jueves, marzo 30

PADRE-MADRE, UNA UNIDAD INDISOLUBLE

Gonzalo se había quedado interesado en aquella afirmación personal que le había hecho su compañero. Era una conversación privada. Su amigo le indicaba que tenía ideas que no podía compartir con prácticamente nadie. Eran muy osadas para la enseñanza que se nos había dado durante mucho tiempo. Pero las tenía dentro de él y sentía que tenía su parte de verdad. 

La curiosidad le picaba y le animó a compartir esa idea tan osada. Su amigo no le hizo esperar y abriéndole su corazón le dijo que para él la figura de Dios la representaba mucho mejor una mujer. Gonzalo entendía la postura de su amigo. Era cáncer. Era un signo de agua. Y la universalidad y comprensión de todas las personas radicaba en su forma de ser. 

Era capaz de contactar con todo tipo de personas. Su apertura era abierta. Se identificaba, en esas cualidades, mucho más con el mundo de la mujer que con el mundo del hombre. La mujer educaba, organizaba, creaba un hogar, orientaba, daba fuerza, apoyaba y estaba entregada a toda la familia. Cada persona era motivo de su interés y de su dedicación. 

Veía en esa entrega mucho mejor la función del Dios Creador. Gonzalo sentía que tenía mucha razón. Pero no encontraba apoyo para darle a Dios esa parte llevada a cabo por la mujer. Sin embargo, cayó en sus manos la oración que dio lugar a la conocida como “padrenuestro”. Estaba escrita en arameo. Se encontraba sobre una piedra de mármol blanco, en el Monte de los Olivos, en Jerusalén. 

Al leerla, se quedó asombrado. Por primera vez veía escrito en un texto las dos partes de Dios: Hombre-Mujer. 

Padre-Madre, Respiración de la Vida ¡Fuente del sonido, Acción sin palabras, Creador del Cosmos!

Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil.

Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan sólo el sentimiento que emana de Ti.

Gonzalo se quedaba asombrado por una parte y totalmente de acuerdo por otra. La función de Padre-Madre era una unidad. No se podía separar. Se alegraba que la sensibilidad actual estuviera ya en aquella expresión en arameo. El valor de la Madre estaba al mismo nivel que el del Padre. No se podían enfrentar, jerarquizar, ni valorar de forma diferente. 

Daba razón a esa intuición y realidad que vivía en el interior de su amigo. Le alegró mucho cuando la compartió con él. Era maravilloso ver que dentro de nosotros existían impulsos que iban en la misma dirección que la verdad. Y esa expresión así lo confirmaba. 

El planteamiento era más amplio que el del “padrenuestro”. El lugar de la presencia del Padre-Madre Celestial no estaba confinado un punto lejano. La presencia del Eterno era evidente en nuestras vidas, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes: “Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil”.

Si la luz del Padre-Madre Celestial no estaba en nosotros no tenía sentido. Por ello, la petición era clara por su comprensión: “dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros”. De otro modo no sería útil. Estaba en la línea de los sabios que decían que el cielo no era un lugar, sino una forma de pensar. También subrayaba que la luz estaba en nuestro interior. No estaba fuera de nosotros. 

La dinámica era clara: “Luz en nosotros, Luz entre nosotros”. Lo básico era la relación. En esa relación encontrábamos todos nosotros nuestra utilidad de la luz. De ahí el objetivo: “para que podamos hacerla útil”. Sin relación de luces interiores no hay desarrollo. No hay utilidad. 

Gonzalo se iba quedando asombrado. Un texto en arameo sobre una piedra de mármol blanco, le devolvía la luz que había encontrado en muchos sitios, pero seguía allí hacía muchos años, en arameo, y en las palabras de Jesús.

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