lunes, julio 3

EL PODER A NUESTRO ALCANCE

Pablo recordaba, con emoción, el poder de una sonrisa, el poder de una mirada, el poder de un estrechamiento de manos, el poder de un abrazo, el poder de una actitud honesta y solidaria. Momentos que se grabaron en el almacén divino de su alma por la potencia y por los cambios que esos simples gestos provocaron. 

Realmente fueron simples, sencillos gestos, pero la fuerza transformadora que desencadenaron dio muestra de su enorme poder en el camino de la vida, en el transcurrir de las emociones y en la apertura inmensa de los corazones que las experimentaron. Había un poder que sobrepasaba todo entendimiento.

Había un poder que cambiaba incluso el funcionamiento de las células del cuerpo, las funciones de sus órganos y la elaboración de las hormonas de la paz y de la alegría que daban tal placer al cuerpo, a la mente, al espíritu y a los ojos abiertos como estrellas, fascinados por la luz de su encuentro. 

Todo ello vibraba en el interior de Pablo. Todo ello estaba grabado en sus poros y en sus recuerdos. Todo ello se elevaba como la gran ilusión de los ojos y del corazón enamorado de todo. Era como una nueva visión. Era como una nueva forma de pensar. Era como una personalidad distinta que emergía de la alegría. 

Poder sin lugar a dudas. “El poder no puede oponerse a nada. Pues ello lo debilitaría, y la idea de un poder debilitado es una contradicción intrínseca. Una fuerza débil es algo que no tiene sentido, y si el poder se utiliza con el propósito para debilitar, se está utilizando para limitar”. 

“Por lo tanto, no puede sino ser limitado y débil, ya que ese es su propósito. Para ser lo que es, el poder no puede tener opuestos. Ninguna debilidad puede adentrarse en él sin convertirlo en algo que no es. Debilitar es limitar e imponer un opuesto que contradice al concepto que ataca”. 

“Y ello añade al concepto algo que es ajeno a él, y lo hace ininteligible. ¿Quién podría entender conceptos tan contradictorios como “un poder-débil” o “un amor odioso?””. 

Pablo se aferraba al concepto de poder fuerte y saludable. Se repetía que el poder no podía atacarlo, menospreciarlo, dejarlo de lado, burlarse o hacer bromas de indiferencia. Si una mirada auténtica y comprensiva tenía ese poder, no podía minimizarla y tratar de desdibujarla en la experiencia. 

No podía subsumirla como un acto reflejo carente de significado para deshacer todo ese poder que fluía por los ojos. No podía dejar de sentir ese apretón de manos cariñoso y compasivo que recibía de sus amigos y de personas queridas. No podía interpretar que eran apoyos sociales carentes de corazón. 

Pablo descubría que él mismo, en ocasiones, les quitaba ese poder a esos gestos, a esos abrazos y a esos apoyos con interpretaciones vacías, superfluas que dejaban la comunicación como un encuentro sin sentido. Decidió, al darse cuenta, que siempre tendría presente el poder en su vida. 

Nunca osaría, con su mente errante e inquieta, tratar de menospreciar el menor signo de cariño que cualquier alma noble y cariñosa le compartiera.

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