lastimadas y heridas. Y después, él se daba cuenta de su error y, en su interior, se arrepentía. 

Ahora veía con claridad, y con meridiana luz, el poder de la inocencia, de la comprensión y del tremendo respeto que debía a los demás. Los gritos, los insultos, los ataques, los desprecios eran demostración evidente de debilidad. La fortaleza de la inocencia se destacaba de una forma como nunca había visto ni entendido. Se repetía para sus adentros aquella frase: “La inocencia es fuerza, y nada más lo es”. 

La inocencia produce una paz estable. Proporciona una serenidad tranquila que todo lo ve en su justa medida. Sabe distinguir el error con mucha facilidad. Es comprensiva y no lastima a nadie. Comparte su paz con todos. Calma la tormenta de la confusión. Sabe cambiar la actitud equivocada sin imponer. No busca erigir su opinión como medida de su fuerza. Sigue la búsqueda de la verdad y el equilibrio como su meta suprema. Nadie pierde. Nadie gana. Todos alcanzan la paz perfecta. 

Marcos aceptaba que sus experiencias de niño, con la actitud de aquel señor, eran una demostración de fuerte debilidad. Él mismo había sido débil siguiendo aquella receta. Ahora entendía que la frase que se repetía a sí mismo era la gran verdad de la fortaleza: “La inocencia es fuerza, y nada más lo es”. Así la unión de su experiencia y reflexión le daban la tranquilidad de su fuerza interior. 

Notaba que estaba pisando un terreno sólido. Y ese camino tenía una cualidad. Sacaba la fuerza interior y se adentraba para siempre en lo que nunca puede cambiar. En ese terreno, amaba Marcos estar.

martes, marzo 14

TODOS VIBRAMOS AL MISMO SON

Mateo se bebía aquellas lecturas con el placer de la vida. Iba digiriendo sus pensamientos con la fuerza de la verdad, de la convicción y de la seguridad de su certeza. Los había sentido dentro de él desde muy pequeño. En muchas ocasiones se sentía ridiculizado cuando los compartía. Para los demás, la vida era lucha, diferencia, intereses personales y nada de solidaridad. 

Su corazón era sensible a la unión, a la ayuda mutua, al compartir los pensamientos y al vivir la alegría juntos y juntos reducir las penas. Sentía en su intuición que ese era el camino de la vida. Los enfrentamientos los vivía con angustia. Sus padres discutiendo no podía entenderlo. Los vecinos vociferando e insultándose era algo imposible en su conciencia. 

Vibrar juntos y sentirse todos uno, era la aspiración de su alma. Un deseo que veía en muchos momentos lejano. En algunas ocasiones disfrutaba de la unión de las personas celebrando las fiestas y las comidas en familia. Era tan especial sentir la unión y la colaboración. La unidad estaba firmemente afincada en el interior de su alma. Mateo soñaba. 

Así se dejaba llevar por aquellas líneas que subrayaban esas ideas que latían en su interior: “Lo que uno de vosotros piense, el otro lo experimentará con él. ¿Qué puede querer decir esto, sino que tu mente y la mente de tu hermano son una? No veas con temor este feliz hecho ni pienses que con ello se te impone una pesada carga”. 

Mateo no lo veía como una pesada carga. Mas bien, la pesada carga era sentir la separación y la diferencia. Le encantaba lo que seguía: “Pues cuando lo hayas aceptado de buen grado, te darás cuenta de que vuestra relación es un reflejo de la unión que existe entre el Creador y Su Hijo. Entre las mentes amorosas no hay separación. Y cada pensamiento que una de ellas tiene le brinda felicidad a la otra porque es la misma mente”. 

Ahora Mateo sentía, por primera vez, que ese impulso interno suyo se expresaba con unas palabras adecuadas. Notaba que eran verdad porque vibraban dentro de su ser. Veía que no solamente eran un deseo. Eran una verdad infinita. “La dicha es ilimitada porque cada pensamiento de amor radiante extiende su ser y crea más de sí mismo. En él, no tienen cabida las diferencias, pues todo pensamiento es como él mismo”. 

Mateo se afirmaba en sus razonamientos. Su mente sentía una hermosa claridad. Sabía que pisaba la senda de la vida y de la restauración de muchas almas. En sus conversaciones aplicaba esa sabiduría. La respuesta de las personas era una maravilla. 

Todos anhelaban ese tipo de pensamiento. Mateo le agradecía al infinito esa verdad que bullía dentro de él. Caminaba firme en los pasos de su diario vivir con esa unidad de eternidad.