domingo, agosto 9

 

La mañana se abría con la luz que se reflejaba en la terraza de enfrente. No entraba directa. El pensamiento de aquel hombre recordaba la acción de vender el alma al diablo. Era un tema que siempre acababa mal en todas las culturas. Sin embargo, en nuestros días, aquellos que no ven tendencias buenas en los demás y se fijan sólo en los errores, parecieran decir que ellos no cometen errores. 

Esa actitud era vender el alma al diablo porque la verdad era que todas las personas tenían buenas actitudes, buenos pensamientos, y buenas acciones. Valoremos, en su justa medida, la bondad de todos. Así evitaremos vender nuestra alma al diablo que solamente ve negras sombras en cada uno de nosotros. 

jueves, septiembre 12

NO PUEDES CORREGIRTE A TI MISMO


Pablo empezaba a darse cuenta de que la corrección necesitaba de un referente para poder comparar con él lo que estaba bien y lo que estaba mal. Ese referente estaba formado de decisiones de la mente y de los conceptos del bien y del mal. Jesús ofreció otras posibilidades en los que la mente nunca había pensado. 

Después estaba también la diferente aplicación de ese referente del bien y del mal. Jesús les invitó a que aplicaran ese referente a los demás y a ellos mismos. “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra”. ¿Cómo podía ese referente, en las manos de las personas, condenar a unas y liberar, por las mismas faltas a otras? 

Realmente Pablo descubría que las personas no podían aplicar ningún referente de condenación a nadie. “Tú no te puedes corregir a ti mismo. ¿Cómo ibas a poder entonces corregir a otro?”. 

“Puedes, no obstante, verlo verdaderamente, puesto que te es posible verte a ti mismo verdaderamente. Tu función no es cambiar a tu hermano, sino simplemente aceptarlo tal como es”. 

“Sus errores no proceden de la verdad que mora en él, y sólo lo que es verdad en él es verdad en ti. Sus errores no pueden cambiar esto, ni tener efecto alguno, ni tener efecto alguno sobre la verdad que mora en ti”. 

“Percibir errores en alguien, y reaccionar ante ellos como si fueran reales, es hacer que sean reales para ti. No podrás evitar pagar las consecuencias de esto, no porque se te vaya a castigar, sino porque estarás siguiendo al guía equivocado, y, por lo tanto, te extraviarás”. 

Pablo entendía cada vez mejor que ese referente que nos dictaba los errores de los demás eran incomprensiones nuestras. Era mucho mejor dejar de condenar e ir descubriendo, por experiencia, la excelencia de la visión de Jesús e imitar sus propuestas.

jueves, septiembre 5

CREER IMPLICA ACEPTAR Y APRECIAR


Rogelio se acordaba de las veces que había creído lo que le decía bien su madre o su padre, bien los amigos, bien un compañero o un adulto. Esas ocasiones habían devuelto la paz a su interior y la hostilidad, la lucha que le nacía en sus entrañas se apaciguaba como una tormenta de verano. 

Creer en las personas era nuestro gran tesoro. No lo confundía con la credulidad. Había muchas personas que no merecían ser creídas. Ellas mismas no se valoraban. Pero, Rogelio siempre trataba de valorar a los demás. Si al final no cumplían su palabra, no se sentía engañado. Se sentía triste por la poca estima que mostraban las otras personas. 

A nadie le llenaba de felicidad engañar a las otras personas. Una vez descubiertas perdían todo elemento de confianza en ellas mismas. Confiar era siempre la gran apuesta de las personas. Se corría riesgo. Pero era un riesgo lleno de ganancias. Si la otra persona correspondía, se ganaba a un amigo/a. 

“No creer es estar en contra, o atacar. Creer es aceptar, y también ponerse de parte de aquello que aceptas. Creer no es ser crédulo, sino aceptar y apreciar. No puedes apreciar aquello en lo que no crees ni puedes sentirte agradecido por algo a lo que no le atribuyes valor”. 

“Por juzgar se tiene que pagar un precio porque juzgar es fijar un precio. Y el precio que fijes es el que pagarás”. 

Rogelio se quedaba pensativo dándole vueltas a esa idea de creer. Él le había dado ese valor a la palabra ‘confiar’. Se quedaba fijo en la idea de que ‘creer’ implicaba ‘aceptar’ y ‘apreciar’. La inteligencia intervenía y la consciencia también. Así huía de la idea de ‘ser crédulo’. 

Continuaba pensando que uno de los tesoros más grandes del ser humano era ‘creer’ con las ideas de ‘aceptar’ y ‘apreciar’. Un buen motivo de reflexión que le llenaba su horizonte de colores suaves y amplios que llenaban su mirada.

martes, septiembre 3

TU MIRADA CAMBIA AL OTRO


Juan sabía que, desde sus ojos, unas veces, salía una mirada comprensiva y, otras veces, una mirada de culpabilidad. Como siempre, creía que sus miradas no tenían incidencia en quien las recibía. Eran situaciones que ocurrían y no tenían la más mínima importancia. 

En una ocasión la reacción de una persona le hizo ver que sus ojos tenían tal poder que eran fácilmente captados por otros ojos que recibían esas miradas. Desde entonces, empezó a darse cuenta de que sí eran importantes la cualidad de sus miradas. 

“Cuando un hermano se comporta de forma demente sólo lo puedes sanar percibiendo cordura en él. Si percibes sus errores y los aceptas, estás aceptando los tuyos”. 

“Si quieres entregarle tus errores al Espíritu Santo, tienes que hacer lo mismo con los suyos. A menos que esta se convierta en la única manera en que lidias con todos los errores, no podrán entender cómo se deshacen”. 

“¿Qué diferencia hay entre esto y decirte que lo que enseñas es lo que aprendes? Tu hermano tiene tanta razón como tú, y si crees que está equivocado te estás condenando a ti mismo”. 

Juan sabía que estaba en aguas nuevas que no le eran conocidas. La idea del error estaba grabada en su mente. En cambio, la forma de deshacer el error no lo había practicado en su vida. La mirada lo era todo. Sus ojos debían ver cordura en el otro. 

Venía a su mente las leyes de la influencia entre unos y otros. La confianza engendraba confianza. La paz engendraba paz. La amabilidad despertaba amabilidad. La cordura despertaba cordura. Así Juan podía comprender un poco mejor la idea de deshacer el error.

domingo, septiembre 1

LA ANSIEDAD DE CORREGIR


Lucas, creyendo que hacía bien, tenía, en ocasiones, una cierta ansiedad por corregir a los demás cuando el error sucedía. No podía aceptar que, siendo las personas seres en proceso de cambio continuo, la idea de una pretendida perfección estuviera grabada tan hondo dentro de él. 

Había visto en muchas ocasiones la baza de que alguien le pudiera echar en cara a otra persona su equivocación. Ya no lo hacía en conversación personal y privada. Pretendía hacer el mayor daño moral posible. Esa idea de subrayar de que la otra persona no era perfecta producía cierto placer perverso. 

Era un juego equivocado donde cada uno a su turno iba degustando las hieles de ser enfrentados con errores de forma poco humana, comprensiva y caritativa. Alguien le dijo que estaba feliz porque las personas no lo iban a juzgar. Dios, en su conocimiento de todo, podía ser más equilibrado y comprensivo. Además, el amor nunca condenaba. 

“Reaccionar ante cualquier error, por muy levemente que sea, significa que no se está escuchando al Espíritu Santo. Él simplemente pasa por alto todos los errores, y si tú le das importancia, es que simplemente no lo estás oyendo a Él”. 

“Si no lo oyes, es que estás escuchando al ego, y mostrándote tan insensato como el hermano cuyos errores percibes. Esto no puede ser corrección. Y, como resultado de ello, no sólo se quedan sus errores sin corregir, sino que renuncias a la posibilidad de poder corregir los tuyos”. 

Lucas iba disminuyendo su nivel de ansiedad e iba aumentando su nivel de comprensión. Captaba que, si creía firmemente en el error del otro, era simplemente porque él tenía los mismos errores. Y se debían corregir los errores del otro y los nuestros.

viernes, agosto 30

LOS DOS NIVELES DEL ERROR


Marcos nunca se había planteado dos niveles en el tema de la corrección. Recordaba que Jesús sí que había utilizado esos dos niveles en ese proceso. En el caso de la acusación de la mujer sorprendida en adulterio, la solución estaba clara. Debía ser condenada. Y eso implicaba la muerte. 

Marcos había pensado que nunca podría haber dado con la solución de Jesús. Su mente estaba situada en un solo nivel: el nivel de la condenación. Jesús no siguió ese tipo de mente porque la mente divina era la mente de salvación. La mente del ego, la del primer nivel, lo tenía claro. Lo has hecho, lo debes pagar. 

La mente del Espíritu Santo, la del segundo nivel, lo tenía claro también. Te has equivocado, puedes aprender a hacerlo mejor. Como la mente divina no condenaba, ofreció a la mente del ego que sí que condenaba que aquel que se viera libre de condena, iniciara la condenación con el lanzamiento de la primera piedra. 

“Si le señalas a tu hermano los errores de su ego, tienes forzosamente que estar viendo a través del tuyo porque el Espíritu Santo no percibe sus errores. Esto tiene que ser verdad toda vez que no existe comunicación entre el ego y el Espíritu Santo”. 

“Lo que el ego está diciendo no tiene sentido, y el Espíritu Santo no intenta comprender nada que proceda de él. Puesto que no lo entiende, tampoco lo juzga, pues sabe que nada que el ego haga tiene sentido”. 

Marcos empezaba a ver la idea de los dos niveles. Eran muy distintos. El primer nivel del ego seguía su lógica de condenación. El segundo nivel del Espíritu Santo seguía su camino de salvación. Eran dos caminos que no podían tener nada en común. 

Estaba contento con estos atisbos de comprensión de los dos niveles en el tema de la corrección.

miércoles, agosto 28

LA CORRECCIÓN DE LOS ERRORES


Mateo siempre había tenido problemas con los asuntos de la corrección de los demás. Creía que, cuando veía a alguien equivocado, era su deber clarificarle su error. Mateo creía que así le ayudaba. Era la visión que había ido adquiriendo. Sin embargo, muchas personas a las que se había dirigido habían reaccionado mal. 

Había algo en la corrección que no llegaba a entender. Sabía que al corregir lo hacía desde un nivel en el que él mismo se declaraba acertado. La corrección suponía entonces dos juicios. Uno era el error del otro, según su entendimiento. Otro era su certeza de que tenía razón, según su entendimiento. 

Se prestaba a leer cuidadosamente lo que el siguiente párrafo proponía: “Para el ego, lo caritativo, lo correcto y lo apropiado es señalarles a otros sus errores y tratar de ‘corregirlos’. Esto tiene perfecto sentido para él porque no tiene idea de lo que son los errores ni de lo que es la corrección”. 

“Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego. Cuando corriges a un hermano le estás diciendo que está equivocado. Puede que en ese momento lo que esté diciendo no tenga sentido, y es indudable que si está hablando desde su ego no lo tiene”. 

“Tu tarea, sin embargo, sigue siendo decirle que tiene razón. No tienes que decírselo verbalmente si está diciendo tonterías. Necesita corrección en otro nivel porque su error se encuentra en otro nivel. Sigue teniendo razón porque es un Hijo de Dios. Su ego, por otra parte, está siempre equivocado. No importa lo que diga o lo que haga”. 

Mateo se había quedado pensativo. Era un contrasentido. “Los errores pertenecen al ámbito del ego, y la corrección de los mismos estriba en el rechazo del ego”. La conclusión era fácil. El ego no podía corregir porque se autodestruía a él mismo. 

Ahora entendía las malas experiencias cuando trataba de corregir a los demás. Desde el ego no se podía hacer nada porque la solución estaba en el rechazo del pensamiento del ego.