miércoles, julio 26

¿NOS ATACAMOS A NOSOTROS MISMOS?

Guille pensaba en todas las advertencias que sus padres le hacían acerca de las otras personas. Siempre había en ese aviso una enorme cantidad de miedo que se transmitía en sus palabras. El miedo era el protagonista que se metía en su cuerpo. Lo sentía y lo vivía. Un cierto miedo al mundo se instaló en su interior. 

Las noticias que se comentaban en su casa siempre tenían a una persona sincera y honesta que se sentía engañada, abusada, dirigida en caminos nada honestos y que terminaba siendo víctima de personas malvadas. A esas personas atroces había que evitarlas. 

Guille lo veía difícil cuando se comentaba que esas personas se presentaban con buenas intenciones y con una sabiduría bien desarrollada para ganarse la confianza de gente que no conocían. Bajo el disfraz de la ayuda se escondían las más terribles alimañas que buscaban la destrucción de la víctima. 

No era fácil fiarse de nadie. No era fácil confiar en las personas desconocidas. El miedo siempre estaba presente para impedir la experiencia negativa. El miedo siempre impedía que la naturalidad de la vida se desarrollara. Un miedo latente, siempre presente y siempre sentido en todos sus músculos y pensamientos. 

En algunas ocasiones se pensaba en esas personas y se soñaban ideas para vencerlas y destruirlas. A la par que un rol de víctima, también se desarrollaba, en el interior, un rol de verdugo de tales tipos de personas que iban quitando la calma y la tranquilidad a todos los vecinos de la barriada. 

Así, sin darse cuenta, ante un desarrollo de la prudencia en las relaciones, se exacerbaba el pensamiento crítico hasta tal punto que en lugar del oportuno aprendizaje se hacía presente el rol doble de la persona: víctima y verdugo. 

“Sueñas que tu hermano está separado de ti, que es un viejo enemigo, un asesino que te acecha en la noche y planea tu muerte, deseando además que sea lenta y atroz”. 

“Mas bajo este sueño yace otro, en el que tú te vuelves el asesino, el enemigo secreto, el sepultador y destructor de tu hermano, así como del mundo. He aquí la causa del sufrimiento, la brecha entre tus míseros sueños y tu realidad”. 

“Tú eres el soñador del mundo de los sueños. Éste no tiene ninguna otra causa, ni la tendrá jamás. Todo lo que aterrorizó al Hijo de Dios y le hizo pensar que había perdido su inocencia, repudiado a su Padre y entrado en guerra consigo mismo no es más que un sueño fútil”. 

Guille veía con mayor claridad el origen de su miedo y el origen de su sufrimiento. Había nacido en él. La prudencia exagerada le había producido miedo. La prudencia exagerada lo había convertido en verdugo. 

La prudencia exacerbada había convertido un sencillo aprendizaje de una oportuna distancia en la relación en un miedo terrible y atroz que le había distorsionado la visión y consideración de los demás. 

Lo que acababa de descubrir era que se había convertido en una víctima y un verdugo a la vez. Eso le dejó sin palabras. Eso le dejó sin aliento. “¿Cómo era posible?” se preguntaba. “No podía ser, no podía ser, no podía ser” se repetía. Era su propia víctima y su propio verdugo. El miedo lo distorsionaba hasta tal punto que se atacaba a sí mismo en sus pensamientos. 

Y siempre creía que era otro el que lo hacía. Era una luz que se le abría en su mente. Su miedo estaba dentro de él. Su miedo se lo provocaba él. Su miedo subía de tono cuando se atacaba a sí mismo. Su miedo desaparecía cuando despertaba y se veía a sí mismo sin atacar ni atacarse. 

Por fin, había entendido.

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