Fabián estaba considerando lo que acababa de hablar con su hija. Tenía 12 años. Estaba con él. Su esposa, por trabajo, se había desplazado a otra ciudad unos trescientos kilómetros en dirección noroeste.
Fabián había quedado con su hija que la llevaría al autobús de línea, hablaría con el conductor. Su madre la estaría esperando en el punto de destino. Su hija estaba tranquila, totalmente convencida y de acuerdo con los planes de sus padres.
Todo estaba claro y arreglado. Pero, un familiar cercano empezó a pensar en los riesgos y en los miedos que albergaba en su corazón. Esos miedos se los transmitió a la hija de Fabián. Fue repitiéndole punto por punto sus temores, sus angustias y sus limitaciones.
La hija de Fabián se quedó sorprendida. Se quedó indecisa. La aparición del miedo le llevó a hablar con su padre. Y la sorpresa se la llevaron padre e hija. El padre se interesó por esos miedos que le compartía su hija. No llegaba a entenderlo. Le dijo que la veía contenta cuando se lo propusieron.
Después de una conversación, Fabián descubrió los miedos injertados en el corazón de su hija por el familiar cercano. Trató de tranquilizar a su hija. Le dijo que no pasaba nada. Él hablaría con el conductor y su madre la recogería. Hablaría también con el conductor.
La hija de Fabián retomó la paz. Se calmó. Confió en sus padres. Los miedos engendrados en su mente por su familiar fueron retrocediendo. La confianza jugó su papel. La luz se hizo en su mente.
Fabián consideraba los miedos a la luz de los siguientes textos: “No intentes alcanzar la visión valiéndote de los ojos, pues tú mismo inventaste tu manera de ver para así poder ver en la oscuridad, y en esto te engañas”.
“Más allá de esta oscuridad, pero todavía dentro de ti, se encuentra la visión de Cristo, Quien contempla todo en la luz”.
“Tu “visión” emana del miedo, tal como la Suya emana del amor”.
“Él ve por ti, al ser tu testigo del mundo real”.
“Él es la manifestación del Espíritu Santo, y lo único que hace es contemplar el mundo real”.
“Crista ama lo que ve en ti, y Su deseo es extenderlo”.
“Y no retornará al Padre hasta que haya extendido tu percepción de forma que incluya al Padre”.
“Y allí acaba la percepción, pues Él te habrá llevado consigo de vuelta al Padre”.
Fabián había vivido en la piel de su hija las diferencias de percepción de las personas. Por una parte, la percepción suya y la de su esposa. Por otra parte, la percepción del familiar. Esas dos percepciones habían chocado en su hija.
Ante las dos percepciones, su hija, llena de miedo por los temores compartidos de su familiar cercano, tuvo que optar por la confianza. La paz, la serenidad de sus padres estaba en su interior. La seguridad vivida con ellos. Todo se removió en su interior para seguir con tranquilidad con los planes trazados.
Fabián observó el poder limitante del miedo. Un peligro siempre en acecho para quitarnos la paz. También observó la seguridad de su hija. La confianza depositada en ellos. Y, una vez más, su hija se trasladó con el autobús y, al llegar, su madre, con una cara sonriente, la esperaba.
El padre habló con el conductor. La madre saludó al conductor y se lo agradeció. La bondad de las personas y la prudencia unida nos hace caminar con seguridad. Es bueno tener presente que nuestra visión nace del miedo. Es un obstáculo para superar. Podemos confiar en personas nobles, abiertas y sensibles.
La vida así se deslizaba por senderos de prudencia y apertura. Así la visión se aquilataba al mundo real, no a su interpretación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario