lunes, noviembre 28

LA PEQUEÑA DOSIS DE BUENA VOLUNTAD

Benjamín leía el título de aquel apartado del libro: La pequeña dosis de buena voluntad. Y su mente, siempre buscando descubrir el misterio entre líneas, se paró en dos palabras. “pequeña” y “buena”. Dos palabras que estaban al alcance de cada ser humano. 

No se trataba de hacer grandes proezas. Sencillamente eran cualidades que anidaban en el alma humana. Todos podíamos hacer “pequeñas” cosas. Todos podíamos aportar nuestra “buena” actitud. Y, sin embargo, estaba en un capítulo donde se hablaba de conseguir el instante santo.

El instante santo era la puerta de entrada a una vida santa. Una santidad natural. Hecha de vida, de sencillez, de cariño, de unión y exenta de división, y enfrentamiento. Una santidad donde todos los seres humanos podían sentirse felices, respetados, amados, apreciados y tenidos en cuenta. Algo sencillo y universal. Toda una oportunidad. 

Benjamín veía que esos recursos abundaban en la gente. No había carencia de ellos. Era posible. Era factible. Estaba a la mano. Pero, a la vez, veía que en esa sencillez estaba su peor inconveniente. La mente humana amaba lo grandioso, lo extraordinario, lo que destacaba. Esperaba ver en ello la culminación de sus anhelos y la resolución de todos sus problemas. 

El texto era un aviso en contra de esa complejidad mental. Era un tópico compartir que la solución siempre estaba donde no la buscabas. Y Benjamín veía que la solución volvía a estar donde no se buscaba. Y esa era su dificultad. “No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide, o, de lo contrario, creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro”. 

Esa confusión era propia de la mente. Ser consciente de la confusión era despertar. Entender que nuestra mente estaba confundida era el punto capital de crecer, de comprender, de resolver la cuestión, de superarnos como seres humanos. La confusión nos cegaba, nos impedía ver el amor, nos reducía como individuos, nos aniquilaba como unión. 

Por ello, veíamos tanta confusión, tanta desunión, tanto enfrentamiento. “No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide”. No estaba en nuestras manos. No estaba en nuestras cualidades. La unión y la esperanza de sentirnos todos unidos, no estaba en nosotros. Era función del Espíritu Santo. 

La confusión de esa actitud hacía funcionar al Espíritu Santo como el ego. “Creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro”. Y ese era nuestro peligro. “El Espíritu Santo pide muy poco”. 

“Él es quien aporta la grandeza y el poder”. 

“Él se une a ti para hacer que el instante santo (puerta de entrada) sobrepase con mucho tu entendimiento”. 

“Darte cuenta de lo poco que tienes que hacer es lo que le permite a Él dar tanto”. 

Y lo poco que teníamos que hacer era “una pequeña dosis”. No se trataba de un gran esfuerzo interminable. Noches sin dormir. Cansancio a reventar. Dificultades para superar. “Una pequeña dosis”. Estaba dicho todo. El segundo término era muy asequible también: “buena voluntad”. Todos hemos visto cómo se han solucionado muchos incidentes y problemas en la vida con buena voluntad. 

“La buena voluntad” hacía milagros. Benjamín recordaba, en su vida, varios incidentes, en ocasiones irresolubles, resolverse totalmente con “buena voluntad”. Mano de santo en nuestras relaciones y en nuestra problemática interior. Las dos palabras quedaban grabadas en su mente: “pequeña” y “buena”. Dos palabras sencillas que valían su peso en oro.

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