Samuel se despertó de inmediato al dar con su cuerpo en el suelo. Se había caído de la cama. La angustia del sueño era incontenible. Sentía que se despeñaba por un vacío y que no encontraba el fin. La sensación de la caída interminable se desarrolló en un pánico intenso que no veía el modo de parar. Y la vida, que siempre es tan sabia, le hizo caer de la cama y desterrar ese sueño tan nocivo.
Samuel volvió a la cama emocionalmente más calmado. Al darse cuenta de que era un sueño se tranquilizó. La serenidad volvió a sus huesos, a su pensamiento y a su cuerpo. En el sueño se veía perdido, desorientado, aturdido, una presión fuerte en la garganta y ninguna solución para resolverlo.
La mente soñando se creía todo lo que se vivía en el sueño. Lo vivía con la misma realidad que durante el día. Tenía su vida propia ajena a nuestra voluntad. Allí se cocía otra vida que no aparecía durante la vigilia. Soñar era tan real que no dudó en empujarlo fuera de la cama para que esa tragedia terminara y recobrara la tranquilidad.
Samuel sabía que ese sueño alternaba el día y la noche, el sueño y la vigilia. Ahora estaba ahondando en otro tipo de sueño: “No puede elegir despertarse de un sueño que la misma persona no urdió”.
“Es la víctima impotente de un sueño concebido y preciado por otra mente, la cual no se preocupa por él en absoluto, y es tan indiferente a su paz y a su felicidad como lo es el tiempo o la hora del día”.
“No lo ama, sino que caprichosamente lo obliga a desempeñar cualquier papel que satisfaga su sueño. Es tan poca su valía que él no es más que una sombra danzante, que sube y baja al compás de un guion disparatado concebido dentro del fútil sueño del mundo”.
“Ésta es la única imagen que puedes ver, la única opción que tienes ante ti, la otra posible causa, si es que tú no eres el soñador de tus propios sueños. Y esto es lo que eliges cuando niegas que la causa del sufrimiento esté en tu mente”.
“Alégrate de que lo esté, pues de esta manera tú eres el único que puede determinar tu destino en el tiempo. Las únicas alternativas que tienes ante ti son o bien una muerte durmiente y sueños de maldad, por una parte, o bien un feliz despertar y la alegría de la vida, por otra”.
Samuel aprendió aquella noche que cuando fue consciente de su sueño al despertarse por caer de la cama, la angustia desapareció. La calma retornó. Y la profunda inquietud que vivía en el sueño desapareció en la consciencia.
Ahora se le ofrecía la misma tesitura. Podía estar soñando durante el día. Podía estar soñando durante el trabajo, durante su pensamiento del trabajo. Podía estar soñando con sus amigos y durante las decisiones que tomaba que creía que eran mejores para su vida. Reconocía, por primera vez, que podía estar soñando.
Nadie le obligaba a ese sueño. Él mismo lo creía. Y esa creencia era decisiva para vivir su vida tal como lo hacía. Se repetía esas características de ese sueño que no era el suyo: “Es la víctima impotente de un sueño concebido y preciado por otra mente, la cual no se preocupa por él en absoluto, y es tan indiferente a su paz y a su felicidad como lo es el tiempo o la hora del día”.
“No lo ama, sino que caprichosamente lo obliga a desempeñar cualquier papel que satisfaga su sueño. Es tan poca su valía que él no es más que una sombra danzante, que sube y baja al compás de un guion disparatado concebido dentro del fútil sueño del mundo”.
Samuel no quería seguir ese guion. Quería seguir el suyo consciente. Quería aplicar la misma experiencia que había tenido al despertarse. Al sentirse consciente de su sueño, la tranquilidad volvió. Quería vivir su vida admitiendo que era el soñador de sus propios sueños. Admitía que la causa del sufrimiento estaba en su mente.
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