Felipe leía aquellas ideas y muchas experiencias aparecían en su mente. La idea de comunicación era vital. Cuando se trataba de informaciones de incidentes en la vida diaria, la información cubría esa curiosidad y de puesta a punto de la novedad del día. Cuando se trataba de intercambiar información sobre actitudes, pensamientos y posicionamientos de las personas ante ciertos hechos, la información adolecía de su efectividad.
No había comunicación. No se solía comprender la verdad del otro. Lo único que salía a flote era la defensa de ideas, de posicionamientos y de preferencias más bien que una comunicación en ambas direcciones. Por ello, la propuesta de esas ideas eran un enorme y maravilloso desafío: “Podrías vivir en el “instante santo” para siempre, empezando desde ahora hasta la eternidad, si no fuera por una razón muy sencilla”.
“No empañes la simplicidad de esa razón, pues si lo haces, será únicamente porque prefieres no reconocerla ni abandonarla”.
“La simple razón, llanamente expuesta, es ésta: el instante santo es un momento en el que se recibe y se da perfecta comunicación”.
“Esto quiere decir que es un momento en el que tu mente es receptiva, tanto para recibir como para dar”.
“El instante santo es el reconocimiento de que todas las mentes están en comunicación”.
“Por lo tanto, tu mente no trata de cambiar nada, sino simplemente de aceptarlo todo”.
Felipe descubría la incapacidad de la mente para recibir y comprender al otro. En muchas ocasiones había asistido a comunicaciones entre personas. La única idea era tratar de rechazar las ideas del otro. No comprender las ideas del otro en su sencillez. El ego hacía enquistar la defensa personal. Se trataba de utilizar todos los recursos: amistades, influencias, favores, relaciones, informaciones con la sola idea de la confrontación. No se trataba de comprenderse. Se trataba de defenderse y atacar.
Una actitud y un procedimiento, muchas veces utilizado, pero sin ningún propósito de entendimiento. Nadie llegaba a una conclusión satisfactoria para las dos partes. Y ese era el punto del “instante santo”: un momento en el que la mente es receptiva tanto para recibir como para dar.
Una posición personal donde la alegría del encuentro, la resolución de conflictos y la clarificación de los motivos de cada una de las partes se ponían al descubierto entre las partes enfrentadas. Eso resolvía toda la cuestión. No se trataba de ganar. Eso era el objetivo del ego. Se trataba de comprender y comprenderse por parte de todos los participantes en la comunicación.
Felipe veía ese procedimiento de la mente en el “instante santo”. La unión de dos mentes abiertas y dispuestas tanto para recibir como para dar. Eso lo cambiaba todo. Eso daba la paz. Eso daba la concordia y la comprensión de cada una de las partes. Y esa es la verdad: cada uno entiende la verdad del otro. Cada uno entiende el motivo de la fricción. Cada uno reflexiona. Cada uno colabora y cada uno abre su mano para llegar a la unión.
Felipe soñaba con esa situación. Era alcanzar la auténtica verdad. Era salir del ego y saltar a la realidad de la unidad. Todos unidos. “El instante santo” es el reconocimiento de que todas las mentes están en comunicación.
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