martes, febrero 21

LA MISMA ESENCIA RESIDE EN NOSOTROS

Santiago se había quedado parado. Aquella afirmación le sacudía el rostro, su pensamiento y sus ojos. Era muy fuerte aceptar todo aquello. Sonaba un poco a novedad de vida que nunca había escuchado y no podía, de ninguna manera, aceptar esa afirmación como cierta. “Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”. 

“Y lo que el amor planea es semejante a Sí mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que aprendas lo que debes ser. Y dado que tú eres uno con Él, se te tiene que haber encomendado que des lo que Él ha dado, y todavía sigue dando”. 

“Dedica aunque sólo sea un instante a la grata aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con Él lo que se os ha dado a ambos. Dar no es más bendito que recibir, pero tampoco menos”. 

Era toda una revolución para su mente y para sus planteamientos. Esa frase jamás había soñado que se pudiera expresar de esa manera: “Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”. 

Le costaba digerir aquello. Una responsabilidad que nunca se había planteado. Y, sin embargo, había tenido sus luces y sus intuiciones a lo largo de su vida. La forma y la consideración con que trataba a los demás tenía relación directa con la mentalidad con la que se trataba a sí mismo. La plenitud de trato a los demás era la plenitud de trato a sí mismo. 

Santiago veía que cuando se trataba de cuerpos eran diferentes. Pero, cuando se trataba de mentalidades no había diferencia entre él y los demás. Todos formaban una misma mentalidad. Todos tenían unas cualidades similares. Solo la libertad permitía que cada persona decidiera depositar esa única mentalidad en su dirección personal. 

Recordaba de pequeño aquel relato que una vez le contaron en la escuela: “cierto rey quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda”. 

Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré.” Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. 

“Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que debes.”  Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo y te pagaré.” Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía”. 

“Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?” Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía”

Santiago unía esa historia con la mentalidad. La misma mentalidad que aplicaba a su hermano, se la aplicaba a sí mismo. Los cuerpos, en efecto eran diferentes. Pero la mentalidad era la misma. Él rompió esa mentalidad con su hermano y la mentalidad se rompió con su Señor. Santiago vislumbraba que esa mentalidad ansiada, querida y amada consigo mismo era la misma mentalidad que debía aplicar a su hermano. 

Tú eres el salvador de tu hermano. Él es el tuyo. A la razón le es muy grato hablar de esto. El Amor le infundió amor a este plan benevolente”

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