miércoles, marzo 22

CAMBIOS DE PENSAMIENTOS REVELADORES

Adolfo pensaba en ciertas palabras que dibujaban el logro máximo del ser humano: Cielo, Salvación, Nirvana, Redención, Felicidad, Plenitud. Eran palabras que apuntaban a un horizonte de luz en el alma humana. Cada persona tenía su personal camino para alcanzar sus mejores estadios, sus mejores momentos, sus impensables experiencias. 

Era un motivo que nos impulsaba cada día y que dirigía en cierta dirección nuestras decisiones y nuestros juicios. Era ese final, que, a falta de instinto, cada ser humano se construía. La vida en plenitud, con una felicidad suprema, era un acicate que vivía en el interior de cada persona. Tratar de conseguirlo de mil maneras era la aportación diaria de cada uno de nosotros. 

Adolfo había tenido multitud de experiencias. Unos ya habían declinado toda esperanza. Habían descubierto que era imposible alcanzar una cima exenta de dolor y de revés en el alma. Aceptaban las incidencias sin oponerse para nada. Era la aceptación pasiva de todo lo que sucedía y no se preocupaban por ninguna otra alternativa. 

Otro grupo se proponía cumplir con los requisitos que les decían y esperaban que, si ellos cumplían con su parte, la otra parte cumpliera y los llevara, como en una cinta transportadora, hasta el lugar donde todo realmente se calmaba. Adolfo no llegaba a entender esas posturas. Lo básico del ser humano era la comprensión, esa presencia consciente que se daba cuenta de todo lo que hacíamos. 

Se daba cuenta de todo y lo valoraba. Unas valoraciones, en ocasiones positivas; otras, negativas. Así iba eligiendo caminos por donde debía caminar en sus pensamientos. Los pensamientos eran los referentes que nos guiaban. Adolfo era consciente de los cambios que sus pensamientos iban realizando. No podía olvidar un cambio que descubrió en cierta ocasión. 

Al ser increpado por una persona, Adolfo se sintió herido en su interior. El pensamiento de su importancia de inmediato hizo presencia. “Tienes que defenderte. No puedes permitir que te falten al respeto”. Pero, había aprendido que cuando una persona increpaba mostraba el desequilibrio que tenía en su interior. Así otro pensamiento se hacía presente: “No te está atacando a ti, está mostrando su angustia interior”. 

Ante la angustia de la otra persona, se interesó por el asunto que le había hecho ponerse nerviosa. Otro pensamiento le vino: “Céntrate en la persona, trata de descubrir su angustia. Compréndela”. Se olvidó de sí mismo. Se centró en la otra persona. Le salieron sus mejores bondades y sus mejores palabras amables. Otro pensamiento le vino: “La otra persona necesita paz de ti, necesita tranquilidad de ti, necesita amor de ti”. 

Adolfo relajado en la medida de lo posible iba adentrándose en el interior de la otra persona. No había confrontación. Había comprensión, consideración, compasión y como si fuera alguien herido, lo atendía con sumo cuidado con sus palabras. Otro pensamiento vino: “Solamente necesita un acto de bondad por tu parte. La persona te ama, pero no sabe cómo decírtelo. Te lo exige de una forma inadecuada”. 

Adolfo trataba de comunicarse, de intercambiar sus mejores palabras. Las miradas llenas de comprensión y de cariño. Todo estaba cambiando. La persona, sintiéndose atendida, considerada, respetada y admirada, se disculpó de la mejor manera que pudo ante Adolfo. El siguiente pensamiento vino: “No la hagas sentir mal. Dile que tú también has pasado por esos momentos de confusión. Que son normales en nuestra vida”. 

Una afirmación comprensiva con los ojos, un apretón de manos que se hablaban de forma inaudible, pero con increíble energía. Unos gestos de auténtica gentileza devolvían la paz a aquella persona que había empezado la imprecación desde su vacío y desde su confusión. La relación se había restaurado por el cambio de pensamiento en Adolfo. 

Así Adolfo iba viendo que una cierta plenitud iba entrando en sus pensamientos y en su forma de resolver las distintas situaciones. A medida que los pensamientos van cambiando, los pasos hacia la plenitud van avanzando. Por ello, no entendía a los que se habían sentido vencidos en ese trayecto. No entendía a los que creían que la cinta transportadora haría la función de llevarlos a la plenitud sin cambiar sus pensamientos. 

Los cambios de pensamientos eran la herramienta que cada uno disponía para ir labrando, con su comprensión, la marcha hacia la plenitud cada día.


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