José estaba leyendo aquellas líneas y no podía creérselo. Había estado buscando, en el conocimiento y en la aportación de diversos caminos, las razones de la vida que guían nuestro diario vivir.
Era un buscador continuo, constante, profundo y bien orientado. Su interior le agradecía todos los resultados que obtenía de esas lecturas amasadas con la demanda de su alma.
Sentía una energía interior que se alimentaba de lucecillas que iban brillando en frases, en pensamientos, en aportaciones de diversos autores. Pero, en esos instantes, José creía que había dado con algo realmente significativo en su vida.
Siempre la palabra “transformación” había formado parte de esa línea de búsqueda necesaria. Su pensamiento se había basado en muchas propuestas. Buscaba con ahínco esa puerta que le abriera los tesoros que ansiaba.
Y, en aquella lectura, estaban delineados los factores oportunos que dibujaban aquella puerta en el interior de su alma: “No creas que sabes nada hasta que pases la prueba de la perfecta paz, pues la paz y el entendimiento van de la mano y nunca se les puede encontrar aparte”.
"Cada uno de ellos trae consigo al otro, pues la ley de Dios es que no estén separados”.
“Cada uno es causa y efecto del otro, de forma tal que donde uno de ellos está ausente, el otro no puede estar”.
Le impactaba la conexión entre “La perfecta paz” y “el entendimiento”. Era una conexión nueva que llegaba a su vida. El entendimiento no se basaba en ideas brillantes, audaces, osadas, placenteras, ilusionantes y llenas de entusiasmo. El entendimiento debía propiciar esa perfecta paz que todo lo aclaraba y lo profundizaba.
La prueba de la perfecta paz chocaba con sus ardorosas defensas de ciertas posturas que creía que eran correctas. También derrumbaba el muro de sus contrariedades cuando se veía cuestionado en sus propuestas.
El entendimiento discurría por un sendero que, en muchos momentos, no podía seguir por perder esa paz que tanto bien le hacía. Eran altibajos que se producían en su línea de la vida y de sus pensamientos.
Ahora al combinar el entendimiento con la paz, veía que no era la fuerza que impelía a la idea. Era la energía de la verdad la que calmaba todos sus sentimientos. Era una nueva perspectiva.
Los textos lo dejaban claro, muy claro: el entendimiento presuponía la paz, y la paz presuponía el entendimiento. No podían ir por separado. Así, José veía que esa conexión tocaba una de sus fibras profundas.
Con claridad, con objetividad y con una coherencia vital, se deslizaba, ante sus ojos y ante su mente, la puerta de entrada a esa transformación que tanto había buscado en su vida.
Así José reconocía que aquella conexión le había traído una brisa fresca de sabiduría en ese caminar de la vida. Estaba orientado en la dirección que debía caminar. Y, esa profunda paz, le devolvía, con confianza, sus apreciaciones. Valoraba muy bien el entendimiento que adquiría.
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