martes, noviembre 1

PALABRAS DE CIELO

Pablo no daba crédito a lo que acababa de leer. Siempre había pensado en el cielo como un lugar estupendo, maravilloso, fabuloso, feliz, lleno de paz y de un ambiente agradable y delicioso. Un lugar sin parangón. Allí todos los sueños serían posibles.

Recordaba las tardes cuando se reunían un grupo de amigos. Iban a un hermoso parque de la ciudad. Para empezar la conversación, se proponía que cada uno diera su sueño de ese lugar tan especial que pululaba en cada uno de los corazones. Las ideas salían de sus mentes. Dejaban libres a sus fantasías y se sentían, por un tiempo, situados en todas sus imaginaciones jugando sin gravedad, sin accidentes, sin limitaciones, sin inconvenientes, sin lágrimas, sin reveses. 

Todo a su mano. Todo a su alcance. Todo sin cruzarse, ni competir, ni sentir el dolor de las distancias, ni los sorprendentes huracanes que lo cambiaban todo en un instante. Rodeados de verde, de hierba, de árboles, de flores, de sendas pisadas por donde deambulaban las gentes. Disfrutaban del entorno, del clima, de la hora vespertina y de la paz de la gente disfrutando de la serenidad y la tranquilidad. 

El agua le daba ese toque de vida. Un chorro potente la elevaba a cierta altura para caer sobre el estanque y alegrar la vida de los patos que elegantemente nadaban. Se desplazaban ante los ojos admirados por su belleza y por su peculiar forma de caminar. Unas manos amigas les ofrecían productos alimenticios para atraerlos a la orilla y sentir su armonía y su cercanía. 

Pablo, muchas veces, había pensado que era un entorno muy apropiado para imaginar el cielo como un lugar sumamente bello y eterno, lleno de cariño, paz, amistad, manos tendidas y una sonrisa en las mejillas diciendo somos amigos, somos hermanos, somos comprendidos, somos apreciados, queridos y aceptados. Todos los elementos del ser humano atendidos, tenidos en cuenta y abrazados en un acto completo de afecto y amor sincero. 

Fueron momentos grabados en su corazón. Y, al leer aquellas líneas, se unieron en su mente con toda naturalidad: “Si el Cielo fuera algo externo a ti no podrías compartir su júbilo. Pero ya que está dentro de ti, su júbilo es también el tuyo”. 

Ahora Pablo comprendía mucho mejor aquella frase de los sabios griegos: “no te busques a ti fuera de ti mismo”. Pensaba que si lo que caracterizaba a la raza humana eran sus pensamientos, sus sentimientos, sus afectos y sus anhelos, el cielo debía estar en ese preciso lugar. Ya no buscaría más el “cielo” en el exterior. Tendría pensamientos de “cielo”, sentimientos de “cielo”, afectos de “cielo” y objetivos de “cielo”. Así, de una vez por todas, viviría el “cielo”. 

Entendía que la preposición que se utilizaba debía suprimirla. No debía decirse: “Vivir en el cielo”. Sería mejor expresado con la afirmación sin preposición: “Vivir el cielo”. Ahora entendía mejor la espiritualidad de la India. Siempre nos repetían que debíamos vivir en el presente, vivir el presente. Dejar caer el pasado y no preocuparnos por el futuro. Ahora la definición de “cielo” encontraba todo su lugar. 

No se está viviendo el cielo cuando un continuo recordar de los reveses del pasado, de los inconvenientes del pasado, de las malas experiencias del pasado. El “Cielo” pedía vivir el presente y vivir con toda la energía que la naturaleza y la alegría nos daba en ese día. Tampoco se podía pensar en las alegrías del futuro porque el “Cielo” se vivía en el presente. El “Cielo”, al estar en el pensamiento, no podía esperar a vivirse en el futuro porque ya estaba dentro. 

Pablo se daba cuenta que, al pensar sobre el entorno del “cielo”, sus pensamientos se ponían en armonía con el “cielo”. Y, en esa tarde, descubrió que el “Cielo” no estaba en ningún lugar, en ningún entorno físico. El “Cielo” estaba en su interior: “Si el Cielo fuera algo externo a ti no podrías compartir su júbilo. Pero ya que está dentro de ti, su júbilo es también el tuyo”.

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