jueves, julio 6

LA QUIETUD: NUESTRA PUERTA A LA LUZ

El señor García hacía su aparición cada día a la misma hora. Iba a revisar las instalaciones y la situación de los laboratorios de la universidad. Sabía que los alumnos, en su juventud y en sus momentos de charlas, podían dejar abiertos ciertos grifos, ciertos mecheros de gas. 

Al principio de curso eran muy cuidadosos, pero al avanzar los días se familiarizaban con todos los artefactos y la prudencia y el control bajaban. Las conversaciones tomaban sus prioridades y creían que dejaban todo en perfecto estado. Eran materiales altamente inflamables y altamente agresivos para dejar de tomar todas las precauciones. 

Josué seguía con su mirada las inspecciones del señor García. Centrado en él mismo, sin permitir dejarse despistar por ninguna conversación iba revisando cada grifo, cada mechero, cada bombona, cada recipiente de materia agresiva. Todo debía estar en perfecto estado. Nada podía perturbar el aprendizaje de los alumnos. 

Nada de tabaco, nada de cerillas, nada sin ponerse los guantes en las manos. Cada gesto, cada actitud, cada mirada estaba dirigida a su objetivo. La seguridad de los alumnos estaba en sus manos, en sus pensamientos y en su concienzuda vigilancia. No podía fallarles. No podía ponerlos en riesgo. 

Su teléfono personal sonó. Lo cogió. Vio la llamada. La colgó y continuó pasando su certera y precisa revisión. No eran momentos de conversación. Otros asuntos podían esperar. La inspección era suprema y así se lo indicaba a su mente. No le permitía pensar en otros asuntos que no fueran la seguridad, la desconexión y el sellado de los envases. 

Josué se quedaba estupefacto. Cada día, cada mañana, le llamaba la atención el señor García. Sabía hacer muy bien su trabajo. No permitía que nada ni nadie le distrajera y podía así certificar, sin temor a equivocarse, que se podían utilizar los laboratorios a plena conciencia y con plena confianza. 

“En la quietud todas las cosas reciben respuestas y todo problema queda resuelto serenamente. Pero en medio del conflicto no puede haber respuesta ni se puede resolver nada, pues su propósito es asegurarse de que no haya solución y de que ninguna respuesta sea simple”. 

“Ningún problema puede resolverse dentro del conflicto, pues se le ve de diferentes maneras. Y lo que sería una solución desde un punto de vista, no lo es desde otro”. 

“Tú estás en conflicto. Por lo tanto, es evidente que no puedes resolver nada en absoluto, pues los efectos del conflicto no son parciales. No obstante, si Dios dio una solución, de alguna manera tus problemas tienen que haberse resuelto, pues lo que Su Voluntad dispone ya se ha realizado”. 

Josué entendía muy bien, ante la lectura de la quietud y del conflicto, la actitud de paz y de tranquilidad del señor García. Debía estar en quietud, en paz, en serenidad. No podía perder esa quietud ni esa paz. Su trabajo dependía de su paz. Si se centrara en sus conflictos, se le pasarían por alto algunos detalles realmente peligrosos. 

Josué pensaba que muchos de nosotros éramos inconscientes de que, desde el conflicto, no podíamos abordar ninguna solución, ningún trabajo bien hecho, ninguna relación bien orientada. La afirmación era tajante: “Tú estás en conflicto”. Por ello, nuestra búsqueda de la quietud y de la paz se ofrecía como indispensable. 

La quietud y la paz nos podían dar muchas soluciones que nunca podríamos encontrar desde el fragor del conflicto y de los ánimos alterados. Era indispensable dejar que el ardor pasara y que los vientos amainaran. En una situación de quietud y de paz todo podría ser considerado con precisión y efectividad.

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