miércoles, febrero 8

LA FUENTE DE TODA VISIÓN

Marce estaba pensando en aquella conversación que tuvo con su profesor mucho tiempo atrás. Tiempos donde los tests de inteligencia estaban de moda y parecía que daban, con sus resultados, la realidad de cada persona. Era uno de sus mejores profesores. Su capacidad de análisis y de comprensión de la realidad eran amplias. Podía hablar con él y sentirse comprendido.

Recordaba sus palabras de que no se haría un test de inteligencia. No quería ser marcado por una serie de números. Parecía que los que sacaban tests de inteligencia alto podían mirar con cierto menosprecio a los que sacaban menos puntuación. Una medida que daba ciertos detalles. Pero, no abría todas las posibilidades humanas. 

Como todas las cosas que aparecían en el horizonte, ocupaban la centralidad de la vida académica, social. Era motivo de comentarios en los corrillos y en las sesiones de evaluación. Ahora, a la distancia, Marce veía que aquella evaluación gozaba de una reputación infundada. El conjunto de habilidades de una persona no se medía únicamente por ese parámetro. 

Después fueron apareciendo las ideas de la función del corazón, de los sentimientos, del cariño y del amor en la vida diaria y en la sensación de cada persona en cada momento. Parecía que el corazón se plegaba ante la superioridad de la mente. Era la mente la que dirigía y el corazón la seguía. 

Marce recordaba frases tan estupendas como aquellas que levantaban las esperanzas de muchos, muchos pequeños, jóvenes y menos jóvenes: “yo creo en ti. Tienes posibilidades. Eres una gran persona. Tienes un gran talento. Confía y adelante. Eres genial”. Y, ahora, la ciencia nos dice que cuando el corazón se enciende por los ánimos, por las confianzas y por los apoyos, la mente le sigue. 

Se cambiaba totalmente la relación entre mente y corazón. El corazón dirige y la mente le sigue. Cuando había entusiasmo, pasión, deseo, logro, fuerza y energía del corazón, la lucha se ganaba con toda la ayuda de la mente que se ponía alineada con el corazón para lograr los objetivos marcados. El corazón veía el futuro, tenía la visión, tenía la creatividad, la mente le seguía con su sostén. 

Marce, desde ese punto de vista, comprendía un poco más a su profesor. Aquel parámetro de su coeficiente de inteligencia no daba realmente la talla de una persona. La grandeza de una persona estaba en la visión de su corazón. La mente le resolvía los aspectos concretos para llegar donde el corazón había decidido. 

En esa línea la felicidad surgía con toda naturalidad. El corazón definía sus criterios, sus objetivos, sus prioridades. Después, la mente seguía la línea marcada por el corazón. Eso daba paz, serenidad, plenitud, totalidad y realización personal. Recordaba la experiencia de un muchacho que estaba entusiasmado con su proyecto. 

Había escrito un libro. Se sentía grande. Era su logro. Vendió doscientos ejemplares del mismo. Para él, todo un logro, toda una gran sensación. Sin embargo, para uno de sus amigos, era un fracasado. Definía la felicidad desde el punto de vista económico, desde la mente, desde el poder, desde destacar sobre los demás. 

Una tirada de doscientas unidades no representaba ningún logro especial. En cambio, para el muchacho era la felicidad más grande de su vida. Marce se preguntaba cómo podíamos nosotros marcar lo que era la felicidad para los demás. Palabras sin sentido que salían de nuestra boca para marcar el fracaso como una palabra vacía, pero dañina para quien la escuchara. 

Marce, una vez más, se daba cuenta de que la prioridad no la daba la mente. El corazón marcaba y valoraba los objetivos. La cabeza seguía. Decidía que no le podía dar a la cabeza los objetivos, los horizontes, las visiones. Eso era labor del corazón. Y, como siempre, la cabeza seguía.

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