Leonor estaba pasando una temporada muy equilibrada. La serenidad había llegado a su vida. Se sentía bien, gozosa, satisfecha, llena y con mucha ilusión. Pero, constataba que no era una ilusión muy fuerte y estruendosa.
Era algo que le traía momentos de quietud y brotes de alegría. Le hacía valorar los detalles de cada día. Esos detalles que parecían rutinarios cuando nuestra mente estaba ausente, pero se revelaban como maravillosos cuando se fijaba en los movimientos de sus manos, de su cuerpo, del orden que ponía en su cocina y en la limpieza de todos los utensilios.
Leonor había decidido ver a las personas que le rodeaban de una manera distinta. Solía tratarlas con el mismo mimo que limpiaba sus platos, secaba sus cubiertos. Con la ternura de preparar una taza de café y darse un buen momento o compartirlo con otra persona.
Cuidadosa con sus vestidos, con sumo cuidado con sus vecin@s. Ordenada en sus cosas, ordenada con la necesidad de algunas almas que se acercaban a su puerta y sabía poner en ellas la palabra adecuada. Amorosa con sus plantas, y amorosa con los amig@s que necesitaban atención y el mismo amor.
Se estaba dando cuenta. Las diferentes personas con las que se cruzaba le devolvían un encanto, una frescura tan delicada que su alma gozaba con esa brisa afectuosa auténtica que llegaba a su corazón. Se había dado un tiempo de paz a ella misma y ahora compartía esa paz sin darse cuenta.
Al leer las siguientes palabras, se llenaba de luz, de ilusión, de alegría y de verdad: “Criatura de la luz, no sabes que la luz está en ti”.
“Sin embargo, la encontrarás a través de sus testigos, pues al haberles dado luz, ellos te la devolverán”.
“Cada persona que contemples en la luz harás que seas más consciente de tu propia luz”.
“El amor siempre conduce al amor”.
Leonor asentía en su corazón. Veía, comprobaba que la luz era el reflejo que le llegaba de las almas de l@s demás. Así podía ver su propia luz. Así se sentía plena, satisfecha. Así entendía el papel que cada persona ejercía en su vida. En ese conjunto vibraba su ilusión.
Leonor, en su quietud, reconocía que se había equivocado en la dirección de su vida. Siempre buscaba en su interior ese efecto multiplicador de dicha y de gozo. Sin embargo, la participación de l@s otr@s jugaba un papel especial. Reconocía que no estaba en l@s otr@s. Estaba concretamente en su mirada de l@s otr@s.
Su mirada había cambiado sustancialmente. Ahora veía las luces y las sombras de cada persona. Se había focalizado en las luces. Había encontrado experiencias estupendas. Así la luz se iba ampliando y las sombras iban disminuyendo.
Leonor estaba sorprendida. No podía prever la trascendencia de ese pequeño cambio en su mirada. Todo un descubrimiento que le devolvía la vida. Era un vibrar continuo en los ojos de l@s otr@s y en los suyos. Juntos eran una maravilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario