Federico se quedó perplejo. Siempre había considerado, como la mayor parte del mundo, el cielo como un lugar estupendo, glorioso, lleno de amor y de posibilidades infinitas de desarrollo.
Su alma y sus deseos tendían a su logro. Había entrevisto que no solamente el cielo se encontraba en el futuro sino que empezaba en el presente. El futuro era el resultado de las decisiones del presente. Así que su conclusión no estaba desencaminada.
Vivir ese cielo ya era un anhelo maravilloso y encantador. Sin embargo, la lectura le descubría una visión que nunca había considerado: “Mientras el ego se encuentra razonablemente satisfecho contigo, de acuerdo con sus razonamientos, te ofrece el olvido”.
“Cuando se torna abiertamente despiadado, te ofrece el infierno”.
“No obstante, ni el olvido ni el infierno te resultan tan inaceptables como el Cielo”.
"Para ti el Cielo es el infierno y el olvido, y crees que el verdadero Cielo es la mayor amenaza que podrías experimentar”.
“Pues el infierno y el olvido son ideas que tú mismo inventaste, y estás resuelto a demostrar su realidad para así establecer la tuya”.
Federico se enfrentaba a esa consideración que inicialmente no admitía: “El cielo resultaba inaceptable. Se prefería el olvido y el infierno”. No daba crédito. No podía dejar de pensar. ¿Cómo era posible? No quería aceptarlo.
Un hilo de luz se le coló en su mente en forma de la idea de control. Todos somos un tanto controladores. El cielo proponía libertad, rendición y profundo respeto. Entonces comprendía que la idea de controlar las situaciones era más atrayente que la libertad y el respeto.
Federico compartió esta idea con una persona de su confianza. Una madre sensata de familia con hijos universitarios. Al principio, le chocó la idea. Fueron profundizando en ella. La madre empezaba a ver los riesgos de dejar el control y la influencia, factores de su seguridad, en las manos de Dios.
La conversación fue intensa. Los dos concluyeron que tenía mucha razón al afirmar que valoramos mucho más la seguridad de nuestro control que el respeto profundo que Dios nos invita. El Cielo implicaba una renovación de nuestros pensamientos.
El olvido y el infierno no requerían ningún cambio. La idea de transformación costaba en un principio. Federico, con toda la fuerza de su corazón, se enfrentó consigo mismo. Para considerar el cielo, concluía, debía cambiar algunos pensamientos de control.
El respeto profundo y la rendición, ya lo estaba experimentando, le estaban dando las mejores experiencias de su vida.
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