sábado, julio 1

IGUALES TODOS, INCLUSO EN LA JUSTICIA

Lucas estaba entretenido con la doble vara de medir de cada uno de los humanos. Cada uno tenía muchas razones para indicar que lo ajeno era perjudicial y censurable. También tenía razones para comprenderse mucho mejor a sí mismo porque, se vivía desde dentro de uno y, en muchas ocasiones, no había habido ninguna mala intención. 

Lo característico del caso era que todos mirábamos desde nuestro interior las incidencias que ocurrían. Si podíamos deducir que, en nuestro interior, al conocer muy bien las incidencias, podíamos ser mucho más comprensivos, lo mismo sucedía con cada persona. Todos éramos muy comprensivos con nosotros mismos. 

Todos éramos iguales en nuestros planteamientos. Eso nos llevaba a comprender mucho más a los demás y a considerarlos iguales a nosotros. No había diferencia. “Una actitud de justicia”, se repetía para sí mismo Lucas. En lugar de censurarnos y atacarnos unos a otros, debíamos darnos la mano y darnos la comprensión que anidaba en el corazón y en nuestra mente. 

“Observa cómo esta percepción de ti mismo no puede sino extenderse, y no pases por alto el hecho de que todo pensamiento se extiende porque ése es su propósito debido a lo que realmente es”. 

“De la idea de que el ser se compone de dos partes, surge necesariamente el punto de vista de que su función está dividida entre las dos. Pero lo que quieres corregir es solamente la mitad del error, que tú crees que es todo el error”. 

“Los pecados de tu hermano se convierten, de este modo, en el blanco central de la corrección, no vaya a ser que tus errores y los suyos se vean como el mismo error”. 

“Los tuyos son equivocaciones, pero los suyos son pecados y, por ende, no son como los tuyos. Los suyos merecen castigo, mientras que los tuyos, si vamos a ser justos, deberían pasarse por alto”. 

Lucas no podía pasar esa idea por alto. Catalogar el error de los demás como mucho más grave que el propio era una distorsión total de nuestra visión. No había diferencia entre nuestro interior y el interior de nuestros hermanos. No había división entre nuestra comprensión y la de nuestros hermanos.

Todo el proceso era el mismo. Solamente al final parecía que nos era más fácil hacer la distinción con los otros, basándose en una comprensión mayor a nosotros mismos. La balanza de la justicia se desequilibraba y los censurábamos con todas nuestras fuerzas. 

Un error total. Una equivocación brutal. Éramos iguales. Teníamos los mismos órganos. Disponíamos de las mismas capacidades. El resultado debería ser el mismo. Si en nosotros eran equivocaciones y no pecados, en los demás eran también equivocaciones y no pecados. 

El sentido de equidad se imponía. La doble vara de medir no tenía ningún sentido, ninguna justificación, ninguna justicia. Éramos todos iguales en todo.

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