Guillermo había escuchado, en cierta ocasión, la idea de que debíamos vivir en el presente. Como profesor se daba cuenta de que los tiempos de pasado eran muy amplios, muy precisos y muy delimitadores. Eso indicaba que el tiempo más empleado era el pasado. El futuro tenía dos tiempos y las condiciones también. El presente solamente tenía un tiempo. La división entre pasado, presente y futuro siempre había sido un aprendizaje en su vida.
Nunca se había parado a valorar la importancia de vivir en el presente, de dejar el pasado y de ser cautos con el futuro. Desde el punto de vista gramatical estaba bien organizado. Desde el punto de vista mental, desde la actitud, desde la experiencia, vislumbraba que tenía su razón la idea de potenciar el presente y dejar los otros dos tiempos.
Con el futuro ocurría algo especial. En él aparecía la ansiedad en las personas. Ese deseo de que se cumpliera algo, de que se hiciera según sus planes, de que no le vinieran ningunos reveses. Todo ello provocaba que la mente perdiera su equilibrio.
Leyó en un autor una reflexión que no pudo olvidar. Decía que la mente solamente podía solucionar incidencias en el presente. Es decir, si alguien se mareaba, se le atendía de inmediato y, según su gravedad, se le trasladaba al hospital. No se podían solucionar esos incidentes en el futuro. La mente era incapaz de hacerlo. El cuerpo era incapaz de hacerlo. Las manos eran incapaces de hacerlo.
De ahí que planificar el futuro, temer por todo tipo de incidencias, hasta cierto límite podría ser prudente y sensato. Se podían preparar posibles respuestas. Más allá de cierto límite, todo era tan hipotético que la mente no estaba hecha para solucionar hipótesis sino hechos reales.
Guillermo dedujo que la mente no debía profundizar en el futuro. Debía estar consciente en el presente y no crear problemas. Una vez Guillermo, como dependiente de una ferretería, fue a un almacén para recoger un artículo que había allí. Abrió la puerta con la llave. Tenía su mente en el artículo, tenía su mente en el transporte, tenía su mente en atender a un cliente, Así que su mano dejó de forma inconsciente, sin su mente, las llaves en un lugar.
Recogió el artículo. Lo preparó. Todo ello con mucha diligencia. Se dirigió a la puerta. Iba a cerrarla. Pero, no tenía las llaves en el bolsillo. Sabía que las había dejado al entrar. No recordaba dónde. Su mano actuó independientemente de su mente. No recordaba el lugar. Estuvo buscando. Le llevó media hora dar con el paradero de las llaves.
Aprendió la lección muy bien. El mal rato que pasó. La demora que le provocó. La prisa y la mente en el servicio, le había hecho olvidar las acciones presentes que se necesitaban para ello. Todo se desarrollaba en el presente. La mente debía dirigir conscientemente el presente. De lo contrario, todo se demoraba y todo podía suceder cuando la mente no estaba en su debido lugar: “el presente”.
Iba penetrando en esa frase tan sutil y enigmática al principio, pero tan verdadera en la vida de muchas personas. La consciencia del presente nos evitaba problemas futuros. La sabiduría del presente nos evitaba discusiones futuras. La tranquilidad y el respeto del presente nos evitaba disculparnos de palabras enojosas y ofensivas.
Sabiduría del presente que dibujaba un futuro hermoso y claro. Consciencia del presente donde todo se daba con fluidez y con grandes fuerzas. La frase acababa con una contundencia que sorprendía a Guillermo: “Vivir en el presente era vivir la vida”.
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