domingo, septiembre 1

LA ANSIEDAD DE CORREGIR


Lucas, creyendo que hacía bien, tenía, en ocasiones, una cierta ansiedad por corregir a los demás cuando el error sucedía. No podía aceptar que, siendo las personas seres en proceso de cambio continuo, la idea de una pretendida perfección estuviera grabada tan hondo dentro de él. 

Había visto en muchas ocasiones la baza de que alguien le pudiera echar en cara a otra persona su equivocación. Ya no lo hacía en conversación personal y privada. Pretendía hacer el mayor daño moral posible. Esa idea de subrayar de que la otra persona no era perfecta producía cierto placer perverso. 

Era un juego equivocado donde cada uno a su turno iba degustando las hieles de ser enfrentados con errores de forma poco humana, comprensiva y caritativa. Alguien le dijo que estaba feliz porque las personas no lo iban a juzgar. Dios, en su conocimiento de todo, podía ser más equilibrado y comprensivo. Además, el amor nunca condenaba. 

“Reaccionar ante cualquier error, por muy levemente que sea, significa que no se está escuchando al Espíritu Santo. Él simplemente pasa por alto todos los errores, y si tú le das importancia, es que simplemente no lo estás oyendo a Él”. 

“Si no lo oyes, es que estás escuchando al ego, y mostrándote tan insensato como el hermano cuyos errores percibes. Esto no puede ser corrección. Y, como resultado de ello, no sólo se quedan sus errores sin corregir, sino que renuncias a la posibilidad de poder corregir los tuyos”. 

Lucas iba disminuyendo su nivel de ansiedad e iba aumentando su nivel de comprensión. Captaba que, si creía firmemente en el error del otro, era simplemente porque él tenía los mismos errores. Y se debían corregir los errores del otro y los nuestros.

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