Sebas estaba haciendo la comida. Cortaba la cebolla, el pimiento, la berenjena, el calabacín y la alcachofa. Todo se freía en el aceite que había puesto primero en el fondo de la olla. Un sofrito que absorbía los néctares de la naturaleza para condimentar aquellas legumbres que tenía en su mente preparar. De pronto sonó el teléfono indicándole la llegada de un mensaje.
Dejó, un momento, la comida y se dirigió a leer ese mensaje que le llegaba en ese momento. Se quedó pensando un rato las frases que le habían llegado. Su amigo le agradecía su paciencia y su comprensión. La noche anterior, Sebas, había tenido un momento de relativa tensión en la conversación con él. Antes del mensaje pensaba en su cabeza si le enviaba un mensaje de saludo o no.
En eso, una luz le traspasó la mente y su corazón. Se dio cuenta de que la mala opinión que tenía su amigo de sí mismo no se calmaba con palabras. Sebas pensó que, si realmente trataba a su amigo con esa forma agradable, comprensiva, plena de confianza y siempre una sonrisa en su rostro, tal como le gustaba que le hiciesen a él, podría recordarle en cada ocasión lo mucho que lo apreciaba.
Además, comprendió que, si trataba de focalizarse en lo mejor de su amigo, se focalizaba también en lo mejor de sí mismo. Era una acción que tenía su doble efecto: sobre su compañero y sobre él mismo. Continuó dejándose llevar por la idea que le atraía. Veía un buen camino que ahora entendía mucho mejor. Era una forma de superarse a sí mismo, tratando de compartir con su amigo.
Él no se podía ver. Él no se podía experimentar. Pero, en ese proyecto, podría entrar en un nivel nuevo de su vida. Y ese descubrimiento le motivaba mucho a Sebas. Era tratar como le gustaría ser tratado. Era como devolverle a cada persona el reflejo del tesoro que llevaba dentro. Era como decirle, de una forma natural y tranquila, la valía que cada persona tenía en su interior.
La ilusión envolvía el pensamiento de Sebas. Se sentía contento, pleno, satisfecho consigo mismo, agradecido por su descubrimiento. Una cantidad de energía subía por sus venas y por su pecho. La sonrisa se dibujaba en su boca. Los movimientos salían con otro aire de sus manos. ¡Qué maravilla sentir en cada persona los aires depositados del Padre Celestial!
Siguió haciendo la comida con otros gestos y con otra energía sobrevenida. Le invitaba a sentir plenitudes insospechadas de amor y de bondad. Pensaba en su amigo, pensaba en los demás, pero la energía se manifestaba en él por las nuevas hormonas que la alegría le había inducido a su mente a fabricar.
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