Juan tenía muy claro que el amor, para él, era básico. Era su fundamento. Había construido con su chica un eslabón hecho de cariño, ternura, naturalidad, amistad y apertura.
Sin embargo, se quedaba confundido cuando sus amigos le decían que fuera con cuidado. Le decían que no debía ser ingenuo y no debía ser controlado por su compañera. La idea del amor y del control no casaban mucho en su mente.
Algo fallaba en la exposición de sus amigos. Si tenían razón, era una forma de apoyarse hasta cierto punto y no de amarse. Juan se revolvía contra sí mismo. No podía concebir la unión como un contrato de buenos modales.
Algo de razón sí que tenían, le decía una voz en su interior. Muchas parejas con muchos años casados llegaban a una unión de buenas maneras pero nada más.
¿Estaría idealizando ese amor que construye, que cambia, que se fusiona y que hace crecer a los dos en un nivel maravilloso? Cuando lo pensaba, le veía tantas vertientes estupendas al amor que se resistía a creer que el amor no podía buscarse.
Había caído en sus manos unas reflexiones sobre el amor que le estaban haciendo pensar: “El ego está seguro de que el amor es peligroso, y ésta es siempre su enseñanza principal”. Era la primera vez que Juan se daba de bruces con la idea de que el amor es peligroso.
Juan empezó a reflexionar esta idea que no se la había planteado jamás. El ego no quería la unión, la fusión. Deseaba más bien la confrontación y la autonomía. Desde ese punto de vista, era normal que el amor se mostrara tan peligroso.
El segundo párrafo le impactó un poco más: “El ego, sin embargo, aunque alienta con gran insistencia la búsqueda del amor, pone una condición: que no se encuentre”. Era una crueldad, soñar con el amor, para terminar afirmando: no se puede encontrar.
Juan se revelaba con todo su corazón. Su alma le decía que el amor existía, que el amor unía, que el amor se compartía. El amor era la fuerza y la energía que le subía a nuevos niveles en su vida.
Juan reconocía que si consideraba el amor desde el ego, ese era su fin. Debía plantearse, al contrario, el amor desde la visión de dos almas cristalinas compartiendo su vuelo juntas.
Esa era la decisión que hacía. Esa era su necesidad primera: amar hasta fundirse como nubes en el cielo y descubrir juntos las estrellas de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario