miércoles, noviembre 30

UNA LECCIÓN NO APRENDIDA

Daniel había leído aquella historia muchas veces. Siempre le había dado el mismo significado. Desde pequeño, la había escuchado. Desde pequeño se le había quedado en su interior como una solución impensable. Hay situaciones en la vida en la que no vemos salidas para superar los inconvenientes. Una de las lecciones de Jesús es darnos alternativas para encontrar la superación de esas incidencias sin atacar a nadie, absolutamente a nadie. 

Daniel se enfrentaba otra vez a la misma historia. En esos momentos la estaba viendo desde una visión que nunca había considerado. ¿Cómo solucionar problemáticas de enfrentamiento sin dejar a nadie malparado? Y, a pesar de aparentes imposibles, había siempre una solución impensable. Jesús nos lo demostraba, una vez más, con el episodio de la mujer sorprendida en adulterio.

Los detalles eran extremos. Según la Ley de Moisés debía ser apedreada. La vida le era requerida. No una pena cualquiera. Debía pagar con la propia vida. Estaba implicado el estamento religioso, las enseñanzas religiosas. Esas leyes debían cumplirse. Daniel pensaba que ese elemento específico religioso era de obligado cumplimiento. Jesús no podía rebelarse contra ella. 

Los acusadores eran de todas las edades. No eran unos jóvenes extremistas carentes de la sensatez de la edad. Todo tipo de sabiduría estaba representado en aquel grupo heterogéneo. Había un deseo de condenación muy bien fundamentado. La condenación era sí o sí. Jesús sabía que no iban directamente por aquella mujer. Iban directamente por Él. 

Daniel se sorprendió de que Jesús no los descubriera y les mostrara la terrible falsedad de la acusación. Eran actores de un enfrentamiento de vida o muerte. Jesús no puso en evidencia a los acusadores, ni a la acusada, ni a la Ley de Moisés. Jesús descubría una actitud de condena en el alma humana totalmente equivocada.

Todo el objetivo de la acción divina sobre el alma humana era transformar, atraer, perdonar, comprender, aliviar, amar y apoyar. ¿Aquellos hombres, con la condena de la mujer, buscaban el bien del Padre Celestial? Daniel vio en Jesús una mirada distinta. Debía salvar a la mujer, debía salvar a los acusadores. Ahí veía Daniel el planteamiento que le sorprendía. No se posicionaba “a favor de” y “en contra de”.

Eso le hizo mella en su interior. No se trataba de posicionarse. Se trataba de buscar la unión entre todos. La comprensión debía salir del fondo de las almas. Cuando salía del fondo de las almas, el alma aprendía. Y agradece al Padre la ayuda. Daniel se vio también sorprendido por la confianza que puso en el alma humana: “el que esté libre de error o pecado que tire la primera piedra”. 

Era una decisión arriesgada. Sin embargo, Jesús sabía que dentro de cada corazón humano había una chispa de la bondad infinita. La sabiduría hizo su efecto. “Jesús no los recriminó como nosotros solemos hacerlo”, pensó Daniel. Nadie condenó. Jesús tampoco condenó. Daniel aprendía la lección y descubría la gran aventura de la vida: No condenar a nadie era no condenarse a sí mismo. 

“Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías la Expiación”. 

“A la culpabilidad no le llegará su fin mientras creas que está justificada”. 

Daniel cerraba los ojos. Bajaba, en su luz interior, hasta su corazón. Se repitió las palabras: Jesús no condenó y nos enseñó la lección: nadie debemos condenar. De otro modo, sería una rueda equivocada que nunca dejaría de girar.

martes, noviembre 29

UNA CONFUSIÓN COMUN

Rafa sentía que estaba pisando arenas movedizas. Un lugar donde no se sentía totalmente seguro. Sus esfuerzos, en lugar de llevarle adelante, lo hacían hundirse más en las dudas, en las frustraciones y en las desesperaciones. Hacía todo lo que podía. Sin embargo, el resultado era evidente. No iba adelante. Estaba parado. Y lo peor de todo: estaba hundiéndose.

Sus esfuerzos, sus deseos, sus ansias, sus anhelos. Todo funcionaba en él. No faltaba nada para aplicar su energía. Nadie le podía exigir nada más. Pero, a pesar de todo, no encontraba el camino. No encontraba la solución. Estaba estancado. No sabía qué hacer más. En esos momentos, su mente empezó a jugar con él. Le planteó un juego. 

Le preguntó: “¿qué harías si el coche se hubiera hundido en un lugar del que no pudiera salir por sí solo? Rafa le contestó de inmediato: “llamaría a una grúa”. Buena respuesta le contestó la mente. Dejarías de centrarte en ti mismo. Aceptarías que no puedes hacer nada más y pensarías en otra fuerza para resolver la cuestión. 

Rafa comprendió que necesitaba otra fuerza para orientar su vida, solucionar su cometido. Buscó, buscó, buscó y halló la solución: “El instante santo (la puerta de entrada) no procede únicamente de tu pequeña dosis de buena voluntad”. 

“Es siempre el resultado de combinar tu buena voluntad con el poder ilimitado de la Voluntad del Padre”. 

Te equivocabas cuando pensabas que era necesario que te preparases para Él”.

“Es imposible hacer arrogantes preparativos para la santidad sin creer que es a ti a quien le corresponde establecer las condiciones de la paz”. 

El Padre las ha establecido ya

“Dichas condiciones no dependen de tu buena voluntad para ser lo que son”. 

“Tu buena voluntad es necesaria sólo para poder enseñarte lo que son”.

Si sostienes que no eres digno de aprender esto, estarás interfiriendo en la lección al creer que tienes que hacer que el alumno sea diferente”. 

Rafa, por fin, se quitaba un peso de encima insoportable. A él le competía ofrecer la pequeña dosis de buena voluntad. La combinación con la Voluntad del Padre era ese misterio que se le revelaba. No tenía que hacer nada. Debía aprender y aceptar la enseñanza. 

Reconocía, en sus profundos adentros, que esa posición de aparente humildad de no considerarse digno de aprender ese camino, era la torpeza mayor que cometía. El Padre le había dado toda la dignidad. ¿Quién era él para interferir en lo que el Padre había designado?

Inclinó su cabeza. Su mente emocionada, llena de gratitud, llena de verdad, llena de claridad. Una lágrima en sus ojos. Alegría en su pecho. Batir de alas en su corazón. Por fin se dejaba ver tal como Su Padre le creó. “Ese es el verdadero Rafa”, se dijo para sí: “Hijo del auténtico y genuino Padre Celestial”.

lunes, noviembre 28

LA PEQUEÑA DOSIS DE BUENA VOLUNTAD

Benjamín leía el título de aquel apartado del libro: La pequeña dosis de buena voluntad. Y su mente, siempre buscando descubrir el misterio entre líneas, se paró en dos palabras. “pequeña” y “buena”. Dos palabras que estaban al alcance de cada ser humano. 

No se trataba de hacer grandes proezas. Sencillamente eran cualidades que anidaban en el alma humana. Todos podíamos hacer “pequeñas” cosas. Todos podíamos aportar nuestra “buena” actitud. Y, sin embargo, estaba en un capítulo donde se hablaba de conseguir el instante santo.

El instante santo era la puerta de entrada a una vida santa. Una santidad natural. Hecha de vida, de sencillez, de cariño, de unión y exenta de división, y enfrentamiento. Una santidad donde todos los seres humanos podían sentirse felices, respetados, amados, apreciados y tenidos en cuenta. Algo sencillo y universal. Toda una oportunidad. 

Benjamín veía que esos recursos abundaban en la gente. No había carencia de ellos. Era posible. Era factible. Estaba a la mano. Pero, a la vez, veía que en esa sencillez estaba su peor inconveniente. La mente humana amaba lo grandioso, lo extraordinario, lo que destacaba. Esperaba ver en ello la culminación de sus anhelos y la resolución de todos sus problemas. 

El texto era un aviso en contra de esa complejidad mental. Era un tópico compartir que la solución siempre estaba donde no la buscabas. Y Benjamín veía que la solución volvía a estar donde no se buscaba. Y esa era su dificultad. “No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide, o, de lo contrario, creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro”. 

Esa confusión era propia de la mente. Ser consciente de la confusión era despertar. Entender que nuestra mente estaba confundida era el punto capital de crecer, de comprender, de resolver la cuestión, de superarnos como seres humanos. La confusión nos cegaba, nos impedía ver el amor, nos reducía como individuos, nos aniquilaba como unión. 

Por ello, veíamos tanta confusión, tanta desunión, tanto enfrentamiento. “No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide”. No estaba en nuestras manos. No estaba en nuestras cualidades. La unión y la esperanza de sentirnos todos unidos, no estaba en nosotros. Era función del Espíritu Santo. 

La confusión de esa actitud hacía funcionar al Espíritu Santo como el ego. “Creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro”. Y ese era nuestro peligro. “El Espíritu Santo pide muy poco”. 

“Él es quien aporta la grandeza y el poder”. 

“Él se une a ti para hacer que el instante santo (puerta de entrada) sobrepase con mucho tu entendimiento”. 

“Darte cuenta de lo poco que tienes que hacer es lo que le permite a Él dar tanto”. 

Y lo poco que teníamos que hacer era “una pequeña dosis”. No se trataba de un gran esfuerzo interminable. Noches sin dormir. Cansancio a reventar. Dificultades para superar. “Una pequeña dosis”. Estaba dicho todo. El segundo término era muy asequible también: “buena voluntad”. Todos hemos visto cómo se han solucionado muchos incidentes y problemas en la vida con buena voluntad. 

“La buena voluntad” hacía milagros. Benjamín recordaba, en su vida, varios incidentes, en ocasiones irresolubles, resolverse totalmente con “buena voluntad”. Mano de santo en nuestras relaciones y en nuestra problemática interior. Las dos palabras quedaban grabadas en su mente: “pequeña” y “buena”. Dos palabras sencillas que valían su peso en oro.

domingo, noviembre 27

UNA NUEVA PLENITUD EN EL CORAZÓN

Sebas estaba haciendo la comida. Cortaba la cebolla, el pimiento, la berenjena, el calabacín y la alcachofa. Todo se freía en el aceite que había puesto primero en el fondo de la olla. Un sofrito que absorbía los néctares de la naturaleza para condimentar aquellas legumbres que tenía en su mente preparar. De pronto sonó el teléfono indicándole la llegada de un mensaje.

Dejó, un momento, la comida y se dirigió a leer ese mensaje que le llegaba en ese momento. Se quedó pensando un rato las frases que le habían llegado. Su amigo le agradecía su paciencia y su comprensión. La noche anterior, Sebas, había tenido un momento de relativa tensión en la conversación con él. Antes del mensaje pensaba en su cabeza si le enviaba un mensaje de saludo o no. 

En eso, una luz le traspasó la mente y su corazón. Se dio cuenta de que la mala opinión que tenía su amigo de sí mismo no se calmaba con palabras. Sebas pensó que, si realmente trataba a su amigo con esa forma agradable, comprensiva, plena de confianza y siempre una sonrisa en su rostro, tal como le gustaba que le hiciesen a él, podría recordarle en cada ocasión lo mucho que lo apreciaba. 

Además, comprendió que, si trataba de focalizarse en lo mejor de su amigo, se focalizaba también en lo mejor de sí mismo. Era una acción que tenía su doble efecto: sobre su compañero y sobre él mismo. Continuó dejándose llevar por la idea que le atraía. Veía un buen camino que ahora entendía mucho mejor. Era una forma de superarse a sí mismo, tratando de compartir con su amigo. 

Él no se podía ver. Él no se podía experimentar. Pero, en ese proyecto, podría entrar en un nivel nuevo de su vida. Y ese descubrimiento le motivaba mucho a Sebas. Era tratar como le gustaría ser tratado. Era como devolverle a cada persona el reflejo del tesoro que llevaba dentro. Era como decirle, de una forma natural y tranquila, la valía que cada persona tenía en su interior. 

La ilusión envolvía el pensamiento de Sebas. Se sentía contento, pleno, satisfecho consigo mismo, agradecido por su descubrimiento. Una cantidad de energía subía por sus venas y por su pecho. La sonrisa se dibujaba en su boca. Los movimientos salían con otro aire de sus manos. ¡Qué maravilla sentir en cada persona los aires depositados del Padre Celestial! 

Siguió haciendo la comida con otros gestos y con otra energía sobrevenida. Le invitaba a sentir plenitudes insospechadas de amor y de bondad. Pensaba en su amigo, pensaba en los demás, pero la energía se manifestaba en él por las nuevas hormonas que la alegría le había inducido a su mente a fabricar.

sábado, noviembre 26

EL DESEO REVELADOR

Benjamín estaba perfilando un detalle muy importante en la progresión de su vida y de sus proyectos. Era una persona tenaz, constante, sistemática, estudiosa y muy cuidadosa. Sabía que muchas de las cosas que había conseguido en su vida se debían a esa fuerza sistemática y a sus planificaciones que no dejaba de cumplir. Se sentía fuerte y contento en esa línea.

Pero, también reconocía que había unas líneas que no respondían a ese esfuerzo tenaz y constante. Era como un escalón que escapaba de sus manos. No lo dominaba y debía comprenderlo para seguir ascendiendo por ese camino de superación y de logros. 

El texto que había caído en sus manos le daba cierta luz sobre el proceso: “El instante santo es el resultado de tu decisión de ser santo”. 

“Es la respuesta”.

“Desearlo y estar dispuesto a que llegue precede a su llegada”. 

“Preparas tu mente para él en la medida en que reconoces que lo deseas por encima de todas las cosas”. 

“No es necesario que hagas nada más”. 

“De hecho, es necesario que comprendas que no puedes hacer nada más”. 

Las dos últimas líneas ponían el énfasis en el muro que no podía pasarse. Había una puerta que no se podía forzar. Esa puerta debía abrirla el Espíritu Santo. No se la podía abrir con la mente. No se la podía abrir con el esfuerzo. Benjamín entendía que, muchas veces, la ansiedad impedía el aprendizaje oportuno en su momento. La confianza y la entrega, por el contrario, encontraban su lugar en el proceso. 

Benjamín repasaba los pasos que se habían establecido muy bien: 1º decisión. 2º desearlo y abrirse a que suceda. 3º Preparar tu mente. 4º Desearlo por encima de todas las cosas. 5º No había nada más. 

La decisión proveniente de la voluntad ejercía su poder. La voluntad lo entendía, lo comprendía y sabía que ese logro era posible en nosotros mismos. Era el estado al que tendía todo ser humano en el devenir de su vida. Esa confianza infinita tenía toda la energía del ser humano, del ser divino, del Padre Celestial. Era nuestro pasaporte al cielo. La confianza abría puertas que los desconfiados y críticos jamás soñarían.

Benjamín se quedó sorprendido por la fuerte función que cumplía el deseo. Los deseos movilizaban energías que no se podían entender. La misma medicina, en casos de tumores malignos que se habían curado, había acuñado una palabra para indicar el fenómeno: “remisión”. No podían ir más allá. No lo podían explicar. No lo podían aceptar, pero era un hecho: había desaparecido. Así concluían que había remitido. 

El deseo involucraba a la mente, al cuerpo, a las células, a todos los órganos, a las hormonas, a cada centímetro de la piel. Un intenso deseo que sobrepasaba todas las otras cosas que había en la vida. Las excedía. El deseo ocupaba un lugar al que no se le había prestado mucha atención. Desear ser santo. Desear alcanzar ese estado de equilibrio, de felicidad, de bondad y de plenitud. Desear ese nivel en el proceso de su existencia. 

Y en ese deseo implicar a la mente para que fuera encontrando todos los medios para que ese deseo se fuera alcanzando. La mente impulsada por el deseo ocupaba su función con claridad. 

Y ese era el proceso. Para la mente, debía estar claro que el punto 5º no tenía nada. Debía dejar que la respuesta se produjera por el dador de santidad: El Espíritu Santo. A él le tocaba abrir la última puerta para que nosotros podamos entrar. Un proceso claro para que la mente, con las ideas bien claras, no fuerce nunca la puerta que jamás podrá abrir.

viernes, noviembre 25

MISTERIO DE UNIÓN VIBRANTE

Jacey estaba soñando, vibrando, en el cielo, en los horizontes llenos de luz. Un descubrimiento hermoso había venido a saludarla, amarla, a entregarse generoso a su mente y a su alma. Las delicias de aquellos versos se fundían con su ser.

No intentes cambiar a nadie: 
limítate a iluminar…,
porque es tu luz la que invita 
a tu prójimo a cambiar…,

Por fin veía ese influjo entre los seres humanos en su nivel precioso y amante. Por fin la luz del amor refulgía por encima de la razón. Iba más lejos que los puros razonamientos carentes de sentimientos, de ternura y de comprensión. 

que en estos tiempos extraños
en que elegiste volver,
tu tarea, compañero,
no es otra que la de “ser”.

Palabras mágicas en su vida, palabras misteriosas reveladas. Ese “ser” que destacaba el núcleo principal de la mirada. 

Y si ese que va a tu lado
se encuentra dormido acaso,
respeta su desarrollo
y su aparente retraso…
Mirada comprensiva de respeto. Mirada comprensiva de admiración. Mirada comprensiva con el estado de nuestro propio corazón. 

Contémplalo con ternura
y acéptalo tal cual es,
y déjalo que prosiga
marchando sobre sus pies.

El cambio sale del interior. El cambio se produce porque algo se desconectó y se volvió a conectar de una forma distinta en su mente y en su alma. Ese proceso lo hace el corazón. Sus leyes ¿quién pudo entenderlas desde la razón?

Y tú no puedes lograr
que eleve sus vibraciones,
ni con presiones abiertas 
ni sutiles empujones….,

La idea de ayudar de forma inadecuada produce torpezas y heridas innecesarias en el caminar. 

Tú entra en tu propio silencio,
y en forma suave y callada,
deja que tu luz interna
se filtre por tu mirada.

Jacey callaba, pensaba, reflexionaba, amaba y se abría en total sintonía. La vibración surgía en forma de alegría, bondad, belleza, admiración y felicidad verdadera. 

Tu impronta suave y serena
produce su propia acción,
y esparce sobre las cosas
silenciosa inspiración…

Esas eran las cosas del corazón. No había manuales. No había directrices. No había estudio. Había solamente la energía del universo con poder y con pasión. 

Y cuando dejas que el otro
transmute su propia cruz,
no intentas cambiar a nadie…
¡pero los cambia tu luz!

Luces del universo aunadas por fin. Luces de la gloria en perfecta unidad. Luces de las alturas en completa paz. Luces de la felicidad eterna en plena efusión de bondad

Jacey cerraba los ojos y se dejaba transportar.

jueves, noviembre 24

TODOS SOMOS REALMENTE MARAVILLOSOS

Felipe estaba hablando consigo mismo. Se veía desdoblado en dos Felipes. Uno era el que sentía, experimentaba, seguía unos criterios y se dejaba llevar por sus impulsos. Una experiencia que debía tener presente. Otro era el que reflexionaba, leía, aprendía y veía cómo podía incorporar esos nuevos conceptos a su vida. Era un mecanismo que repetía en muchas ocasiones. Su mente veía el desdoble. 

Cuando el Felipe lector aprendía conceptos novedosos y distintos a los que vivía en su vida diaria, siempre tenía que confirmar con el Felipe de experiencia que llevaba a cabo sus pensamientos a la acción en cada instante de su vida. Así, hasta que los dos Felipes no se ponían de acuerdo, los nuevos conceptos se quedaban en el Felipe lector. Una vez confirmados con el Felipe de experiencia, entonces se incorporaban con fuerza, intensidad y vigor. 

El Felipe lector había descubierto que nadie era especial: “El Espíritu Santo sabe que nadie es especial”. Una afirmación que, de entrada, chocaba con el Felipe de experiencia. La formulación atraía. Había que pensarla y reflexionarla. Si nadie era especial, eso implicaba que todos éramos igualmente maravillosos y agradables. Si nadie era especial, se deducía que no había categorías, no había comparaciones, no había privilegios. Si nadie era especial, todos éramos igualmente especiales. 

Era una nueva mirada sobre los demás muy novedosa. Así se terminaban esas expresiones de: “me gusta”, “no me gusta”, “me cae bien”, “me cae mal”. Se dio cuenta de que, en su interior, sus juicios estaban basados en la naturalidad de la distinción, de la separación y de la mirada distinta según las relaciones que había. Ver la riqueza en el otro era una novedad. Admitía que todo ser humano llevaba una riqueza en su interior.

Admitía que debía corregir, en su mente, la cualidad de su mirada. Si él se sentía como un ser con una riqueza extraordinaria en su interior, debía descubrir en los otros esa riqueza maravillosa. Todos la poseían sin excepción. “El Espíritu Santo sabe que nadie es especial”. La frase se repetía en su mente y se volvía cada vez más grande y verdadera. Aceptaba que admitir la riqueza en los demás confirmaba la riqueza en su interior. 

Era un acto de justicia personal. Era una decisión de tratarse a sí mismo de forma comprensiva. Era el camino hacia su interior. Era aceptar que su mente personal no era especial, ni seleccionada, ni particular. Todas las mentes eran iguales y funcionaban de la misma manera. Todas tenían la facultad de elegir, de ser libres, de tomar decisiones, de desarrollar sus dones en una dirección u otra. 

Todas las mentes procedían del mismo lugar. Todas las mentes, en realidad, eran una. Y esa unidad golpeaba fuertemente en la mente de Felipe. ¿Por qué hacer distinciones entre los demás? No tenía ningún sentido. Cada persona era similar a otra. Por ello, en lo concerniente a su tesoro interior, todas llevaban su debido equipamiento. El Felipe de la experiencia empezaba a aceptar la propuesta del Felipe lector, curioso, investigador. 

Veía cambios en su forma de pensar. Veía cambios en su forma de considerar a los demás. Un vuelco en su mirada. Sin embargo, veía algunas ventajas. Ver a los demás como a sí mismo, le llevaba a apreciarlos y a valorarlos como él se apreciaba y se valoraba. En ese sentido, había igualdad entre todos. Valorar a los demás era la satisfacción de poder ver maravillas creadas por su Padre. Esa idea le llenaba el corazón. 

Reconocer que, cuando valoraba a los demás, valoraba realmente al Padre Creador, era una forma de decirle a su Padre Creador, te acepto y acepto a mi hermano en Tu Nombre. El Felipe de experiencia aceptó con amplio corazón la propuesta del Felipe lector: “El Espíritu Santo sabe que nadie es especial”. La frase le había cambiado totalmente la mirada y la consideración. Un nuevo Felipe había nacido con esa comprensión.

miércoles, noviembre 23

TU FUTURO ESTÁ EN LAS MANOS DE TU PRESENTE

Guillermo le seguía dando vueltas a ese gran descubrimiento de su presente, de vivir su presente y de que todo en su vida emanaba de ese presente. Era cierto que, en muchos momentos, cuando leía historias de las personas, biografía de ciertos héroes de su mente, veía que habían muchas coincidencias que se aunaban para prestar una ayuda inestimable.

Sin embargo, en todos veía un esfuerzo y una dedicación en su momento presente que les facilitaba llegar a ciertos niveles donde las coincidencias ocurrían. Se habían preparado para ello. 

Recordaba el entusiasmo que le imprimió a su estudio del francés. Trataba de incorporar, en su vida diaria, aquellas palabras, aquellas frases, aquellos sonidos que le iban entrando en sus estudios. Cada día estudiaba, cada día descubría algo nuevo, cada día iba adentrándose en la pronunciación y en la escritura. En cierta ocasión, estando en su colegio mayor, alguien desde una distancia le dijo algo en francés. Él le contestó en francés. 

Una persona que estaba escuchando, le gritó en sonoro español lo mal que pronunciaba francés. Guillermo no lo tomó en cuenta. Siguió haciendo su trabajo diario. Lectura, pronunciación, gramática, escritura, todo se desarrollaba cada día, cada semana como una gotita que iba cayendo sobre su mente y sobre su memoria. 

Pasó el tiempo, un verano obtuvo trabajo para atender a un grupo de franceses que se alojarían en aquella institución. Los responsables le pidieron a Guillermo que los atendiera con la mejor disposición. Le rogaron que hablara francés y que les solucionara todo tipo de incidencias que pudieran surgir. Una oportunidad que no podía dejar pasar. Se vio dirigiéndose al grupo en francés cada mañana para organizar las actividades del día. 

En una de esas sesiones, se le acercó esa persona que se burló en su día por su mala pronunciación del francés. Le dijo que su trabajo había logrado su objetivo. Le impresionaba la pronunciación y la fluidez con que hablaba dicho idioma. Los franceses estaban muy contentos con la atención que recibían de Guillermo. 

Esa ocasión, pensaba Guillermo, se había dado por ese trabajo diario que todo lo superaba y que labraba el futuro de una forma genial. 

Comprendía la sabiduría ancestral. En ese camino de labrarse el futuro le vino a la mente una pequeña historia que nunca olvidaba: Un señor iba a un lugar. No sabía muy bien las distancias y las direcciones que debía tomar. En un cruce de caminos vio a un hombre y le preguntó la dirección para llegar al punto que quería. El señor con amabilidad se la indicó. El señor le preguntó también que le dijera cuánto tardaría. Pero, no recibió respuesta. 

Se sintió incómodo. No sabía a qué se debía su mutismo. Esperó un cierto tiempo para ver si respondía. Cansado de esperar, inició su camino. Al comenzar a caminar, recibió la respuesta. “A esa marcha, tardará usted una hora”. Ese pensamiento había quedado claro en la mente de Guillermo. Se daba cuenta de que, a veces, planteaba cuestiones incompletas. 

Pensamos en el futuro, pero no somos conscientes de que ese futuro depende de nuestro presente, de nuestras acciones, de nuestros pensamientos, de nuestra marcha, de nuestras actitudes. El futuro germina en nuestro presente. Sin marcha, no hay llegada al punto de destino. El tiempo está en nuestras manos. Se podría parodiar la sabiduría popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. 

En el terreno del tiempo podría ser: “Dime cómo administras tu presente y te diré las oportunidades y las dificultades que puedes encontrar”. De ahí la importancia del tiempo presente. No podemos llevar fardos pesados del pasado para que el presente sea claro, fuerte, sabio y potente. Y con ese presente lleno de esas bellas cualidades, se construye el edificio del futuro con unos cimientos sólidos, robustos y también muy potentes. 

Sin lugar a dudas, tu presente tiene la llave de tu vida en todos los sentidos: Fui creado en el presente, fui amado en el presente, fui educado en el presente, fue creciendo en el presente. Ahora sigo dando todo mi amor en el presente. Ahora sigo construyendo todo en el presente. Viva el presente. Viva la vida en su momento de acción.

martes, noviembre 22

EL PASADO ENSEÑO LA LECCIÓN Y SE ESFUMÓ

Guillermo estaba dándole vueltas a unos incidentes que habían sucedido hace algunos años en su vida. Le habían dejado una profunda huella. Lo peor de todo era la sensación de culpabilidad que le habían impreso en su mente. No podía deshacerse de esa culpabilidad. Era como un deber repetitivo que debía realizar para sentirse un tanto mejor en su interior. Así vivía, cada día en su presente, ese pasado con el cual no se había reconciliado.

Parecía una planta que debía regar cada momento, cada ocasión, cada circunstancia donde no se sentía bien. En esas sesiones se fustigaba con su pensamiento. No podía olvidar su pasado. Le habían dicho que olvidar el pasado era como renunciar a sí mismo. Guillermo no quería faltar a ese deber. Era parte de su vida. Recordar, recordar, darle vueltas, hablar en su mente, era todo su desafío. 

El tiempo pasaba, pero el dolor no disminuía. El tiempo transcurría, pero la sensación de actualidad siempre reverdecía. Una rueda giratoria que se enrollaba y se desenrollaba en sus argumentos, en sus palabras, en sus pensamientos y en el movimiento de sus labios. Se había dado cuenta de personas que iban por la calle e iban moviendo los labios. Guillermo pensaba que hacían, como él, el mismo movimiento: darles vueltas a las cosas. 

Alguien le comentó, en una ocasión, que las incidencias del pasado ya habían pasado. Nada nos podía anclar a un momento del tiempo. No nos debíamos impedir seguir viviendo y experimentando nuevas sensaciones, nuevos descubrimientos. Las lecciones del pasado ya nos dieron su lección. Era como repetir continuamente la tabla del siete porque nos costó en su aprendizaje. Nadie repetiríamos esa tabla porque ya la sabíamos y ya terminó su lección. 

Otra persona le comentó que debía dejar pasar los incidentes de la vida. No debía retenerlos. Caminar con ese fardo le impedía valorar el presente. Ese presente que siempre vivíamos con toda intensidad. Si la mente estaba ocupada por esos momentos del pasado, no podía saborear, con todo su placer, el presente siempre fresco y hermoso. 

Era como repetir una escena de una película continuamente con tintes de obsesión, ceguera y obcecación. Los incidentes estaban para aprender de ellos la lección. Una vez aprendida ya no tenían ninguna otra función. Había que quitar de ellos toda culpabilidad. Esa culpabilidad que nos ligaba a esas incidencias. Y, quizás por ese sentimiento de falta, se creía que, con su repetición, se redimían. 

No había ninguna redención en la repetición. La redención estaba en la desaparición. “Eso de lo que has sido salvado, ha desaparecido”. Guillermo empezaba a comprender el concepto de vivir en el presente. Podía aplicar al tiempo ese concepto de democracia: darles a todos los instantes de la vida la misma oportunidad. No tenía sentido darle importancia a unos momentos frente a otros. Todos formaban parte de la línea de su vida. 

Y todos los momentos de su vida pasaban por el presente. Una vez vividos, aprendidos y disfrutados, todos completamente superados y llenos de felicidad, se debía seguir viviendo el presente como el foco del tiempo donde se refleja, con claridad, la mejor visión de la vida en toda su belleza y bondad.

lunes, noviembre 21

VIVIR EL PRESENTE ES VIVIR LA VIDA

Guillermo había escuchado, en cierta ocasión, la idea de que debíamos vivir en el presente. Como profesor se daba cuenta de que los tiempos de pasado eran muy amplios, muy precisos y muy delimitadores. Eso indicaba que el tiempo más empleado era el pasado. El futuro tenía dos tiempos y las condiciones también. El presente solamente tenía un tiempo. La división entre pasado, presente y futuro siempre había sido un aprendizaje en su vida.

Nunca se había parado a valorar la importancia de vivir en el presente, de dejar el pasado y de ser cautos con el futuro. Desde el punto de vista gramatical estaba bien organizado. Desde el punto de vista mental, desde la actitud, desde la experiencia, vislumbraba que tenía su razón la idea de potenciar el presente y dejar los otros dos tiempos. 

Con el futuro ocurría algo especial. En él aparecía la ansiedad en las personas. Ese deseo de que se cumpliera algo, de que se hiciera según sus planes, de que no le vinieran ningunos reveses. Todo ello provocaba que la mente perdiera su equilibrio. 

Leyó en un autor una reflexión que no pudo olvidar. Decía que la mente solamente podía solucionar incidencias en el presente. Es decir, si alguien se mareaba, se le atendía de inmediato y, según su gravedad, se le trasladaba al hospital. No se podían solucionar esos incidentes en el futuro. La mente era incapaz de hacerlo. El cuerpo era incapaz de hacerlo. Las manos eran incapaces de hacerlo. 

De ahí que planificar el futuro, temer por todo tipo de incidencias, hasta cierto límite podría ser prudente y sensato. Se podían preparar posibles respuestas. Más allá de cierto límite, todo era tan hipotético que la mente no estaba hecha para solucionar hipótesis sino hechos reales. 

Guillermo dedujo que la mente no debía profundizar en el futuro. Debía estar consciente en el presente y no crear problemas. Una vez Guillermo, como dependiente de una ferretería, fue a un almacén para recoger un artículo que había allí. Abrió la puerta con la llave. Tenía su mente en el artículo, tenía su mente en el transporte, tenía su mente en atender a un cliente, Así que su mano dejó de forma inconsciente, sin su mente, las llaves en un lugar. 

Recogió el artículo. Lo preparó. Todo ello con mucha diligencia. Se dirigió a la puerta. Iba a cerrarla. Pero, no tenía las llaves en el bolsillo. Sabía que las había dejado al entrar. No recordaba dónde. Su mano actuó independientemente de su mente. No recordaba el lugar. Estuvo buscando. Le llevó media hora dar con el paradero de las llaves. 

Aprendió la lección muy bien. El mal rato que pasó. La demora que le provocó. La prisa y la mente en el servicio, le había hecho olvidar las acciones presentes que se necesitaban para ello. Todo se desarrollaba en el presente. La mente debía dirigir conscientemente el presente. De lo contrario, todo se demoraba y todo podía suceder cuando la mente no estaba en su debido lugar: “el presente”. 

Iba penetrando en esa frase tan sutil y enigmática al principio, pero tan verdadera en la vida de muchas personas. La consciencia del presente nos evitaba problemas futuros. La sabiduría del presente nos evitaba discusiones futuras. La tranquilidad y el respeto del presente nos evitaba disculparnos de palabras enojosas y ofensivas. 

Sabiduría del presente que dibujaba un futuro hermoso y claro. Consciencia del presente donde todo se daba con fluidez y con grandes fuerzas. La frase acababa con una contundencia que sorprendía a Guillermo: “Vivir en el presente era vivir la vida”.

domingo, noviembre 20

COMPLETA EVAPORACIÓN DEL MIEDO

Benjamín estaba considerando nuevos caminos que no había descubierto en ninguna de sus lecturas. Se había dado cuenta de que al leer siempre aplicaba su propia visión de las cosas y no llegaba a entender bien algunos comportamientos. Se aplicaba a la lectura de aquel párrafo y trataba de discernir esa verdad nueva que llegaba hasta sus ojos, su alma, su mente y su corazón vibrando.

“El Espíritu Santo no conserva ilusiones en tu mente a fin de atemorizarte, ni te las enseña con miedo para mostrarte de lo que te ha salvado”. La idea de la focalización en lo equivocado, en el error, en el sufrimiento, no era la función del Espíritu Santo. Así veía Benjamín que tampoco debía ser nuestra tarea. Incidir en los aspectos débiles, frustrantes del ser humano parecía ser más bien obra del ego que obra de la luz del Espíritu. 

“Eso de lo que te ha salvado ha desaparecido”. Se quedaba boquiabierto ante esa afirmación. Veía una distinción muy sutil. La idea de perdonar y la idea de salvar. Había escuchado tantas veces esa idea de: “te perdono pero no olvido”. Una frase que siempre le había causado inquietud y desasosiego. La primera parte quedaba bien, parecía un paso adelante. La segunda parte no sonaba tan bien y era un paso atrás. 

Ahora se ofrecía una visión más atrevida: “Eso de lo que te ha salvado ha desaparecido”. Si desaparecía ya no estaba más en tu mente, en la mente del otro, en la mente de los cielos, en la mente del Padre. Se había esfumado como humo en los aires. Se había expandido y ya no existía ni como forma, ni como ente, ni como elemento de recuerdo. 

Eso producía en Benjamín una renovación total. Aparecía una nueva situación. Un camino para seguir en su propia vida. Un camino para aplicar a todas las personas. Un camino para compartir con todos los sencillos corazones llenos de sabiduría. “Eso de lo que te ha salvado ha desaparecido”. Era enterrar hachas de guerra personales y sociales. Era erradicar del recuerdo las incidencias que habían sucedido. Era entrar en una amnesia que provocaba la aparición de una nueva criatura. 

Era entrar en ese estado preconizado por Jesús. Metamorfoseaos en la mente para que aparezca una nueva forma de pensar. ¿Cómo podía aparecer una nueva forma de pensar con los mecanismos de siempre? Un nuevo mecanismo debía ser incorporado para sacar ese milagro, esa maravilla que toda persona ansiaba. El mecanismo estaba servido y lo descubría Benjamín con toda la admiración de su mente. 

“Eso de lo que te ha salvado ha desaparecido”. Así la mente se renovaba. Así la mente cambiaba su forma de considerar las incidencias. Así la salvación se producía en su mente. Todas las alegrías intensas se ponían en movimiento. Una descarga nueva de energía llegaba hasta su vida. Una ilusión se potenciaba con esa nueva visión. Sin esperarlo, había entrado en un nuevo camino. Un camino de paz y de olvido total.

sábado, noviembre 19

LA PRESENCIA DEL ETERNO EN TU CORAZÓN

Ramón estaba pensando en la petición que su amigo le había hecho aquella mañana. Estaba próximo a sufrir una operación de corazón. Las incertidumbres aparecían en el horizonte. Siempre había una posibilidad de un fallo, de una incidencia inesperada, de algo que se complicara. El doctor le había explicado bien lo que iban a hacerle. Le sacarían el corazón. Le arreglarían la válvula obstruida y se lo volverían a poner.

Siempre que se trataba del corazón imponía. La vida latía con sus impulsos y su desaparición unos instantes para ser reparado, toda una osadía. Sin embargo, el doctor lo había tranquilizado. Nada iba a ocurrir. Su amigo, creyente, confiado en la realidad divina, habló con Ramón. Le había pedido que orara por él en dicho encuentro. Le dijo que confiaba mucho en Ramón y que el Creador le escuchaba por su fidelidad y por su compromiso diario con Él. 

Ramón se quedó sorprendido. Su amigo era director de una oficina bancaria. Tenía muchas relaciones con todos los clientes y con todos los vecinos de su barrio. Sabía usar las relaciones para conseguir sus fines. Tenía tal entramado de relaciones que podía pedir favores y conseguir sus objetivos. Muchos amigos suyos le pedían favores y él, con sumo gusto, les atendía en sus peticiones. 

Esa trasposición de relaciones en el nivel profundo espiritual le había sorprendido a Ramón. El Creador conocía directamente a sus Hijos. No necesitaba la intermediación de nadie. Se le podía hablar directamente. Por una parte, sentía el aprecio de su amigo, la consideración por su vida profunda y auténtica. Por otra, veía como una especie de favor la intercesión frente al Creador. 

El Eterno conocía a Sus Hijos por nombre. No estaba lejos de nadie. Estaba en el corazón de cada un@. Se le podía hablar sin necesidad de ayuda de nadie. Ramón se quedó callado frente a la petición. Su amigo interpretó que su silencio era su aceptación. Se quedó tranquilo. Aquel incidente fue como una luz para la vida de Ramón. Se trasponía al Creador todos los mecanismos de intermediación que había creado el hombre. 

El Eterno no era como los hombres habían pensado. Estaba al alcance de cada persona. Estaba dentro del corazón de cada un@. Estaba en la mente en esos pensamientos comprensivos. La distancia con el Creador no era la distancia de los cielos. La distancia del hombre con su Creador era la distancia que había entre su mente y su corazón. Una distancia que debía salvar solamente cada Hij@ del Padre. 

La distancia entre el hombre y el Creador era la distancia entre el hombre y el trato que tenía con cada Hij@ del Padre. “Cuando vengas a ofrecer una ofrenda al Padre, piensa si tienes alguna incidencia con tu hermano. Si la tienes, ve y reconcíliate con Él. Entonces vuelve y presenta tu ofrenda al Padre”. 

Ramón sentía el gozo infinito de saber que su Padre estaba con él de una forma tan directa, tan sencilla y tan cercana que ambos tenían el mismo objetivo de sentir el amor en su amplitud y en su abrazo universal.

viernes, noviembre 18

ERROR O CONDENACIÓN

Ramón estaba entrando un poco más en la comprensión de sus debilidades y sus fortalezas. Había unas ocasiones en las que se había quedado pensando sobre la cualidad y el carácter de ciertas personas. Un familiar suyo le hablaba de cierta persona que había fallecido. Le decía que tenía una cualidad muy específica. Cuando se equivocaba, cuando se le contrariaba, se pegaba él mismo a la barbilla y se censuraba totalmente él mismo.

Era una especie de autocastigo. No soportaba equivocarse. No soportaba ser contrariado. Salían sus desahogos emocionales en forma de condena propia. Se fustigaba a sí mismo delante de todos. Se enervaba y se decía palabras poco animadoras. Parecía como si la equivocación debiera ser condenada, censurada y castigada como un culpable total. 

Ramón pensaba en lo adelantado de la ciencia. El error en la ciencia era tomado como un acicate, como un aprendizaje, como una información del camino equivocado, como una señal que le decía al investigador: “este camino es equivocado, cambia tu dirección”. La evaluación de la ciencia chocaba con la evaluación de las doctrinas morales de conducta. 

Cierta persona le dijo a Edison en el proceso de su experimento para obtener luz: “Tienes que admitir que has fracasado 999 veces. Es una frustración total. Es mejor que lo dejes y admitas tu derrota”. Edison le contestó con mucha naturalidad y tranquilidad: “No es cierto, señor. He aprendido 999 caminos por los que no debo marchar para conseguir mi objetivo”. Gracias a esa actitud, a esa consideración no condenatoria, nosotros podíamos disfrutar de la luz. 

La cualidad del ser humano era el desarrollo del proceso de aprendizaje. Todo lo iba aprendiendo. Nada estaba perfecto en ningún momento. Todo era capaz de superarse. La condena no servía para nada. Sólo desanimaba, frustraba y apagaba el fuego de la creatividad.  

En otra ocasión, estaba Ramón con un grupo de personas escuchando la exposición de uno de ellos. El tema era muy interesante. Estaban todos atentos. Hacia el final de la charla, alguien le dijo a Ramón, “mira cómo reacciona ante este tema que le voy a plantear”. Le hizo la pregunta sobre ese tema indicado. La reacción del orador fue compulsiva, fuerte, indignada y molesta. Todos sus buenos modales cambiaron de súbito. 

Ramón se quedó sorprendido. La reacción le chocó. La pregunta de aquella persona también le extrañó. Sabía de antemano la actuación. No realizó la pregunta para saber. La expuso para molestar conscientemente a aquella persona. Descubrió la morbosidad que había dentro del ser humano. Tenía cierta afinidad por el dolor, por el morbo, por la malicia. ¿Por qué provocarle ese dolor inútil a aquella persona que vivía con esa herida interna?

Las heridas internas nos hacían saltar. Esas heridas nos producían dolor, miedo, angustia, reacción y ataque a los demás. Ramón aprendía de esas experiencias el dolor de condenación que subyacía a esas reacciones. “La persona se identificaba con su ego y se veía a sí misma como sometida a un constante ataque y sumamente vulnerable a él”.

Ramón deducía que la dichosa condenación había hecho su trabajo muy bien en el interior de la persona. Le había producido una herida en su interior. La repetición la mantenía viva. La repetición de la condenación le impedía curarla y, siempre fresca, se ofrecía como objeto de mofa para aquellos que conocían ese intenso dolor del alma humana. 

La idea de vulnerabilidad quedó grabada en la mente de Ramón. Todos los humanos éramos vulnerables. Cada uno tenía esa vulnerabilidad en un lugar distinto. Todos los humanos sentían miedo, angustias que lograban disimular, vivir en sus adentros. Podían ocultarlas, pero su interior las expresaba en formas de tensiones musculares y disfunciones de sus órganos. El miedo tenía que salir. 

Ramón se quedaba pensando en su interior, en su paz, en su tranquilidad, en su sabiduría, en su experiencia, en todo lo que le había llegado a su vida como información. Una conclusión emanaba de ese ahondar en el miedo que tanto daño ocasionaba. Si no existiera condenación, no habría tan gran daño, tan gran mal. Si no existiera condenación, habría errores considerados como caminos para no transitar. 

Si no hubiera condenación, abriríamos en nuestra vida muchos focos de luz tal como Edison pudo descubrir la luz física que alumbraba nuestro hogar. Cada vez, al mirar esa luz, nos recordaba: “No había condenación. Solamente caminos para indicarnos por donde no ir para evitar el error”.

jueves, noviembre 17

CAMBIOS VIVIDOS Y EXPERIMENTADOS

Enrique estaba intrigado por el tema de los sueños. Algunos de sus sueños le habían impactado de una forma terrible. Una noche, cuando tenía 23 años, el sueño le hizo sentir un vacío inmenso. Sentía que su mundo se desmoronaba. Una profunda sima de vacío infinito se había abierto a sus pies. Descendía de una forma vertiginosa.

Lo que más le dolía y le hacía sufrir era descubrir que la caída no tenía fin. Era una bajada infinita. Esa angustia, ese pánico, se apoderó de él. El dolor y el sufrimiento era inaguantable. Se sentía perdido totalmente. Desvalido, imposibilitado de recibir ayuda, perdido a la suerte de los que ya están desesperados. El sentimiento de falta de equilibrio le hacía entrar en un estado de shock indescriptible. 

Algo realmente se había desmoronado en su vida y el sueño le devolvía la situación y la actitud de su ego. Nada podía ser controlado. Todo se había roto. Las verdades sobre las que había caminado se habían hecho añicos. Todo su edificio de creencias, de seguridades tejidas a lo largo de los años se habían puesto en entredicho. Esa actitud, que aparentemente no le afectaba, lo tenía atenazado de pies, de manos, de cuerpo, de dolor y de terror. 

Por fin, una mano invisible, no vista en su sueño, no pensada ni imaginada le devolvió a la realidad de la vigilia. En uno de sus inquietos movimientos, se vio en el suelo. Chocó con las frías baldosas. Cesó ese sueño terrorífico. Se despertó. Miró alrededor. Se recompuso poco a poco. Empezó a entender lo sucedido. El pánico quedó roto. Sus ojos abiertos habían puesto fin a ese zozobrar interno. 

Interiormente pensó en la maravilla de caer en el suelo. Era el soporte que su mente necesitaba para dejar de caer en ese infinito vacío que había visto con tanto descaro y horror. Nada podía pararlo excepto abrir los ojos y darse cuenta de que todo era un sueño. De que nada era real. Era una manifestación de su ego que se sentía desplazado de todas sus creencias sobre las que había construido sus confianzas ilusorias. 

“Los sueños son desahogos emocionales en el nivel de la percepción en los que literalmente profieres a gritos: “¡Quiero que las cosas sean así!”. 

“Y, aparentemente, lo consigues”. “Mas los sueños son inseparables de su fuente”. 

“La ira y el miedo los envuelven y, en cualquier instante, la ilusión de satisfacción puede ser invadida por la ilusión del terror”. 

Enrique así lo había sentido. Había sentido su impotencia. No le había dado importancia en su vida con los ojos abiertos. Sin embargo, en su interior sus seguridades se habían desplazado y le habían devuelto durante la noche la angustia indescriptible de tal cambio de actitud en su vida. 

Enrique estaba dispuesto a seguir con el cambio que había decidido. Ni el sueño ni el pánico le venció en su clara determinación. Sabía que había escogido el camino oportuno. Su fuerza de voluntad estaba en toda su expresión. Eso le evitó seguir con esos sueños. Descubrió que cualquier cambio en la vida se afloraba durante el sueño y que el sentimiento dormido se hacía evidente. 

Con la confianza que le brindaba la bondad de la nueva decisión, quedó en completa tranquilidad. “El primer cambio que se produce antes de que los sueños desaparezcan es que tus sueños de miedo se conviertan en sueños de felicidad”. 

La claridad de los pensamientos de Enrique le ayudó en ese tránsito desde los antiguos planteamientos a las nuevas decisiones que había incorporado a su vida. La luz brilló en sus ojos. La paz descendió a él. Un viejo hombre había desaparecido. Un nuevo horizonte había amanecido delante de él. Un nuevo sendero y una nueva visión de su vida había florecido y disfrutaba con esa nueva posibilidad que el Eterno había puesto en su camino.

miércoles, noviembre 16

POR FIN LA MENTE MADURA Y RESPONSABLE

Carlos estaba sentado en aquella extensa biblioteca. Las mesas eran amplias. Cuatro personas podían estar en ella con espacios suficientes para poner los libros y las hojas donde escribir. Entre las sillas había mucho espacio. La luz procedía de unas lámparas situadas en la mitad de la mesa. Unas luces cercanas que hacían la lectura clara, fácil, sin ninguna interferencia de sombra.

Daba esa sensación de unidad personal. Un lugar donde la mente se concentraba y el silencio daba ese toque especial. Sus ojos fijos en aquel libro trataban de beber y comprender las ideas que el autor dejó en aquellas líneas bien trazadas y organizadas. 

“La persona llega a la madurez mental cuando se hace cargo de sí misma”. No había edad para definir la edad mental. No marcaba ningún límite para decir a partir de cuando empezaba esa madurez. Sólo había una definición que se expandía ante su vista. “La persona se hace cargo de sí misma cuando deja de lanzar la culpa de sus reveses sobre los demás”. 

Carlos se vio interpelado desde su infancia. Había aprendido en su casa y en la escuela un procedimiento que aplicaban todos los adultos y él también, a semejanza de ellos: Cuando un revés acudía a la vida, siempre se trataba de buscar un culpable como causante de ese revés. 

Esa idea del culpable la había vivido en casa, en la escuela, en el trabajo, en todos los lugares donde había estado. Su padre era el modelo de la culpabilidad. Enfrentaba mal los reveses, los imprevistos. Se dejaba vencer por ellos. Se quedaba paralizado señalando a la persona culpable y no era capaz de superar la situación con algún otro medio. 

En ocasiones volcaba toda la culpabilidad sobre su esposa. En una ocasión fueron de picnic. La madre de Carlos lo había preparado todo con mucho esmero. Pero, al sacar y preparar la comida, su esposo le pidió la sal. Pero, no la encontró. Se le había olvidado ese detalle. Buscar la culpable le fue fácil. Ella era la culpable de agriar la experiencia y no tener unos buenos momentos. 

Carlos vivía esos detalles de la culpabilidad y de la imprevisión. Sabía que un buen día se podía torcer por algún imprevisto. En su familia no estaba la cultura de superar el inconveniente y superar el revés sin necesidad de culpar, sin necesidad de repetir, sin necesidad de molestarse y enfadarse. 

Sin darse cuenta, Carlos reaccionaba igual que su padre. Por ello, al leer aquellas palabras de madurez, de hacerse cargo de sus propias reacciones, entendía muy bien los amargos momentos que en su familia había pasado por la cuestión de buscar culpables para justificar los enfados y los malos modos. 

Carlos reconocía que la idea de buscar culpables era echar sobre los demás la propia responsabilidad. Un revés, un imprevisto, un inconveniente, se podía superar tranquilamente por uno mismo. Y ese era el punto que estaba leyendo en aquel libro. Un pensamiento totalmente distinto a lo que había vivido, a lo que le habían enseñado. 

Había aprendido, con la ayuda de aquellos renglones escritos, que la persona no lograba nada echando la culpa de las desgracias personales a los demás. Siempre había una reacción adecuada para superar el inconveniente, una estrategia para convertir la incidencia en una buena experiencia, en un maravilloso aprendizaje. 

Carlos estaba contento. Una nueva luz brillaba en su mirada. “Ser maduro era no culpar a nadie de las propias frustraciones”. Se había acabado eso en su vida. Lo comprendía. Lo aceptaba. Lo asumía y lo cambiaba. Una nueva persona salía de aquella biblioteca. Entró discutiendo en su mente con todas las incidencias que se presentaban en su camino. Salió con todas las soluciones que pondría para superar las incidencias. 

Un fuego liberador había quemado sus pensamientos equivocados. Una ligereza de alma, en forma de paz indefinible, jugaba con la brisa y se deleitaba con las soluciones a las que había accedido su alma. 

martes, noviembre 15

CREADORES DE NUESTRA REALIDAD EXTERIOR

Manuel estaba considerando su interior. Recurría a él para clarificar muchas incidencias del exterior. Eran momentos de tranquilidad. Esa paz que ponía todas las cosas en su sitio y arrojaba luz para ver las adversidades en su ángulo esencial. Así las comprendía mucho. Reconocía que esa unión de pensamiento y serenidad lo aquietaba y le daba una profundidad comprensiva que de otro modo no la podía alcanzar. 

Su mente estaba preocupada por uno de sus amigos. Un hombre sensato, mayor, pensador, amplio, auténtico. Unas tristezas recurrentes brotaban de su interior. No podía aceptar muchas presiones que recibía de personas cercanas de su entorno. Manuel le sugería que enfrentara la verdad con las personas debidas. Pero, la respuesta siempre era la misma: “no puedo causar tanto daño en el alma de una persona si le comparto lo que me hace sufrir”. 

Había aceptado su papel de víctima. Creía que la vida era un valle de lágrimas. Aceptaba que la alegría y la tristeza eran las compañeras de su alma. Un papel de sumisión que solamente hacía perpetuar su situación. Ningún viso de superación aparecía. Era triste aceptar, en una persona tan sabia, esos componentes de su vida. 

Manuel le compartía la posibilidad de elegir. La posibilidad de construir su vida con unos componentes distintos, diferentes, animadores, ilusionantes, con colores del arco iris en su horizonte. Todos sus esfuerzos se estrellaban contra la barrera de sus esenciales planteamientos. 

Cuando se descubría que todas las incidencias de la vida eran reflejo de nuestras elecciones, se reconocía la intervención de cada persona en la creación de su realidad personal. Manuel eligió respetar a su amigo. No quería cargarlo con la idea de que sus planteamientos le estaban proporcionando las desdichas que estaba sintiendo. Quizás no era el momento. 

Sin embargo, era una ley que nos acompañaba toda la vida. Todos éramos creadores de nuestra propia realidad. Cada día que pasaba entendía mejor esa ley. Al principio, le costaba mucho admitirlo. No concebía cómo era posible que uno mismo determinara, con sus elecciones, su propia realidad. Pero, al cambiar, en su planteamiento de vida, algunas ideas, se dio cuenta del escenario distinto que había creado en su existencia. 

Pensaba de modo distinto. Concluía de forma diferente. Comprendía las situaciones de forma tan distinta que, lo que antes eran problemas graves en su vida, ahora se habían convertido en incidencias dignas de una sonrisa interior. Es decir, no le afectaban nada. Se había liberado de una forma impensable. Trataba de compartir esa visión de vida con su amigo. Era la solución a sus momentos delicados que pasaba. 

Así pasaban los días. Se daban apoyo, comprensión, palabras de ánimo. Algunos pensamientos sinceros y, sobre todo, un amor que llenaban las lagunas de los inconvenientes de libertad y resplandor. Siempre tenían a mano una mirada comprensiva y una actitud de intensa ilusión.

lunes, noviembre 14

CUIDADOSA PLANIFICACIÓN

Raúl estaba en su despacho de director de aquella escuela de primaria. Le había costado un poco adaptarse. Era profesor de secundaria. Estaba acostumbrado a tratar con chicos en esa etapa de transición de niño a hombre, y con toda la problemática de la inseguridad y de los esbozos de la nueva personalidad madura que se hacía presente. El mundo infantil no le era extraño, pero trataba de superarlo lo mejor posible.

Estaba enredado en unas cuentas económicas. Además de director, también ejercía de administrador. Se le habían presentado una serie de posibilidades inversoras para rentabilizar el capital de que disponía la institución. Como persona responsable observaba una posibilidad de superar los déficits endémicos que arrastraba la institución. Todo un desafío que en algunos momentos le quitaban el sueño. 

Los números iban y venían, pero no le cuadraban. Algo realmente se había confundido y los números se obstinaban en demostrarlo. Así repasaba, volvía a repetir los pasos, ponía cada partida en su asiento debido. Hasta que reparó que aquella inversión que había hecho, asesorado por un economista, no estaba dando el resultado que le prometieron. 

Como todas las cosas, cuando te ofrecen un producto para que lo compres, no te dicen los inconvenientes del mismo. Siempre se guardan un as en la manga para justificar los reveses. Realmente eran buenos vendedores, pero malos consejeros. Raúl tenía un alma plena de confianza. No dudaba inicialmente de las personas. Pero, en aquella ocasión, una vez más no le habían informado de los riesgos. 

Se angustió sobremanera. Debía recuperar esos fondos. Llamó al asesor que se había llevado el dinero para que se lo devolviera. Y, otra vez, se informó de un riesgo que no le habían dicho. Por ello, no podía devolverle el dinero. La angustia en Raúl iba aumentando. No sabía qué hacer. Su mente se centró en aquel dinero de la institución y eso le hería de una manera especial. Sus ojos se estaban nublando. 

En esos precisos momentos. Un alumno de cinco años y medio de Educación Infantil irrumpió felizmente en su despacho. Abrió la puerta con decisión. Chocó la puerta contra el tope cerca de la pared y causó un cierto estruendo por la energía dada por el alumno. Eso desvió la atención de Raúl de inmediato. Y antes de que pudiera reaccionar, una voz infantil, llena de cariño inundó la estancia. 

Unas palabras llenas de cariño llegaron hasta sus oídos: “Dire, vengo a darle un abrazo”. Raúl totalmente sorprendido. Era la primera vez en su vida que le ocurría algo semejante. Abrió sus brazos, acogió al muchachito. Lo estrechó en su pecho y le dijo al niño que aceptaba gustoso esa acción. Se estrecharon “dire” y alumno. El niño le dio un beso y Raúl se lo devolvió. 

La felicidad se hizo presente. La mente de Raúl gozaba en aquellos instantes. Pensó en la oportunidad de la acción. En la espontaneidad de aquel alumno que decidió ir al despacho y expresar una acción poco común en la iniciativa de un niño. La mente de Raúl se elevó. Pensó en las maravillas del ser humano. En las acciones nobles que tiene el amor que no entiende de barreras, de juicios, de condenación ni de exigencias. 

El muchachito se marchó contento. Raúl se quedó asombrado, relajado y centrado en esa espontaneidad tan maravillosa. El teléfono, a los cinco minutos, sonó. Era el director del banco. Le informó que no iba a atender el cargo contra su cuenta por aquellos fondos que le había informado con anterioridad. La niebla en la mente de Raúl se hizo clara. Una casualidad muy bien planificada: un niño noble y amoroso empezó el camino, de la mano del amor, para calmar la mente de Raúl. Una voz en forma de director del banco para asegurarle la tranquilidad. 

Ese día quedó, para siempre, marcado en la experiencia de Raúl. Demasiada casualidad para pensar en el azar. ¡Qué hermoso pensamiento saber que una energía universal cuidaba de sus Hijos como el Eterno con toda su bondad!