Raúl vibraba. Le encantaba el descubrimiento. Hasta el momento le habían dicho que el odio estaba en el mundo. Lo había creído y lo había, según él, vivido. Sin embargo, se encontraba con un planteamiento nuevo, distinto, diferente y totalmente desafiante.
Raúl aceptaba que el mundo era una proyección de su mente. Se basaba en la sabiduría popular: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. Las personas ven fuera lo que son ellas en su interior. Por ello, si veía odio en los demás era una proyección de su mente también.
Leía aquellas palabras con atención: “Has proyectado afuera aquello que es antagónico a lo que está dentro, y así, no puedes por menos que percibirlo de esa forma”.
“Debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella antes de que puedas liberarte de él”.
“Debes deshacerte de él antes de que puedas percibir el mundo tal como realmente es”.
Raúl se maravillaba. Debía trabajar con él mismo y erradicarlo de su mente con una comprensión del amor amplia y profunda. Si era capaz de sacarlo de su mente, no vería el odio en los demás. Así que se acabaron las culpas y los ataques a los otr@s de todas todas.
No quería caer en la trampa del ladrón que veía a los demás tal cual era él. Sin odio en su mente, el odio no existiría para él. Un desafío para salir de su zona de confort. Esa zona donde estamos acostumbrados a nuestro entorno por complicado que parezca.
Quería entrar en la zona de aprendizaje. Quería expandir sus experiencias, sus conocimientos, sus puntos de vista. Esta zona le atraía mucho. Era un desafío continuo que le llamaba.
Había leído en algunos autores que aquellos que están en su zona de confort y no se atreven a salir de ella, son como personas ya fosilizadas porque no aprenden nada nuevo. Nada diferente llega a sus vidas y sus puntos de vista no se pueden enriquecer, no pueden cambiar”.
Pero, Raúl, desde que conoció el funcionamiento del cerebro que se enriquecía en sus funciones con el aprendizaje, con la motivación y con la búsqueda, quería recalar en la zona mágica, la de los grandes retos, para desarrollar, en ella, sus sueños.
Para Raúl, ese caminar por esta zona de los retos, le daba la vida y le daba un gran entusiasmo. Lo compartía, lo vivía. Le daba una oportunidad de ir formándose. Le abría, ante él, grandes panorámicas nuevas en el caminar de su vida. Un mundo maravilloso y misterioso se desplegaba delante de sus sueños.
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