miércoles, noviembre 2

DESCUBRIR EL CIELO INTERIOR

Pablo estaba contento. Su descubrimiento, expuesto en el escrito del día anterior, de que el cielo estaba en sus pensamientos y en sus sentimientos, le había dejado totalmente impactado, impresionado, libre, volando cual ave que la hubieran liberado. No se podía creer que un cambio de pensamiento fuera tan vital en su vida, en su mirada, en su ilusión, en las opiniones que emitía y en el nuevo horizonte que se abría delante de él, ante la vida. 

Llegaba a comprender, mucho mejor, frases que había leído durante su vida: “no busques el amor". "El ego te impele a buscar el amor. Pero, te pone una condición: no lo encuentres". Esa afirmación le produjo un vuelco en su comprensión. ¿Cómo era posible que una fuerza te impulsara, desde dentro, en la búsqueda del amor y, al mismo tiempo, te pusiera las condiciones para no encontrarlo?

Pablo se repetía que el Cielo estaba dentro de él. No era necesario buscar el amor. El amor vivía en sus entrañas. Él era amor, nada más que amor. Él era el cielo en su interior. Por ello, entendía la segunda parte de la propuesta: “Mas bien quita las condiciones interiores que le impiden al amor llegar hasta ti y vivirlo en plenitud”. Ahora lo entendía. Ya no tenía que poner condiciones para el amor. Ya no tenía que imaginar cómo debía ser el amor. Ya no tenía que planificar cómo debía comportarse la otra persona. Ya no tenía que controlar nada. 

El amor de su interior, de su cielo, se comunicaría libremente con el amor oportuno. En esa vibración, el corazón, los sentimientos, las ilusiones y las alegrías se unirían de una forma desconocida para la mente y para la razón. La ilusión subía por sus venas. Todo su cuerpo danzaba una pirueta mágica hecha de libertad, encanto, maravilla, portento y liberación. Aquello que sentía era maravilloso. Era nuevo, muy nuevo en su interior. Ningún pensamiento que no fuera del cielo tenía cabida ya en su mente, en sus deliberaciones y en sus consideraciones de los demás. 

Había descubierto el cielo. Había descubierto la raíz de su vida. Había abierto la puerta de la energía y de la ilusión. Ya no quería abandonar esa nueva senda que había irrumpido llena de aguas vivas y puras en los canales de sus poros, de sus ideas, de su mirada. Algo nuevo se había producido. Alguien le había sugerido que debíamos nacer de nuevo. Pablo consideraba que su nacimiento físico fue una gran bendición para él y su familia. El nacimiento comprensivo y auténtico le había abierto las puertas de la luz, ¡Menudo torrente de visión!

Toda una explosión de júbilo se volcaba en su interior. Toda una nueva plenitud emergía. El cielo había llegado a su vida. Ya no tenía que buscarlo y caer en la trampa de buscar el amor, buscar el cielo, y no encontrarlo como el ego le había repetido. Ahora tenía todo el sentido frases que quedaron en su interior sin ninguna comprensión por su parte: 

“Empiezas el camino de la vida buscando en el exterior las verdades de tu vida, las raíces de tu vida, las esencias del amor. Un día te das cuenta de que no hay nada en el exterior. Todo lo que buscabas estaba dentro de ti. Pero, no lo veías. El día que te vuelvas sabio, volverás a tu casa, a tu interior, a tu auténtico Ser. Te recibirá con los brazos abiertos. Y te dirá: - bienvenido a casa, mi amor -”. 

Un rayo de luz cruzó la mente de Pablo. Un rayo de claridad iluminó su pensamiento. Vio, en esa claridad, que lo que acababa de sucederle era la experiencia del “hijo pródigo”. Este se marchó de su casa, (de su interior), abandonó a Su Padre (a su Creador), buscó, por el mundo, todo aquello que lo completara y no lo halló. La trampa del ego lo aprisionó: “Busca, busca, busca, pero no halles”. Volvió a su casa, (a su interior). Encontró su cielo interior. Se dijo que no lo merecía porque lo había abandonado, criticado, atacado y ultrajado. No se merecía nada bueno. 

Se sorprendió sobremanera. Su cielo interior lo acogió. Su cielo interior que sólo vivía el presente, ya no tenía recuerdo de nada. Su cielo interior lo abrazó. Le dijo que era una persona, ahora sí, llena de sabiduría, llena de bondad, de comprensión, de verdad, de auténtica vibración. El “hijo pródigo” se encontró a sí mismo. El cielo de su interior no lo defraudó. Una vez más, lo deleitó con palabras sabias de amor y de corazón. 

Pablo vibraba porque había vuelto al hogar interno de su cielo interior. Había roto, por fin, las condiciones que siempre le había impuesto al amor. Era libre y volaba, con gozo, en las nubes de su cielo interior.

2 comentarios:

  1. Bellísima ponencia del amor y la busqueda del cielo que habita en uno mismo. "Bienvenido a cada, mi amor."

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