miércoles, julio 12

CLARIDAD Y NO CONFUSIÓN

Sebas estaba aquella mañana jugando con el agua de aquel riachuelo que corría a sus pies en aquella hondonada del valle. Colores naturales lo engalanaban por su viva vegetación. El agua se sentía fresquita y natural, buena y agradable. La luz la atravesaba y su cristalino reflejo daba a conocer la limpieza de la misma. 

Jugaba con la corriente, con la claridad, con la limpieza y con las hermosas sensaciones que en su mente le despertaba. Sabía que, si removía el fondo, el agua se pondría turbia y perdería toda su belleza natural. Las imágenes se agolpaban en su vista y en su imaginación. 

Al entrar en liza su imaginación comprobaba que también en su mente estaban los pensamientos cristalinos con los turbios. Ideas de belleza sin par con otras ideas menos atrayentes y admirables. Contrastes que le definían y dibujaban un poco su vida en aquella corriente bella agradable. 

Entre los pensamientos turbios, Sebas se daba cuenta de la naturalidad de la crítica y del ataque a los demás. En muchas ocasiones había justificado una mala palabra, una crítica acerada e injusta. Todo para defenderse a sí mismo. No se daba cuenta de que lo innecesario era el ataque y las malas palabras. 

Reconocía que hubiera sido mucho mejor disculparse por esas ideas, por esos pensamientos. Nadie tenía la pulcritud de poder juzgar y condenar a nadie. Sin embargo, condenar y ajusticiar siempre había existido en el ser humano. Por primera vez comprendía, que la influencia de Jesús era evitarnos esos problemas de la crítica y de la condenación. 

“Allí donde un milagro ha venido a sanar no hay tristeza. Y lo único que se requiere para que todo esto ocurra es un instante de tu amor sin traza alguna de ataque. En ese instante sanas, y en ese mismo instante se consuma toda curación”. 

“¿Qué podría estar separado de ti, una vez que has aceptado la bendición que el instante santo brinda? No tengas miedo de bendecir, pues Aquel que te bendice ama al mundo y no deja nada en él que pueda ser motivo de miedo”. 

“Pero si te niegas a dar tu bendición, el mundo te parecerá ciertamente temible, pues le habrás negado su paz y su consuelo, y lo habrás condenado a muerte”. 

Sebas se estremecía. Veía que el barro podía empañar aquella agua cristalina. Y de la misma forma, veía que dejar de bendecir a los demás convertía su mente en barro, en confusión, en falta de visión, en suciedad, en perdición, en condenación. El agua cristalina se reflejaba en sus ojos y no quería ensuciarla con sus dedos. 

Su pensamiento cristalino podía permanecer limpio, bello, admirable y agradable, no siguiendo la deriva condenatoria que quitaba la alegría, la existencia y la vida. Sus dedos seguían jugando con el agua clara. Su pensamiento se concentraba en la belleza y quería seguir disfrutando de su hermosa claridad.

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