martes, febrero 28

RESPUESTAS CORTAS PERO VITALES

Luis recordaba ese relato que le contaron de pequeño sobre las contestaciones de “sí” y “no”. Dos palabras muy cortas, pero, por lo que había visto a lo largo de sus años, muy decisivas en sus consecuencias. Decir que “sí” o “no”, no era fácil en muchos contextos. También intervenían las consecuencias de esas afirmaciones dichas por la persona. 

En la historia que le contaron se desarrollaba una actitud muy especial. Se le pedía a alguien que fuera a trabajar. Esa persona le respondía: “sí”. Y después no cumplía con lo que había afirmado. Una segunda persona, ante la misma pregunta, respondía: “no”. Y, más tarde, cambiaba de parecer e iba a realizar el trabajo al que se había negado. 

Luis veía que ninguna de las dos personas se ceñía a la expresión realizada. La que decía “sí” quedaba muy bien ante el señor que le pedía el trabajo. Pero, el trabajo no se hacía. La segunda persona que decía “no” quedaba muy mal ante el señor, pero sin mediar más reflexión, iba y realizaba el trabajo. 

Esa historia le había enseñado la rapidez en emitir las respuestas. No había dudas en ellas. En ninguno de los casos se había hablado nada más. La reflexión venía después. Una reflexión donde con más tiempo, más espacio, más tranquilidad, salía la verdad de dentro de cada uno. El que decía “si” era muy diplomático. Sabía quedar bien. 

El que decía “no” se enfrentaba directamente con la persona. No reaccionaba bien. Se revolvía en su presencia. Después lo pensaba mucho mejor y cambiaba de parecer por él mismo. Nadie le obligaba. Su responsabilidad interna lo guiaba. Se sentía mucho mejor realizando el trabajo que siguiendo en esa negativa inicial. 

Luis aprendía que, antes de contestar esas simples palabras ante una pregunta, debía pensarse muy bien la respuesta. Necesitaba tiempo para contestar. No había prisa. Eso le ayudaría a tomar buenas decisiones. Se pensaría muy bien ese “si” o ese “no”. Luis aceptaba esa propuesta de “no” que le brindaban. 

No juzgues cada día por la cosecha sino por las semillas que plantas”. Las semillas eran germen de vida, energía en potencia, ilusión envasada. Era hermoso sembrar semillas de entusiasmo, de confianza, de alegría, de inspiración. Esas semillas crecerían dentro de algún ser en su proceso de crecer. Esa debía ser su visión. 

Captaba la idea de “juzgar cada día por la cosecha” en una anécdota que le compartían. “Cierto joven se perdió en el desierto. Después de muchas vueltas, pasadas muchas horas, divisó un oasis con agua y algunos dátiles de las palmeras. Se acercó, bebió, y viendo lo dátiles, alargó la mano para cogerlos y comerlos”. 

“En eso vio a un señor mayor que estaba preparando la tierra para sembrar semillas de dátiles. El joven se extrañó tanto que trató de convencer a aquel anciano que no lo hiciera. Le dijo que él nunca comería de aquellos dátiles, nunca vería esos árboles crecer y, por tanto, era perder el tiempo”. 

El señor mayor le contestó: “si hubiera pensado el señor que plantó estas palmeras como tú, ahora no tendrías nada para comer”. Luis se quedaba boquiabierto. Era una hermosa lección. Todos formábamos una unidad. Unos nos ayudábamos a los otros. Y, en esa línea, se repetía para sus adentros: “No juzgues cada día por la cosecha sino por las semillas que plantas”. Ese “no” se convertía en una palabra de energía. 

Luis se había dado cuenta de que no podía jugar con palabras tan cortas y opuestas: “si” o “no”. Eran vitales. La reflexión y la sabiduría las necesitaba para decir en cada contexto el “sí” o el “no” adecuado. Toda una elección en su vida.

lunes, febrero 27

LA UNIDAD: NUESTRA AUTÉNTICA REALIDAD

Enrique estaba entusiasmado. Por su mente cruzaba una luz intensa y luminosa. Una nueva ilusión, en forma de un nuevo descubrimiento, se deslizaba con la alegría de la vida que resonaba en todos sus músculos y en todos sus recovecos. Vida vibrante como un sonido, luz brillante como un amanecer dorado, aparición gozosa de una claridad se abría in crescendo como una forma de melodía maravillosa. 

Era difícil aquietar los ímpetus internos. Era todo magia, todo color, todo alegría, todo plenitud que se deslizaba con toda su efusión como una nueva maravilla que le daba energía y unas ganas de volar expandiendo los límites de su cuerpo en infinitud. No era nada sencillo lo que acababa de vislumbrar. 

Era como descubrir aquello común que todos teníamos y que podíamos observar como semejantes a nosotros y valorar como a nosotros mismos. Era una unión no entrevista con anterioridad. La capacidad de unidad entre los humanos se tornaba infinita. Era infinita por su extensión. Era infinita por su esencia. Una maravilla sin par. 

“La relación “no-interesada” parte de una premisa diferente. Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. Al aceptar su totalidad, desea extenderla uniéndose a otro, tan pleno como él. No ve diferencias entre su ser y el ser del otro, pues las diferencias sólo se dan a nivel del cuerpo”. 

“Por lo tanto, no ve nada de lo que quisiera apropiarse. No niega su propia realidad porque ésta es la verdad”. Enrique iba digiriendo esa faceta de la verdad de su corazón. Esa faceta de la igualdad, de la extensión de sí mismo como elemento de la unidad era nueva en su horizonte. Eso le llenaba de ilusión. Se repetía en sus adentros: “nos extendemos nosotros mismos con los demás en ese nivel de igualdad que a todos nos permeaba”. 

Veía que en esa extensión estaba la mayor realización del ser humano. La unión formaba esa enorme familia humana que nos enlazaba las manos en ese nivel de igualdad. Y eso, su corazón lo aceptaba, lo agradecía y le hacía agrandarse a niveles infinitos. Seguía leyendo con interés: “¡Piensa en lo que una relación “no-interesada” te podría enseñar! 

“En ella desaparece la creencia en diferencias. En ella, la convicción en las diferencias se convierte en convicción en la igualdad. Y en ella la percepción de diferencias se convierte en visión. La razón puede llevaros ahora a ti y a tu hermano a la conclusión lógica de vuestra unión”. 

“Ésta se tiene que extender, de la misma forma en que vosotros os extendisteis al uniros. La unión tiene que extenderse más allá de sí misma, tal como vosotros os extendisteis más allá del cuerpo para hacer posible vuestra unión. Y ahora, la igualdad que visteis se extiende y elimina finalmente cualquier sensación de diferencia, de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente”. 

Enrique dejaba que su mente volara, imaginara, se elevara y viera incidencias que nunca había considerado. Las últimas palabras vibraban en su mente: “de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente”. Veía dibujado en su pizarra interior las dos posiciones que jugaban en sus dibujos.

Uno era un pequeño círculo en una parte de la pizarra frente a una infinita nube inmensa en el otro. Se sentía pequeño frente a toda esa masa ingente que veía. Después de leer, el dibujo tomaba otra forma. Su pequeño círculo se incluía en la nube. Se consideraba grande, muy grande, con una energía unida a la de todos los demás. Una energía potente y descomunal. 

La unión se había realizado. Y, a pesar de las diferencias, la igualdad se unía poderosa con toda esa masa nubosa donde todos, absolutamente todos, se unían, se agrupaban y se sentían parte de la auténtica realidad. La igualdad nos había hecho uno. Y en esa aceptación, la unidad vibraba, cantaba, se alegraba y se ponía al mismo ritmo que el universo. Enrique gozaba.

domingo, febrero 26

LA GENEROSIDAD: PILAR FUNDAMENTAL DE LA RELACIÓN

Carlos estaba absorto escuchando a sus padres hablar sobre las personas que habían conocido cuando eran jóvenes. Carlos, desde su juventud, se quedaba asombrado al ver la evolución que tomaban las relaciones entre las personas. Había una cosa que se repetía de un modo constante. Unos inicios estupendos de relaciones entre las personas y una evolución que desembocaba en su ruptura. 

Esa visión panorámica, a través de los años, le llamaba mucho la atención a Carlos. Escuchaba los detalles de unión del principio. Después de muchas evoluciones, incidencias y percances, terminaban frustrándose y con proyectos totalmente distintos. Las relaciones entre las personas eran particularmente delicadas y de una forma que escapaba a su interpretación y comprensión. 

No eran fáciles. El tiempo, parecía, que iba cambiando a los componentes de la pareja y sus afectos, sus ideas y sus objetivos disentían de tal manera que debían separarse. Esa huella dejada por aquella conversación de sus padres empezaba a comprenderla leyendo las siguientes líneas: “Una relación “interesada” se basa en diferencias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta”. 

“Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda más que robar, y luego se separan. Y así vagan por un mundo de extraños, distintos de ellos, viviendo tal vez con los cuerpos de esos extraños bajo un mismo techo que a ninguno de ellos da cobijo; en la misma habitación y, sin embargo, a todo un mundo de distancia”. 

Carlos subrayaba en su mente las palabras que le herían en el alma. Una relación “interesada”. Una relación basada en “diferencias”. El otro me “completa”. Cada uno “roba” al otro. Terminan cuando creen que no “queda más” que robar. Eran aspectos que le daban una seria bofetada en su rostro. Unas verdades que resonaban en su interior. Iban contra todo el sentido de idealización de un joven respecto al amor. 

Carlos entendía que toda relación era un compartir, un dar, un conocer, un caminar, un descubrimiento conjunto, una colaboración, una comprensión de los dos, un apoyo estupendo que hacía de la unión el tesoro más grande de la existencia. Una visión “interesada” rompía con todos esos ideales. Una visión “interesada” destruía esa construcción maravillosa de conjunción. 

Una relación basada en “diferencias” era un concepto mercantil. Tú me das, yo te doy. Tú me solucionas algo, yo te soluciono algo. Si tú me ayudas y yo no te puedo dar me siento mal, sin valor, sin importancia, sin lugar en la relación. Y estaba claro que cuando los productos se terminaban el mercadeo ya no existía. Y sin mercadeo, la relación basada en “diferencias” se evaporaba. 

La idea de completarse con el otro chocaba con el medio de alcanzar esa conjunción: el “robo”. Completarse era darse, ofrecer, comprender. Nunca implicaba “robar” al otro nada. La misma esencia de la conjunción era un ajustarse en la generosidad, en el amor y en la comprensión suprema del camino de los dos: juntos y en libertad cada un@. 

Y esa relación basada en el “robo”, no tenía ningún futuro puesto que cada un@ era una rémora para el otro. En lugar de nadar los dos en el mismo proyecto, cada un@ buscaba su dirección y eso implicaba arrastrar al otro. Las energías se agotaban, se acababan y se terminaban con un solemne alivio de romper su unión por el castigo diario que representaban el uno para el otro. 

Carlos entendía ahora mucho mejor ese desarrollo de las relaciones de las personas. Le hacía pensar en sus propias relaciones. ¿Mantenía relaciones “interesadas”? ¿Buscaba las “diferencias”? ¿Creía completarse en ellas? ¿”Robaba” al otro lo que él creía que necesitaba? ¿Terminaban sus relaciones cuando creía que no “quedaba más” que robar?

Todo un vocabulario que se agolpaba en su mente. Toda una serie de reflexiones que digería en sus pensamientos. Lo cierto era que no se debía caer en esos errores. La relación basada en el mercadeo era un error. La relación basada en el intercambio, una aberración. Era maravilloso basar la relación en una abierta, generosa y libre conjunción. 

Carlos abría la ventana. Aspiraba el aire fresco de la tarde oscura. Sentía en sus pulmones la energía. El corazón latía lleno de paz y de proyecto de amor en sus realizaciones internas. El amor soldaba esas partes que nunca el “interés” ni el “robo” podía hacer. Carlos no quería caer, al menos conscientemente, en esos errores que subrayaban sus padres en aquellas conversaciones.

sábado, febrero 25

TU SEGURIDAD INTERIOR ES DECISIVA

Sebas estaba clarificándose lo que estaba leyendo. Le estaba poniendo el dedo en un cierto detalle que le atraía la atención. Era toda una actitud que no la había considerado anteriormente. Prestaba atención a la lectura de aquellas líneas y las iba digiriendo poco a poco: “La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente”.

“Pues si lo que deseas, se te concede, y la felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para gozar de ella eternamente. Y, si siendo lo que es, no gozas de ella siempre, es que no la pediste. Pues nadie deja de pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo”. 

“Tal vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. No obstante, pedirá porque desear algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien el Mismo Padre Celestial no dejaría nunca de responder”. 

“El Padre Celestial ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas aquello de lo que no está seguro el Padre Celestial no se lo puede dar. Pues mientras siga estando inseguro es que no lo desea realmente, y el regalo del Padre Celestial no puede ser completo hasta que no se reciba”. 

Sebas se asombraba de que la petición se centraba en la persona que pedía. Y que la recepción de esa petición dependía de la persona. Siempre había creído que era causa del Padre Celestial. Sin embargo, esa idea que entraba por su mente de una forma distinta le abría un nuevo horizonte en su vida. 

Algo nuevo se abría para su consideración. Le había llamado la atención la propuesta de un autor que decía que cuando se hacían peticiones, debían hacerse con la convicción de que ya se habían recibido. En lugar de pedir bendiciones, buenas nuevas, resultados maravillosos para los demás, debían expresarse que se daban gracias por las bendiciones ya recibidas, por el cambio de circunstancias ya realizado y por los resultados maravillosos que ya habían venido. 

Debíamos pedir no para que suceda en el futuro, sino dar gracias porque ese deseo maravilloso ya se había cumplido. Esa energía que salía de nosotros con la convicción de que ya se había logrado era el elemento preciso para esa consideración. En ese contexto entendía la frase: “el Padre Celestial ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas aquello de lo que no está seguro, el Padre Celestial no se lo puede dar”. 

Sebas cambiaba de forma de expresarse con el Eterno. Sebas reevaluaba sus peticiones sobre él mismo y sobre los demás. Todo lo iría considerando como deseos recibidos ya. En esa línea se hacía verdad la frase en cuestión. “El Padre Celestial ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. Mas aquello de lo que no está seguro, el Padre Celestial no se lo puede dar”.

viernes, febrero 24

INICIOS DE ENTUSIASMO

Adolfo se sorprendía de la facilidad que uno de sus amigos tenía para utilizar expresiones de desvalorización hacía sí mismo. “Porque claro está que no valgo nada”. “Es normal ser un don nadie”. “A mí, nadie me quiere”. “Tan solo soy un pobre diablo”. “No tengo ningún buen parecido”. “Nadie se preocupa por mí”. “a mí, me ha tocado lo peor en la vida”. “No tengo nada de suerte”. 

Todas esas frases eran un ejemplo, un exponente de los estribillos con los que rellenaba sus conversaciones, sus reflexiones, sus interacciones con los demás. Aparentemente no se inquietaba. Mostraba una naturalidad en esas ideas que se diría que no le afectaban. Adolfo se admiraba. Era una costumbre totalmente contraria a la suya. 

Tenía mucho cuidado con proferir expresiones negativas en contra de nadie y en contra de sí mismo. Había experimentado en algunas ocasiones unas sensaciones estupendas. Después de leer escritos positivos, comprensivos, profundos y valorativos de las cualidades buenas de las personas, había sentido un cambio en su interior muy significativo. 

Sentía una paz y una alegría nueva. Solía compartir ese entusiasmo con todas las personas que se cruzaba. Alguna que otra le había expresado que era un deleite encontrarse con él. Admiraban sus comentarios y sus apreciaciones de las circunstancias siempre con ese espíritu jovial, positivo y de aprendizaje vital. 

Por ello, sabía que esa visión negativa de su amigo, sobre todo, consigo mismo, le hacía proyectar sobre los demás ese negativismo. Así leía y releía aquel párrafo que tenía delante de sí: “Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás y creerás que es real”. 

“No hay un solo pensamiento que esté desprovisto de liberar o matar. Ni ninguno que pueda abandonar la mente del pensador, o dejar de tener efectos sobre él”. 

Era cierto que estábamos rodeados de aspectos negativos. La misma sabiduría popular lo tenía cifrado en un refrán: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. Será verdad o no en un número de personas, pero para el ladrón es su verdad y es lo que verá en los demás, sea cierto o no. Adolfo se atrevía a acuñar, el mismo, un refrán con la visión contraria. 

“Piensa la persona bondadosa que todos tienen la nobleza amorosa”. Creía firmemente en ese refrán. En cada corazón humano había un lugar donde la nobleza amorosa habitaba con certeza. Esa era su mirada. Y en todos los momentos que la aplicaba, nunca se equivocaba. Siempre la hallaba. No podía fallar. Quienes habíamos sido criados por el amor de una madre, sabíamos muy bien qué era ese amor. 

Los pensamientos configuran nuestra visión de lo que vemos en los demás. Y cuando se trata de conceptuarnos a nosotros mismos la misma bondad que vemos en los demás la podemos ver en nosotros mismos. No es baladí tener pensamientos negativos contra nosotros mismos. La misma negatividad que vivimos nosotros la vemos en los demás. 

Todos deseamos un mundo mejor, un mundo de paz, un mundo de mano tendida, un mundo de ayuda y apoyo. Empecemos por nosotros mismos con los conceptos más limpios, claros, positivos, energizantes y bondadosos, Se iniciará el ciclo de, vivirlo nosotros, verlos en los demás, y vivirlos juntamente unos con otros.

jueves, febrero 23

MARAVILLOSO PODER DE LIBERTAD

Rafa estaba mirando la clara luz de la mañana. Le entraba a través de su ventana. Sentado frente a ella, su ordenador delante de él. Su mirada perdida en lontananza. La luz clara y difusa le rodeaba. Estaba gozoso. Una idea, junto a esa luz matutina, le rodeaba la mente y el alma. Su repetición con sus labios de una forma queda, sencilla, casi apagada.

Nadie la escuchaba. Pero, la captaba su alma. Nadie se lo había dicho, pero resonaba en sus entrañas. Tenía un poder apenas conocido. Tenía un poder con toda su potencia. El ser humano disponía de un poder por ser persona y por ser mente consciente y duradera. Tenía el poder de la decisión. Y ese poder de la decisión era francamente su libertad. 

Rafa se deba cuenta y admitía tal hallazgo con mucho regocijo. Admitía tal afirmación con todos los pensamientos que esa idea le provocaba en su mente. Recorría todos los argumentos con precisión, con cuidado, con atención para ofrecérselo a su mente, a su alma, a su presencia consciente y a su persona que todo lo investigaba. 

Somos libres cuando ejercemos nuestro poder de decisión, nuestro poder de elección, nuestro poder de escoger. Se regocijaba en su mente. Desde el principio de los tiempos, tenía ese poder. Y ese poder le brindaba la libertad. Rafa sabía que, en ocasiones, nos equivocábamos en elegir. No eran acertadas esas decisiones. Sin embargo, la libertad de elegir sostenía la libertad. 

Esas consecuencias de elección nos enseñaban mejor los caminos que no sabíamos con anterioridad. Las dudas se disipaban. La sabiduría nacía y así se iban formando, en la mente de cada persona, las elecciones sabias por conocer la consecuencia de las decisiones equivocadas. Así aprendía nuestra libertad. Así aprendía nuestra alma. Así se engrandecía con ese poder en su morada. 

Rafa recordaba esa historia del hijo pródigo. Era un ejemplo claro de elección, de libertad, de poder personal. Le pidió su derecho de fortuna a su padre por ser hijo suyo. El padre le respetó ese derecho de elección. Se lo concedió. El padre no puso impedimentos. No trató de quitarle ese poder de decisión. El hijo, muy contento, se fue con su dinero y con sus planes a vivir ese mundo imaginado por él. 

Toda una liberación, pensaba en su mente. Momentos de todo tipo pasaron por esa alma, por esa experiencia y por esos sentimientos. Ratos felices, tristes, potentes, de desengaño, de amistad, de abandono, de complicidad, de traiciones. La vida se desplegaba ante él con todo ese rango de posibilidades incontables. 

Tocó fondo sin dinero, sin apoyos, sin ayudas y sin dignidad en su interior. Reconoció lo que no había reconocido antes. Admitió lo que antes no veía. Experimentó lo que antes creía, totalmente, al contrario. Un cambio de mentalidad se había gestado en esa experiencia de derechos y de alternativas a la sabiduría. Sus resultados eran testigos de su falta de madurez y de sensatez. 

En ese momento de frustración total, había algo que no le faltaba en su interior: su poder de decisión, de elección. A pesar de su tremenda equivocación, ese poder latía en sus adentros con toda su fuerza. Ese poder no abandonaba nunca a su poseedor. El poder de decidir era su poder real. Y con ese poder, el mismo que le empujó a abandonar la casa del padre, decidió volver a la casa del padre. 

Ahora ese poder de decisión le hizo volver con una mentalidad opuesta. Salió como hijo, regresó no como hijo sino como siervo. Salió para crear su mundo, volvió reconociendo el maravilloso mundo de su padre. Salió sin reconocer la suerte que tenía, regresó reconociendo que toda esa suerte no se la merecía. Salió como un alma prepotente y poderosa, regresó como un alma sabia, humilde y llena de agradecimiento. 

Salió como un niño repelente, volvió como un siervo honesto. Salió con muchas creencias de un mundo más feliz e interesante, volvió como el jugador que reconocía que su apuesta había muerto. Salió como una persona que creía que estaba llena de vida, volvió como una persona llena de vida auténtica real: su padre no se merecía lo que él le había hecho. 

En su interior daba gracias a los cielos, al infinito, por ese poder de decisión, por esa libertad que le sostenía. Gracias a ese poder de libertad, pudo encontrar su auténtica verdad. “Sin libertad”, se decía a sí mismo, “nunca hubiera entendido, de mi padre, su bondad”. Maravilloso poder de decisión. Maravilloso poder de libertad.

miércoles, febrero 22

EL PODER DE TUS CREENCIAS

Esteban estaba rumiando en su cabeza esa pregunta que veía escrita delante de sus ojos y le hacía pensar mucho. “¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que no tienes ningún poder?” La comparaba con otra frase que había leído y que había escuchado muchas veces. “Tú eres el creador de tu propia vida”. Por un lado, la inutilidad, por otro, el poder. 

Se oponían muy fuertemente. Le llamaba la atención en la primera de las frases la palabra “creencia”. Eso cambiaba mucho el rumbo de las cosas. En su vida de profesor, había descubierto el poder de las personas cuando se creían incapaces de realizar sus tareas. Tenían tal convicción que no las hacían. Eran poderosas en negarse, en evitar, en declararse víctimas y en aceptarse totalmente desmotivadas. 

Siempre había descubierto ese poder de la creencia cuando uno se sentía incapaz de hacerlo. En algunos casos, había logrado, después de muchas conversaciones, hacer cambiar esa mentalidad a sus alumnos. En lugar de inhabilidad e inutilidad, se habían abierto a la realización y a la “creencia” en las propias posibilidades que tenían dentro. Y esos mismos alumnos lograron realizaciones excelentes. 

Esteban había descubierto ese tremendo poder de la “creencia”. Siempre se había quedado encogido al comprobar que esa “creencia” los destrozaba, anulaba y los engañaba terriblemente. Y, sólo con cambiar esa creencia, esos muchachos se transformaban, se superaban y sacaban esos dones que tenían en su interior. 

Había llegado a la conclusión de que toda creencia que los disminuía, los anulaba, los menospreciaba y les hacían encerrarse en la inactividad, no procedía de la verdad de su corazón. Eran engaños que los maniataban y que no les dejaban expresar sus auténticas realidades. Dentro de cada ser humano había un héroe, una estrella de luz, un sinfín de posibilidades, una gran cantidad de sorpresas. 

Las había podido ver reflejadas en esos cambios de creencia que vivían en sus vidas. Muchos que cambiaron su actitud derrotista expresaron que no entendían cómo habían podido estar encerrados en esas ideas tan aniquiladoras de sus personalidades. Habían abandonado esas palabras tan destructoras: “creo que no puedo”. 

Uno de ellos le expresó a Esteban, en una frase, su experiencia: “yo creía que no podía. Usted me enseñó a creer en mí. Su mirada, su visión, su confianza y su ánimo de cada día fue horadando esa desconfianza que tenía tan arraigada. Le agradezco, en el infinito, su mirada positiva, su visión de mis propios logros, el poder que dentro de mí existía. Una fuerza salió de pronto y me encontré con esos dones que nunca creí que tenía”. 

Esteban sonreía en su interior. Sentía la felicidad que sus alumnos vivían. Sentía el descubrimiento que sus alumnos hallaban. Luchaba con ellos y se regocijaban de todo lo que lograban. Eran un hermoso equipo guiados por la verdad maravillosa de sus vidas. Eran infinitos en poder cuando empezaban a creer en ellos y en todas las posibilidades que la vida les regalaba. 

Esteban seguía soñando en romper esas “creencias” aniquiladoras. Eran como un muro que ocultaban la verdad que su corazón contenía. Seguir en esa función le llenaba la vida.

martes, febrero 21

LA MISMA ESENCIA RESIDE EN NOSOTROS

Santiago se había quedado parado. Aquella afirmación le sacudía el rostro, su pensamiento y sus ojos. Era muy fuerte aceptar todo aquello. Sonaba un poco a novedad de vida que nunca había escuchado y no podía, de ninguna manera, aceptar esa afirmación como cierta. “Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”. 

“Y lo que el amor planea es semejante a Sí mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que aprendas lo que debes ser. Y dado que tú eres uno con Él, se te tiene que haber encomendado que des lo que Él ha dado, y todavía sigue dando”. 

“Dedica aunque sólo sea un instante a la grata aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con Él lo que se os ha dado a ambos. Dar no es más bendito que recibir, pero tampoco menos”. 

Era toda una revolución para su mente y para sus planteamientos. Esa frase jamás había soñado que se pudiera expresar de esa manera: “Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”. 

Le costaba digerir aquello. Una responsabilidad que nunca se había planteado. Y, sin embargo, había tenido sus luces y sus intuiciones a lo largo de su vida. La forma y la consideración con que trataba a los demás tenía relación directa con la mentalidad con la que se trataba a sí mismo. La plenitud de trato a los demás era la plenitud de trato a sí mismo. 

Santiago veía que cuando se trataba de cuerpos eran diferentes. Pero, cuando se trataba de mentalidades no había diferencia entre él y los demás. Todos formaban una misma mentalidad. Todos tenían unas cualidades similares. Solo la libertad permitía que cada persona decidiera depositar esa única mentalidad en su dirección personal. 

Recordaba de pequeño aquel relato que una vez le contaron en la escuela: “cierto rey quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda”. 

Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré.” Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. 

“Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que debes.”  Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo y te pagaré.” Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía”. 

“Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?” Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía”

Santiago unía esa historia con la mentalidad. La misma mentalidad que aplicaba a su hermano, se la aplicaba a sí mismo. Los cuerpos, en efecto eran diferentes. Pero la mentalidad era la misma. Él rompió esa mentalidad con su hermano y la mentalidad se rompió con su Señor. Santiago vislumbraba que esa mentalidad ansiada, querida y amada consigo mismo era la misma mentalidad que debía aplicar a su hermano. 

Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”

lunes, febrero 20

LA VIDA TIENE EN LA RAZÓN SU PODERÍO

Pablo iba aclarándose, con precisión matemática, esos conceptos que atañían a la vida y que siempre los había tenido un poco difusos. Se confundían en su mente. Había descubierto la convicción en las personas como ese instinto maravilloso de los animales irracionales. Había visto que, debido a la libertad, el ser humano depositaba la convicción en diferentes lugares. 

Se había dado cuenta de que las creencias, sin estar totalmente basadas en datos claros y precisos, ejercían una fuerza poderosa en las personas. Por ello, había creencias dispares que guiaban a los humanos. También la percepción había sido motivo de su análisis y reflexión. 

Tanto la convicción como la creencia guiaban a la percepción. No se percibía lo que estaba delante de los ojos y captaban nuestros sentidos. Se percibía lo que había en nuestra mente. Ella guiaba la interpretación de las señales que llegaban al cerebro. 

En cierto momento se quedó impresionado al leer los resultados de una investigación. Se hizo pasar a varias personas por una calle estrecha, poco iluminada, de noche, con poca luz de la luna y de las estrellas. La visión era muy borrosa. Hacia la mitad de la calle, se hicieron caer unas cadenas con gran estrépito, desde cierta altura, y asustaron a las personas. 

Lo impactante fue la interpretación que esas personas le dieron a esos chasquidos brumosos en la noche. Cada persona interpretó el ruido a su manera. Todas buscaron en sus recuerdos momentos de pavor. Asociaron sus experiencias a esos sonidos y cada una contó una historia totalmente diferente y exclusiva. La mente guiaba con sus experiencias y condicionamientos esas interpretaciones. 

“La convicción, la creencia, la percepción pueden estar mal ubicadas y servir de apoyo tanto para las interpretaciones del lago del “ego” como para las interpretaciones del lago de la “vida””. Pero, la razón no tiene cabida en el lago del “ego”. No puede entrar en ese tipo de aguas. La razón solamente entraba en el lago de la “vida””. 

Pablo veía con claridad. La luz se hacía en su mente, en su comprensión y en sus ideas. Debido a la doble posibilidad de la convicción, la creencia y la percepción, no se podía determinar nada con ellas. Podían entrar en los dos lagos. Pero, la razón no podía entrar en el lago del “ego”. Pablo recordaba el papel de las personas razonables que había encontrado en su vida. 

Las había visto en todos los sitios y lugares. Venía a su mente un vecino de su bloque de viviendas. Un señor con esa sabiduría que da la vida. Con ese respeto que considera la dignidad de las personas. En las reuniones de vecinos siempre aportaba el equilibrio, la paz, la solución que satisfacía a todos y el impulso que restablecía el buen ambiente. 

Pablo se asombraba que una persona sin muchos estudios tuviera esa tranquilidad y esa visión global. Siempre que lo veía lo saludaba. Si tenían unos minutos de tiempo, siempre intercambiaban algunas reflexiones. Era una delicia hablar con aquel señor. Leyendo ese párrafo comprendía mucho mejor esa posición de la razón que únicamente podía estar en el lago de la “vida”. 

Era la característica de aquel vecino. La razón lo guiaba. La razón la compartía. La razón la buscaba. La razón le hacía escuchar y ver el bien para todos y para cada uno de sus vecinos. Buscar la razón era uno de sus principales objetivos. Se olvidaba de las reacciones. Se olvidaba de los temperamentos. Se olvidaba de los automatismos. 

Antes que nada, había que buscar, con mucha tranquilidad, lo que era oportuno para cada uno. Su libertad y la dignidad con que trataba creaban la atmósfera. En esa paz, en ese ambiente, donde la razón podía brillar, allí se desarrollaba esa comunicación total, global y comunitaria, oportuna para todos. 

Pablo agradecía esa visión y cualidad de la razón. Solamente podía acudir, entrar, sumergirse y desarrollarse en el lago de la “vida”. Y donde había encontrado personas razonables, había vivido con intensidad y deleite ese transitar amable de la existencia.

domingo, febrero 19

PASOS VITALES DEL PROCESO INTERIOR

Juan miraba, con perspectiva, su vida. Se fijaba en aquellos momentos donde él había tomado unos giros importantes en su mirada. Cambios de rumbo que habían alumbrado el descubrimiento, el nuevo conocimiento, la nueva idea que había alcanzado su alma. Rayos de luz que habían alumbrado la oscuridad de su caminar y de visión en la esperanza. 

Recordaba, en sus estudios de pequeño, la figura que aparecía en su libro de estudio. Representaba al Padre Celestial con un triángulo. Dentro del triángulo aparecía un ojo. La frase que aparecía era muy clara: “Dios te vigila”. La sensación de Juan era de cierto temor, de cierto miedo, de cierto elemento que le quitaba la libertad. Alguien le estaba vigilando en cada momento. No se podía escapar de su acción. 

Con esa idea fue creciendo. Pero llegó un día donde esa sensación de cierto temor comenzó a desaparecer: “Orar es el acto de abrirle el corazón al Padre Celestial como a un amigo”. La idea de amistad superaba la idea del temor. Un amigo era una persona que se elegía. Desarrollaban confianzas y compartían ciertos detalles que no se sacaban normalmente del interior. 

El caminar fue distinto, alegre, libre, gozoso. Su vida tomó un giro muy positivo. Su convicción interior le daba paz y mucha confianza. Contar con un amigo tan sabio y tan maravilloso era la alegría de cada noche cuando repasaba las acciones de la jornada. Las compartía con su Gran Amigo. Un descanso y unos momentos de mucha sabiduría llegaban a su experiencia. 

Los años fueron pasando. Un tercer punto le esperaba en su caminar. “El plan del Padre Celestial para tu transformación no se habría podido establecer sin tu voluntad ni sin tu consentimiento”. Ahora, además de amigo, descubría la función de colaborador. Se quedó asombrado. Se quedó entusiasmado. Se quedó boquiabierto. 

Era algo realmente magnífico. Era un paso jamás soñado. Sin embargo, entendía muy bien, como profesor, los acuerdos en ciertas actividades que llegaba con sus alumnos preuniversitarios. La participación global de todos en el proceso, hacía llegar todos juntos a unas conclusiones compartidas. Todos se sentían implicados, partícipes y colaboradores. 

Entendía muy bien, desde ese punto de vista, la idea de colaboración. Entendía que esa idea de participación estaba grabada en el cerebro de todas las personas. Al estar grabada, la idea resonaba en el corazón de una manera especial. Y Juan sentía ese resonar en su interior. Sabía que, si no estuviera esa idea en el interior, sería imposible hacerla resonar. 

“El plan del Padre Celestial para tu transformación no se habría podido establecer sin tu voluntad ni sin tu consentimiento”.

sábado, febrero 18

LOS DOS LAGOS EN NUESTRA MENTE

Lucas veía aquellas propuestas como dos lagos inmensos de agua que estaban a su alcance, pero que no tenían comunicación entre ellos. Era como decidir en cuál de ellos sumergirse y seguir las corrientes internas propias de cada lago. Sabía que no se comunicaban. Sabía que, en ocasiones, estaba en uno de ellos. En otras, estaba en el contrario. Una experiencia que lo sumergía totalmente.

Estaba contento porque tenía claro esa doble posibilidad que tenía ante sí. Una doble forma de pensar emergía de los lagos. Durante mucho tiempo, parecía que cada día nadaba, según las circunstancias, en alguno de ellos. No lo elegía de forma consciente. Las sensaciones que le brindaban a su cuerpo y a su mente eran totalmente distintas. 

Al leer en ese párrafo la definición que hacía de uno de los lagos, se vio totalmente reflejado. Lo había sentido en muchas ocasiones. “Si le prestas oídos a los dictados que te sugiere el lago del “ego” y ves lo que él te indica ver, no podrás sino considerarte a ti mismo “insignificante”, “vulnerable”, y “temeroso””. 

“Experimentarás depresión, una sensación de no valer nada, así como sentimientos de inestabilidad e irrealidad. Creerás que eres la desvalida víctima de fuerzas que están más allá de tu control y que son mucho más poderosas que tú”. 

Lucas veía que esos resultados salían de su propia decisión. Podía eludir bañarse en ese lago del “ego”. Tenía libertad. Tenía claridad. Tenía experiencia. Podía elegir el otro lago. Era lo contrario. Tenía paz, fuerza, corazón, optimismo, voluntad, alegría y una energía poderosa. Durante tiempo aceptó que las circunstancias del día lo tiraran en uno u otro lago. 

Ahora vislumbraba, con mucha ilusión, que él podía decidir dónde bañarse, donde sumergirse, donde evolucionar, desde su propia voluntad. Eso cambiaba mucho su visión. Su libertad se engrandecía. En algunas conversaciones que había tenido con personas sabias y sensatas, cuando se encontraba bajo de ánimo, notaba cómo le habían cambiado su idea, su percepción. 

Ahora lo veía con mayor claridad. Le sacaban del lago del “ego” y le invitaban a entrar en el otro lago. A veces le costaba salir, pero cuando reconocía su equivocación y el apoyo cariñoso de la persona que le hablaba, salía de un lago y se metía en el otro. El cambio era estupendo, maravilloso y energético. Algunos se lo hacían notar. Le decían que era otro hombre. 

Una sonrisa se dibujaba en su rostro. Una comprensión se expandía por su mirada. Esos dos lagos eran sus dos tipos de pensamientos. La claridad había llegado a su mente y a sus emociones. Al menos, era consciente de que podía elegir el lago apropiado para su evolución y, su continua y hermosa superación.

viernes, febrero 17

UNA "MENTE NUEVA" A NUESTRO ALCANCE


Marcos se daba cuenta de que estaba accediendo a un nivel nuevo en sus planteamientos. Un nivel que nunca se lo había planteado. Cierta sensación de vértigo le entraba por el estómago. Era un cambio muy fuerte. Había depositado en una realidad toda su fuerza durante toda su vida. Ahora se asomaba la posibilidad de que esa realidad tan fuerte y tan robusta podía caer como una columna podrida y desvencijada.

Un nuevo planteamiento se abría ante su mirada. Por un lado, era una alegría, un gozo, un peldaño más en su vida. Por otro, debía olvidar, para siempre, aquello que había sostenido durante tanto tiempo su mente, sus ideas y sus sólidos principios aprendidos, compartidos e asumidos como normales y naturales.

“Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada de la condenación se les concede la visión y se les conduce a los caminos del equilibrio y la bondad”. Marcos soñaba. Veía un camino maravilloso. Reconocía que debía olvidar el camino de la dualidad. Ya no había ni malos ni buenos. Ya no había ni amigos ni enemigos. Ya no había gente que nos quería bien y gente que nos quería mal.

Admitía que había solamente un camino, una senda, formada por gente confundida, como él, que buscaba la luz cada día de su vida. Era una hermosa claridad que se abría con fuerza y con poder. La vida cambiaba. Los juicios desaparecían. Las condenas no existían. La comprensión abundaba. Y una mano siempre extendida de cariño y de apoyo se abría entre todas las mentes que elegían ese camino sin dudar y con total libertad.

La vida florecía con esas ideas que luchaban en su interior y querían prevalecer sobre las otras ideas de enfrentamientos, desengaños, dobleces y malas intenciones que adornaban la existencia. Parecía que el saber popular había conspirado contra la salida de la confusión. “Piensa mal y acertarás” nos repetían nuestras familias, nuestros amigos y nuestros conocidos.

Pero, Marcos vislumbraba, en aquellos momentos, el poder de su elección. “Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada de la condenación se les concede la visión y se les conduce a los caminos del equilibrio y de la bondad”. Veía que estaba en sus manos, en sus decisiones, en su modo de pensar. Observaba que no debía hacer ningún esfuerzo para lograrlo. Era fácil, sencillo. Sólo se trataba de elegir.

Además, era un deseo de su corazón. Empezaba a desterrar de su mente y de sus ideas, ese automatismo que le lanzaba a condenar, a buscar un culpable ante cualquier incidencia que se presentaba en la vida. Siempre había que buscar al causante de ello y pedirle responsabilidades. Debía pagar. Así se restablecía el equilibrio.

Ahora decidía analizar la situación, comprender a las personas que participaban, conocer las angustias que cegaban a las gentes, ayudarles en sus visiones, lanzarles una mirada amiga y entender, desde esa mirada, aquello que había provocado tal incidencia. La mente, de ese modo, se sentía más segura, más tranquila, más equitativa, más serena y justa porque nunca atacaba ni condenaba.

Marcos notaba una paz plena dentro de sí. Dejaba caer esa columna del ataque y de la dualidad, de la condenación y del enemigo, y erigía una nueva columna basada en la comprensión, en el apoyo, en la aceptación del error, en la bondad que emergía y en la mirada equitativa que todo lo equilibraba. Un amor de una “mente nueva” ensanchaba su corazón. 


LA PERCEPCIÓN SE FIJA EN LAS DIFERENCIAS

Mateo se quedó parado cuando leyó aquella frase: “inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca de la condenación con ellos”. La idea de sentirse parte de ese proceso le dejó tocado durante cierto momento. Se quedó sin palabras. El silencio bajó a su alma. Su mente quedó suspensa. El tiempo se paró en sus ojos. 

Su mirada perdida, era indicio de parón en sus pensamientos. Era muy fuerte aquella afirmación: “Inventaste la percepción”. Mateo no recordaba que hubiera inventado nada. Lo que sí debía admitir era que posiblemente le había dado a la percepción un poder supremo sobre todo lo demás. En ese sentido se sentía también “inventor”. 

La percepción se fijaba en las diferencias. La percepción se basaba en el juicio: “bueno”, “malo”, “aceptado”, “rechazado”, “me gusta estar contigo”, “me disgusta tu compañía”. Un mundo dual de gloria y condenación vivían continuamente en sus venas sin ser consciente de ello. Quizás, más que ser inconsciente, era una verdad irrefutable para él. 

Después descubrió que toda su percepción nacía de su interior. Él percibía en los demás lo que había en su mente y en su corazón. Pero, nunca se daba cuenta. Rechazando a los demás mostraba que se rechazaba a sí mismo. La percepción le jugaba malas pasadas. Un día escuchó a un maestro que admiraba contar la siguiente historia. 

Una maestra de primaria se llevaba siempre al aula una botellita de alcohol. Cada vez que una niña o un niño se acercaba para darle su gratitud y su cariño a través de un beso, acto seguido, un poco de algodón, empapado en alcohol, lo pasaba por su cara. No quería ser contaminada por no sé qué pensamiento en su cabeza. La percepción suya de sus alumnos estaba contaminada. 

La percepción nos hacía ver diferencias en diferentes detalles. Leía con emoción cierta parte de una carta que recibió de un alumno cuando se graduó y le daba las gracias. “El segundo desafío vino como consecuencia de una triste historia vivida en la misma clase. En ella, mis compañeros discutían el desagradable estado de una compañera a quien le olían las axilas y estaba identificada como la “rara” del grupo”. 

“Después de consultar con varios alumnos sin éxito, te acercaste a mí y me convenciste para ser el nuevo compañero de esta querida alumna. Me recordaste que no sólo estamos en un aula para adquirir conocimiento sino, y sobre todo, para ver más allá de la percepción de los demás. Debíamos aprender la gran dignidad de las personas por encima de las diferencias”. 

Mateo repitiendo la frase inicial: “inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca de la condenación con ellos”, tomó una mayor conciencia. El impacto había llegado en su momento adecuado. A lo largo de su vida había tenido atisbos claros de su negativa a aplicar la percepción como motivo de juicio y de condenación. 

De la misma manera que se consideraba un ser con una dignidad completa, apreciaba en cada persona, ese respeto, esa importancia, esa aceptación, esa comprensión y esa mirada que nos devolvía nuestra real y clara dignidad. Ver la verdad nuestra y la de los demás era una liberación total.

jueves, febrero 16

TU CONVICCIÓN ES PODEROSA

Guille estaba contento. Por fin había encontrado la solución para el ser humano equivalente al instinto de los animales. Veía como éstos se desarrollaban siguiendo sus instintos. Ellos los guiaban y les hacían resolver todos los problemas de la existencia. Todos seguían su orientación. No tenían ninguna discusión ni ninguna contrariedad. Ningún animal se lo planteaba. 

Con el ser humano era distinto. Su capacidad de conocer, su capacidad de entender, su capacidad de pensar sobre el futuro, revisar el pasado, vivir un presente efímero lo situaba, en muchas ocasiones, en lugares poco estables. La emoción jugaba su papel. Todo un cúmulo de fuerzas que parecía, en momentos, no poder manejar. 

Guille echaba de menos ese instinto potente que todo lo dirigía en el mundo animal. Sin embargo, el ser humano tenía un poder similar. Ese poder estaba situado en su capacidad de tener una potente convicción. Esa convicción lo guiaba por todos los mares que surcaba, por todos los inconvenientes que encontraba, con todas las posibilidades que aparecían en su vida. 

Esa convicción era su potente horizonte orientador de todas sus decisiones. Pero, ¿dónde radicaba la gran variedad de esa convicción? Guille veía que esa convicción fuerte se ponía, siguiendo la libertad de cada ser humano, en lugares diferentes. Ahí radicaba su especificidad. 

Esa convicción era tan potente que, si creía que no valía nada, construía todo su mundo alrededor de esa convicción. “La falta de convicción no es realmente falta de convicción, sino convicción que se ha depositado en lo que no es nada”. “La convicción que se deposita en las ilusiones no carece de poder, pues debido a ello el ser humano cree ser impotente”. 

Guille entendía mucho mejor la idea de estar dormido. El concepto de reconocer ese tremendo poder que poseíamos en la convicción era vital para la vida. Un poder del que éramos inconscientes. En lugar de focalizarlo en lo que realmente nos debilitaba – y como poder lo hacía – teníamos la libertad de focalizarlo en lo que realmente nos construía, nos elevaba, nos daba la energía para superar todas las debilidades que creíamos tener – y como poder se lograba esa poderosa situación. 

Guille se estremecía, se alegraba, se sorprendía. Tanto tiempo equivocado, ciego, dormido. No se daba cuenta de que todo lo que sucedía en su vida emanaba de su convicción profunda. Admitía, por primera vez, que al igual que el instinto guiaba a los animales, su convicción lo guiaba a él. Reconocía su libertad para depositar su convicción donde creía mejor. Una vez depositada, la convicción era tan fenomenal y potente que le ofrecía su realización. 

Entendía mucho mejor por qué la predicción de los pesimistas se cumplía en sus vidas. Sus convicciones iban por dicha senda. No eran predictores de nada. Eran realizadores de sus propias convicciones. Guille se volvió a sí mismo. Empezó a evaluar sus convicciones. Su vida le había ayudado. Tuvo la convicción de llegar a cierto lugar con sus estudios universitarios. 

Llegó porque la convicción nunca le abandonó a pesar de los consejos de muchas personas alrededor que le desanimaban a realizar tan potente esfuerzo. Así, Guille elevaba sus ojos al cielo azul de la mañana. Descubría que todo ser humano tenía esa potente convicción en su interior. Algunos la depositaban en su propia autodestrucción. Otros, se construían con esa misma fuerza y alcanzaban niveles insospechados. 

Guille sonreía. Sus ojos se alegraban. La vida le regalaba otro potente descubrimiento que orientaba su existencia.

miércoles, febrero 15

EL TRATO TIENE SU TRAMPA FINAL

Benito estaba viendo una nueva visión de la palabra “trato”. En sí misma era una palabra positiva. Era maravilloso siempre llegar a un acuerdo. Pero, en esa tarde, la palabra “trato” estaba adquiriendo unos tintes oscuros, inconcebibles e inconfesos de “condenación” que no había entrevisto nunca antes. Siempre le gustaba descubrir las trampas que la vida ponía en el camino. 

Era una sabiduría descubrir esas trampas y no ser equivocado con palabras que aparecían muy prometedoras, pero que al final eran inicio de un desastre final. “No te olvides de esto: hacer tratos es fijar límites, y no podrás sino odiar a cualquier hermano con el que tengas una relación parcial”. 

Quizás trates de respetar el “trato” en nombre de lo que es “justo”, exigiendo, a veces, ser tú el que pague, aunque lo más frecuente es que se lo exijas al otro. Al hacer lo que es “justo” tratas de mitigar la culpabilidad que emana del propósito de la relación. Benito empezaba a entrever esa doble arma. No cumplir el pacto implicaba la condenación del otro. 

A su mente venía una relación de dos hermanos muy bien avenidos que hicieron un pacto sobre la explotación de un negocio. Durante tiempo todo iba bien. Era una felicidad verlos juntos luchar por el desarrollo del mismo. Todos consideraban que su trabajo juntos era una bendición. Llegaron las circunstancias a un punto que no supieron superar. 

No se pusieron de acuerdo sobre un punto. Y ya se sabía. Ante la discordancia, la condenación del otro estaba servida. El daño interior se había provocado. El “trato” en sí mismo llevaba la condenación en su ruptura. Había que cambiar el propósito del “trato”. “Si aceptas ese cambio, habrás aceptado la idea de hacerle sitio a la verdad”. 

“La fuente de la condenación habrá desaparecido. Tal vez te imagines que todavía experimentas sus efectos, pero la condenación ha dejado de ser tu propósito y ya no la quieres más. Nadie permite que su propósito sea reemplazado mientras todavía lo siga deseando, pues nada se quiere y se protege más que un objetivo que la mente haya aceptado”. 

“El poder de la convicción jamás se puede reconocer si se deposita en la condenación. Pero, siempre se reconoce si se deposita en el amor”. Benito veía en esa última frase la llave del misterio. El amor estaba por encima del “trato”, por encima de las condiciones, por encima de los límites. La mente humana desconocía cantidad de posibilidades. No lo abarcaba todo. 

En cambio, el corazón podía entenderlo todo. Benito reconocía en nombre de ese “trato” y en nombre de lo “justo” el relativo permiso que se le daba a la mente para condenar y para apartar a los demás. Estaba claro en la mente. No había solución. La condenación era lo oportuno. 

A la luz de esas palabras, Benito aplicaba el propósito del amor y ya no tenía la mente permiso para condenar, para clamar lo que era “justo”. Todo eso se diluía cuando las relaciones entre las personas se asentaban en el propósito de la comprensión, de la unión y del amor.

martes, febrero 14

LA FE Y EL DESEO VAN DE LA MANO

Samuel nunca había considerado esos detalles en la nueva forma que se le proponía. Eran invenciones que cada persona hacía. Después la defendía con todas sus fuerzas. No se podía negar que cada uno de nosotros era un creador. Lo triste era que no éramos conscientes de tal actitud ni de tal creación.

Desde pequeño se había dado cuenta de esas actitudes. En cierta ocasión, sus padres habían tenido un revés con una persona. Samuel escuchaba todas las razones que exponían para explicar las causas de ese desencuentro. Desde la óptica de sus padres todo parecía cuadrar con su tesis, con sus presupuestos, con sus actitudes. Le daban a la persona toda una serie de intenciones que le daban una apariencia sólida de sus mezquinos resultados. 

Samuel veía que todo el asunto quedaba aclarado con la visión de sus padres. La persona quedaba malparada. Era indeseable, deshonesta, egoísta, desagradecida y mala. Mis padres, según ellos, habían actuado bien en todo el proceso del enfrentamiento. Samuel no sabía a qué atenerse. Por una parte, sus padres eran sus padres y les daba su confianza. Por otra, no conocía a la persona. 

Se pregunta realmente: ¿sería, en verdad, así como la había definido sus padres? Algo de exageración había visto. ¿Tanta diferencia había entre esa persona y sus padres? A él siempre le había parecido una persona similar a su familia. Era una persona trabajadora, luchadora, con las mismas responsabilidades que sus progenitores. 

Aquella discusión y reflexión de la que había sido testigo, le había dejado una honda huella en su interior. Las siguientes líneas se lo hacían recordar muy bien: “La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea”. “Verás aquello que desees ver. Y si la realidad de lo que ves es falsa, lo defenderás no dándote cuenta de los ajustes que has tenido que hacer para que ello sea como lo ves”. 

Samuel se daba cuenta de que la frustración en sus padres era tanta que habían construido toda una serie de supuestos para atacar a esa persona. Se había creado todo un malentendido. Habían malinterpretado los gestos, las palabras, las actitudes y los deseos de paz de la persona. ¿Cómo era posible crear toda una irrealidad para justificar sus deseos interiores?

“La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea”. Esa frase le había dado la llave del problema. El deseo de sus padres era echarle en cara a esa persona todo lo mal que se había portado. La fe en todo lo que habían creado seguía sus deseos. Toda la interpretación era errónea. Samuel escuchó a aquella persona explicar todo el proceso. 

Desde sus ojos de niño, sus oídos captaban verdades como puños que no se correspondían al montante de sus padres. No era realmente una persona desagradecida. Era tan solo una incidencia que debía explicar. Una incidencia que mis padres interpretaban de otra manera. Una manera que atacaba directamente al ser interno de una forma despiadada. 

“Mas la verdad es que tú y tu hermano (la persona) fuisteis creados por un Padre amoroso, que os creó juntos y como uno solo. Reconoce que fuiste tú quién fabricó todo lo que aparentemente se interpone entre tú y la persona que os mantiene separados el uno del otro, y a los dos de vuestro Padre, y tu instante de liberación habrá llegado”. 

“Todos los efectos de eso que hiciste desaparecerán porque su fuente se habrá puesto al descubierto”. La fuente del enfrentamiento desaparecía. Todos éramos similares. Todos teníamos los mismos sentimientos. Todos éramos realmente humanos y todos éramos verdaderamente hermanos. Los padres de Samuel reconocieron su error. 

Fueron capaces de aceptar la bondad de aquella persona. Samuel reía en su interior por la paz alcanzada. Pero, le daba vueltas a ese poder destructor cuando se consideraba al otro desde otro punto de vista, desde otra fuente de separación donde la mala intencionalidad y la maldad florecía. Debía erradicarla de su deseo. No deseaba seguir un fin perverso. 

“La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea”.

lunes, febrero 13

LOS DESEOS CONSTRUIDOS

Daniel estaba centrado en ese poder que delineaban esas ideas estampadas en aquel libro. La idea del deseo destacaba y se ponía en un lugar prominente de fuerza, orientación, potencia y realidad. Eso le captó la atención a Daniel: la potencialidad del deseo. Siempre había tenido deseos en su mente, pero no había hecho, en muchas ocasiones, más que dejarlos marchar por la inutilidad de conseguir sus efectos. 

Sin embargo, parecía que había deseos que lograban efectos de dirección totalmente opuestos. “El intercambio se efectúa y se conserva en el instante santo. Ahí, el mundo que no deseas se lleva ante el que sí deseas. Y el mundo que sí deseas se te concede, puesto que lo deseas”. 

“Mas para que esto tenga lugar, debes primero reconocer el poder de tu deseo. Tienes que aceptar su fuerza, no su debilidad. Tienes que percibir que lo que es tan poderoso como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede así mismo aceptar corrección si está dispuesto a reconocer que estaba equivocado”. 

Recordaba cierta persona que había llevado en su vida cierta idea de perfeccionismo en sus tareas. Sin darse cuenta, se exigía perfeccionismo y exigía lo mismo a los demás. Exigía las cosas bien hechas, incluso, a las circunstancias. Todo debía estar cuadrado en sus puntos debidos. Un mundo creado en su mente, en sus ideas, en su deseo de perfección. 

Aparentemente todo maravilloso. Un mundo equilibrado en todo su conjunto. Las tensiones de sus músculos se resentían a menudo. Tomaba relajantes. Acudía a sesiones de fisioterapia. Todas las soluciones chocaban con una realidad. No eran tensiones producidas por esfuerzos físicos. Eran tensiones producidas por su dificultad para admitir los desequilibrios de su mundo personal creado. 

Daniel entendió que cada persona se creaba un mundo individual con sus características peculiares. Y que su felicidad se debía a que las circunstancias se amoldaran a las creaciones personales de su mundo inventado. El deseo era capaz de crear estructuras y estados con una fuerza poderosa que incidían en la salud de los creadores.

Ahora veía una situación totalmente distinta en aquella propuesta. Tocaba una nobleza exquisita: “Tienes que percibir que lo que es tan poderoso como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede así mismo aceptar corrección si está dispuesto a reconocer que estaba equivocado”. Daniel se asombraba. El deseo era capaz de crear todo un mundo inventado. Era poderoso. Descubría ese poder que nunca lo había considerado. 

Un poder inmenso como una persona creadora. Lo había creado en su mente. Creía que era lo perfecto, lo bueno, lo adecuado, lo oportuno, lo cabal. Pero, al compararlo con los efectos en su vida, con las tensiones producidas en su salud, tenía el gran poder de abandonarlo o de aceptar corrección. No tenía obligatoriamente que seguirlo siempre. 

Una libertad que Daniel agradecía totalmente. Un deseo que podía ser cambiado con tal de ver los resultados equivocados. Se podía construir otro mundo perfecto, rodeado de amor y comprensión en las circunstancias de esta vida, y de la mano encantadora que abarcara a toda la humanidad. Y si este mundo nuevo lo deseabas, se te concedía puesto que lo deseabas. 

Daniel quedaba maravillado por el poder del deseo. También quedaba igualmente impresionado por la capacidad de cambio que tenía en sí: un deseo dispuesto a ser corregido si reconocía que estaba equivocado. Daniel recordaba con emoción a cierta persona que cambió, en los años maduros de su vida, todos sus presupuestos de exigencia a los demás, al reconocer que estaba equivocado. 

Momentos donde el corazón se deshacía en una emoción fuerte e intensa de comprensión, de perdón, de sencillez, de bondad y de conjunta vibración. En esos momentos se veía la hermosa luz del corazón.

domingo, febrero 12

NOSOTROS DECIDIMOS A CADA MOMENTO

David pensaba sobre una de las cualidades que más apreciaba en el ser humano: su libertad. Libertad de elección. Libertad de aceptar las circunstancias o no aceptarlas. Libertad de escoger, en cada instante, la dirección que debía tomar. Libertad de estudiar o no hacerlo. Libertad de diseñar su camino. Libertad de montar su propio sueño. Libertad de llevar adelante sus propias decisiones. Libertad de sentirse él mismo. 

Muchas veces pensaba que, sin libertad, no merecía la pena la vida. Era el pivote central de su existencia, de su pensamiento, de sus sentimientos. Era una persona comprometida con lo que hacía y con sus propias ideas. La libertad le empujaba como un barco de vela a través del océano de la vida. Libre para tomar, en cada momento, su decisión oportuna. 

En esa libertad, añadía la responsabilidad. Si era capaz de decidir, también era capaz de aceptar esa responsabilidad que entrañaba ser consciente de sus propias decisiones. Unas ocasiones, muy acertadas. Otras, no muy bien orientadas. Como sabía que todos los resultados eran fruto de sus decisiones, podía cambiarlas según los resultados que obtenía. 

Un autor se lo había dejado muy claro: tú decides, tú eres responsable. Todo un descubrimiento y toda una libertad. Eso le ayudaba a comprender que sus equivocaciones estaban en él. Sus aciertos estaban en él. Nadie era la causa de sus errores. Él había tomado las decisiones. Por tanto, al ver los errores y los elementos que no funcionaban, se encerraba en sí mismo y cambiaba sus decisiones equivocadas. Así de simple. Él tenía, en su mano, la capacidad de cambiarlas. 

Con esas ideas en mente leía aquellas líneas: “Esto es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la felicidad, la liberación del dolor y el escape de la condenación. Di únicamente esto, pero dilo de todo corazón y con toda comprensión, pues en ello radica el poder de la salvación”:

Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí”.

Abel entendía, desde su libertad, esa visión. Cada uno había elegido todo en la vida. Nadie se lo había impuesto. Había sido una decisión suya. “No te engañes por más tiempo que eres impotente ante lo que se te hace. Reconoce únicamente que estabas equivocado y todos los efectos de tus errores desaparecerán”. 

La solución era sencilla: cambio de pensamiento, cambio de decisión. La libertad radicaba en él. La libertad era su bandera. No llegaba a entender a esas mentes que afirmaban que lo habían hecho así toda la vida y que no podían cambiar. No podía entender que cambiar era ser cobarde, ser débil, ser perdedor. No podía entender seguir manteniendo el error. Las personas sabias sabían reconocer sus equivocaciones. Las dejaban y se liberaban. 

Abel apretaba los dientes una vez más. Todo dependía de su mano y de su decisión. Nunca había considerado ese enorme poder que poseía todo ser humano. Se quedaba anonadado, impresionado y lleno de una nueva luz en su vida: nosotros decidimos en cada momento. Los efectos eran tremendos: “Reconoce únicamente que estabas equivocado y todos los efectos de tus errores desaparecerán”.