Mario agradecía aquella reflexión que leía. Por fin, había encontrado un elemento de sensatez en ese tema. La superioridad de unos seres humanos frente a otros. Se sonreía interiormente cuando una región se jactaba de su especificidad por la característica de su Rh. Era una baza para demostrar que eran distintos a los demás.
Pero no solamente eran distintos. Eran mejores que los demás. Los argumentos científicos eran tan endebles que finalmente han dejado de citarlos. Otras regiones proclamaban su superioridad por su lengua. Uno estaría tentado de pensar que hay lenguas de primer grado, de segundo grado, de tercer grado y así sucesivamente.
Tampoco hay tal cosa. La mente humana buscaba la diferencia. Y una diferencia de superioridad. Nadie buscaba la diferencia de inferioridad. Lo inferior era despreciable, desechable y aborrecible. Tampoco había tal cosa. En todas las sociedades había clases sociales. No había una sociedad que no tuviera clases sociales.
Así todas las sociedades eran iguales. Dentro de la sociedad, había gente buena en todas las clases y había gente torcida en todos los estamentos. Y, en eso, todas las sociedades también eran iguales. Lo mismo se podía encontrar en las diferentes religiones. Había devotos sinceros, amables y humildes en todas. Había fanáticos, exagerados y vengativos en todas. Había terroristas en todas. ¿Dónde radicaba la diferencia? En ningún sitio. Todas eran iguales.
Mario veía que la diferencia estaba en la mente, en la creencia, en ese espíritu consciente que habitaba en cada persona que se creía superior a los demás cuando no era realmente cierto: "La única creencia que se mantiene celosamente oculta y que se defiende, aunque no se reconoce, es la fe en ser especial".
“Esto se manifiesta de muchas formas, pero siempre choca con la realidad de la creación del Padre Celestial y con la grandeza que el dotó a Su Hijo. ¿Qué otra cosa podría justificar el ataque? ¿Quién podría odiar a alguien cuyo Ser es el suyo propio y a Quien conoce?”.
“Sólo los que se creen especiales pueden tener enemigos, pues creen ser diferentes y no iguales. Y cualquier clase de diferencia impone diferentes órdenes de realidad y una ineludible necesidad de juzgar”.
Mario dejaba que esa verdad universal y de creación entrara por sus poros. Le invadiera su cerebro, sus vasos sanguíneos y los alveolos pulmonares. La maravillosa realidad de cada ser humano estaba fijada de antemano. Todos iguales por nacimiento, por proceso de crecimiento y por capacidad de aprendizaje. Otra cosa era separar donde nadie había puesto un límite entre las personas naturales.
Mario se gozaba de tanta claridad. Se ponía en guardia para no caer en ninguna forma en tal absurda irrealidad. Todos hermanos unidos en la danza de la amistad y de la unión universal.
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