Josué iba radiante con su ramo de flores por las calles de la ciudad. Tenía una felicidad poco común. Era el cumpleaños de su novia. Era la primera vez que lo celebraban desde su compromiso.
Josué sabía que en su ciudad ningún chico se atrevía a llevar él personalmente un ramo de flores. Tampoco existían entonces floristerías que entregaran los encargos en los domicilios. Estuvo debatiendo en su interior.
¿Qué podría hacer? Si no lo llevaba él, no le llegaría. No había otro medio de hacerle llegar ese presente con toda la ilusión de su alma. Pero, tendría que enfrentar la vergüenza que le harían pasar los chicos jóvenes cuando se cruzaran con ellos en el camino.
Josué dudaba, pensaba. Consideraba todas las alternativas que le venían a la cabeza. Al final, vio que no disponía de otro medio para compartir con su chica el ramo de flores.
Era un chico con ideas muy claras. Tenía buenas decisiones y una gran fuerza cuando veía las acciones razonables. Sin embargo, algo en su interior le retenía para no llevar el ramo con él.
Esa posibilidad no quería aceptarla. Al final, se vistió, se arregló, cogió el ramo de flores. Su madre le preguntó si lo iba a llevar por fin él. Josué se armó de valor. Fue a su habitación. Volvió a releer un párrafo que había encontrado y lo dibujó en su mente línea a línea:
“Primero soñarás con la paz, y luego despertarás a ella”.
“Tu primer intercambio de lo que has hecho por lo que realmente deseas es el intercambio de las pesadillas por los sueños felices de amor”.
“En ellos se encuentran tus verdaderas percepciones, pues el Espíritu Santo corrige el mundo de los sueños, en el que reside toda percepción”.
“El conocimiento no necesita corrección”.
“Con todo, los sueños de amor conducen al conocimiento”.
“En ellos, no ves nada temible, y por esa razón constituyen la bienvenida que le ofreces al conocimiento”.
“Por lo tanto, la llamada de júbilo se encuentra en él, y tu gozosa respuesta es tu despertar a lo que nunca perdiste”.
Con la fuerza del amor que tenía dentro de sí, y con la fuerza del amor del texto leído, salió de su habitación con toda la fuerza del mundo, con toda la ilusión en sus ojos y en su pecho. Arreglado y con las flores en su mano, empezó el camino hacia la casa de su novia.
Nada más salir a la puerta de casa, algunos de sus vecinos le lanzaron las primeras manifestaciones de burla ante la idea de obsequiar a su chica con el ramo de flores. No lo consideraban como una actitud propia del varón. Eso era más bien cosa de mujeres.
Josué venció la primera inercia. Sabía que hasta la casa de su novia habrían muchos más obstáculos. En el camino se tropezaba con chicos jóvenes aislados que le hacían notar lo raro del caso. La mayor lucha interior se presentó al pasar por delante de un autobús urbano.
Había un buen grupo de jóvenes montados en él. Abrieron las ventanillas. Y todos, elevando sus gestos inadecuados, se dirigieron a él con gritos de desaprobación. Josué los dejaba pasar. La ilusión interior superaba los ruidos exteriores.
Fue llegando a la casa. Después de los variados menosprecios recibidos, por fin se encontraba en la entrada de la casa, delante de la puerta donde vivía su chica. Puso el ramo en su espalda. La puerta se abrió. Su chica apareció. Y sin mediar palabra, le puso, en un movimiento certero y rápido, el ramo delante de su mirada a la altura de sus ojos.
Josué no pudo olvidar nunca, la reacción de su chica. La reacción espontánea de amor, de gratitud, de entrega y de delicia que ese regalo inesperado le causaba en su alma. En esos momentos, Josué dio por bueno todos los abucheos recibidos. La verdad del sentimiento amoroso se elevaba por los aires envolviéndolos de amor y cariño.
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