lunes, julio 31

TEMEROSOS EN EL CAPARAZÓN

Pablo repasaba algunos momentos de su vida en los que su imaginación interna estaba funcionando. Era pequeño y pasaba por delante de una casa. En la entrada de la misma había un ataúd y una persona dentro. Se acercó un poco a ver el cuerpo. Lo vio inmóvil, arrugado, seco, sin vida, sin movimiento. 

Sin embargo, pudo discernir cierta suave figura de aire formarse alrededor suyo e iniciar una leve ascensión hacia arriba lentamente expandiéndose. Su espíritu, parecía, se liberaba en cierta manera y seguía vibrando. Al momento retornó en sí ante la voz de una persona que le pidió, por favor, que se quitara de la puerta. Nunca lo pudo olvidar. 

Otro momento se encontraba leyendo una fábula. Era un hombre encorvado, doblado por sus huesos, sin tener una espalda derecha, y sus ojos siempre mirando hacia arriba con un ángulo de 70 grados. Su espíritu pedía recobrar la esbeltez, la rectitud de posición, la naturalidad del porte, la visión horizontal. Daba vueltas alrededor de la estatua a la que se quería parecer. 

No dejaba un momento de admirarla, de pensar en ella, de tocarla, de sentirse uno igual. La estatua era su vida. La estatua le daba su objetivo, su ilusión, la fuerza para levantarse cada día. La felicidad encauzada en un camino de superación física y también de su corazón. Todo él lo ansiaba. Su conciencia lo quería. No había nada imposible. 

Ese empeño pertinaz sobresalía con mucha fuerza. No cejaba. Parecía que pasaban los días y la curvatura era menos. El ángulo de su mirada hacia arriba decrecía. El objetivo en el que se quería convertir siempre incólume y esbelto aparecía ante sus ojos. Era toda su alegría. 

La fábula terminó dando el sueño por cumplido. Esa idea tan maravillosa de alcanzar su objetivo, había penetrado en sus carnes y las había enderezado con toda su potencia, con toda su flexibilidad y con toda su esbeltez. Aquel hombre se transformó en su ideal. 

El ideal no estaba en el cuerpo. El ideal estaba en su conciencia. “¿Cuán dispuesto estás a escaparte de los efectos de todos los sueños que el mundo jamás haya tenido? ¿Es tu deseo no permitir que ningún sueño parezca ser la causa de lo que haces?”

“Examinemos, pues, el comienzo del sueño, ya que la parte que ves no es sino la segunda parte, cuya causa se encuentra en la primera. Nadie que esté dormido y soñando en el mundo recuerda el ataque que se infligió a sí mismo”. 

“Nadie cree que realmente hubo un tiempo en el que no sabía nada de cuerpos y en el que no habría podido concebir que este mundo fuese real. De otro modo, se habría dado cuenta de inmediato que estas ideas son una mera ilusión, tan ridículas que no sirven para nada, excepto para reírse de ellas”. 

¡Cuán serias parecen ser ahora! Y nadie puede recordar aquel entonces cuando habrían sido motivo de risa e incredulidad. Pero lo podemos recordar, sólo con que contemplemos directamente su causa. Y al hacerlo, veremos que son motivo de risas, no de temor”. 

Había algo en el ser humano que dirigía al cuerpo y lo orientaba totalmente. Pablo había visto como algunas personas sin gran cuerpo lo habían construido y labrado. Se habían esforzado. Se habían dedicado a sacar lo mejor de sí mismos. Tenían un objetivo, un camino, una alegría, una idea que tiraba de ellos y les daba una nueva energía. 

Reconocía que aquella fábula del hombre encorvado era la realidad de la vida. No importaba quiénes éramos, cómo estábamos. La fuerza de nuestro modelo incidía en nuestro interior y luchaba por quitar todos los impedimentos que se habían instalado sin quererlos. 

Había alguien grande dentro de nosotros. Sin embargo, nos rendíamos a los pies del cuerpo, le dejábamos nuestra conciencia. Así, con nuestro permiso, todo quedaba en su expresión más inicial, más deforme, más detestable, más rota. 

Pablo seguía apoyado en la fábula del hombre encorvado. La conciencia no se rendía, no se dejaba invadir por el desaliento, no permitía que otro pensamiento interfiriera. Y esa grandeza salía de cada corazón de acuerdo a su objetivo y al modelo fabuloso que se había puesto.

domingo, julio 30

ENGAÑOS QUE DESCUBREN NUESTRAS FALLOS

Juan pensaba en el timo de la estampita. Al principio no lo sabía. Escuchaba que lo comentaban, pero no acertaba a imaginárselo. Pensaba que la estampita era una carta de una imagen religiosa. El timo no acertaba a estructurarlo. ¿Se podía engañar a gente con dichas imágenes?

Cuando lo vio en todo su desarrollo, comprobó que era muy fácil caer en el engaño. La dichosa estampita era un billete de dinero muy alto. La persona que lo tenía daba la impresión de tener pocas luces. Y con ese supuesto les hacia la propuesta. 

Era un timo bien urdido para hacer caer a las personas cuya importancia del cuerpo, y, por ende, del dinero, era muy importante. Cambiar billetes de 500 euros por otros de cien euros parecía ser un negocio muy rentable. Y todo ello, bajo la idea de abusar de una pobre persona (se hacía pasar por ella) que no tenía sus cualidades mentales bien desarrolladas. 

Las personas avariciosas sacaban su billete de 100 euros y se lo cambiaban por otro de 500. Un timo que merecía una reflexión. Era un abuso de comprensión. Era una avaricia desmedida. Era una crueldad total. La conciencia no existía. Era una manifiesta maldad. 

Así era el cuerpo. Así era su necedad. Y esa actitud se veía pagada con el descubrimiento de que el billete de 500 euros era falso. Los cambiaba por otros de 100 euros legales y ahí estaba el negocio. De pocas luces nada. De muchas luces por la avaricia de las personas. 

“Las aventuras del cuerpo, desde que nace hasta que muere, son el tema de todo sueño que el mundo jamás haya tenido. El “héroe” de este sueño jamás cambiará, ni su propósito tampoco”. 

“Ésta es la lección que trata de enseñar una y otra vez: que el cuerpo es causa y no efecto. Y que tú eres su efecto, no puedes ser su causa. De esta manera, tú no eres el soñador, sino el sueño”. 

“Y, por lo tanto, deambulas fútilmente entrando y saliendo de lugares que él maquina. Que esto es todo lo que el cuerpo hace, es cierto, pues no es más que una figura en un sueño”. 

“Mas ¿quién reaccionaría ante las figuras de un sueño a no ser que las considerase reales? En el instante en que las reconoce como lo que verdaderamente son, éstas dejan de tener efectos sobre él, porque entiende que fue él quien les dio los efectos que tienen, al darles vida y ser su causa y hacer que parecieran reales”. 

Juan se daba cuenta del terrible engaño en el que se encontraba. Era algo así como el timo de la estampita. Le daba credulidad a la realidad del billete de 500 euros siendo que era falso. La propuesta no venía de una persona con pocas luces. Venía de una mente que conocía muy bien el cuerpo, su avaricia y su crueldad. 

Sólo los hombres buenos, llenos de bondad, habrían cogido al señor que les ofrecía el negocio, lo habrían llevado a su familia y lo habrían apoyado. Nunca se habrían aprovechado económicamente de su propuesta. El timo en ellos no se habría consumado. 

Nosotros soñamos el sueño. Todo lo que aparece en él, es causa nuestra. El sueño es efecto. Al darnos cuenta del billete falso, y del sueño que no es del cuerpo, sino que es personal nuestro, dejamos de ser engañados en esa línea de la avaricia y del engaño.

sábado, julio 29

ABSURDA SEGURIDAD

Lucas no podía creerse lo que estaba descubriendo con sus pensamientos. Esa mezcla de cuerpo y conciencia no sabía qué porcentaje darle a cada una. Era una dialéctica que se situaba en su mente, en su raciocinio y en su conciencia. Una reflexión que dejaba en evidencia que el cuerpo no ocupaba el centro de la vida, a pesar de la fuerza cultural que así lo defendía.

Al sentirnos extraños en este mundo del cuerpo, el sufrimiento que nos infligía era terrible y doloroso. Ahora comprendía que aquellos que se situaban en el cuerpo dijeran que en este mundo sólo a ratos podíamos ser felices. Y tenían mucha razón. Nosotros éramos seres para vivir en la conciencia, en la generosidad y en la unión. 

El mundo del cuerpo nos imponía la separación, la extrañeza, la distancia y el odio en muchos momentos. Al cuerpo solamente le interesaba él mismo. No había otro interés por otros cuerpos excepto en el caso de que sirvieran a nuestros placeres, a nuestros intereses y a nuestros mandatos. El centro del mundo era nuestro cuerpo. 

Los demás debían quedar completamente subordinados. La seguridad personal era suprema. La seguridad de los demás no interesaba. Lucas comprendía muy bien la enorme diferencia entre la conciencia de madre que había sentido en sus carnes a su hijo y había desarrollado un vínculo de entrega, de generosidad y de servicio. Una madre nunca dejaba de ser una madre. Esa era su conciencia. 

Y la ausencia de conciencia de aquellos que se centraban solamente en el cuerpo sin conciencia, no recordaban de dónde habían venido. No reflexionaban que sin la entrega de una madre no se hubieran desarrollado, no se hubieran equilibrado. No hubieran podido alcanzar las primeras fases de la alegría y la felicidad. 

Lo olvidaban y se entregaban a una carrera loca de autodestrucción: “El sueño del mundo adopta innumerables formas porque el cuerpo intenta probar de muchas maneras que es autónomo y que es real”. 

“Se engalana a sí mismo con discos de metal o con tiras de papel moneda que el mundo considera reales y de gran valor. Trabaja para adquirirlos, haciendo cosas que no tienen sentido, y luego los despilfarra intercambiándolos por cosas que ni necesita ni quiere”. 

“Contrata a otros cuerpos para que lo protejan y para que coleccionen más cosas sin sentido que él pueda llamar suyas. Busca otros cuerpos especiales que puedan compartir su sueño”. 

“A veces sueña que es un conquistador de cuerpos más débiles que él. Pero en algunas fases del sueño, él es el esclavo de otros cuerpos que quieren hacerle sufrir y torturarlo”. 

Lucas se quedaba impactado. El cuerpo se preocupaba solamente de su cuerpo. Pero les pedía a otros cuerpos que lo protegieran. Todo un absurdo. Se creía poderoso porque conquistaba otros cuerpos más débiles que él. Pero al cuerpo no le importaba absolutamente nada. 

Era una falsedad total la idea de poder que adquiría a través del tiempo. Los cuerpos desaparecían con la muerte y nunca más eran poderosos. Eran lo que siempre fueron: un puñado de tierra y algunos minerales. Sin conciencia el cuerpo era un terrible desecho. Con conciencia el cuerpo era un maravilloso sostén. 

El cuerpo equivocaba su seguridad y confianza. No estaba en lo material, en lo finito, en lo temporal. Estaba en la grandeza de su conciencia que sabía agradecer los desvelos de una madre que siempre estuvo a su lado en cada ocasión que la necesitó.

viernes, julio 28

¿PENSAMOS CON EL CUERPO?

Marcos reconocía que estaba de alguna manera limitado a su cuerpo. Los cuerpos eran el punto central de su vida. Las apariencias le decían mucho de los demás. El nacimiento y la muerte ponían los límites al cuerpo. Y la idea de la conciencia era algo que estaba subordinado al cuerpo. 

A pesar de ese lugar central del cuerpo, admitía que las emociones más hermosas no provenían del cuerpo. Tenían su origen en la conciencia, en su inteligencia, en su capacidad de imaginación, en sus visiones amorosas que eran capaces de interpretar la apariencia corporal de los demás de muy diferente manera. 

Los ojos no eran capaces de captar la belleza interna de nadie. Sin embargo, unos ojos enamorados veían a la amada como la más hermosa, como la más deleitable, como la más estupenda. Los ojos veían lo mismo. Los ojos no veían de forma diferente. No captaban formas distintas ni colores nuevos. Ante la misma imagen, el sentimiento enamorado interpretaba la imagen de forma distinta. 

Y ese punto de interpretación era donde entraba la conciencia. Ante la misma forma material del cuerpo, la conciencia interpretaba de forma totalmente diferente. Se podría decir que la conciencia era el punto de interpretación de la forma material. 

Recordaba a un compañero suyo en su juventud. Se había enamorado de una muchacha. Veía en ella una belleza que otros ojos no veían. La pregunta que le hizo le dejó sin palabras: “¿A que es la chica más guapa de todas? Marcos se quedó perplejo. No podía herir a su compañero en la respuesta. No podía mentirle tampoco. 

Hacía poco que había estudiado psicología. Recordaba que las emociones eran selectivas. Basándose en ese comportamiento, le dijo que realmente el enamoramiento era capaz de ver en la otra persona todo lo maravilloso que contenía. Gratamente lo felicitaba y se congratulaba de ese amor que estaba sintiendo y que disfrutara de esa emoción. 

Los ojos no engañaban a nadie. Todos veían lo mismo. La diferente interpretación de la conciencia marcaba la diferencia. Esa conciencia no era el cuerpo. “El cuerpo es el personaje central en el sueño del mundo. Sin él, no hay sueño, ni él existe sin el sueño en el que actúa como si fuese una persona digna de ser vista y creída”. 

“Ocupa el lugar central de cada sueño en el que se narra la historia de cómo fue concebido por otros cuerpos, cómo vino al mundo externo en el cuerpo, cómo vive por un corto tiempo hasta que muere, para luego convertirse en polvo junto con otros cuerpos que, al igual que él, también mueren”. 

“En el breve lapso de vida que se le ha concedido busca otros cuerpos para que sean sus amigos o sus enemigos. Su seguridad es su mayor preocupación; su comodidad, la ley por la que se rige”. 

“Trata de buscar placer y de evitar todo lo que le pueda ocasionar dolor. Pero, por encima de todo, trata de enseñarse a sí mismo que sus dolores y placeres son dos cosas diferentes, y que es posible distinguir entre ellos”. 

Marcos veía que esa visión del cuerpo era incompleta. Los dolores y los placeres no eran en absoluto diferentes. Las dos sensaciones eran lo mismo. Pero, los placeres eran muy queridos y ansiados y los dolores eran sufridos y aguantados con tenacidad y gran contrariedad. 

Esa diferente actitud les hacía creer que eran distintos. Pero ambas sensaciones provenían del cuerpo. Tenían las raíces en el cuerpo. La conciencia que interpretaba las sensaciones que el cuerpo tenía, al igual que el ojo captaba las imágenes y las interpretaba, sabía bien de qué estaba hablando. 

El tesoro de una persona estaba en su conciencia, no en su cuerpo. Las personas se recordaban por sus buenas actitudes, por sus buenas conciencias, por sus charlas amistosas y por sus comprensiones que aunaban a todos los humanos. 

El sueño del mundo era el cuerpo. El sueño de las personas despiertas era la conciencia. Una palabra dicha de corazón a otro ser humano era muchísimo más potente que un roce o una caricia. Un apretón de manos cuando comunicaba unión entre las personas era totalmente diferente del mismo apretón de manos del cuerpo cuando era una rutina, un gesto educado. 

El cuerpo no tenía fuerza en sí. El cuerpo se llenaba de significado cuando actuaba la conciencia. Aquello que daba el significado era lo eterno, lo verdadero, lo útil, lo maravilloso, lo duradero, lo que se grababa en el alma como sueño eterno.

jueves, julio 27

¿ELEGIMOS NUESTROS SUEÑOS?

Mateo sabía y había estudiado que los sueños de cada noche tenían relación con los hechos acaecidos durante el día. Después del sueño, buscaba durante el día anterior las incidencias habidas para descubrir esos sentimientos escondidos, que se habían procesado hacia el interior y no habían tenido ocasión de expresarse. 

Los miedos no resueltos durante el día se proyectaban durante la noche cuando la censura de la vigilia no actuaba y entonces, con todo su poder, se manifestaban con toda intensidad en pesadillas y angustias que atormentaban al cuerpo y, en ocasiones, era necesario despertarse para no seguir sufriendo una angustia indescifrable. 

Mateo sacaba de esos planteamientos dos claras conclusiones. Una de ellas era que la causa siempre estaba en la vida consciente. Por ello, si era capaz de manejar con sabiduría su mente consciente, iría eligiendo los pensamientos positivos, los pensamientos de concordia, de comprensión, de perdón, de relax y de unión. 

Esos pensamientos no tendrían necesidad de salir por las noches para seguir atormentándole. Si salían, lo harían en forma de alegrías, de goces y de satisfacciones. La otra conclusión era que siempre pensaría en sus miedos y temores con mucho cuidado. No se podían ocultar, evitar, negar, dejar de lado y no pensar en ellos. 

Nosotros podríamos ignorarlos, pero estaban dentro y durante el sueño saldrían con toda su fuerza. Había que solucionarlos durante el día. Era una decisión que estaba en nuestras manos. “Acepta el sueño que Él te dio en lugar del tuyo. No es difícil cambiar un sueño una vez que se ha identificado al soñador”. 

“Descansa en el Espíritu Santo, y permite que Sus dulces sueños reemplacen a los que soñaste aterrorizado, temiéndole a la muerte. El Espíritu Santo te brinda sueños de perdón, en los que la elección no es entre quién es el asesino y quién es la víctima”. 

“Los sueños que Él te ofrece no son de asesinatos ni de muerte. El sueño de culpabilidad está desapareciendo de tu vista, aunque tus ojos están cerrados. Una sonrisa ha venido a iluminar tu rostro durmiente. Duermes apaciblemente ahora, pues estos sueños son sueños felices”. 

Mateo abría los ojos por la mañana. Había tenido un buen descanso. Sabía que todo estaba en el día que se estaba viviendo. Abría sus ojos y decidía en su interior abrir su corazón, su mente, sus ideas, a la comprensión, al abrazo y a la resolución de problemas. 

Cada día, cada momento era una ocasión de ir avanzando en el sueño que el Espíritu Santo nos proponía, nos ofrecía y nos recordaba. No había lugar para el enojo ni para el enfado. 

Todo tenía solución. Tarde o temprano tenía que encontrarla. Los miedos tenían que ser desechados. Por ello, trataba de solucionar cualquier conflicto en cada momento. El sueño, por la noche, sería de un gozo pleno y de un gran y radiante esplendor.

miércoles, julio 26

¿NOS ATACAMOS A NOSOTROS MISMOS?

Guille pensaba en todas las advertencias que sus padres le hacían acerca de las otras personas. Siempre había en ese aviso una enorme cantidad de miedo que se transmitía en sus palabras. El miedo era el protagonista que se metía en su cuerpo. Lo sentía y lo vivía. Un cierto miedo al mundo se instaló en su interior. 

Las noticias que se comentaban en su casa siempre tenían a una persona sincera y honesta que se sentía engañada, abusada, dirigida en caminos nada honestos y que terminaba siendo víctima de personas malvadas. A esas personas atroces había que evitarlas. 

Guille lo veía difícil cuando se comentaba que esas personas se presentaban con buenas intenciones y con una sabiduría bien desarrollada para ganarse la confianza de gente que no conocían. Bajo el disfraz de la ayuda se escondían las más terribles alimañas que buscaban la destrucción de la víctima. 

No era fácil fiarse de nadie. No era fácil confiar en las personas desconocidas. El miedo siempre estaba presente para impedir la experiencia negativa. El miedo siempre impedía que la naturalidad de la vida se desarrollara. Un miedo latente, siempre presente y siempre sentido en todos sus músculos y pensamientos. 

En algunas ocasiones se pensaba en esas personas y se soñaban ideas para vencerlas y destruirlas. A la par que un rol de víctima, también se desarrollaba, en el interior, un rol de verdugo de tales tipos de personas que iban quitando la calma y la tranquilidad a todos los vecinos de la barriada. 

Así, sin darse cuenta, ante un desarrollo de la prudencia en las relaciones, se exacerbaba el pensamiento crítico hasta tal punto que en lugar del oportuno aprendizaje se hacía presente el rol doble de la persona: víctima y verdugo. 

“Sueñas que tu hermano está separado de ti, que es un viejo enemigo, un asesino que te acecha en la noche y planea tu muerte, deseando además que sea lenta y atroz”. 

“Mas bajo este sueño yace otro, en el que tú te vuelves el asesino, el enemigo secreto, el sepultador y destructor de tu hermano, así como del mundo. He aquí la causa del sufrimiento, la brecha entre tus míseros sueños y tu realidad”. 

“Tú eres el soñador del mundo de los sueños. Éste no tiene ninguna otra causa, ni la tendrá jamás. Todo lo que aterrorizó al Hijo de Dios y le hizo pensar que había perdido su inocencia, repudiado a su Padre y entrado en guerra consigo mismo no es más que un sueño fútil”. 

Guille veía con mayor claridad el origen de su miedo y el origen de su sufrimiento. Había nacido en él. La prudencia exagerada le había producido miedo. La prudencia exagerada lo había convertido en verdugo. 

La prudencia exacerbada había convertido un sencillo aprendizaje de una oportuna distancia en la relación en un miedo terrible y atroz que le había distorsionado la visión y consideración de los demás. 

Lo que acababa de descubrir era que se había convertido en una víctima y un verdugo a la vez. Eso le dejó sin palabras. Eso le dejó sin aliento. “¿Cómo era posible?” se preguntaba. “No podía ser, no podía ser, no podía ser” se repetía. Era su propia víctima y su propio verdugo. El miedo lo distorsionaba hasta tal punto que se atacaba a sí mismo en sus pensamientos. 

Y siempre creía que era otro el que lo hacía. Era una luz que se le abría en su mente. Su miedo estaba dentro de él. Su miedo se lo provocaba él. Su miedo subía de tono cuando se atacaba a sí mismo. Su miedo desaparecía cuando despertaba y se veía a sí mismo sin atacar ni atacarse. 

Por fin, había entendido.

martes, julio 25

NUNCA ACABABA LA CONCIENCIA

Benito estaba frente a una de las decisiones jamás pensadas en su vida. Desde pequeño creía que una persona con 60 años ya podía morir. Su apariencia estaba tan deteriorada que parecía que la tierra llamaba a la tierra. Desde su niñez veía los 60 años como algo realmente inalcanzable.

Su mente infantil preparada para abrirse a la vida, entendía que ya con 60 años todos los pensamientos estarían terminados. Todas las ideas cumplidas y nada más quedaba que marcharse con paz en la muerte, nuestra meta final en nuestra carrera. 

Veía el ataúd en la entrada de las casas. Pisos altos con una escalera estrecha que no dejaba subir ni bajar un armatoste tan largo. Allí bajaban los cuerpos y los acomodaban hasta que venía el sacerdote con los monaguillos para darle el último responso. 

Así se habían quedado grabadas algunas escenas de la muerte en su primera infancia. En una ocasión, un coche fúnebre con los cristales transparentes y tirado por caballos con penachos negros, le daba cierto estilo y majestuosidad a la muerte que venía sin escoger a cada uno a su debido momento. 

Era normal ver por las calles esa manifestación. La vida moderna había quitado esos espectáculos de las calles y las había confinado al tanatorio. Todas las personas decían que el descanso había llegado a la persona sufriente. El negro, los ojos llorosos, las caras cansadas y los gestos serios completaban el cortejo de esos momentos finales de la persona en su calle. 

Benito veía que la muerte del cuerpo no implicaba la muerte del espíritu. La persona había aprendido mucho desde su nacimiento. Se había desarrollado. Había desplegado sus habilidades y había adquirido muchas destrezas. Y, sobre todo, había hecho multitud de decisiones. Cada decisión le abría nuevos caminos de experiencia. 

La experiencia se había ido atesorando. La sabiduría había tocado al alma, al ser, a la conciencia que siempre dirigía el cuerpo. No se marchaba un cuerpo cargado de experiencias. Se marchaba un cuerpo, pero las experiencias eran logros que no podían desaparecer. Vivían en el espíritu como el Espíritu que los creó. 

“¿Qué otras alternativas tienes ante ti, sino la vida o la muerte, despertar o dormir, la guerra o la paz, tus sueños o tu realidad? Existe el riesgo de pensar que la muerte te puede brindar paz porque el mundo equipara el cuerpo con el Ser que Dios creó”. 

“No obstante, una cosa no puede ser su propio opuesto. Y la muerte es lo opuesto a la paz porque es lo opuesto a la vida. Y la vida es paz. Despierta y olvida todos los pensamientos de muerte, y te darás cuenta de que ya gozas de la paz de Dios”. 

“Sin embargo, si es cierto que realmente puedes elegir, tienes entonces que ver las causas de las cosas entre las que eliges exactamente cómo son y dónde se encuentran”. 

Benito se daba cuenta que no podía caer en el error de identificar al cuerpo con el Ser que Dios creó. El cuerpo podía desaparecer, pero nunca ese Ser consciente que dirigía la vida. El cuerpo era mortal, pero no la conciencia, el Ser. 

Reconocía que esos pensamientos que, desde pequeño pensaba que se habían terminado eran totalmente lo opuesto. Habían alcanzado una primera cima de experiencia y era como un cesto que había llenado con las hermosas flores de sus ideas, de sus experiencias y de sus decisiones. Realmente nada se había terminado. 

Ese Ser seguía con esa enorme adquisición a través de los años. Benito empezó a tener una visión totalmente distinta de la muerte del cuerpo. No terminaba todo. Acababa realmente el cuerpo. Pero nuestra conciencia, nuestro Ser, no era el cuerpo. Y esa enorme riqueza seguía, seguía, con todos los cielos abiertos.

lunes, julio 24

RESPONSABLES DE CONDUCIR NUESTRA VIDA

Samuel se despertó de inmediato al dar con su cuerpo en el suelo. Se había caído de la cama. La angustia del sueño era incontenible. Sentía que se despeñaba por un vacío y que no encontraba el fin. La sensación de la caída interminable se desarrolló en un pánico intenso que no veía el modo de parar. Y la vida, que siempre es tan sabia, le hizo caer de la cama y desterrar ese sueño tan nocivo. 

Samuel volvió a la cama emocionalmente más calmado. Al darse cuenta de que era un sueño se tranquilizó. La serenidad volvió a sus huesos, a su pensamiento y a su cuerpo. En el sueño se veía perdido, desorientado, aturdido, una presión fuerte en la garganta y ninguna solución para resolverlo. 

La mente soñando se creía todo lo que se vivía en el sueño. Lo vivía con la misma realidad que durante el día. Tenía su vida propia ajena a nuestra voluntad. Allí se cocía otra vida que no aparecía durante la vigilia. Soñar era tan real que no dudó en empujarlo fuera de la cama para que esa tragedia terminara y recobrara la tranquilidad. 

Samuel sabía que ese sueño alternaba el día y la noche, el sueño y la vigilia. Ahora estaba ahondando en otro tipo de sueño: “No puede elegir despertarse de un sueño que la misma persona no urdió”. 

“Es la víctima impotente de un sueño concebido y preciado por otra mente, la cual no se preocupa por él en absoluto, y es tan indiferente a su paz y a su felicidad como lo es el tiempo o la hora del día”. 

“No lo ama, sino que caprichosamente lo obliga a desempeñar cualquier papel que satisfaga su sueño. Es tan poca su valía que él no es más que una sombra danzante, que sube y baja al compás de un guion disparatado concebido dentro del fútil sueño del mundo”. 

“Ésta es la única imagen que puedes ver, la única opción que tienes ante ti, la otra posible causa, si es que tú no eres el soñador de tus propios sueños. Y esto es lo que eliges cuando niegas que la causa del sufrimiento esté en tu mente”. 

“Alégrate de que lo esté, pues de esta manera tú eres el único que puede determinar tu destino en el tiempo. Las únicas alternativas que tienes ante ti son o bien una muerte durmiente y sueños de maldad, por una parte, o bien un feliz despertar y la alegría de la vida, por otra”. 

Samuel aprendió aquella noche que cuando fue consciente de su sueño al despertarse por caer de la cama, la angustia desapareció. La calma retornó. Y la profunda inquietud que vivía en el sueño desapareció en la consciencia.

Ahora se le ofrecía la misma tesitura. Podía estar soñando durante el día. Podía estar soñando durante el trabajo, durante su pensamiento del trabajo. Podía estar soñando con sus amigos y durante las decisiones que tomaba que creía que eran mejores para su vida. Reconocía, por primera vez, que podía estar soñando. 

Nadie le obligaba a ese sueño. Él mismo lo creía. Y esa creencia era decisiva para vivir su vida tal como lo hacía. Se repetía esas características de ese sueño que no era el suyo: “Es la víctima impotente de un sueño concebido y preciado por otra mente, la cual no se preocupa por él en absoluto, y es tan indiferente a su paz y a su felicidad como lo es el tiempo o la hora del día”. 

“No lo ama, sino que caprichosamente lo obliga a desempeñar cualquier papel que satisfaga su sueño. Es tan poca su valía que él no es más que una sombra danzante, que sube y baja al compás de un guion disparatado concebido dentro del fútil sueño del mundo”. 

Samuel no quería seguir ese guion. Quería seguir el suyo consciente. Quería aplicar la misma experiencia que había tenido al despertarse. Al sentirse consciente de su sueño, la tranquilidad volvió. Quería vivir su vida admitiendo que era el soñador de sus propios sueños. Admitía que la causa del sufrimiento estaba en su mente. 

Samuel reconoció que ese era el camino para evitar seguir destruyendo su vida con la idea de que la culpa estaba fuera y no en él mismo.

domingo, julio 23

LA MENTE FABRICA NUESTRA EXPERIENCIA

Daniel estaba revisando una experiencia que había visto repetida en varias personas en diferentes momentos de su vida. Esa vivencia le había producido muchas reflexiones. Una de ellas era la capacidad que tenía la mente de crear realidades ficticias, vivirlas como reales, hacer padecer al cuerpo sin ninguna lógica y haber pasado momentos realmente angustiosos. 

Eso le había dejado cicatrices en su pensamiento. Una de esas personas interpretaba que la ausencia de cartas de su hija era debido a…. (no sabía nada más, pero ella imaginaba, pensaba y concluía sus propias decisiones sin más). Su mente febril empezaba la fabricación, la imaginación y la creencia de las afirmaciones que ella misma se iba dando.

Se imaginaba que no se llevaba bien con su esposo. Sus relaciones tirantes y difíciles se las guardaba en su corazón y no quería que su madre se enterara. Seguía imaginándose que estaba pasando un momento de angustia muy intenso y tenía que hacer algo. Sin embargo, no se atrevía a hacer nada. No podía interferir en la libertad de su hija. 

Todos los días esperaba la carta. Todos los días iba dándole una vuelta más a sus pensamientos. Así iba retorciendo el hilo de la historia en su interior de tal manera que todo lo veía negro. Una semana entera sufriendo sin saber nada. Al fin, el cartero apareció. Le traía una serie de cartas todas juntas. Eran de su hija. 

El cartero le dijo que se habían caído sin darse cuenta detrás de un cesto y habían quedado allí durante varios días. Al quitar el cesto, aparecieron y de inmediato había decidido llevárselas. 

Todo lo que había pensado la madre era un sinsentido. Pero el cuerpo lo vivió con toda la presión, con toda la alteración de funcionamiento de sus diferentes órganos, con toda la realidad que la mente le daba. La mente descubrió la realidad y relajó al cuerpo. 

Así que la madre vivía en el cuerpo esa realidad ficticia negativa y de sufrimiento como si fuera real. “Hubo un tiempo en que no eras consciente de cuál era la causa de todo lo que el mundo parecía hacerte sin tú haberlo pedido o provocado”. 

“De lo único que estabas seguro era de que entre las numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y de tu sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas”. 

“Ni tampoco eran el dolor y el sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es como surgieron todos tus engaños. El que los teje no se da cuenta de que es él mismo quien los urde ni cree que la realidad de éstos dependa de él”. 

“Cualquiera que sea su causa, es algo ajeno completamente a él, y su mente no tiene nada que ver con lo que él percibe. No puede dudar de la realidad de sus sueños porque no se da cuenta del papel que él mismo juega en su fabricación y en hacer que parezcan reales”. 

Daniel veía en esas líneas la confirmación de esa cicatriz que se había sentado en sus pensamientos al observar la capacidad de la mente para crear su propia imaginación. Unas cartas perdidas detrás de un cesto le habían servido a una mente para desarrollar toda una teoría de angustia y de congoja. 

Le habían servido a una mente para alterar el funcionamiento de su cuerpo. Se hacía daño en el pensamiento, se hacía daño en sus músculos y en su garganta. La angustia la atenazaba en momentos. 

Todo un sufrimiento se traslucía en su experiencia. Toda una tristeza la embargaba. Pero la mente no reconocía que era ella misma quien lo provocaba. Era su interpretación ficticia. Era su interpretación engañosa de la realidad. 

Daniel interpretaba que todo lo que la mente creyera realmente lo viviría. No importaba su verdad, su realidad, su razón, su prudencia. Lo único que importaba era que la mente lo creyera, aunque fuera un engaño, una invención, una ficción. Por ello, Daniel tenía esa cicatriz que ahora la veía con mayor claridad. 

Una conexión con el infinito, con la confianza, con la paz, era de todo punto indispensable para que, desde su serenidad, la mente no dejara que ninguna falacia entrara en su hogar y desde allí empezara un engaño a fabricar.

sábado, julio 22

DISOLVER NUESTRO DRAGÓN INTERNO

David recordaba historias del pasado que siempre le dejaron una huella en su corazón. Veía que para superar las dificultades debía matar a un dragón que amenazaba la vida tranquila y agradable. Alguien le dijo que su dragón era sus equivocaciones, sus egoísmos, sus meteduras de pata y su falta de sabiduría. 

Y a ese dragón había que matarlo, había que destruirlo. La muerte debía reinar antes de que la alegría lo hiciera. Una lucha encarnizada se desarrollaba en su interior. Era cuestión de un torneo. Sólo podía quedar uno. La muerte o la vida estaban delante de él. 

Una visión de la vida que nunca compartió. Era siempre un enfrentamiento con algo de forma visceral. Enfrentamiento entre los familiares. Enfrentamiento entre los amigos. Enfrentamiento entre las naciones. Enfrentamientos entre los humanos. 

Por una parte, veía que daba cuenta de las muchas guerras de la historia y de los muchos problemas en la familia. Por otra, se dejaba de lado la superación de conflictos por otros medios que no fuera el enfrentamiento. Recordaba con mucha alegría el amor que surgió con su esposa, en sus tiempos de amistad. 

Fue un descubrir una nueva vida, una nueva visión, un prado jamás imaginado se podía pisar y disfrutar de sus maravillas. El enfrentamiento no existía, ni existió. El amor se instaló en ambas almas y todo se solucionó, se superó, se diluyó como por arte de magia. Si había magia en el mundo, era el amor. 

En la cara de su amada nunca vio la condenación. Siempre vio una sonrisa suave de entrega que lo liberó. En sus dulces palabras de intercambio, nunca el reproche salió de aquella boca, los ánimos de un camino juntos siempre se dibujaron. En sus proyectos nunca chocaron como se golpean las rocas en su camino a la destrucción, siempre juntos caminaron y encontraron la solución.

La condenación no les señaló jamás el camino. La ayuda mutua, el mutuo amor, la feliz compañía, el yugo amoroso de los dos, fueron sus medios para labrar, en el corazón, fuerzas capaces de vencer la pasión, los caminos equivocados y las propuestas de destrucción. El sol de la esperanza siempre les guiaba con firmeza y confianza. 

“La necesidad de liberar al mundo de la condenación en la que se halla inmerso es algo que todos los que habitan en él comparten. Sin embargo, no reconocen esta necesidad común”. 

“Pues cada uno piensa que, si desempeña su papel, la condenación del mundo recaerá sobre él. Y esto es lo que se percibe y se entiende que debe ser su papel en la liberación del mundo”. 

“La venganza tiene que tener un blanco. De lo contrario, el cuchillo del vengador ser encontraría en sus propias manos, apuntando hacia sí mismo. Pues para poder ser la víctima de un ataque que él no eligió, tiene que ver el arma en las manos de otro”. 

“Y así, sufre por razón de las heridas que le infligió un cuchillo que él no estaba empuñando”. 

David veía esa sinrazón terrible. No había venganza de ningún tipo. No había condenación tampoco de ningún tipo. No había sufrimiento que debiéramos desarrollar por estos miedos dentro de nosotros mismos. 

Esa idea del dragón, de la venganza, de los fuegos exterminadores, eran pensamientos equivocados, erróneos, llenos de engaño. La superación de todos los inconvenientes en esta vida la tiene en su poder el amor. Dejémoslo que se instale en nuestra vida, en nuestro pensamiento, en nuestro corazón.

Y de la misma manera que entre su amiga, después su novia, después su esposa, después su mejor tesoro, fluyó el amor. Toda condenación desaparece, como sal disolviéndose, ante los rayos de un nuevo mundo creado por el amor.

viernes, julio 21

EN EL MUNDO, PERO NO DEL MUNDO

Abel entendía que había expresiones que se repetían, pero que no llegaban del todo a entenderse en su esencia. A veces se oía: “este mundo es malo”, “es lo que tenemos, es el mundo”, “no hay vuelta, así es el mundo”. Expresiones que no siempre daban en la diana. Solamente se indicaba un poco la contrariedad de algunos momentos y de algunas experiencias. 

Sin embargo, ¿dónde estaba la raíz de los inconvenientes de tantos tipos diferentes de personas, de actitudes, de compañeros y de nacionalidades que era difícil encontrar esa esencia que nos diera una idea de lo que realmente representaba ese mundo? 

Algunos sabios decían: “no os conforméis al mundo”. Y en el mundo había de todo. Estábamos en el mundo. Muchas personas nos amaban, nos apreciaban, nos querían y nos daban su vida. Esas personas vivían junto a nosotros y disponíamos de buenos amigos con los que jugábamos y con los que nos sentíamos felices. 

En muchas ocasiones, Abel se preguntaba cuál era la esencia de ese mundo del que con insistencia se decía que debíamos salir de él. La lectura siguiente le dio un rayo de luz en la comprensión del mundo: “El “razonamiento” que da lugar al mundo, sobre el que descansa y mediante el cual se mantiene vigente es simplemente éste:”

“Tú eres la causa de lo que yo hago. Tu sola presencia justifica mi ira, y existes y piensas aparte de mí. Yo debo ser el inocente, ya que tú eres el que ataca. Y lo que me hace sufrir son tus ataques”. 

“Todo el que examina este “razonamiento” exactamente como es se da cuenta de que es incongruente y de que no tiene sentido. Sin embargo, da la impresión de ser razonable, ya que ciertamente parece que el mundo te está hiriendo. Y así, no parece necesario buscar la causa más allá de lo obvio”. 

Abel leía y releía el argumento de lo que es el mundo: “Tú eres la causa de lo que yo hago. Tu sola presencia justifica mi ira, y existes y piensas aparte de mí. Yo debo ser el inocente, ya que tú eres el que ataca. Y lo que me hace sufrir son tus ataques”. 

Abel se preguntaba a sí mismo dónde estaba su responsabilidad, su parte en el proceso, su libertad en el encuentro. Si éramos todos inocentes, no había nadie culpable. En cambio, cualquier detalle que una persona interpretara como ataque era suficiente para condenar al otro, mostrarle nuestra ira. Y todo ello sencillamente porque no pensaba igual que nosotros. 

Y eran los otros los que nos hacían sufrir. Por fin se daba cuenta de tanta irresponsabilidad en el planteamiento y en las razones que nos impelían a enfadarnos y mostrar nuestra disconformidad gritando, insultando y despreciando. 

El planteamiento oportuno era diferente. Cada persona merecía nuestro respeto. Cada persona era digna de nuestra admiración. Cada persona, según sus circunstancias, tenía sus pensamientos. Había que aceptarlos y respetarlos. Nadie nos podía herir excepto nosotros mismos. Nadie estaba obligado a seguir la manera de pensar de nadie. Cada uno tenía su propia libertad. 

Abel se decía a sí mismo: “ahora entiendo la frase de - estáis en el mundo, pero no sois del mundo -”. 

jueves, julio 20

LA ALEGRÍA NOS PROPORCIONA BIENESTAR

Josué pensaba en una de las épocas donde se repetía de una forma muy normal que la gente era moderadamente feliz. Se tenía alergia a expresar que éramos felices. Lo único que la vida podía darnos era una felicidad moderada, tranquila, relajada. Era algo así como pasable. 

Desde su interior sentía que era algo prohibido por la tendencia social. Así que lo mejor, cuando se preguntaba a alguien por su estado, era responder la palabra no significativa: “estoy bien”. Una manera de ser educado, pero se ponía la barrera para no decir nada. 

Le llamaba la atención esa aversión a expresar que se estaba contento, que se estaba feliz, que se estaba bien consigo mismo y que se podía compartir sin ningún problema. Sabía del morbo social que se provocaba con los accidentes, con los reveses y con las malas noticias. 

Una anécdota le llamó la atención. En la ciudad de Nueva York se editó un periódico con una línea editorial muy estupenda. Todo eran buenas noticias. Ninguna noticia negativa se incrustaba en su información. Duró apenas una semana. Nadie lo compraba. A nadie le interesaba. Josué concluyó que solamente eran interesantes las malas noticias. 

La morbosa y perversa curiosidad se centraba en lo malo. Alguien indicó que era una manera de sentirse superior a esas personas que lo pasaban mal. Un disfrute interno de las personas que pasaban malos momentos en algunas ocasiones. 

Era cierto que lo malo despertaba compasiones, comprensiones y apoyos generales para ayudar y compensar con buenos mensajes las situaciones adversas. Pero no era menos cierto que compartir alegrías también ensanchaba nuestros pulmones y nuestros corazones. 

En esa época de repulsión a la felicidad, lo negativo campaba entre las personas y eran las noticias que corrían en los corrillos, en los periódicos, en las televisiones y en todos los medios de comunicación. Su repetición machacaba de continuo para hacernos refrescar la mente que estábamos en este mundo para sufrir y para ver sufrimiento. 

“Sufrir es poner énfasis en todo lo que el mundo ha hecho para hacerte daño. En esto puede verse claramente la versión descabellada que el mundo tiene de la salvación”. 

“Al igual que en un sueño de castigo en el que el soñador no es consciente de lo que provocó el ataque contra él, éste se ve atacado injustamente, y por algo que no es él”. 

“Él es la víctima de ese “algo”, una cosa externa a él, por la que no tiene por qué sentirse responsable en absoluto. Él debe ser inocente porque no sabe lo que hace, sino sólo lo que le hacen a él”. 

“Su ataque contra sí mismo, no obstante, aún es evidente, pues es él quien sufre. Y no puede escapar porque ve la causa de su sufrimiento fuera de sí mismo”. 

Josué veía que la función del sufrimiento no era oportuna. Un cuerpo contento, feliz, permitía que todas sus funciones orgánicas se realizaran más fácilmente. Le dabas felicidad al cuerpo y el cuerpo te la devolvía en forma de perfecto funcionamiento. 

Así que el proyecto de salvación a través del sufrimiento iba en contra del funcionamiento normal. También le había quedado en su interior la última afirmación que había leído: “Y no puede escapar porque ve la causa de su sufrimiento fuera de sí mismo”. 

Josué agradecía al cielo el descubrimiento de que nadie nos podía hacer sufrir excepto nosotros mismos. La causa del sufrimiento siempre estaba centrada en nuestra actitud, en nuestra forma de considerar los reveses de la vida. Sin ser totalmente conscientes, el sufrimiento partía de nosotros mismos. La causa del sufrimiento era nuestra actitud. 

Josué aprendió a cambiar la actitud y la causa del sufrimiento nunca estaba fuera de sí mismo. Sabía que podía cambiar su actitud y en ella estaba la solución. La felicidad estaba en nuestras manos. Podíamos ser completamente felices si así lo decidíamos.

miércoles, julio 19

LA FUERZA DE LA CONCIENCIA

Benjamín debía ir clarificando algunos conceptos en su mente, en su corazón y en su horizonte. Veía que, por una parte, el cuerpo humano se reproducía; por otra parte, poseía una conciencia que era difícil de concebir en la concepción del individuo. El aspecto físico lo compartía con otros animales, pero el aspecto de la conciencia lo hacía único. 

Se podía estudiar el comportamiento de ratones y aplicar sus resultados al comportamiento humano. En muchos aspectos, nos desenvolvíamos igual. Sin embargo, la existencia de la conciencia interna de cada persona era el tesoro más inaudito que la especie humana tenía dentro de sí. 

En momentos despreciábamos esa conciencia humana y nos tratábamos como puros agentes animales. A pesar de esa realidad tan despreciativa, había esa luz en la conciencia de muchas personas que se alzaba sobre esos comportamientos y luchaban por el respeto, la dignidad, la grandeza y la comprensión de personas tan supremas. 

La enorme fuerza humanística a través de los siglos ha ido conformando una raza humana diferente y distinta. Benjamín recibía con agrado las palabras de una persona muy querida: “Me encanta la forma con que me tratas. Tu respeto, tu atención, tu libertad y tu admiración”. 

Esas palabras hacían milagros en las relaciones de las personas. No había miedo, temor, lucha, ira, rencor. El apoyo mutuo, la comprensión de cada uno y la fuerza que eso generaba, hablaba con grandes gritos comprensivos de la humanidad que habitaba nuestros corazones, nuestros pensamientos y nuestras miradas. 

Sin lugar a dudas, somos mucho más que cuerpos que se reproducen con el mismo proceso que los animales. “El Testigo de Dios no ve testigos contra el cuerpo. Tampoco presta atención a los testigos que con otros nombres hablan de manera diferente en favor de la realidad del cuerpo”.

Él sabe que no es real. Pues nada podría contener lo que tú crees que el cuerpo contiene dentro de sí. El cuerpo no puede decirle a una parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función”. 

“El Espíritu Santo, sin embargo, no puede sino amar aquello que tú tienes en gran estima. Y por cada testigo de la muerte del cuerpo, Él te envía un testigo de la vida que tienes en Aquel que no conoce la muerte”. 

“Cada milagro es un testigo de la irrealidad del cuerpo. Él cura a éste de sus dolores y placeres por igual, pues todos los testigos del pecado son reemplazados por los Suyos”. 

Benjamín iba clarificando en su mente la función del cuerpo y la función de la conciencia. Se repetía la frase: “El cuerpo no puede decirle a una parte de Dios cómo debe sentirse o cuál es su función”. La idea se abría camino en su mente y en su comprensión. 

Benditos humanistas de todas las edades que creyeron en la supremacía de esa parte superior: la conciencia. Y con esa conciencia, fueron poniendo por escrito en las leyes, por escrito en los tratados, por escrito en los derechos de los hombres, que toda persona tiene su dignidad, su libertad, su respeto, su importancia ante los ojos de los demás. 

Benjamín se sentía contento. Se sentía feliz. Se sentía pleno y satisfecho. El ser humano podría nacer como nace la cría de un animal. En eso éramos iguales. Pero, la conciencia se desarrollaba en el hombre y no en el animal. Bendita conciencia que nos hacía personas de verdad.

martes, julio 18

MÁS ALLÁ DE LA MENTE

Marce estaba sorprendido por la tendencia de algunos sabios a lo largo de la historia a ir más allá de aquello que teníamos delante de las narices. Era una invitación a ir más allá del pensamiento, más allá de nuestras ideas, más allá de nuestros tópicos con los que interpretábamos el mundo. 

Los primeros transistores fueron capaces de confundir a muchas personas en los campos. Recordaba el terrible susto que tuvo un agricultor al escuchar voces dentro de la casa. Unas voces que parecían de los locutores que solía escuchar de las emisiones de radio. Pero, se decía a sí mismo; “no puede ser, no puede ser. Aquí, en el campo, en esta casita, no hay electricidad”. 

Acostumbrado a enchufar a la corriente eléctrica su aparato de radio en el pueblo donde sí llegaba la electricidad quedó alucinado. ¿Cómo podía oírse lo mismo en un aparato sin estar conectado a la electricidad? Sus pensamientos andaban por los terrenos de la brujería y de los duendes que habitaban las regiones que no comprendíamos. 

Siempre había una explicación que no debía recurrir ni a la brujería ni a los duendes. La historia no ha sido honesta con nosotros. Un sabio también nos invitaba a ir más allá de nuestra forma de ser. La palabra en griego que utilizó era el verbo “metanoeo”. Y en griego indicaba “ir más allá de los límites de nuestra mente”. 

La palabra hermana de ésta era “metamorfoo”. Indicaba “ir más allá de las formas del cuerpo”. Nosotros la conocemos en la “metamorfosis” de la oruga en mariposa a través del capullo que fabricaba para salir mariposa. 

Jesús también nos invitaba a “ir más allá de la forma de pensar”. Una invitación que indicaba que había otra forma más amplia y suprema de pensar. Así íbamos descubriendo que no estábamos reducidos a un cuerpo: “el cuerpo, que de por sí carece de propósito, contiene todas tus memorias y esperanzas”. 

“Te vales de sus ojos para ver y de sus oídos para oír, y dejas que te diga lo que siente. Mas él no lo sabe. Cuando invocas los testigos de su realidad, te repiten únicamente los términos que les proporcionaste para que él los usara”. 

“No puedes elegir cuál de entre ellos es real, pues cualquiera que elijas es igual que los demás. Lo único que puedes hacer es llamarlo por un nombre o por otro, pero eso es todo”. 

“No puedes hacer que un testigo sea verdadero sólo porque lo llames por el nombre de la verdad. La verdad se encuentra en él si lo que representa es la verdad. De lo contrario, miente, aunque lo invoques con el santo Nombre de Dios Mismo”. 

Marce veía que el cuerpo tenía sus límites, la mente tenía sus límites y comprendía, por eso, la invitación a ir más allá de la mente. Ir más allá del cuerpo se entendía con la metamorfosis de la oruga en mariposa. Ir más allá de la mente podía comprenderse cuando se respetaba y se amaba a los demás con la misma intensidad que se amaba a un hijo propio. 

Resonaba en la mente de Marce el término “metanoeo”. Era un camino para recorrer. Ir más allá de nuestras ideas, de nuestras limitaciones, de nuestras interpretaciones de nuestra vida. 

Siempre había un camino de salida que nos daba la luz que nuestra alma sincera y humilde ansiaba. Confiaba siempre. No había experiencia en la vida que no tuviera su solución.

lunes, julio 17

ENCENDER LA LUZ DEL INTERIOR

Gonzalo repasaba los diversos significados que la palabra “pecado” había atrapado a lo largo de los tiempos. Desde un significado primigenio que indicaba que no habías dado en la diana, por tanto, no habías alcanzado el blanco y habías errado, hasta una idea de algo que hacías que era imperdonable y que acarreaba la muerte de alguien. 

Era normal que el significado primigenio de “pecado” se centrara en el error. Es decir, nos faltaba más acierto para dar en el blanco. En el proceso de aprendizaje de cada persona eso ocurría muy a menudo. Aprendíamos prácticamente todo. Por intento y acierto íbamos afinando nuestras habilidades. Aprendíamos a caminar y guardar el equilibrio después de muchas caídas. 

Alguien le hizo ver a Gonzalo que cada caída del bebé, en su aprendizaje de caminar, era una enseñanza de cómo se debía equilibrar para evitar la caída. Los errores se convertían así en un recurso maravilloso para poder ver dónde se daban las equivocaciones. Una equivocación era una experiencia que nos enseñaba sobre nosotros mismos y poníamos nuestra atención en eso que no funcionaba. 

La visión del error era distinta para diferentes ojos. Edison hizo muchos experimentos en su proceso de descubrir la luz para iluminarnos. Después de 999 ensayos, todos fallidos, alguien que le daba al error esa parte negativa, destructiva con su halo de fracaso, le dijo a Edison: “Ríndete, hombre fracasado, no necesitas más fallos para admitir tu gran frustración. Nunca brillará la luz sino es la del sol o la de la luna”. 

La respuesta de aprendizaje de Edison seguía resonando en muchas mentes que vivían alejadas de esa interpretación negativa del experimento: “Todo lo contrario. Ha sido todo un aprendizaje. He descubierto 999 caminos por donde no debo ir”. Esa era la verdad. Cada vez que se encendía una luz era un grito silencioso en defensa de la posición de Edison. 

La actitud negativa sobre el error desdeñaba el aprendizaje y lo condenaba. La actitud positiva sobre el error ponía énfasis en el aprendizaje y conseguía sus fines cambiando los caminos para llegar al objetivo. La luz que disfrutábamos nos recordaba que la actitud positiva era la oportuna. Con la idea del fracaso, estaríamos todavía utilizando cera y gas para iluminarnos. 

“El pecado oscila entre el dolor y el placer, y de nuevo al dolor. Pues cualquiera de estos testigos es el mismo, y sólo tienen un mensaje: “te encuentras dentro de este cuerpo, y se te puede hacer daño. También puedes tener placer, pero el costo de éste es el dolor”. 

“Llámale dolor al placer, y dolerá. Llámale placer al dolor, y no sentirás el dolor que se oculta detrás del placer. Los testigos del pecado no hacen sino cambiar de un término a otro, según uno de ellos ocupa el primer plano y el otro retrocede al segundo”. 

“Los testigos del pecado sólo oyen la llamada de la muerte”. 

Gonzalo veía la vertiente condenatoria, de fracaso y de falta de visión. Los seres humanos estaban hechos para la vida, para la unión, para la ayuda mutua, para el apoyo entre unos y otros. Por error, por equivocación, creíamos que el egoísmo nos defendía mejor de los demás. 

Pero un día descubrimos que estábamos en un error. Saber comprender los errores de los demás, en el sentido del aprendizaje, nos hacía apoyarles, no atacarles con nuestras palabras hirientes, no quitarles su honor ni dignidad. No repetirles que su “pecado” era imperdonable y que se merecía toda nuestra repulsa. 

Ese día cambiamos la visión y los errores se convertían en hermosas experiencias de comprensión mutua. Todos necesitábamos equivocarnos para aprender. La equivocación se erguía como la unidad entre todos los humanos. Ningún humano dejaba de recorrer ese camino en su continua superación. Y esa lección aprendida nos hacía superar todos los obstáculos. 

Y, sin lugar a dudas, de la misma manera que la luz brilla sobre nuestras cabezas en las estancias oscuras por el brillo de la lámpara, la luz profunda de comprensión brilla sobre la oscuridad de aquellos que nos quieren quitar ese camino positivo de la esperanza.

domingo, julio 16

LA CONCIENCIA SE HACE PRESENTE

José sentía que el tiempo pasaba. Su cuerpo indicaba las marcas del tiempo. Sus habilidades de resistencia disminuían, pero la claridad de su mente caminaba cada vez con más alegría, con más comprensión, con más libertad, con más armonía. 

Notaba que sus pensamientos eran distintos. Sus juicios totalmente diferentes a aquellos de joven. Quería cambiar el mundo. Y todos debían cambiar para ser un mundo más humano, más apacible y más cariñoso. Se estrelló en todos los ideales que llegaron a su alcance. Ninguno de ellos le dio la respuesta a esas ansias universales de paz y de seguridad. 

Su cuerpo crecía. Dejaba la primera juventud. Su mente se ampliaba en conocimiento y sabiduría. Perdía fuerza, pero ganaba libertad de pensamiento. Reconoció que no podía cambiar el mundo ni nadie lo podría intentar. Y descubrió gozoso lo único realmente maravilloso que estaba a su alcance: cambiarse a sí mismo. 

Rompió con muchos mitos, muchos tópicos, muchas ideas aceptadas sin ser discutidas, muchas afirmaciones que había descubierto que no eran ciertas. No era un bloque granítico que no podía ser cambiado. El bloque granítico lo constituían sus ideas de que no podía cambiar. Y al deshacer esas ideas, todo el granito de su rigidez se disolvió como arena del mar. 

Era mucho más que un cuerpo, mucho más que una apariencia, mucho más que una imagen física, mucho más que una fotografía que entrara por los ojos. Un sabio definió al hombre por el pensamiento: “Pienso, luego existo”. José sabía que se enfrentaba a toda una cultura donde la apariencia casi lo era todo. Su cuerpo sólo era un medio para su existencia. Su conciencia lo era todo. 

“El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. Es una voz estridente y ensordecedora, cuyos alaridos tratan de ahogar lo que el Espíritu Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia”. 

“El dolor exige atención quitándose así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. Su propósito es el mismo que el del placer, pues ambos son medios de otorgar realidad al cuerpo”. 

“Lo que comparte un mismo propósito es lo mismo. Esto es lo que estipula la ley que rige todo propósito, el cual une dentro de sí a todos aquellos que lo comparten”. 

“El placer y el dolor son igualmente falacias, engaños, ya que su propósito es inalcanzable. Por lo tanto, son medios que no llevan a ninguna parte, pues su objetivo no tiene sentido”. 

Los sabios de todas las épocas habían ido más allá del dolor, más allá del placer. Somos conciencia y esa conciencia no está en el cuerpo. Acompaña el cuerpo, pero no es el cuerpo. A fuerza de vernos todos los días, de atender al cuerpo cada mañana y cada momento, nos identificamos con el cuerpo, pero no somos el cuerpo. Los cuerpos son distintos en cada persona. La conciencia no es distinta en cada persona. Tiene esencia y bases para sentir la unidad, la hermandad, la fraternidad y la ayuda mutua. 

La conciencia piensa en la eternidad. El cuerpo tiene un límite en la muerte. La conciencia no la tiene. El cuerpo no cree en el cambio. La conciencia sabe que su ampliación va en el mismo sentido en todos los humanos. Al sentir un apretón de manos, un abrazo, un beso y una caricia, la conciencia habla de un amor que va más allá del cuerpo. 

El amor lo descubre la conciencia. El amor entra en el cuerpo y lo revoluciona y lo llena de energía. Y, todavía, pensaba José: “pensamos que somos un cuerpo”. Terrible engaño de la vida. José iba ganando años, iba adquiriendo su aspecto de mayor, pero su sabiduría le indicaba el sendero de la conciencia por donde debía enfocar su atención. 

Y eso a José le hacía vibrar, llenarse de ilusión, colmarse de entusiasmo, abrazar con más atención, sonreír con naturalidad, mirar con claridad, escuchar los ojos tristes de una persona en su revés. 

Podía ver lo que no había visto gracias a esa conciencia que era mucho más que ese cuerpo que, en algún momento, le había hecho presente el dolor.