Rafa se quedaba sorprendido. Hacía tiempo que iba descubriendo que las leyes de la vida iban en dirección contraria a lo que creía, a lo que había visto, a lo que le habían dicho. Así las sorpresas se sucedían en su vida a medida que iba profundizando y comprendiendo las leyes auténticas del vigor y de la nobleza.
Siempre había escuchado, ante un revés familiar, en forma de una enfermedad grave a uno de sus miembros, decir lo siguiente: “hubiera preferido que me hubiera tocado a mí en lugar de ella”. Una sensación de reemplazo, de entrega generosa salía de los corazones naturales.
La idea de sustitución había impactado en el pequeño Rafa. Lo oía, se estremecía y pensaba en las palabras y en el momento difícil que enfrentaba la familia. Pero no se podía hacer nada. No se podía impedir. Cada persona tenía su propia carga y su propio camino.
Así esa frase de sustitución la había ido escuchando en muchos contextos y en muchas diferentes situaciones. Era la reacción natural que cada ser humano expresaba en esos momentos de impotencia. Sin embargo, se hundía en la lectura de esas palabras que estaba leyendo:
“La única manera de curarse es curando. El milagro se extiende sin tu ayuda, pero tú eres esencial para que pueda dar comienzo. Acepta el milagro de curación y se extenderá por razón de lo que es”.
“Su naturaleza es extenderse desde que nace. Y nace en el instante en que se ofrece y se recibe. Nadie puede pedirle a otro que sane. Pero puede permitirse a sí mismo ser sanado, y así ofrecerle al otro lo que él ha recibido”.
“¿Quién podría ofrecerle al otro lo que él mismo no tiene? ¿Y quién podría compartir lo que se niega a sí mismo? El Espíritu Santo te habla a ti, no a otra persona. Y al tú escucharle, Su Voz se extiende porque has aceptado lo que Él dice”.
Era una actitud totalmente distinta a la escuchada. Permitir que el Espíritu Santo actuara en nuestro interior nos llenaba de seguridad, de confianza, de plenitud y de un profundo amor por nosotros mismos y por los que nos rodeaban. Esa actitud de confianza la compartíamos con todos los demás.
Esa actitud de confianza, de apoyo, de alegría, de vida, tocaba las fibras sensibles de todas las almas que nos rodeaban, en especial, aquellas que más lo necesitaban. Entonces el milagro se extendía de forma natural. Rafa se acordaba de aquellas palabras, de aquellos gestos, de aquellas miradas comprensivas que alegraban sobremanera a su hermano enfermo.
La seguridad de la curación la transmitía sin darse cuenta. La confianza de superar el revés le salía por los poros. Su hermano lo captaba y todo su cuerpo, junto con su mente, se ponía de fiesta y equilibraba todos los componentes de su sangre, de sus órganos y de su corazón feliz.
La vida era un milagro continuo, y continuamente se expandía por cada uno de nosotros que vivíamos ese milagro en nuestra alma feliz y agradecida.
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