domingo, julio 31

DIVISIÓN, UNIÓN, REVELACIÓN

Enrique tenía una conversación pendiente con Dios. Quería tratar con él un tema que le estaba dando vueltas en la cabeza. Era un domingo por la mañana. Casi sin darse cuenta, después de tomar el desayuno, se despidió de su madre y salió de casa en dirección a la cima de la montaña que dominaba la ciudad.

Sentía que una fuerza le atraía. Podía haberse quedado en casa. Sin embargo, su alma necesitaba el oxígeno de las alturas. La lejanía de la vida cotidiana. La atmósfera de los momentos preciosos donde la paz y la calma reinaban. Así se olvidaba de su rutina y de sus ocupaciones de cada día.

Enrique anhelaba la paz y la concentración en el encuentro con su Creador en aquellas horas de la mañana. Una media hora después ascendía la ladera para llegar a la cumbre. La montaña ofrecía sus faldas para muchas casas que habían escalado para sentirse por ella abrigada. 

Llegó a una roca que sobresalía. Se sentó, tranquilo, despejado. La vista de toda la ciudad entraba por sus ojos y su alma. Bajó un poco el rostro y le dijo a Dios: “Dios mío, aquí estoy yo. Ya conoces lo que late en mi corazón. Los pensamientos que me rodean y necesito abrirme a ti con total confianza y aceptación”. 

El silencio y la paz siguieron. La tranquilidad se hizo presente de forma espontánea y auténtica. Se sentía bien. Compartía con Dios la lectura que había tenido: “En mí ya has superado cualquier tentación que pudiera demorarte”. 

“Juntos recorremos la senda que conduce a la quietud, que es el regalo de Dios”. 

“Tenme en gran estima, pues, ¿qué otra cosa puedes necesitar, sino a tus hermanos?”

“Te devolveremos la paz mental que juntos tenemos que encontrar”. 

“El Espíritu Santo te enseñará cómo despertar a lo que nosotros somos y a lo que tú eres”. 

“Salvarse del mundo consiste sólo en eso”. 

“Mi paz te doy”. 

“Acéptala de mí en gozoso intercambio por todo lo que el mundo te ha ofrecido para luego arrebatártelo”. 

“Y la extenderemos como un manto de luz sobre la triste faz del mundo, en el que ocultaremos a nuestros hermanos del mundo, y a éste de ellos”. 

Enrique, desde el fondo de su alma, quería compartir con Dios algo nuevo que había surgido en su corazón. La frase “Tenme en gran estima, pues ¿qué otra cosa puedes necesitar, sino a tus hermanos?”, le abría en su mente un pensamiento hasta ahora jamás considerado. 

En el reino del ego, Dios era uno, también separado, como todos pero, el más importante. Enrique lo había concebido así. Era el más importante y el más poderoso. Había que respetarlo. No era bueno estar en contra de Él. 

Pero, Enrique, ahora, se encontraba en el reino del amor, de la unión y del Espíritu Santo. Captaba que Dios, al ser uno con tod@s sus hij@s creados, era mucho más que una parte aislada como concebía el ego. Era el conjunto formado por Dios y por tod@s sus hij@s. La realidad era totalmente distinta. 

Era la relación con Dios y con Su Creación reflejada en cada ser humano. Por eso entendía la frase siguiente: “¿Qué otra cosa puedes necesitar, sino a tus hermanos? Te devolveremos la paz mental que juntos tenemos que encontrar”. 

Enrique vibraba. Le cambiaba toda su visión. Ya no era asunto de discutir, de luchar, de enfrentarse, de herirse, de aislarse, de evitar. Era asunto de vivir ese anhelo de Dios en toda persona que se cruzara en su camino. Ya no las distinguiría como hacía antes: agradables, antipáticos, serios, creídos, orgullosos, pasables y con algunos muy amigables. 

Ahora pensaba en ellos y pensaba en Dios. Los miraba y miraba a Dios. Los saludaba cada día y saludaba a Dios. “Por fin - gritaba Enrique en su interior - se había acabado la división. ¿Quién soy yo para dividir a mi Dios? ¿Cómo puedo separar a las personas si en la mente de Dios están todas unidas?” 

Enrique volaba. Veía las nubes pasar. Los rayos del sol de la mañana le sonreían. La vista se alegraba. Abarcaba a toda la ciudad. Por primera vez en su vida, empezaba a amar a todos sus conciudadanos. Y, como decía el texto, a todos sus hermanos por creación. 

Le daba gracias a Dios por la paz que le entraba por los poros de su alma: “Te devolveremos la paz mental que juntos tenemos que encontrar”. Por fin, había entendido la unión. Por fin, había entendido a Dios. Por fin, había puesto término a la división. El reino del Espíritu Santo se había entronizado en su corazón y en su mente. En la unión todos somos uno en nuestro Dios.

sábado, julio 30

COMPAÑÍA, CAMINAR, CONFIANZA

Francisco estaba sobre una roca en el mar. Tenía una vista preciosa. La lejanía del horizonte donde jugaba el mar con el cielo. Los colores multicolores del sol filtrado en las nubes y en los movimientos de las aguas. La brisa fresca soplaba suave. El ambiente, a su alrededor, le invitaba a descubrir su interior.

Francisco repasaba sus años primeros. Veía que un hálito de amor le había seguido. Desde su madre, su familia, sus abuel@s. Todos habían depositado en su vida experiencias sensibles de comprensión y de cariño. Poco a poco se hacía grande. Observó cómo estas demostraciones de cariño iban disminuyendo. Le querían igual pero, se hacía grande. 

Francisco estaba contento por progresar en su vida, en años y en habilidades. Era un gran descubrimiento. También notaba que entre los mayores eran pocas las demostraciones afectivas. Parecían que todas estaban reunidas en la vida de los infantes. Y cada infante desaparecía en un adult@. 

En algunos momentos, parece que se resistía a crecer. Un mundo interior personal, no conocido, se iba abriendo en su propio caminar. Cada vez más tenía en sus manos el volante de su propia vida. Lo dirigía según sus habilidades y sus pensamientos. 

Una personalidad delimitada se iba forjando con sus experiencias. Una vida corriendo la carrera pero, sin conocerse a sí mismo en gran manera. Alguien le decía cuando conocía sus inquietudes: “la vida te dará todo lo que vayas necesitando. Ya lo irás descubriendo”.

Veía a sus padres aceptando, los dos, los roles de la vida. También se veía a sí mismo aceptando su rol como uno de tantos. Sin embargo, echaba de menos a alguien que, con un respeto total, pudiera compartirle su vida. Al leer aquellas líneas un nuevo motivo surgía en su horizonte: 

“Sólo el Espíritu Santo sabe lo que necesitas”. 

“Pues Él te proveerá de todas las cosas que no obstaculizan el camino hacia la luz”. 

“¿Qué otra cosa podrías necesitar?”. 

“Mientras estés en el tiempo, Él te proveerá de todo cuanto necesites, y lo renovará siempre que tengas necesidad de ello”. 

Francisco veía una posibilidad para seguir teniendo, en su vida interior, una compañía franca y sincera para hablarle de todas sus inquietudes. Una compañía con quien compartir sus sentimientos, su cariño, sus ideas y sus decisiones”. 

Sentía una compañía genial, una compañía estupenda, una compañía necesaria. Desde que nació, aprendió la maravilla de la compañía. Siempre había estado acompañado. Siempre había sentido unas manos dulces y agradables que le entendían y que le dirigían amablemente. 

Ahora, con sus años de juventud ante él, su independencia era clara. Pero, no quería perder ese sentido de compañía que había arraigado en su interior. Una compañía que le orientara en sus decisiones, en sus pensamientos, en sus sentimientos. 

Una compañía que le ayudara a comprenderse a él mismo. Sus sentimientos se ampliaban, se relajaban, se alegraban. Terminaba con esa frase: “Deja, por lo tanto, todas tus necesidades en Sus manos. Él te las colmará sin darles ninguna importancia”. Francisco ya conocía, en su interior, esa maravillosa experiencia. No quería perderla. 

La luz del sol levantaba en intensidad. El agua lo agradecía. Los rayos que le llegaban alegraban sus claridades. Le daban sus tonos variables de belleza profunda. Sus ojos se abrían. La brisa aumentaba su soplo. Su cara se refrescaba. En su mirada lejana, perdida, una nueva paloma de ilusión surgía.

viernes, julio 29

TRANSFORMACIÓN, LUZ, NUEVA VIBRACIÓN

Miguel leía y releía aquellos textos llenos de sabiduría. Eran la vida que se exponía en un lienzo en el cielo delante de sus ojos. Empezaba a comprenderlos y se dio cuenta de la equivocación de sus pensamientos desde la niñez de su existencia.

“Siempre que reconoces que no sabes, la paz retorna a ti, pues has invitado al Espíritu Santo a que retorne, al haber abandonado al ego por Él”. 

“No acudas al ego para nada”. 

“Eso es lo único que necesitas hacer”. 

“El Espíritu Santo, por Su Propia iniciativa, ocupará toda mente que, de esta manera, le haga sitio”. 

“Si quieres tener paz, debes abandonar al maestro del ataque”. 

“El maestro de la paz nunca te abandonará”. 

“Tú puedes apartarte de Él, pero Él jamás se apartará de ti, pues la fe que tiene en ti es Su entendimiento”. 

Miguel entendía que había marchado por otro camino muy distinto. Había sufrido con el maestro del ataque cuando su padre, alrededor de una mesa, quería pegar a su madre. Su madre imponía la distancia. Su padre quería acortarla para darle, según él, su merecido. 

Momentos de tensión en su vida. Un enfrentamiento brutal de dos seres que cuidaban de sus tres hijos. No sabían que sus pequeños los necesitaban a los dos unidos. Cuando perdían la paz, se enfrentaban ellos mismos. 

Miguel sufría aquellas experiencias. Era inconsciente de que algo de rabia nacía en su interior. Se oponía a los métodos de su padre con todas sus fuerzas. Así un cierto elemento de revancha se hacía eco en la profundidad de su alma. 

En momentos, cuando era enfrentado verbalmente, trataba de defenderse. No solía ver las razones del otro. Solamente se ponía en guardia porque no tenía sus mismas actitudes en ciertos temas. La rabia inconsciente nacía y lo dominaba. 

Miguel creía que era una forma de defenderse ante la crueldad de la vida. El ataque había que pararlo de alguna manera. Toda su fortaleza interior se erigía para no permitir que nadie tratara de menospreciarle. Sin embargo, no acababa contento. Siempre en su interior, la falta de paz lo desequilibraba. Necesitaba tiempo para recobrar su estado de ánimo normal. 

En cambio, Miguel se sentía más sereno cuando comprendía alguna situación. Un día, al salir del colegio, se volvía a casa con un compañero. El amigo le preguntó algo que necesitaba la respuesta. Su compañero le preguntó: “Si me dicen que soy un hijo de … ,¿a quién han ofendido a mi madre o a mí? 

La respuesta de Miguel salió como si la tuviera preparada. Él mismo se sorprendió: “No han ofendido ni a tu madre ni a ti. Sólo han querido molestarte. No tiene mayor importancia. Una frase hecha”. La cara de paz de su amigo se le quedó grabada. Se relajó y la sonrisa le volvió a su rostro. 

Miguel se sentía contento de haber colaborado en la paz de su amigo. Pero, su interior siempre estaba a la intemperie del arranque de genio frente a la contrariedad. 

Miguel, recordando estos episodios, veía en ellos la realidad expresada por esas líneas. Lo que había aprendido del ego de separación, de miedo, de competencia, de amenaza y de abuso, le quitaba la paz. Era un precio demasiado alto para pagar. 

Lo tenía claro en su vida. Dejaría de creer que lo sabía todo y enfrentaría cada situación con la visión de que el Espíritu Santo lo ayudara. Y sabía el camino. Dejar de lado su ego forjado y moldeado por muchos momentos de sinsabores y de sufrimientos. Se repitió a sí mismo la frase: “no acudas al ego para nada”. 

Y descansaba en la verdad que emanaba de estas palabras: “El Espíritu Santo, por Su propia iniciativa, ocupará toda mente que, de esta manera, le haga sitio”.

jueves, julio 28

SORPRESA, PUERTA, LUZ

José estaba leyendo aquellas líneas y no podía creérselo. Había estado buscando, en el conocimiento y en la aportación de diversos caminos, las razones de la vida que guían nuestro diario vivir.

Era un buscador continuo, constante, profundo y bien orientado. Su interior le agradecía todos los resultados que obtenía de esas lecturas amasadas con la demanda de su alma. 

Sentía una energía interior que se alimentaba de lucecillas que iban brillando en frases, en pensamientos, en aportaciones de diversos autores. Pero, en esos instantes, José creía que había dado con algo realmente significativo en su vida. 

Siempre la palabra “transformación” había formado parte de esa línea de búsqueda necesaria. Su pensamiento se había basado en muchas propuestas. Buscaba con ahínco esa puerta que le abriera los tesoros que ansiaba. 

Y, en aquella lectura, estaban delineados los factores oportunos que dibujaban aquella puerta en el interior de su alma: “No creas que sabes nada hasta que pases la prueba de la perfecta paz, pues la paz y el entendimiento van de la mano y nunca se les puede encontrar aparte”. 

"Cada uno de ellos trae consigo al otro, pues la ley de Dios es que no estén separados”. 

“Cada uno es causa y efecto del otro, de forma tal que donde uno de ellos está ausente, el otro no puede estar”. 

Le impactaba la conexión entre “La perfecta paz” y “el entendimiento”. Era una conexión nueva que llegaba a su vida. El entendimiento no se basaba en ideas brillantes, audaces, osadas, placenteras, ilusionantes y llenas de entusiasmo. El entendimiento debía propiciar esa perfecta paz que todo lo aclaraba y lo profundizaba. 

La prueba de la perfecta paz chocaba con sus ardorosas defensas de ciertas posturas que creía que eran correctas. También derrumbaba el muro de sus contrariedades cuando se veía cuestionado en sus propuestas. 

El entendimiento discurría por un sendero que, en muchos momentos, no podía seguir por perder esa paz que tanto bien le hacía. Eran altibajos que se producían en su línea de la vida y de sus pensamientos. 

Ahora al combinar el entendimiento con la paz, veía que no era la fuerza que impelía a la idea. Era la energía de la verdad la que calmaba todos sus sentimientos. Era una nueva perspectiva. 

Los textos lo dejaban claro, muy claro: el entendimiento presuponía la paz, y la paz presuponía el entendimiento. No podían ir por separado. Así, José veía que esa conexión tocaba una de sus fibras profundas. 

Con claridad, con objetividad y con una coherencia vital, se deslizaba, ante sus ojos y ante su mente, la puerta de entrada a esa transformación que tanto había buscado en su vida. 

Así José reconocía que aquella conexión le había traído una brisa fresca de sabiduría en ese caminar de la vida. Estaba orientado en la dirección que debía caminar. Y, esa profunda paz, le devolvía, con confianza, sus apreciaciones. Valoraba muy bien el entendimiento que adquiría.

miércoles, julio 27

PENSAMIENTO, VACIAR, COMPRENDER

Lucas recordaba con cierta simpatía una anécdota que leyó en unos de sus libros acerca de un sabio oriental. La comprensión era tan evidente que llenaba todos los poros de su entendimiento. La imagen lo decía todo.

Un señor muy importante decidió poner un poco de orden en su vida y decidió ir a visitar a un hombre sabio que le habían recomendando. Llegó a la casa. Avisó de su presencia. Esperaba que el hombre sabio le recibiera de inmediato. 

Para su sorpresa, le dijeron que esperara un rato. Le invitaron a tomar asiento en una salita muy acogedora. El hombre importante se decía para sí mismo que era una descortesía no atender de inmediato al visitante. 

El hombre sabio esperaba que el hombre importante se relajara, se tranquilizara y olvidara el inmenso tumulto que tenía en su mente, en sus preocupaciones familiares y en todos los campos que atravesaba el importante hombre de negocios. 

Un rato después, el hombre sabio se presentó. El hombre importante empezó a hablar de inmediato. Pero, el hombre sabio lo tranquilizó, lo trató con mucha amabilidad y le invitó a tomar una taza de té. 

“Bueno, era una invitación amable”, pensó el hombre importante. Aceptó de no muy buena gana, pero estaba en la casa del hombre sabio y debía seguir sus orientaciones. 

El hombre sabio empezó con la ceremonia del té. Después de los variados gestos, empezó a llenar las tazas con el precioso líquido preparado. El hombre importante le seguía cada uno de sus movimientos. Sus ojos estaban centrados en el líquido que iba llenando la taza. 

Con sorpresa vio que llenaba la taza más de lo previsto. Todavía más, seguía echando té en una taza llena y este se vertía fuera de la taza. No pudo contenerse el hombre importante y le censuró al hombre sabio su falta de concentración. 

Ante la reacción del hombre importante, el hombre sabio le dijo: “has venido para que te pueda compartir sabiduría, pero la taza es un ejemplo de tu mente. Está llena ya. Si hecho más conocimiento, se verterá fuera como lo hace el té”. 

El hombre importante se quedó sin palabras. No sabía qué responder. La lección estaba aprendida. El hombre sabio le sugirió que cuando estuviera su mente vacía, él podría llenarla del conocimiento que tanto le faltaba. 

Lucas se preguntaba cómo se puede vaciar una mente que está llena de muchos conocimientos. Era un aspecto que le faltaba completar de la historia oriental. 

En estas líneas encontró una orientación para vaciar su mente: “Sólo aquellos que reconocen que no pueden saber nada a menos que los efectos del entendimiento estén con ellos, pueden realmente aprender”. 

“Para lograrlo tienen que desear la paz, y nada más”. 

“Siempre que crees que sabes, la paz se aleja de ti porque has abandonado al Maestro de la paz”. 

Lucas ahora vislumbraba que cuando sabía algo y no necesitaba ningún consejo, él mismo lo llevaba a cabo y su mente estaba llena. Ninguna sabiduría podía llenar su mente. Estaba llena y toda sabiduría se derramaba. 

La suficiencia humana impide a la sabiduría intemporal verter sus visiones profundas, certeras y apropiadas. Lucas veía el camino de su superación: no confiar en sus repetidas seguridades que muchas veces le había quitado la paz. 

La paz se revelaba como un elemento de evaluación sobre sus pensamientos. Así sabría si sus decisiones eran equivocadas, o, por el contrario, la sabiduría de todos los tiempos estaba en su cabeza.

Lucas entendía que debía albergar, con sencillez, el camino de la paz, el camino del amor, el camino del entendimiento. En adelante, ya no decidiría sólo él mismo. Decidiría juntamente con el Maestro de la paz. Así su cabeza no estaría llena para rechazar el té de la sabiduría infinita.

martes, julio 26

ANHELO, ERROR, VISLUMBRE

Germán entró en el cuarto de aquel amigo que estaba visitando. Tenía un póster en la pared de la derecha, al lado de la ventana. Una frase escrita sobre él. A Germán no le pasó por alto. Se le grabó en la mente y nunca más se olvidó de ella: “El deseo de ser feliz es un obstáculo para alcanzar la misma felicidad”.

Los colores azules se esparcían en la parte superior. Las figuras de dos jóvenes corriendo por una verde pradera y sus anhelos desplegados en forma de sonrisas y ojos claros, adornaban la frase que continuaba susurrando y tocando las puertas de su corazón. 

Germán se quedó, al principio, un poco perplejo. Inicialmente entendía que el deseo de ser feliz se oponía a uno de los rasgos de la felicidad: la espontaneidad y la naturalidad que ofrecía cuando se presentaba en los detalles más insospechados de la vida. 

Ese deseo de ser feliz casi implicaba que las personas marcaban unas condiciones a la felicidad. Y eso, Germán lo entendía. No se pueden poner cauces para la felicidad. Todo fluye sin darse uno cuenta, y sin darse cuenta, brota el manantial donde nadie lo esperaba. 

Le fue dando muchas vueltas a aquella frase del póster de la casa de su amigo. Germán se preguntaba por qué el camino de la felicidad era un sendero muy oculto que a veces se daba sin esperarla. 

Al leer las siguientes palabras entendía un poco más el tema: “Todo lo que el ego te dice que necesitas te hará daño”. 

“Pues si bien el ego te exhorta una y otra vez a que obtengas todo cuanto puedas, te deja sin nada, pues te exige que le des todo lo que obtienes”. 

“Y aún de las mismas manos que lo obtuvieron, será arrebatado y arrojado al polvo”. 

“Pues donde el ego ve salvación, ve también separación, y de esta forma, pierdes todo lo que has adquirido en su nombre”. 

“No te preguntes a ti mismo, por lo tanto, qué es lo que necesitas, pues no lo sabes y, lo que te aconsejes a ti mismo te hará daño”. 

“Pues lo que crees necesitar servirá simplemente para fortificar tu mundo contra la luz y para hacer que no estés dispuesto a cuestionar el valor que este mundo tiene realmente para ti”. 

Germán ahora comprendía con mayor profundidad el alcance de aquella frase que como una espina continuaba clavada en su corazón. Era un contrasentido. Todo el mundo buscando la felicidad y, sin embargo, nadie podía confiar en ell@s mism@s para buscarla y encontrarla. 

Lo que más le impactaba a Germán era que las decisiones personales todavía agravaban más la cuestión. El ser humano veía la felicidad en el poseer y era un error total. 

Germán se centraba en la fuerza interior en la búsqueda de la felicidad, innegable en cada persona. Germán también veía la incapacidad humana para encontrarla. La buscaba por el camino equivocado. 

Tenía claro que no podía buscarla por él mismo. Debía evitar al ego:”todo lo que el ego te dice que necesitas te hará daño”. Así que necesitaba evitar al ego en su campo de división, de comparación y de enfrentamiento. 

Y buscar la felicidad, en la unidad, en el valor individual de cada persona, y en la aceptación de tod@s como seres maravillos@s tal cual lo era él. Pensaba en la frase y en las experiencias que la había aplicado: “Tu felicidad es mi felicidad”, “tu alegría es mi alegría”. 

Vibrar con la felicidad de los demás era tan maravilloso como encontrar la propia. Y Germán se hacía consciente de que este era un camino maravilloso para que sorprendentes vivencias ocurrieran.

lunes, julio 25

ILUSIÓN, AMOR, VICTORIA

Josué iba radiante con su ramo de flores por las calles de la ciudad. Tenía una felicidad poco común. Era el cumpleaños de su novia. Era la primera vez que lo celebraban desde su compromiso.

Josué sabía que en su ciudad ningún chico se atrevía a llevar él personalmente un ramo de flores. Tampoco existían entonces floristerías que entregaran los encargos en los domicilios. Estuvo debatiendo en su interior. 

¿Qué podría hacer? Si no lo llevaba él, no le llegaría. No había otro medio de hacerle llegar ese presente con toda la ilusión de su alma. Pero, tendría que enfrentar la vergüenza que le harían pasar los chicos jóvenes cuando se cruzaran con ellos en el camino. 

Josué dudaba, pensaba. Consideraba todas las alternativas que le venían a la cabeza. Al final, vio que no disponía de otro medio para compartir con su chica el ramo de flores. 

Era un chico con ideas muy claras. Tenía buenas decisiones y una gran fuerza cuando veía las acciones razonables. Sin embargo, algo en su interior le retenía para no llevar el ramo con él. 

Esa posibilidad no quería aceptarla. Al final, se vistió, se arregló, cogió el ramo de flores. Su madre le preguntó si lo iba a llevar por fin él. Josué se armó de valor. Fue a su habitación. Volvió a releer un párrafo que había encontrado y lo dibujó en su mente línea a línea: 

“Primero soñarás con la paz, y luego despertarás a ella”. 

“Tu primer intercambio de lo que has hecho por lo que realmente deseas es el intercambio de las pesadillas por los sueños felices de amor”. 

“En ellos se encuentran tus verdaderas percepciones, pues el Espíritu Santo corrige el mundo de los sueños, en el que reside toda percepción”. 

“El conocimiento no necesita corrección”. 

“Con todo, los sueños de amor conducen al conocimiento”. 

“En ellos, no ves nada temible, y por esa razón constituyen la bienvenida que le ofreces al conocimiento”. 

“Por lo tanto, la llamada de júbilo se encuentra en él, y tu gozosa respuesta es tu despertar a lo que nunca perdiste”. 

Con la fuerza del amor que tenía dentro de sí, y con la fuerza del amor del texto leído, salió de su habitación con toda la fuerza del mundo, con toda la ilusión en sus ojos y en su pecho. Arreglado y con las flores en su mano, empezó el camino hacia la casa de su novia. 

Nada más salir a la puerta de casa, algunos de sus vecinos le lanzaron las primeras manifestaciones de burla ante la idea de obsequiar a su chica con el ramo de flores. No lo consideraban como una actitud propia del varón. Eso era más bien cosa de mujeres. 

Josué venció la primera inercia. Sabía que hasta la casa de su novia habrían muchos más obstáculos. En el camino se tropezaba con chicos jóvenes aislados que le hacían notar lo raro del caso. La mayor lucha interior se presentó al pasar por delante de un autobús urbano. 

Había un buen grupo de jóvenes montados en él. Abrieron las ventanillas. Y todos, elevando sus gestos inadecuados, se dirigieron a él con gritos de desaprobación. Josué los dejaba pasar. La ilusión interior superaba los ruidos exteriores. 

Fue llegando a la casa. Después de los variados menosprecios recibidos, por fin se encontraba en la entrada de la casa, delante de la puerta donde vivía su chica. Puso el ramo en su espalda. La puerta se abrió. Su chica apareció. Y sin mediar palabra, le puso, en un movimiento certero y rápido, el ramo delante de su mirada a la altura de sus ojos. 

Josué no pudo olvidar nunca, la reacción de su chica. La reacción espontánea de amor, de gratitud, de entrega y de delicia que ese regalo inesperado le causaba en su alma. En esos momentos, Josué dio por bueno todos los abucheos recibidos. La verdad del sentimiento amoroso se elevaba por los aires envolviéndolos de amor y cariño.

domingo, julio 24

CONFORMISMO, REALIDAD, ENTUSIASMO

Julián estaba compartiendo con su amigo sus esencias del alma. Los dos estaban sentados en el banco de un parque. Estaba ocultándose el sol. La luz iba disminuyendo y las confidencias empezaban a salir de sus corazones juveniles.

Tenían, los dos, ganas de vivir el mundo. Ganas de obtener sabiduría y superar los errores que veían en el camino. Errores en los que veían situados a sus padres y a muchos de los adultos. 

Julián le comunicaba a su amigo las diferencias que tenía con sus padres. Su madre le indicaba que el mundo no era tal como él lo imaginaba. Captaba las indecisiones de su madre y, sobre todo, sus miedos. Julián no quería vivir con esos sobresaltos en los que bogaba su madre. 

Su visión no concordaba con la suya. Su madre le aducía su juventud, su inexperiencia y su idealidad. Pero, Julián no le veía solución a sus planteamientos.

El miedo, la sumisión y la resignación que le compartía no entraban en sus planes. No entraban en su corazón. Él tenía una visión más positiva de las personas. No se debía desconfiar de todo el mundo. 

La prudencia siempre era necesaria. No se podía compartir todo. Había tenido experiencias hermosas con ciertas personas y las guardaba con mucho cariño en su corazón.

Su amigo le apoyaba en su reflexión. También él había tenido algunos encontronazos con sus padres. Los dos concluían que la diferencia de generación se notaba mucho en sus vidas. Ellos buscaban vivir una relación distinta, diferente, más acorde con la naturalidad de sus emociones y sentimientos. 

Los dos amigos se estaban buscando a sí mismos. Sus sentimientos luchaban en sus mentes y en sus corazones. Los dos querían alcanzar una realización y un progreso diferente. Imaginaban cómo serían sus casas, sus esposas, la educación de sus futuros hijos e hijos y el ambiente de familia. 

Julián compartía con su amigo la lectura que había tenido y que, de alguna manera, le había llegado muy dentro: “No hay nadie en este mundo enloquecido que no haya vislumbrado, en alguna ocasión, algún atisbo del otro mundo que le rodea”. 

“No obstante, mientras siga otorgando valor a su propio mundo, negará la visión del otro, manteniendo que ama lo que no ama, y negándose a seguir el camino que le señala el amor”. 

“¡Cuán jubilosamente te muestra el camino el Amor!”

“Y, a medida que los sigas, te regocijarás de haber encontrado Su compañía, y de haber aprendido de Él cómo regresar felizmente a tu hogar”. 

“Estás esperando únicamente por ti”. 

“Abandonar este triste mundo e intercambiar tus errores por la paz de Dios no es sino tu voluntad”. 

Julián vibraba con la orientación de estas líneas. Le decía a su amigo que estos pensamientos estaban escritos con la sabiduría de todos los tiempos. No podían estar equivocados como sus padres decían. 

Los dos se identificaban con la propuesta. A los dos les entusiasmaba esa afirmación: ¡Cuán jubilosamente te muestra el camino el Amor! Los dos vibraban y querían recorrer esa invitación que latía en sus corazones. Los dos tenían la etiqueta de idealistas por sus respectivos progenitores. 

Pero no podían dejar de ver lo que los ojos de sus corazones veían. Repetían las palabras del filósofo Pascal pronunciada por sus profesores: “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y sus propias vidas daban testimonio de ello. No todo podía ser entendido y dispuesto por la razón. 

Julián le repetía a su amigo, los dos con novia, los dos profundamente enamorados, que el raciocinio no podía descubrir el amor que anidaba en sus pechos. 

El sol hacía rato ya que había desaparecido en el horizonte. Las oscuridades de la noche bajaban. La luz de las farolas se encendía. Los ojos de los dos amigos relucían. Sus pensamientos se hacían eco en sus mutuas ilusiones. Sus planes, llenos de entusiasmo, se diseñaban en sus mentes.

sábado, julio 23

REALIDAD, FABRICACIÓN, CAMBIO

Raúl se quedó pensativo con la petición de un amigo suyo. Iba a someterse a una operación de corazón. Durante unos minutos se lo quitarían, le repararían la válvula dañada y se lo volverían a poner.

Ante tal eventualidad, los pensamientos de su amigo se pusieron en marcha. Todos los patrones que tenía en su cerebro se revelaron como mediadores para solucionar el trance que tenía delante. 

Una de las posibilidades era el fallecimiento. Su amigo, ante tal posibilidad, se dirigió a Raúl. Le indicó que tenía mucha confianza en su espiritualidad. Estaba seguro que su compromiso con Dios era mucho más fuerte que el suyo. 

Y su entrega y su vivencia le llegaban muy cerca. Le confirmó que estaba seguro que Dios le escuchaba. Raúl le contestó que de la misma manera que Dios le escuchaba a él. No había ninguna diferencia. Pero, su amigo le insistía. Le pidió que si pasaba algo, le hablara a Dios por él. Estaba seguro que lo escucharía. 

Raúl no cabía en sí de sorpresa. Nunca se hubiera esperado tal petición. El mundo espiritual no se regía por las leyes de los amigos que se favorecían los unos a los otros en los diversos menesteres de la vida. Esa relación de influencias que se tejía para conseguir ventajas. 

Raúl, con la debilidad del corazón de su amigo, ante la proximidad de la operación, trató de ser comprensivo, afirmativo y ayudador. Le expresó toda su confianza y todo su cariño en esos momentos especiales. 

La vida espiritual no seguía los dictados de las influencias. Seguía la relación de cada un@ con el Padre Celestial. Raúl leía las siguientes líneas para clarificarse la visión: “Tú no deseas el mundo que ves, pues no ha hecho más que decepcionarte desde los orígenes del tiempo”. 

“El mundo real, por otra parte, tiene el poder de influenciarte incluso aquí porque lo amas”. 

“Y lo que pides con amor vendrá a ti”. 

“El amor siempre responde, pues incapaz de negar una petición de ayuda, o de no oír los gritos de dolor que se elevan hasta él desde todos los rincones de este extraño mundo que construiste, pero que realmente no deseas”. 

“Lo único que necesitas hacer para abandonarlo y reemplazarlo por el mundo que tú no creaste, es estar dispuesto a reconocer que el que tú fabricaste es falso”. 

Raúl veía que no podía trasladar a ese mundo real las características del mundo que había fabricado. Por ello, estaba sorprendido por la petición de su amigo. Nadie es más importante ante Dios que un@ mism@. Dios se comunica con el corazón individual de cada un@. 

Y en esa comunicación se iba creando el mundo real que El Creador había formado para compartir con Sus Hij@s. Raúl se quedaba con la frase que le llegaba al corazón: “el mundo real, por otra parte, tiene el poder de influenciarte incluso aquí porque lo amas”.

viernes, julio 22

EMOCIÓN, EXPERIENCIA, ENCUENTRO

Agustín estaba absorto, concentrado, entusiasmado escuchando a su amigo. Una conversación abierta compartiendo la bella experiencia que había tenido. Hablaba de una persona que había conocido y lo había dejado totalmente sorprendido.

El amigo de Agustín era una persona profunda, cultivada interiormente, con unos ideales de amor elevados y con un interés muy claro por los asuntos de la mente y del alma. Su sensibilidad era exquisita. 

Sentía, en muchos momentos, la soledad de no encontrar personas que transitaran sus mismos senderos. Y, sin embargo, en esa conversación Agustín percibía que su amigo había encontrado esa persona que le abría las avenidas de su mente y todas las células de su cuerpo vibraban. 

Agustín estaba contento de la experiencia. Agustín lo escuchaba con esa atención que hace abrirse a las almas. Se alegraba con su amigo. Se sentía pleno viendo las vibraciones, las inflexiones de su voz, sus descripciones y la valoración global que hacía del encuentro. 

Agustín estaba seguro de la existencia de muchas almas con profundas cuestiones internas. Almas que no se conformaban con la superficialidad y ahondaban para beber el agua de vida de sus pozos profundos. 

Veía, con sumo placer, la alegría que su amigo le compartía. Los razonamientos que habían intercambiado. La madurez que habían alcanzado. La juventud latía y la profundidad les acompañaba. Un rayo de luz con fuerza irrumpía en su vida diaria. 

Agustín vibraba con esa experiencia y con las líneas que acababa de leer: “Hay una luz que este mundo no puede dar”. 

“Mas tú puedes darla, tal como se te dio a ti”. 

“Y conforme la des, su resplandor te incitará a abandonar el mundo y a seguirla”. 

“Pues esa luz te atraerá como nada en este mundo puede hacerlo”. 

“Y tú desecharás este mundo y encontrarás otro”. 

“Ese otro mundo resplandece con el amor que tú le has dado”. 

Reconocía Agustín que su amigo estaba en ese momento donde la luz se había hecho evidente en su vida. El contacto con esa persona había colmado todas sus expectativas. Había llenado sus depósitos interiores. Había saciado su sed interna de sabiduría infinita. 

Agustín le confirmó a su amigo que la energía se ponía en movimiento y siempre unía las energías gemelas. Su amigo abrió los ojos. Sus preguntas estaban en la línea de sus labios. Había volado por el cielo y las nubes lo habían transportado con suavidad y ligereza. 

“Por fin, expresaba, había visto la luz en su caminar”. La vibración se había elevado. Todas las señales se habían unificado y la alegría por encontrar un alma gemela estaba dando la vida a esa alma, en momentos, sola y distanciada. Había probado esa luz. Y releía esa afirmación: “Pues esa luz te atraerá como nada en este mundo puede hacerlo"
                        


jueves, julio 21

LUZ, COMPARTIR, DESCUBRIR

Leonor estaba pasando una temporada muy equilibrada. La serenidad había llegado a su vida. Se sentía bien, gozosa, satisfecha, llena y con mucha ilusión. Pero, constataba que no era una ilusión muy fuerte y estruendosa.

Era algo que le traía momentos de quietud y brotes de alegría. Le hacía valorar los detalles de cada día. Esos detalles que parecían rutinarios cuando nuestra mente estaba ausente, pero se revelaban como maravillosos cuando se fijaba en los movimientos de sus manos, de su cuerpo, del orden que ponía en su cocina y en la limpieza de todos los utensilios. 

Leonor había decidido ver a las personas que le rodeaban de una manera distinta. Solía tratarlas con el mismo mimo que limpiaba sus platos, secaba sus cubiertos. Con la ternura de preparar una taza de café y darse un buen momento o compartirlo con otra persona. 

Cuidadosa con sus vestidos, con sumo cuidado con sus vecin@s. Ordenada en sus cosas, ordenada con la necesidad de algunas almas que se acercaban a su puerta y sabía poner en ellas la palabra adecuada. Amorosa con sus plantas, y amorosa con los amig@s que necesitaban atención y el mismo amor. 

Se estaba dando cuenta. Las diferentes personas con las que se cruzaba le devolvían un encanto, una frescura tan delicada que su alma gozaba con esa brisa afectuosa auténtica que llegaba a su corazón. Se había dado un tiempo de paz a ella misma y ahora compartía esa paz sin darse cuenta. 

Al leer las siguientes palabras, se llenaba de luz, de ilusión, de alegría y de verdad: “Criatura de la luz, no sabes que la luz está en ti”. 

“Sin embargo, la encontrarás a través de sus testigos, pues al haberles dado luz, ellos te la devolverán”. 

“Cada persona que contemples en la luz harás que seas más consciente de tu propia luz”. 

“El amor siempre conduce al amor”. 

Leonor asentía en su corazón. Veía, comprobaba que la luz era el reflejo que le llegaba de las almas de l@s demás. Así podía ver su propia luz. Así se sentía plena, satisfecha. Así entendía el papel que cada persona ejercía en su vida. En ese conjunto vibraba su ilusión. 

Leonor, en su quietud, reconocía que se había equivocado en la dirección de su vida. Siempre buscaba en su interior ese efecto multiplicador de dicha y de gozo. Sin embargo, la participación de l@s otr@s jugaba un papel especial. Reconocía que no estaba en l@s otr@s. Estaba concretamente en su mirada de l@s otr@s. 

Su mirada había cambiado sustancialmente. Ahora veía las luces y las sombras de cada persona. Se había focalizado en las luces. Había encontrado experiencias estupendas. Así la luz se iba ampliando y las sombras iban disminuyendo. 

Leonor estaba sorprendida. No podía prever la trascendencia de ese pequeño cambio en su mirada. Todo un descubrimiento que le devolvía la vida. Era un vibrar continuo en los ojos de l@s otr@s y en los suyos. Juntos eran una maravilla.


miércoles, julio 20

MECANISMOS DE PERCEPCIÓN

Felipe quedaba completamente sorprendido. No entendía cómo el ser humano, que se basa en la interpretación de todo lo que le llega, no estudie, no profundice y conozca los mecanismos que están produciendo esa interpretación.

Ese campo parecía relegado al interés personal de cada persona. En lugar de ser un dominio común, era solamente el anhelo de cada un@ en su vida personal: un grupo restringido a la búsqueda de sí mism@s. 

El Doctor Mario Alonso nos comparte el valor de conectar con las aspiraciones internas de las personas. Una simple clase, un trozo de mineral llamado obsidiana, sus características y su formación fueron suficientes para poner en marcha un mecanismo interior de valoración personal. 

Y con esa valoración personal, una persona desarrolló todas sus aptitudes y llegó a ser una eminencia en el campo de la neurocirugía. 

Toca también la influencia del estado de ánimo en la percepción de las personas. Felipe se quedaba sorprendido de que una aparente nimiedad como el estado de ánimo pudiera afectar a: la percepción, la relación, la salud, la inteligencia, la creatividad, la imaginación.

Sin lugar a dudas, Felipe veía que las principales lecciones de la vida no las había aprendido. No se las habían enseñado. No le habían llegado. En esos momentos se quedaba boquiabierto con estas lecturas: 

“Percibir verdaderamente es ser consciente de toda la realidad a través de la conciencia de la propia realidad”. 

“Pero para que esto tenga lugar no debes ver ninguna ilusión, pues la realidad no da cabida a ningún error”. 

Felipe lo veía muy difícil. Ya había tenido ocasión de tratar con las ilusiones en la vida cotidiana. Ahora le proponían la realidad como elemento verdadero y no la realidad que él vivía día a día cargado de ilusiones. Seguía leyendo: 

“Esto quiere decir percibir a tu hermano solamente como lo ves ahora”. 

“Su pasado no tiene realidad en el presente, por lo tanto, te es imposible verlo”. 

“Las reacciones que tuviste hacia él en el pasado tampoco están ahí, y si reaccionas ante ellas, no estarás sino viendo la imagen que hiciste de él, a la cual tienes en mayor estima que a él mismo”. 

“Si recuerdas el pasado cuando contemplas a tu hermano, no podrás percibir la realidad que está aquí ahora”. 

Felipe descubría que su mente era más bien un museo que un lugar de conocimiento y frescura. Un museo donde los cuadros colgaban con las incidencias del pasado. Cuando veía a alguien por la calle, su museo le devolvía las imágenes de las experiencias tenidas con él/ella. 

Felipe reconocía que, siendo los humanos seres que están cambiando y en continua expansión, la memoria los momificaba en un segmento del contacto que tuvieron y quedaron sepultados en las pirámides de su experiencia pasada. 

No dudaba que estaba viendo su museo, lleno de muerte, de momentos acartonados con el sesgo de la interpretación del instante. Los sentimientos de esa experiencia eran determinantes en su vida. Nadie le había hablado de ese mecanismo de la mente. 

Y ahora le hablaban del sistema reticular activador ascendente que encuentra aquello que lo ilusiona y busca en la experiencia aquellos elementos que lo motivan. Y, además, deja de buscar cuando no hay una buena motivación. Y solamente encuentra razones para justificar que no busca porque no hay nada. 

Felipe admitía que desconocía casi todo de su sistema perceptivo. Y, siendo tan importante en su vida, porque todo era interpretación de la percepción, se alegraba de ser consciente de tales mecanismos para entenderse mucho mejor a sí mismo. Todo un descubrimiento que lo entusiasmaba y lo llenaba de alegría.

martes, julio 19

MIEDO, DESCONFIANZA, INTERPRETACIÓN

Fabián estaba considerando lo que acababa de hablar con su hija. Tenía 12 años. Estaba con él. Su esposa, por trabajo, se había desplazado a otra ciudad unos trescientos kilómetros en dirección noroeste.

Fabián había quedado con su hija que la llevaría al autobús de línea, hablaría con el conductor. Su madre la estaría esperando en el punto de destino. Su hija estaba tranquila, totalmente convencida y de acuerdo con los planes de sus padres. 

Todo estaba claro y arreglado. Pero, un familiar cercano empezó a pensar en los riesgos y en los miedos que albergaba en su corazón. Esos miedos se los transmitió a la hija de Fabián. Fue repitiéndole punto por punto sus temores, sus angustias y sus limitaciones. 

La hija de Fabián se quedó sorprendida. Se quedó indecisa. La aparición del miedo le llevó a hablar con su padre. Y la sorpresa se la llevaron padre e hija. El padre se interesó por esos miedos que le compartía su hija. No llegaba a entenderlo. Le dijo que la veía contenta cuando se lo propusieron. 

Después de una conversación, Fabián descubrió los miedos injertados en el corazón de su hija por el familiar cercano. Trató de tranquilizar a su hija. Le dijo que no pasaba nada. Él hablaría con el conductor y su madre la recogería. Hablaría también con el conductor. 

La hija de Fabián retomó la paz. Se calmó. Confió en sus padres. Los miedos engendrados en su mente por su familiar fueron retrocediendo. La confianza jugó su papel. La luz se hizo en su mente. 

Fabián consideraba los miedos a la luz de los siguientes textos: “No intentes alcanzar la visión valiéndote de los ojos, pues tú mismo inventaste tu manera de ver para así poder ver en la oscuridad, y en esto te engañas”. 

“Más allá de esta oscuridad, pero todavía dentro de ti, se encuentra la visión de Cristo, Quien contempla todo en la luz”. 

“Tu “visión” emana del miedo, tal como la Suya emana del amor”. 

“Él ve por ti, al ser tu testigo del mundo real”. 

“Él es la manifestación del Espíritu Santo, y lo único que hace es contemplar el mundo real”. 

“Crista ama lo que ve en ti, y Su deseo es extenderlo”. 

“Y no retornará al Padre hasta que haya extendido tu percepción de forma que incluya al Padre”. 

“Y allí acaba la percepción, pues Él te habrá llevado consigo de vuelta al Padre”. 

Fabián había vivido en la piel de su hija las diferencias de percepción de las personas. Por una parte, la percepción suya y la de su esposa. Por otra parte, la percepción del familiar. Esas dos percepciones habían chocado en su hija. 

Ante las dos percepciones, su hija, llena de miedo por los temores compartidos de su familiar cercano, tuvo que optar por la confianza. La paz, la serenidad de sus padres estaba en su interior. La seguridad vivida con ellos. Todo se removió en su interior para seguir con tranquilidad con los planes trazados. 

Fabián observó el poder limitante del miedo. Un peligro siempre en acecho para quitarnos la paz. También observó la seguridad de su hija. La confianza depositada en ellos. Y, una vez más, su hija se trasladó con el autobús y, al llegar, su madre, con una cara sonriente, la esperaba. 

El padre habló con el conductor. La madre saludó al conductor y se lo agradeció. La bondad de las personas y la prudencia unida nos hace caminar con seguridad. Es bueno tener presente que nuestra visión nace del miedo. Es un obstáculo para superar. Podemos confiar en personas nobles, abiertas y sensibles. 

La vida así se deslizaba por senderos de prudencia y apertura. Así la visión se aquilataba al mundo real, no a su interpretación.

lunes, julio 18

PERCEPCIÓN, PROYECCIÓN, ILUSIÓN

Juan Manuel estaba hablando con el profesor de psicología en el pasillo de la universidad. Unos cuantos estudiantes se habían unido para seguir la charla apacible, tranquila, sosegada y certera del profesor.

Les estaba compartiendo las circunstancias de su incorporación a la universidad. Todos los detalles que le fueron sucediendo. Ciertas personas trataron de ser muy amables con él. Quisieron ponerle al corriente de las diferentes personas con las que se encontraría. 

El profesor les comentaba a sus alumnos que no quería ser descortés con esas personas prontas a dar la información sobre los demás. Pero, el profesor les indicó que les agradecía mucho su interés. No obstante, quería descubrirlos por sí mismo. 

Juan Manuel le preguntó cuál era la razón de no aceptar esas opiniones. El profesor, con mucha cautela, le indicó que el ser humano tiene una óptica personal. Su visión de mundo se proyecta sobre las otras personas. Si dejo que me digan su opinión sobre los demás, lo único seguro que me dirían es lo que ellos pensaban de los demás. 

No me estarían informando de los otros, me informarían acerca de ellos mismos. También, como ser humano, yo resultaría influenciado para ver en los demás aspectos que no existían, pero sí existían en el informante. 

Juan Manuel agradecía la sinceridad del profesor. Su apertura le encantaba. Era una clase viva, auténtica y maravillosa en los pasillos de la facultad. Descubría, en esas explicaciones, que éramos incapaces de ver al/la otr@ en su realidad. Siempre nos proyectamos nosotros mismos en los demás.

Esa lección le dejó marcado para su vida. Al leer los siguientes pensamientos, su interior le decía que eran auténticamente verdad: “Al contemplar con claridad el mundo que te rodea, no puedes sino darte cuenta de que estás sumergido en la demencia”. 

“Ves lo que no está ahí, y oyes lo que no emite sonido”. 

“Las emociones que expresas reflejan lo opuesto de lo que sientes”. 

“No te comunicas con nadie, y te encuentras tan aislado de la realidad como si tú fueses el único que existe en todo el universo”. 

“En tu demencia pasas por alto la realidad completamente, y dondequiera que tu mirada se posa no ves más que tu mente dividida”

“Dios te llama, mas tú no lo oyes, pues estás embebido en tu propia voz”

“Y no puedes ver la visión de Cristo, pues sólo te ves a ti mismo”. 

Juan Manuel agradecía mucho la lección del profesor. Se sorprendía de las consecuencia que tenía. No podemos ver los amplios horizontes porque sólo nos vemos a nosotros mismos. 

Sabía que debía hacer un trabajo minucioso con sus pensamientos. Si alcanzaba a ver ciertas sensibilidades en los demás era porque esa sensibilidad estaba en él. Y, con esta idea en mente, fue revisando muchas de sus opiniones sobre los demás.

La frase: “sólo te ves a ti mismo” le dolía. Le zumbaba en sus oídos de una forma estruendosa. Reconocía algunas de sus malsonantes juicios y afirmaciones sobre los demás. Ahora sabía que eran juicios y afirmaciones sobre él mismo. 

La ilusión de la dualidad le había hecho creer que habían dos personas en su mente: él y el grupo de los demás. Y ahora, veía con claridad, que no había tal dualidad: él y él reflejado en los demás. La unicidad acaparaba por primera vez su mente. 

Para ver con mayor claridad a las personas que se cruzaban en su vida, debía afinar, evaluar, clarificar, ofrecer amor, comprensión y apoyo como él, en muchos momentos, lo requería. Así trataría como almas como la suya y no las juzgaría con tanta superficialidad e ignorancia como lo había hecho en su vida.

domingo, julio 17

PARADOJA, COMPRENSIÓN, LIBERACIÓN

Juan recordaba su experiencia infantil. Una peculiar timidez le guiaba en sus acciones cuando se tenía que dirigir a los demás. Una fuerza interior le tiraba hacia atrás cuando debía contactar con personas desconocidas.

Una vez, estaba con su madre en la calle. Su madre hablaba con una conocida suya. Le pidió a su madre que le comprara en la tienda de enfrente un trozo de bizcocho para comer. 

Su madre le apoyó la decisión. La vio muy adecuada. Abrió su monedero y le dio el importe para que él mismo la comprara. Juan se quedó con el dinero pero no se atrevió a entrar en la tienda y comprar ese trozo de bizcocho que tanto le gustaba. Se quedó bloqueado. 

Las fuerzas internas del ser humano siguen unos ritmos y unas direcciones, en ocasiones, absurdas para la mente. Tenía el apoyo de su madre. Tenía el dinero. Solamente debía entrar en la tienda y comprarlo. Pero, no pudo hacerlo. Esa fuerza interna lo frenaba. 

Juan había pensado mucho en esos momentos de su niñez. Al leer los siguientes textos, se veía, en parte, reflejado: “Sólo puedes experimentar dos emociones: amor y miedo. Pero, en tu mundo privado, reaccionas ante cada una de ellas como si se tratase de la otra”. 

“El amor no puede residir en un mundo aparte, donde no se le reconoce cuando hace acto de presencia”. 

“Si lo que ves en tu hermano es tu propio odio, no estás viéndolo a él”. 

“Todo el mundo se acerca a lo que ama, y se aleja de lo que teme”. 

“Y tú reaccionas con miedo ante el amor y te alejas de él”. 

“Sin embargo, el miedo te atrae, y tomándolo por amor, lo invitas a que venga a ti”. 

“Tu mundo privado está lleno de figuras tétricas que tú mismo has invitado, y, por lo tanto, no puedes ver todo el amor que tus herman@s te ofrecen”. 

Juan tenía muchas diatribas interiores, discusiones que entrañaban enfrentamientos con actitudes negativas, carentes de amor. Todo un contrasentido. Un mundo interior poblado de argumentos hirientes. 

Veía que, en esos planteamientos, se rodeaba con esos miedos que le retenían en muchas ocasiones de ser natural con los demás. Y con esas reflexiones descubría la equivocación que estaba cometiendo. Sin ser consciente, se alejaba del amor e invitaba al miedo. 

Al darse cuenta, con estas líneas que estaba leyendo, Juan se alegraba de su nueva consciencia. Era una salida para no seguir cometiendo el error de alejarse del amor. Necesitaba el amor y quería vivirlo y compartirlo. Era su ilusión interior. 

Por ello, decidió dejar sus discusiones interiores y considerar a los demás como la expresión de ese amor que toda alma lleva y que, a pesar de algunos inconvenientes, el amor siempre se hace presente en todos los niveles. 

Juan rompía con esa paradoja de alejar el amor y atraer los miedos. Su vida iba cambiando y su liberación se iba produciendo.