sábado, julio 9

AMOR, RESPETO, FELICIDAD

Josué estaba en una librería. Veía con atención los diversos títulos que se ofrecían. Leía el resumen que tenían bien en su tapa o en su contraportada. Así se iba dando una idea del contenido.

Uno tras otro iban pasando bajo su mirada atenta. No encontraba ninguno que le atrajera especialmente. De pronto, al volver un libro, apareció el siguiente con un título que le atrajo sobremanera: “Aprender a amar”. 

Josué notaba una fuerza interior que le indicaba que era un libro de reflexión, de lectura y de descubrimiento. Cuando eso se producía, el libro le acompañaba hasta la caja de la librería, lo pagaba y salía contento con su compra. 

Alguien le comentó al llegar a casa y leer el título del libro: ¿Tienes que aprender a amar? Una pregunta un tanto escéptica porque se daba por sentado de que no era necesario aprender sobre el amor. Eso se llevaba dentro. 

Josué pasó la observación por alto. Quería conocer los principios involucrados en el campo del amor. Empezó a leer y lo primero que le saltó de inmediato fue el amor confundido con el control. 

Repasando a lo largo de su vida los momentos de amor que había tenido, se daba cuenta de que un cierto control se había ejercido. Se daba cuenta de que controlar no es amar. Controlar es falta de confianza. En el amor la falta de confianza no existe. 

Controlar era la expresión del miedo al amor por el daño que pudiera causar. Había tenido conversaciones con una compañera que había perdido a su amor por ese control incisivo que sustituye la confianza y la entrega. 

Si hay control en la mente. Si hay control en la planificación. Si hay desconfianza. El amor no puede florecer y su tierno brote pronto se marchita. A Josué le impactó este hecho. Un error en el que él mismo había caído a pesar de estar profundamente enamorado. 

Nadie le había hablado. Nadie le había formado. Por ello, entendía las palabras siguientes: “No sabes cuál es el significado del amor, y ésta es tu limitación. Es imposible aprender nada en la situación de aprendizaje en la que te has puesto a ti mism@, y es obvio que en esa situación necesitas un Maestro especial”. 

Otra frase se le grabó en su corazón: “Si amas realmente a una persona y te importa de verdad su felicidad, entenderás que debes apoyarla si decide que su amor no está contigo, está con otra persona”. 

Ahora Josué se vio totalmente sorprendido. Respecto al amor sabía poco, comprendía poco y se veía limitado. Pero entendía que el amor no era posesión. Nadie es de nadie. Nadie posee a nadie. Josué se repetía que si en verdad amaba a una persona, su felicidad era el objetivo de su amor.

“Hay que apoyar la felicidad de la otra persona. Eso es un acto de amor”. La posesión no entendía esto. Josué se horrorizaba con la expresión: “si no eres para mí, no serás para nadie”. Realmente una locura posesiva que nada se merecía el nombre de amor. 

Josué estaba contento con el libro que se compró. Se deleitaba cada día con su lectura y con su aprendizaje de desarrollar la libertad de las dos personas. Una libertad que sirviera para el desarrollo mutuo de los dos. Una libertad que no ahogara las experiencias. 

Una libertad que permitiera que, cada día, cada uno decidiera inventar, crear, imaginar, pensar en cómo alegrar a la otra persona con un sencillo gesto, con un regalo delicado, con un beso auténtico y con una mirada comprensiva para llenar los resquicios del alma. 

Un amor hecho de libertad total y de completa espontaneidad para seguir evolucionando en su diario aprendizaje y desarrollo. Ese caminar era el sendero del amor: dos amores fundidos, comprendiéndose, admirándose y respetándose en su expansión.

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