domingo, julio 17

PARADOJA, COMPRENSIÓN, LIBERACIÓN

Juan recordaba su experiencia infantil. Una peculiar timidez le guiaba en sus acciones cuando se tenía que dirigir a los demás. Una fuerza interior le tiraba hacia atrás cuando debía contactar con personas desconocidas.

Una vez, estaba con su madre en la calle. Su madre hablaba con una conocida suya. Le pidió a su madre que le comprara en la tienda de enfrente un trozo de bizcocho para comer. 

Su madre le apoyó la decisión. La vio muy adecuada. Abrió su monedero y le dio el importe para que él mismo la comprara. Juan se quedó con el dinero pero no se atrevió a entrar en la tienda y comprar ese trozo de bizcocho que tanto le gustaba. Se quedó bloqueado. 

Las fuerzas internas del ser humano siguen unos ritmos y unas direcciones, en ocasiones, absurdas para la mente. Tenía el apoyo de su madre. Tenía el dinero. Solamente debía entrar en la tienda y comprarlo. Pero, no pudo hacerlo. Esa fuerza interna lo frenaba. 

Juan había pensado mucho en esos momentos de su niñez. Al leer los siguientes textos, se veía, en parte, reflejado: “Sólo puedes experimentar dos emociones: amor y miedo. Pero, en tu mundo privado, reaccionas ante cada una de ellas como si se tratase de la otra”. 

“El amor no puede residir en un mundo aparte, donde no se le reconoce cuando hace acto de presencia”. 

“Si lo que ves en tu hermano es tu propio odio, no estás viéndolo a él”. 

“Todo el mundo se acerca a lo que ama, y se aleja de lo que teme”. 

“Y tú reaccionas con miedo ante el amor y te alejas de él”. 

“Sin embargo, el miedo te atrae, y tomándolo por amor, lo invitas a que venga a ti”. 

“Tu mundo privado está lleno de figuras tétricas que tú mismo has invitado, y, por lo tanto, no puedes ver todo el amor que tus herman@s te ofrecen”. 

Juan tenía muchas diatribas interiores, discusiones que entrañaban enfrentamientos con actitudes negativas, carentes de amor. Todo un contrasentido. Un mundo interior poblado de argumentos hirientes. 

Veía que, en esos planteamientos, se rodeaba con esos miedos que le retenían en muchas ocasiones de ser natural con los demás. Y con esas reflexiones descubría la equivocación que estaba cometiendo. Sin ser consciente, se alejaba del amor e invitaba al miedo. 

Al darse cuenta, con estas líneas que estaba leyendo, Juan se alegraba de su nueva consciencia. Era una salida para no seguir cometiendo el error de alejarse del amor. Necesitaba el amor y quería vivirlo y compartirlo. Era su ilusión interior. 

Por ello, decidió dejar sus discusiones interiores y considerar a los demás como la expresión de ese amor que toda alma lleva y que, a pesar de algunos inconvenientes, el amor siempre se hace presente en todos los niveles. 

Juan rompía con esa paradoja de alejar el amor y atraer los miedos. Su vida iba cambiando y su liberación se iba produciendo.

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