Antonio estaba tratando de encontrar esas leyes que rigen la vida, el pensamiento y la experiencia nuestra diaria. La frase era clara, concisa, sin temor a equivocarse: “Y de lo que deseas, Dios no te puede salvar”.
Antonio se quedaba admirado por dos aspectos. El primero, era la enorme libertad que Dios le concedía a cada persona en sus pensamientos y en sus deseos. En muchas ocasiones, había intervenido para hacer cambiar el pensamiento de los demás. Se había sentido, en cierta manera, contrariado cuando no había logrado su objetivo.
Ahora descubría la enorme libertad que el ser humano poseía. Una ley que regía el alma interior de cada un@. Los deseos dirigen todas las fuerzas del ser humano hacia un objetivo. No siempre ese objetivo era bueno para el ser humano.
Respecto al segundo aspecto, Antonio recordaba una fábula que le contaron en su escuela primaria. Le impactó en su momento. No la podía olvidar: Eran dos amigos que jugaban juntos, desarrollaban sus actividades uno con el apoyo del otro. Aparentemente una amistad preciosa. Una felicidad incuestionable.
Cierto día fueron llamados por el principal del lugar. Quería dar un regalo especial a aquellos amigos. Sorprendido por su amistad, quería constatar si realmente era verdad. La amistad era un bien maravilloso pero tenía muchas trampas en su devenir.
Cuando los tuvo delante a los dos, les dijo a uno de ellos; “Pídeme lo que quieras, todo te lo daré. Y, a tu amigo, le daré el doble de lo que me pidas”. El muchacho se quedó pensativo: “Si pido una mansión, a mi amigo dos. Si pido un caballo, a mi amigo, dos. Si pido un enorme campo, a mi amigo dos”.
La duda lo atenazaba. Empezó a no sentirse feliz. No podía tolerar en su interior que su amigo tuviera el doble del regalo suyo. Le dio muchas vueltas. Pasó toda la noche pensando. Al siguiente día, al presentarse, otra vez, frente al señor principal, le dijo: “ya he pensado el regalo para mí”.
El principal se alegró. Por fin, iba a constatar esa gran amistad que los unía. Pero, se quedó perplejo al escuchar la propuesta: “Quiero que me arranquéis un ojo”.
Antonio siempre pensó en aquella petición. Ahora descubría esa ley que lo regía todo: “Y de lo que deseas, Dios no te puede salvar”. Pero, no podía entender ese deseo. La idea sola del regalo es una maravilla, una felicidad. ¿Cómo podía aquella criatura desearle tan gran mal a su amigo?
Consciente de las trampas del corazón humano, decidió desearle toda clase de bien a los que lo rodeaban. En la felicidad de los demás, veía su felicidad y su libertad. La decisión de amar a los demás era una potestad suya. Nadie se lo podía imponer, exigir o chantajear. El amor es la experiencia que nos renueva con energías escondidas del corazón.
Somos invitados a vivirla. Está en nuestras manos aceptarla, gozarla y satisfacerla. Antonio veía la gran libertad humana que la naturaleza le ofrecía. Se sentía pleno, grande, fabuloso.
En sus manos estaba la decisión de su vida: amaría como amaba un padre, una madre, que se alegraban, de corazón, al ver a sus hijos tener dos veces más de sus regalos recibidos.
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