miércoles, noviembre 30

UNA LECCIÓN NO APRENDIDA

Daniel había leído aquella historia muchas veces. Siempre le había dado el mismo significado. Desde pequeño, la había escuchado. Desde pequeño se le había quedado en su interior como una solución impensable. Hay situaciones en la vida en la que no vemos salidas para superar los inconvenientes. Una de las lecciones de Jesús es darnos alternativas para encontrar la superación de esas incidencias sin atacar a nadie, absolutamente a nadie. 

Daniel se enfrentaba otra vez a la misma historia. En esos momentos la estaba viendo desde una visión que nunca había considerado. ¿Cómo solucionar problemáticas de enfrentamiento sin dejar a nadie malparado? Y, a pesar de aparentes imposibles, había siempre una solución impensable. Jesús nos lo demostraba, una vez más, con el episodio de la mujer sorprendida en adulterio.

Los detalles eran extremos. Según la Ley de Moisés debía ser apedreada. La vida le era requerida. No una pena cualquiera. Debía pagar con la propia vida. Estaba implicado el estamento religioso, las enseñanzas religiosas. Esas leyes debían cumplirse. Daniel pensaba que ese elemento específico religioso era de obligado cumplimiento. Jesús no podía rebelarse contra ella. 

Los acusadores eran de todas las edades. No eran unos jóvenes extremistas carentes de la sensatez de la edad. Todo tipo de sabiduría estaba representado en aquel grupo heterogéneo. Había un deseo de condenación muy bien fundamentado. La condenación era sí o sí. Jesús sabía que no iban directamente por aquella mujer. Iban directamente por Él. 

Daniel se sorprendió de que Jesús no los descubriera y les mostrara la terrible falsedad de la acusación. Eran actores de un enfrentamiento de vida o muerte. Jesús no puso en evidencia a los acusadores, ni a la acusada, ni a la Ley de Moisés. Jesús descubría una actitud de condena en el alma humana totalmente equivocada.

Todo el objetivo de la acción divina sobre el alma humana era transformar, atraer, perdonar, comprender, aliviar, amar y apoyar. ¿Aquellos hombres, con la condena de la mujer, buscaban el bien del Padre Celestial? Daniel vio en Jesús una mirada distinta. Debía salvar a la mujer, debía salvar a los acusadores. Ahí veía Daniel el planteamiento que le sorprendía. No se posicionaba “a favor de” y “en contra de”.

Eso le hizo mella en su interior. No se trataba de posicionarse. Se trataba de buscar la unión entre todos. La comprensión debía salir del fondo de las almas. Cuando salía del fondo de las almas, el alma aprendía. Y agradece al Padre la ayuda. Daniel se vio también sorprendido por la confianza que puso en el alma humana: “el que esté libre de error o pecado que tire la primera piedra”. 

Era una decisión arriesgada. Sin embargo, Jesús sabía que dentro de cada corazón humano había una chispa de la bondad infinita. La sabiduría hizo su efecto. “Jesús no los recriminó como nosotros solemos hacerlo”, pensó Daniel. Nadie condenó. Jesús tampoco condenó. Daniel aprendía la lección y descubría la gran aventura de la vida: No condenar a nadie era no condenarse a sí mismo. 

“Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías la Expiación”. 

“A la culpabilidad no le llegará su fin mientras creas que está justificada”. 

Daniel cerraba los ojos. Bajaba, en su luz interior, hasta su corazón. Se repitió las palabras: Jesús no condenó y nos enseñó la lección: nadie debemos condenar. De otro modo, sería una rueda equivocada que nunca dejaría de girar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario