Santiago por fin veía con claridad esos dos componentes que, en ocasiones, luchaban en su mente. Lo malo del asunto es que no era consciente de que esos componentes suyos se desdoblaban. Uno se quedaba en su mente. El otro se identificaba con otra persona. Así atacaba, criticaba, menospreciaba e injuriaba a la otra persona porque se trataba, según su idea, de algo diferente a él.
Con la idea de la proyección, tenía la perspicacia suficiente de que éramos incapaces de ver a la otra persona. Veíamos en la otra persona una proyección de quienes éramos nosotros. El truco estaba bien montado. Poníamos en otro cuerpo distinto esa idea que teníamos y ya podíamos atacarlo creyendo que era posesión de la otra persona. Una falacia que no existía para nada en la realidad.
Las leyes estaban claras. Sólo podíamos ver en el otro lo que éramos nosotros. Si había amor en nosotros, podíamos ver el amor en los demás. Si había doblez en nosotros, identificábamos la doblez en los otros. Si había temor en nosotros, observábamos el temor con claridad en las personas. Si no había amor en nosotros, el amor no existía para nuestra mirada. No lo conocíamos ni lo conteníamos en nuestro interior.
Santiago se quedaba sorprendido. Tanto tiempo creyendo que éramos insignificantes y, repasando esas ideas, reconocía que era el centro de su universo. Su mirada era importante, básica, especial, única y creadora de su mundo personal. Todo se disponía alrededor de sus visiones, de sus opiniones, de sus ideas, de sus creencias, de sus sentimientos. Él se sentía, por primera vez, creador de su propio mundo.
Con esa idea en la mente, podía comprender ese párrafo que se deslizaba ante sus ojos: “Los conflictos sólo pueden tener lugar entre dos fuerzas. No pueden existir entre lo que es un poder y lo que no es nada. No hay nada que puedas atacar que no forme parte de ti. Y, al atacarlo, das lugar a dos falacias de ti mismo en conflicto entre sí”.
Ahora la luz se iba intensificando. Si no había nada fuera de nosotros mismos, todo lo que veíamos en los demás era nuestra propia proyección. Lo malo era que nadie nos lo había explicado. Habíamos vivido en un mundo falaz, en un mundo de engaño. El párrafo seguía: “Y esto ocurre siempre que contemplas alguna creación del Padre Celestial de cualquier manera que no sea con amor”.
La falta de amor nos dividía a nosotros mismos. Por ello, no nos entendíamos en muchas ocasiones, ni en muchos de nuestros comportamientos. La falta de amor nos creaba división y temor. “El conflicto es temible, pues es la cuna del temor. Mas lo que ha nacido de la nada no puede cobrar realidad mediante la lucha”.
Nuestra división personal no tenía sentido. Eran dos ideas contrapuestas en la misma mente. Nuestro pensar apoyaba las dos ideas. Pero nuestro pensar también sabía que había que armonizarlas y comprenderlas. No podían atacarse de ninguna manera a menos que la locura se instalara en nosotros. Y la locura ya sabemos que es creerse dos personas distintas viviendo en lucha continua. De ahí la falta de paz.
“¿Por qué llenar tu mundo de conflictos contigo mismo? Deja que toda esa locura quede deshecha y vuélvete en paz al recuerdo del Padre Celestial, el cual brilla aún en tu mente serena”.
Santiago aceptaba ser creador de su mundo. Él era el que organizaba todo en su mundo interior. Él era el que distinguía en el exterior gracias a sus proyecciones. Nadie era en realidad como lo veía. Los demás eran portadores de nuestras propias proyecciones. Así toda opinión salía de la mente que opinaba sobre ella misma.
La luz iba creciendo y la tranquilidad iba dominando su mente. Sin lugar a dudas, era creador de sí mismo y creador de su propio mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario