sábado, noviembre 26

EL DESEO REVELADOR

Benjamín estaba perfilando un detalle muy importante en la progresión de su vida y de sus proyectos. Era una persona tenaz, constante, sistemática, estudiosa y muy cuidadosa. Sabía que muchas de las cosas que había conseguido en su vida se debían a esa fuerza sistemática y a sus planificaciones que no dejaba de cumplir. Se sentía fuerte y contento en esa línea.

Pero, también reconocía que había unas líneas que no respondían a ese esfuerzo tenaz y constante. Era como un escalón que escapaba de sus manos. No lo dominaba y debía comprenderlo para seguir ascendiendo por ese camino de superación y de logros. 

El texto que había caído en sus manos le daba cierta luz sobre el proceso: “El instante santo es el resultado de tu decisión de ser santo”. 

“Es la respuesta”.

“Desearlo y estar dispuesto a que llegue precede a su llegada”. 

“Preparas tu mente para él en la medida en que reconoces que lo deseas por encima de todas las cosas”. 

“No es necesario que hagas nada más”. 

“De hecho, es necesario que comprendas que no puedes hacer nada más”. 

Las dos últimas líneas ponían el énfasis en el muro que no podía pasarse. Había una puerta que no se podía forzar. Esa puerta debía abrirla el Espíritu Santo. No se la podía abrir con la mente. No se la podía abrir con el esfuerzo. Benjamín entendía que, muchas veces, la ansiedad impedía el aprendizaje oportuno en su momento. La confianza y la entrega, por el contrario, encontraban su lugar en el proceso. 

Benjamín repasaba los pasos que se habían establecido muy bien: 1º decisión. 2º desearlo y abrirse a que suceda. 3º Preparar tu mente. 4º Desearlo por encima de todas las cosas. 5º No había nada más. 

La decisión proveniente de la voluntad ejercía su poder. La voluntad lo entendía, lo comprendía y sabía que ese logro era posible en nosotros mismos. Era el estado al que tendía todo ser humano en el devenir de su vida. Esa confianza infinita tenía toda la energía del ser humano, del ser divino, del Padre Celestial. Era nuestro pasaporte al cielo. La confianza abría puertas que los desconfiados y críticos jamás soñarían.

Benjamín se quedó sorprendido por la fuerte función que cumplía el deseo. Los deseos movilizaban energías que no se podían entender. La misma medicina, en casos de tumores malignos que se habían curado, había acuñado una palabra para indicar el fenómeno: “remisión”. No podían ir más allá. No lo podían explicar. No lo podían aceptar, pero era un hecho: había desaparecido. Así concluían que había remitido. 

El deseo involucraba a la mente, al cuerpo, a las células, a todos los órganos, a las hormonas, a cada centímetro de la piel. Un intenso deseo que sobrepasaba todas las otras cosas que había en la vida. Las excedía. El deseo ocupaba un lugar al que no se le había prestado mucha atención. Desear ser santo. Desear alcanzar ese estado de equilibrio, de felicidad, de bondad y de plenitud. Desear ese nivel en el proceso de su existencia. 

Y en ese deseo implicar a la mente para que fuera encontrando todos los medios para que ese deseo se fuera alcanzando. La mente impulsada por el deseo ocupaba su función con claridad. 

Y ese era el proceso. Para la mente, debía estar claro que el punto 5º no tenía nada. Debía dejar que la respuesta se produjera por el dador de santidad: El Espíritu Santo. A él le tocaba abrir la última puerta para que nosotros podamos entrar. Un proceso claro para que la mente, con las ideas bien claras, no fuerce nunca la puerta que jamás podrá abrir.

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