Mi amigo de Centroamérica era de inteligencia despierta, vivo en captar las situaciones y entregado en la búsqueda de soluciones. Persona intensa, auténtica, entregada y estupenda. Era un placer su conversación. Los minutos y las horas pasaban y no nos dábamos cuenta del tiempo cronológico.
El tiempo psicológico se fundía en un minuto que nos parecía la eternidad de lo bien que nos sentíamos. Ese minuto nunca pasaba por el interés, la alegría, el encuentro y la energía que compartíamos. Era una delicia y no podíamos dejar de lado el reloj cronológico para no recibir una sorpresa en forma de mucho tiempo pasado.
Las responsabilidades debían ser cubiertas y resueltas por nuestros respectivos deberes. Algún que otro enfado, revés, contrariedad había surgido. Siempre se decía que el tiempo era capaz de superar cualquier inconveniente. Pasar del enfado a la calma tomaba su tiempo. Pasar del sentimiento a la paz entendíamos que debía ser paulatino y progresivo.
Se había asumido de esa manera. Por eso, los sabios consejos de que al siguiente día las cosas, desde la distancia, se veían muy diferentes. El ardor del momento las desvirtuaba y las deformaba, las distorsionaba y ponía intenciones que no tenía. La mente bajo el sentimiento herido no funcionaba. El sentimiento se imponía.
La mente no dirigía el sentimiento. Era el sentimiento el que dirigía a la mente. Así la mente dirigida por el sentimiento herido se afanaba en buscar los momentos de molestia para engrandecerlos. En cambio, un corazón en paz y cariñoso, perdonador y comprensivo, despertaba a una mente que buscaba todos los momentos de unión que habían surgido en el camino.
Y eso era una delicia. El corazón perdonador y unido siempre fijaba su atención en la unión. La mente seguía esa disposición del corazón. “Por eso es por lo que el tiempo no tiene nada que ver con la situación de ningún problema, ya que cualquiera de ellos puede ser resuelto ahora mismo”.
“Y por eso es también por lo que, en tu estado mental, ninguna solución es posible. Dios tiene que haberte dado, por lo tanto, una manera de alcanzar otro estado mental en el que se encuentra la solución. Tal es el instante santo”.
“Ahí es donde debes llevar y dejar todos tus problemas. Ahí es donde les corresponde estar, pues ahí se encuentra su solución. Y si su solución se encuentra ahí, el problema tiene que ser simple y fácil de resolver. No tiene objeto tratar de resolver un problema donde es imposible que se encuentre su solución”.
“Mas es igualmente seguro que se resolverá si se lleva donde se encuentra la solución”.
Tratábamos de aplicar estos pensamientos que llegaban hasta nosotros. Sentirnos heridos, molestos y sentidos no era el estado mental para solucionar nada. Más bien era el momento de atacarnos, de herirnos mutuamente y de imponernos el uno al otro.
La mente siguiendo al sentimiento molesto sacaba de toda la experiencia los momentos espinosos que servían para sentirnos más, para molestarnos más. Un proceso en un círculo vicioso que se iba agrandando con nuestros inconvenientes comentarios y palabras inadecuadas.
En cambio, echar mano del corazón santo, tranquilo, sosegado, sabio y sereno nos daba otra visión de las cosas. Entonces la mente se esforzaba por poner de manifiesto las buenas actitudes desarrolladas por ambos. Cada comentario era un bálsamo, era una delicia de dulzura, era un calmante de nuestras heridas habidas.
Había que echar mano de ese instante santo, de ese instante de corazón amante y comprensivo, de esa verdad grabada en los corazones sinceros. Se destapaba y cubría cualquier malentendido entre los dos. No era cuestión de tiempo. Era cuestión de amor. De amor entre los dos. De amor entre dos seres humanos.
Estas palabras son una luz en mi proceso de perdonar.
ResponderEliminarHermosa luz de la vida
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