lunes, julio 11

LUZ, DESPERTAR, SANAR

Felipe veía que, en el transcurrir de su vida, su conocimiento y su comprensión del mundo habían ido cambiando. Cuando era niño, su visión de los mayores era de gran respeto, de obediencia, de aprender de ellos, de ganar sabiduría con sus consejos.

Se refería a ellos con mucha educación y con una cierta distancia. Algunos se lo habían hecho notar: “Ya aprenderás y conocerás la sabiduría”. Felipe guardaba todas estas cosas en su corazón. Quería atesorar sabiduría y siempre solía hacerles caso. 

En este contexto, veía a Jesús como un personaje sagrado lejano. Veía las historias de Jesús como cuentos de sueños hermosos. Pero, no veía esos sueños reflejados en la actitud del día a día. 

Conforme se hacía grande veía que los mayores no tenían tanta sabiduría como decían, en especial algunos de ellos. Se parapetaban en la edad para buscar respeto y poder imponer sus visiones de la vida. Felipe ya iba viendo que detrás no existía una sinceridad para buscar los misterios de la vida. 

En su adolescencia, necesitado de comprensión y apoyo, empezaba a ver a los mayores un tanto equivocados. Sólo le importaban el mundo de las formas. Unas actitudes vacías que no buscaban la comprensión. Hacia los veinte años alguien le comentó que orar a Dios es el acto de abrir el corazón como a un amigo. 

Esa frase le hizo bajar a Jesús del pedestal de los mayores y vivirlo en un nivel emocional de apoyo, cariño y comprensión adecuado a la vida natural del ser humano. Felipe también descubría que había amigos de muchos tipos, pero tener como amigo a Dios era un adelanto sustancioso. 

Fueron pasando los años y Felipe empezaba a ocupar el lugar de los mayores que antaño tanto respeto le habían dado. Lo que Felipe descubrió respecto a Dios le dejó boquiabierto: “Jesús no sólo quería ser amigo. Jesús se identificaba con nuestro interior. Estaba dentro de nosotros. Se identificaba con el ser humano”. 

Felipe se anonadó al ver la valía que Jesús quería devolverle: “De la misma forma que tu propia estima procede de extenderte a ti mismo, de igual modo, la percepción de tu propia estima procede de extender pensamientos amorosos hacia el exterior”. 

Felipe no cabía en sí de gozo. El propio Jesús estaba trabajando dentro de él. Ahora comprendía los milagros de los ciegos que recobraron la vista: “La misión del Espíritu Santo es abrirle los ojos a los ciegos, pues Él sabe que no han perdido su visión, sino simplemente duermen”. 

“Él los despertará del sueño del olvido y los llevará al recuerdo de Dios”. 

“Los ojos de Cristo están abiertos, y Él contemplará con amor todo lo que veas si aceptas Su visión como tuya”. 

A Felipe sólo le quedaba aceptar ese ofrecimiento de Jesús con toda su alma. Claro que aceptaba ese regalo hermoso que descubría el misterio de la vida, el misterio de su vida. 

Felipe empezaba un nuevo tipo de relación que nunca los mayores supieron enseñarle y compartir. Empezaba a caminar con los mismos pensamientos de Jesús y veía cómo su vida florecía. 

Eso era realmente la vida plena. Él era realmente valioso para Jesús y eran también valiosos, para Jesús, todos los seres humanos de la tierra.

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